Aun así, si la magia no da resultado, ¿no acabará la gente por reconocerlo y abandonarla?
¿Pero quién dice que no dé resultado? Claro que da resultado, a juicio de los que creen en ella.
Imaginemos que se toca madera y no ocurre ninguna desgracia.
¿Lo ven?
Por supuesto, quizá fuera posible remontarse en el tiempo y
no
tocar madera y descubrir que de todas formas sigue sin ocurrir ninguna desgracia; pero ¿cómo se podría establecer un control de ese tipo?
O imaginemos que vemos un alfiler y lo recogemos durante diez días seguidos, y en nueve de esos diez días no ocurre gran cosa digna de mención, pero al décimo día se reciben buenas noticias por correo. Sólo se tarda un instante en recordar ese décimo día y olvidar los otros nueve, ¿y qué mejor prueba se puede desear, de todas formas?
O imaginemos que encendemos dos cigarrillos con una cerilla y tres minutos después nos caemos y nos rompemos la pierna. Sin duda, se puede aducir que, de haber encendido el tercer cigarrillo, nos habríamos roto el cuello y no la pierna.
¡Es imposible perder! ¡Si se quiere, es posible creer!
Ciertamente la magia puede dar resultados reales. Un equilibrista que camina sobre la cuerda floja después de haber frotado subrepticiamente una pata de conejo por debajo del cinturón puede avanzar con gran confianza y realizar una actuación impecable. Un actor que salga al escenario inmediatamente después de que alguien haya silbado en su camerino puede ponerse muy nervioso y actuar pésimamente. En otras palabras, aunque la magia no funcione, la creencia en la magia sí que funciona.
Entonces, ¿por qué los científicos niegan la utilidad de la magia? ¡No lo hacen! Les resultaría imposible. De todas formas, pocos de los que creen en ella aceptarían esta refutación, si es que hay alguno que la haga.
Lo que hacen los científicos es trabajar partiendo de la base de que la creencia de seguridad número 1 es falsa. No tienen en cuenta ninguna fuerza caprichosa al analizar el Universo. Establecen un número mínimo de generalizaciones (equivocadamente llamadas «leyes naturales») y dan por sentado que nada que vaya contra estas leyes naturales puede ocurrir o ser provocado. A medida que se adquieren más conocimientos, puede resultar necesario modificar estas generalizaciones ocasionalmente, pero en ningún caso son caprichosas.
Resulta bastante irónico que los científicos constituyan la nueva clase sacerdotal. Algunos creyentes en la seguridad ven en el científico al mago moderno. En la actualidad es el científico el que es capaz de manipular el Universo mediante misteriosos ritos que sólo él comprende con el propósito de garantizar la seguridad del hombre bajo cualquier circunstancia. En mi opinión, esta creencia tiene tan poca base como la precedente.
De nuevo, es posible modificar una creencia de seguridad para darle un aire científico. De esta forma, donde antes había ángeles y espíritus que bajaban a la tierra para intervenir en nuestros asuntos y hacer justicia, ahora tenemos seres muy avanzados que descienden en sus platillos volantes con el mismo propósito (según afirman algunos). En realidad, creo que la popularidad de toda la mística del platillo volante se debe, en gran medida, a que los extraterrestres pueden considerarse sin ningún problema una nueva versión científica de los ángeles.
Creencia de seguridad número 2:
En realidad, la muerte no existe
.
Que nosotros sepamos, la especie humana es la única capaz de darse cuenta de que la muerte es inevitable. Cada hombre y cada mujer sabe con toda seguridad que él o ella tiene que morir algún día, lo que no le ocurre a ninguna otra criatura.
Esta información resulta absolutamente demoledora, y uno no puede por menos que preguntarse en qué medida afecta este hecho a la conducta humana, haciéndola fundamentalmente distinta de la conducta de los demás animales.
O quizás afecta menos de lo que cabría esperar, dado que el hombre se niega tan resuelta y unánimemente a pensar en ello. ¿Cuántas personas viven como si esperaran continuar así eternamente? Me parece que casi todos nosotros.
Una manera relativamente sensata de negar la muerte es la de suponer que la verdadera entidad viviente es la familia, y que cada persona individual no muere realmente mientras la familia viva. Esta es una de las bases del culto a los antepasados, ya que el antepasado vive mientras algún descendiente suyo le rinda culto.
Desde este punto de vista, por supuesto, la falta de hijos (sobre todo hijos varones, ya que en la mayoría de las sociedades tribales las mujeres no cuentan) se consideraba un terrible desastre. así ocurría en la primitiva sociedad israelita, por ejemplo, como nos cuenta la Biblia. En ella se dictan normas muy precisas que obligaban a los hombres a tomar como esposas a las viudas de sus hermanos muertos sin descendencia, para que esas viudas tuvieran hijos que pudieran ser considerados descendientes del muerto.
