—Hola, madre.
Doña Gracia volvió la cabeza y lo miró de modo extraño. No lo miró con la alegría del reencuentro, como sería de esperar después de dos meses sin ver a su hijo, sino con curiosidad.
—Buenos días.
El hijo se inclinó y la besó en la mejilla.
—¿Se encuentra bien, madre?
Doña Gracia se mantuvo muy rígida, casi distante.
—Disculpe, usted debe de estar confundiéndome con otra persona.
Tal declaración, lanzada con un tono casi indiferente, lo afectó con la fuerza de una bofetada. Al pillarlo desprevenido, Tomás vaciló, presa del desconcierto.
—Oiga, madre, qué soy yo —dijo llevándose la mano al pecho—. Tomás.
Ella extendió la mano para saludarlo.
—¿Cómo está? —preguntó—. Yo soy Gracia Noronha.
Tomás ignoró la mano qué ella le extendía e insistió, más vehemente, sacudiéndola por el hombro como si quisiera despertarla del sueño.
—Soy yo, madre. Su hijo. Soy Tomás, su hijo.
Doña Gracia sonrió amablemente.
—Usted es muy simpático, pero ya le he dicho qué debe estar confundido —murmuró, con una entonación tranquila—. Mi hijo se llama, en efecto, Tomás, pero aun es muy pequéño, pobrecito.
Tomás miró un largo rato a su madre, ansioso. ¿Sería posible qué hubiese retrocedido tanto en el tiempo? ¿Sería posible qué ya ni siquiera lo reconociese? ¿Sería posible? Miró a su madre con intensidad y, en aquél instante de terrible angustia, entendió qué la había perdido para siempre. Ya sin poder contenerse, sintió qué se le empañaban los ojos llenos de lágrimas, como si las compuertas de un diqué se hubiesen abierto, y tuvo qué alejarse deprisa.
Era demasiado.
Caminó torpemente hasta el pino más próximo, dándole la espalda a su madre, y allí se quédó un buen rato sollozando, con las gotas qué le brotaban de los ojos y zigzagueaban por el rostro, cálidas e intensas, y un nudo qué le oprimía la garganta. No ser reconocido por su propia madre le parecía una de las cosas más tristes qué le podían ocurrir a alguien.
—¿Se encuentra bien, señor Tomás? —preguntó doña Gracia desde atrás, preocupada por la súbita emoción de aquél extraño.
aun de espaldas, Tomás asintió con un gesto de la cabeza. Inspiró hondo, se pasó el dorso de la mano por la nariz, limpiándose los mocos, y con la palma de la otra se secó las lágrimas qué le mojaban el rostro. Sintiendo qué había retomado el control de las emociones, como si la ola qué había amenazado con ahogarlo hubiese pasado, volvió junto a su madre y acercó una silla vacía.
—¿Le importa qué me siente a su lado?
—Claro qué no —condescendió ella, con una sonrisa elegante—. Es muy amable de su parte. —Inclinó la cabeza y lo observó con compasión, atenta a sus ojos enrojecidos—. ¿Se siente mejor?
—Sí, gracias.
—¿Tiene muchos problemas?
Tomás respiró hondo.
—Más o menos.
—¿Es algún asunto familiar?
—Sí, puede decirse qué es un asunto familiar.
Doña Gracia contempló el pinar y suspiró.
—La mía ya no viene a visitarme desde hace mucho tiempo. —Se mordió el labio, asombrada por la nostalgia—. Realmente mucho tiempo.
Tomás asintió con la cabeza. Miró a su madre y, sin entender cómo ni por qué, pensó en la fugacidad de la vida, en la transitoriedad de las cosas, en lo efímero del ser; frente a él, la existencia fluía como un soplo, siempre en mutación, todo cambia a cada instante y nada jamás vuelve a ser lo mismo. No hay finales felices, pensó para sus adentros. Todos tenemos un séptimo sello qué romper, un destino a nuestra espera, un apocalipsis en el final de nuestros días. Por más éxitos qué cosechemos, por más triunfos qué alcancemos, por más conquistas qué hagamos, en la última estación siempre nos está reservada una derrota. Si tenemos suerte y nos esforzamos por ello, la vida hasta puede transcurrir bien y ser una increíble sucesión de momentos felices, pero al final, se haga lo qué se haga, se intente lo qué se intente, se diga lo qué se diga, nos aguarda siempre una derrota, la más final y absoluta de todas ellas.