El pecado de Onán (onanismo) no es el que seguramente ustedes creen que es, sino su negativa a hacerle este servicio a su hermano muerto (véase
Génesis
, 38, 7–10).
También goza de gran popularidad una negación más literal de la muerte. Casi todas las sociedades que conocemos alimentan alguna creencia en «la otra vida». Existe un lugar al que puede ir la parte inmortal de cada cuerpo humano. Esta sombra puede llevar una existencia gris y tenebrosa en un lugar como el Hades o Sheol, pero vive.
En condiciones más imaginativas, la otra vida, o una parte de ésta, puede convertirse en un estado de bienaventuranza, mientras que la otra parte puede llegar a ser un continuo tormento. Así, es posible relacionar la idea de inmortalidad con la idea de castigo y recompensa. Aquí también se advierte cierta influencia de las creencias de seguridad, puesto que en las condiciones más extremas de miseria y pobreza, el sentimiento de seguridad aumenta al saber que una vez en el cielo se vivirá a cuerpo de rey, mientras ese tipo tan rico de allí se irá derechito al infierno, ja, ja, y bien merecido que se lo tiene.
De no creer en la otra vida en algún lugar más allá de la Tierra, también existe la posibilidad de otra vida en la misma Tierra si se cree en la reencarnación o en la trasmigración de las almas.
Aunque la reencarnación no es una de las creencias religiosas dominantes en el mundo occidental, su contenido de creencias de seguridad es tan alto que cualquier prueba en su favor se acepta de buen grado. Cuando en 1950 se publicó un libro bastante tonto titulado
The Search for Bridey Murphy (La búsqueda de Bridey Murphy
), que parecía indicar que la reencarnación existía realmente, se convirtió inmediatamente en un éxito de ventas. Por supuesto, carecía de todo fundamento.
Y, desde luego, toda la doctrina del espiritismo, toda esa serie de médium y de golpes en la mesa y ectoplasmas y fantasmas y
poltergeists
(fenómenos extraños) y un millón de cosas por el estilo están todas basadas en la terca insistencia del género humano por negar la realidad de la muerte; por afirmar que algo persiste, que la personalidad consciente es, en cierto modo, inmortal.
¿Sirve entonces para algo intentar desacreditar el espiritismo? Es imposible. Por muchos médium que resulten ser impostores, el fervoroso creyente creerá en el próximo médium que conozca. Puede llegar incluso más lejos. Puede denunciar la prueba del fraude como un fraude en sí mismo y continuar teniendo fe en el impostor, por muy evidente que sea la impostura.
La ciencia trabaja partiendo de la base de que la creencia de seguridad número 2 también es falsa.
Pero los científicos también son humanos, y algunos de entre ellos (a diferencia de la ciencia como entidad abstracta) anhelan sentirse seguros. Sir Oliver J. Lodge, un científico de considerable reputación, deprimido por la muerte de uno de sus hijos en la Primera Guerra Mundial, intentó comunicarse con él mediante el espiritismo y se convirtió en un devoto de la «investigación psíquica».
Mi amigo el personaje influyente cita con frecuencia a Lodge y a otros como él como prueba del valor de la investigación psíquica. «Si usted cree en las observaciones de Lodge sobre el electrón, ¿por qué no cree en sus observaciones sobre los espíritus?»
La respuesta es, por supuesto, que Lodge no podía obtener ninguna seguridad de un electrón, pero sí de los espíritus… Y los científicos también son humanos.
Creencia de seguridad número 3:
El Universo tiene algún sentido
.
Después de todo, si se está dispuesto a creer en toda una serie de espíritus y demonios que rondan por el Universo, no es posible creer que tanta actividad no tenga ningún propósito.
Los zoroástricos persas elaboraron una explicación del Universo deliciosamente complicada. Imaginaban que todo lo que existe participa en una guerra cósmica. Ahura Mazda, que dirigía a innumerables espíritus agrupados bajo las banderas de la luz y el bien, se enfrenta a un ejército igualmente poderoso a las órdenes de Arimán, el paladín de las Tinieblas y el Mal. Las fuerzas estaban muy equilibradas, y cada hombre podía tener la sensación de que de él dependía alterar este equilibrio. Si se esforzaba por ser bueno estaba del «buen lado» en el conflicto más colosal que jamás se haya imaginado.
Algunas de estas ideas se infiltraron en el judaísmo y el cristianismo, y de ahí la historia de la guerra entre Dios y el Diablo. Pero en la versión judeocristiana no hay duda de quién será el vencedor. Dios tiene que vencer y vencerá. Esto hace que el asunto sea menos emocionante.