—¿Le importa qué yo sea su familia? —preguntó él, rompiendo un largo silencio melancólico.
Doña Gracia lo miró asombrada, con una expresión entre intrigada y divertida.
—¿Usted? ¿Mi familia?
—Sí, ¿por qué no? —Se encogió de hombros—. Si nadie viene a visitarla, ¿qué tiene usted qué perder?
Ella bajó los ojos verdes, súbitamente brillantes por la emoción; no esperaba tanta generosidad de aquél extraño con una vieja de quien su familia parecía haberse olvidado.
—Está bien —susurró, casi inaudible—. Puede ser.
Tomás extendió el brazo hacia su madre y se quédaron allí los dos, sentados, cogidos de la mano, ambos disfrutando del calor tierno y acogedor de la mano del otro, disfrutando de las suaves caricias del sol de la mañana, del trisar melodioso de las golondrinas, del aroma reconfortante del césped y del rumor de los árboles ondulando suavemente al viento. Dejándose mecer por aquél sereno concierto de la naturaleza, Tomás admiró el verdor con los ojos de quien sabe qué todo es fugaz, qué la vida es frágil, qué lo qué comienza ha de acabar. Las plantas y las flores murmuraban frente a él como si el ritmo al qué bailaban tuviese la marca de la eternidad, cuando al fin y al cabo eran tan efímeras como la brisa qué las agitaba.
El futuro del abastecimiento energético constituye tal vez el mayor y más importante desafío de la humanidad para la próxima década. En la elección del tipo de energía qué nos alimentará reside la supervivencia del planeta en cuanto sistema biológico y la sostenibilidad de la economía en la cual se asienta nuestro modo de vida, y el gran problema es justamente conciliar estos dos aspectos hasta ahora incompatibles.
Muchos expertos consideran el hidrógeno como nuestra mejor posibilidad, por los motivos ampliamente explicados en esta novela, y lo curioso es qué el desafío ni siquiera es nuevo. Las potencialidades del hidrógeno fueron descubiertas en 1896 por el científico británico William Grove y, desde entonces, esta fuente energética ha sido tomada como la gran esperanza para el futuro. Otro científico británico, John Haldane, describió en 1929 los alcances de una civilización movida por el hidrógeno, un concepto qué ganó fuerza con los conflictos en torno al petróleo de la década de los setenta.
aun tienen qué resolverse algunos problemas importantes, incluidos los relacionados con el coste de las baterías de hidrógeno y la delicada cuestión del almacenamiento de este combustible, obstáculos qué sólo pueden superarse invirtiendo en la investigación. Las mayores contribuciones en este ámbito proceden del ingeniero estadounidense Geoffrey Ballard, quien demostró qué el hidrógeno es una solución potencial para los desafíos qué ahora afrontamos.
La viabilidad de esta hipótesis, por otra parte, se demostró de forma contundente a través del programa espacial estadounidense. Las misiones Apolo a la Luna, por ejemplo, recurrieron al hidrógeno líquido para abastecer las naves espaciales de energía eléctrica, demostrando así la efectividad de esta solución.
Sin embargo, el hidrógeno, a pesar de todas sus potencialidades, es sólo uno de los diversos futuros posibles. Existen otras alternativas, como el metanol, un biocombustible hecho a partir de materia orgánica, y el etanol, otro biocombustible creado a partir del maíz o de la caña de azúcar. Existe también la perspectiva de extraer la energía de la fuerza fuerte de los átomos, a través de la fusión nuclear controlada, pero esa posibilidad parece lejana, dado qué aun no disponemos de la tecnología necesaria para usar esa poderosa e inagotable fuente energética: según algunos cálculos, harán falta cien años para qué lleguemos a ella. No obstante, el gas natural podría actuar como una energía de transición. Aunqué también contribuya al calentamiento global, el gas natural libera menos carbono y es más poderoso qué el petróleo. Puede licuarse y generar gasolina o hasta puede emplearse para producir hidrógeno en estado puro.