La ciencia también da por sentado que esta creencia de seguridad es falsa. La ciencia no se limita a ignorar la posibilidad de una guerra cósmica en sus intentos por desentrañar los orígenes y el destino final del Universo; ignora también la posibilidad de la existencia de cualquier propósito deliberado.
Las generalizaciones más básicas de la ciencia (las leyes de la termodinámica, por ejemplo, o la teoría cuántica) suponen que las partículas se mueven al azar, que se producen colisiones al azar, que hay transferencias de energía al azar y así sucesivamente. Basándose en los cálculos de probabilidad, se puede suponer que, dado un gran número de partículas y un intervalo de tiempo lo bastante largo, existe una certeza razonable de que se producirán ciertos acontecimientos; pero cuando se trata de partículas individuales e intervalos cortos de tiempo, no es posible predecir nada.
Posiblemente sea ésta la opinión científica más impopular entre los no científicos. Hace que todo parezca «desprovisto de sentido».
¿Pero es así realmente? Resulta absolutamente necesario que todo el Universo o toda la vida tenga sentido. ¿No podríamos considerar que lo que parece no tener sentido en un contexto lo tenga en otro? ¿Que un libro escrito en chino que no tiene ningún sentido para mí sí que lo tiene para un chino? ¿Y no podríamos considerar que cada uno de nosotros puede organizar su propia vida de manera que esté llena de sentido para él y para aquellos sobre los que influye? Y en esa circunstancia, ¿acaso no tendrá sentido
para él
toda la vida y todo el Universo?
No cabe duda de que son aquellos que no le encuentran ningún sentido esencial a sus vidas los que se esfuerzan por imponerle un sentido al Universo para compensar sus carencias personales.
Creencia de seguridad número 4:
Algunas personas tienen poderes especiales que les permiten conseguir algo a cambio de nada
.
«Si lo deseas, lo conseguirás», dice un verso de una conocida canción, y hay que ver la de gente que se lo cree. Es mucho más fácil desear, esperar y rezar que molestarse en
hacer
algo.
Una vez escribí un libro en el que había un párrafo en el que describía los peligros de la explosión demográfica y hablaba de la necesidad del control de la natalidad. Un revisor que leyó el libro escribió al margen: «Yo diría que eso es problema de Dios, ¿no cree?»
Era tan fácil como quitarle un caramelo a un niño; sólo tuve que escribir debajo de su anotación: «Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo.»
Pero consideren la popularidad de las historias en las que los personajes pueden formular tres deseos, o tienen la facultad de convertir en oro todo lo que tocan, o entran en posesión de una lanza que siempre da en el blanco, o de una piedra preciosa que pierde el color cuando hay algún peligro.
Imagínense que realmente tuviéramos poderes extraordinarios y no lo supiéramos, como, por ejemplo, la telepatía. ¡Qué ansiosos estamos de tenerla! (Todos hemos exclamado alguna vez ante alguna coincidencia: «¡Telepatía!»)
Qué dispuestos estamos a creer en casos demostrados en otros lugares, ya que eso aumentaría nuestras posibilidades de adquirir ese mismo poder si practicamos lo bastante.
Algunos de esos extraños poderes confieren la capacidad de adivinar el futuro: la clarividencia. O si no, es posible adquirir los conocimientos que permitirán calcular el futuro mediante la astrología, la numerología, la quiromancia, las hojas de té y otros mil viejos trucos.
Aquí nos acercamos a la creencia de seguridad número 1. Si podemos predecir el futuro, tenemos la posibilidad de cambiarlo actuando de la manera adecuada, y esto equivale casi a manipular a los espíritus.
En cierto modo, la ciencia ha hecho realidad los cuentos de hadas. El avión a reacción va mucho más lejos y más deprisa que el caballo alado y las botas de siete leguas de los autores de las fábulas de antaño. Tenemos cohetes que van directos a su objetivo, como el martillo de Thor, y mucho más dañinos. No tenemos piedras preciosas, pero sí placas que pierden el color en presencia de una cantidad demasiado grande de radiación acumulada.
Pero estos aparatos no dan «algo por nada». No son concedidos por mediación sobrenatural y no se portan de manera caprichosa. Son el producto del esfuerzo realizado a partir de las generalizaciones relativas al Universo establecidas por una ciencia que rechaza la mayor parte, si no todas, de las creencias de seguridad.
Creencia de seguridad número 5:
Yo soy mejor que mi vecino
.
Se trata de una creencia muy tentadora, pero a menudo peligrosa. Si se lo dices a ese boxeador grandullón que tienes delante, es posible que te rompa el cuello. Así que buscamos una manera de sustituirla: nuestro padre es mejor que el suyo, nuestra universidad es mejor que la suya, nuestro acento es mejor que el suyo, nuestro grupo cultural es mejor que el suyo.