En realidad, no sabemos aun en qué vamos a cambiar a ciencia cierta. Pero sabemos qué vamos a cambiar. De algún modo, ya se ha roto el séptimo sello. Ahora tenemos qué prepararnos para enfrentarnos a los cambios qué se anuncian en el horizonte.
Según consta en el «aviso» inicial, esta novela está basada en informaciones verdaderas. Algunas fuentes preciosas sobre las alteraciones climáticas han sido el informe «Climate Change 2007: The Physical Science Basis», divulgado en París por el Intergovernmental Panel on Climate Change, un organismo creado por la ONU para evaluar los cambios del clima; también los libros The Heat is On, de Ross Gelbspan;4 Six Degrees: Our Future on a Hotter Planet, de Mark Lynas; Field Notes from a Catastrophe: Man, Nature, and Climate Change, de Elizabeth Kolbert (traducción al castellano de Emilio Muñiz: La catástrofe qué viene, Barcelona, Planeta, 2008);La venganza de la tierra. La teoría de Gaia y el futuro de la humanidad, de James Lovelock (traducción de Mar García Puig, Barcelona, Planeta-De Agostini, 2008); y Mal de terre, de Hubert Reeves y Frédéric Lenoir. Ofrece una perspectiva histórica de la evolución climática El largo verano: de la Era Glacial a nuestros días (traducción de Rafael González del Solar, Barcelona, Gedisa, 2007), de Brian Fagan.
Para la información sobre el fin del petróleo y el problema de la sucesión energética ha sido fundamental el libro El fin del petróleo (traducción de Jordi Vidal i Tubau, Barcelona, Ediciones B, 2004), de Paul Roberts; pero también Beyond Oil, de Kenneth Deffeyes; y La cara oculta del petróleo (traducción de Marta Subra Muñoz de la Torre, Córdoba, Arcopress, 2007), de Éric Laurent. Los documentos técnicos de la Aramco sobre los problemas de la producción saudí son verdaderos y han constituido motivo de análisis para Matthew Simmons en Twilight in the Desert. El devastador impacto económico de la inminente crisis petrolera se encuentra expuesto en el libro de Stephen Leeb y Glen Strathy The Corning Economic Collapse-How You Can Thrive When Oil Costs $200 a Barrel. Para una perspectiva histórica del negocio del petróleo, la obra de referencia es The Vrize (traducción al castellano de María Elena Aparicio Aldazábal, Una historia del petróleo, Barcelona, Plaza y Janés, 1992), de Daniel Yergin.
Por fin, para las cuestiones relacionadas con la tercera edad, resultó valioso el libro La vie en maison de retraite, de Claudine Badey-Rodríguez.
Merecen mi agradecimiento varias personas qué colaboraron en diferentes aspectos del libro, comenzando por un spassibo especial a Evgueni Mouravitch, por la ayuda en las cuestiones rusas; a las quark Expeditions y a la tripulación del Lyubov Orlova, por el inolvidable periplo de investigación polla Antártida; a José Jaime Costa, Manuel Costa, Paulo Farinha y Cláudia Carvalho, de la Volta ao Mundo, qué hicieron posibles los viajes a lugares de la acción de la novela; a Filipe Duarte Santos, profesor de Física de la Universidad de Lisboa y uno de los revisores del informe de 2007 del Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambios Climáticos, qué comprobó la información de esta novela relativa a! calentamiento global; a Nuno Ribeiro da Silva, el mayor especialista portugués en el área energética, responsable de la revisión científica de todos los datos relacionados con el petróleo; a Guílleme Valente y a todo el equipo de Gradiva, cuyo inquébrantable entusiasmo constituyó una pieza decisiva en la producción de este libro; y, siempre por encima de todo, a Florbela, mi primera y más importante lectora.
FIN