El Reino de los Zombis (9 page)

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Authors: Len Barnhart

BOOK: El Reino de los Zombis
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—Sí.

—¿Cómo están las cosas en el pueblo?

—No muy bien.

—Cuando llegué aquí hace una semana, todavía había gente por ahí fuera que intentaba llevar una vida normal.

—Ahora es un pueblo fantasma —dijo Amanda—. No hay más que muertos vivientes.

—Ya, me lo figuraba.

El anciano empezó a alejarse, después se dio la vuelta y se apoyó en el bastón.

—Hay un viejo refrán —dijo, con una sonrisa triste insinuándose en su boca— que dice que solo hay dos cosas seguras en la vida: la muerte y Hacienda. Ahora que lo pienso, la mayor parte de los recaudadores de impuestos están muertos y tampoco tengo muy claro ya lo de la muerte.

Capítulo 11

Chuck y Duane examinaron la zona que rodeaba la ferretería desde la seguridad de la camioneta blindada. La tienda había sufrido los ataques de los saqueadores y de los que pretendían reforzar sus hogares.

Había muertos vivientes por todas partes. Alrededor de treinta erraban por el aparcamiento. Unos cuantos vieron la camioneta y emprendieron su sobrenatural marcha hacia ella, con los rostros hundidos y descoloridos, carentes de expresión alguna.

—¡De eso nada! —dijo Duane—. No pienso arriesgarme. ¡Si tantas ganas tienen de tener un generador, que vengan ellos aquí y pasen entre esos hijos de puta!

Chuck analizó la situación. Había demasiados; jamás conseguirían llegar a la puerta. Sin embargo, uno de los deportes favoritos de Chuck era tomarle el pelo a Duane y no pudo resistirse a aquella oportunidad única de divertirse un rato.

Duane tenía treinta y cinco años y seguía soltero, jamás había tenido un empleo estable y huía de la responsabilidad, pero solía ofrecerse para ayudar siempre que la tarea propuesta fuese más emocionante que difícil. Era perspicaz y no carecía de ciertos conocimientos, por triviales que fueran. Era una persona fiable y por lo general divertida. Chuck lo conocía desde hacía varios años.

Uno de los monstruos, un hombre con un ojo colgando y un cuchillo clavado en el pecho, llegó hasta la camioneta y empezó a aporrear la puerta de Duane. Este se encogió de miedo.

—De acuerdo —dijo Chuck—, tú te ocupas de ese y sales a toda leche hacia la tienda tan rápido como puedas. Yo te sigo justo detrás.

—No me jodas, ¿estás chiflado? ¡De eso nada! —dijo Duane con los ojos muy abiertos.

—¡Venga! Será fácil. Podemos correr más que ellos. —Chuck apenas fue capaz de contener la sonrisa. Su mirada se dirigía alternativamente de Duane a la ferretería y después hacia Duane otra vez.

—Estás de coña, ¿no? ¡Venga ya, tú estás de coña! —Duane empezó a caer en la cuenta de que Chuck solo quería tomarle el pelo.

Chuck puso la marcha atrás y se alejó de la hambrienta multitud.

—¡Pues claro que estoy de coña! No tengo prisa por convertirme en la cena de esos horribles fiambres acartonados.

La camioneta viró por la avenida Royal, la principal del pueblo. Los monstruos bordeaban la calle por ambos lados. Si por casualidad uno se ponía delante del vehículo, Chuck lo atropellaba de inmediato. Hinchadas por el calor, unas cuantas criaturas explotaron con solo tocarlas. Los miembros y la sangre salpicaron el capó y el parabrisas.

—¡Oye, ya sé dónde podríamos encontrar un generador! —dijo Chuck—. ¡Y puede que por allí solo haya unos cuantos de esos putos cabrones!

—¿Dónde? —preguntó Duane, encantado ante la perspectiva de no tener que enfrentarse a muchos monstruos.

—El almacén de alquileres Munson. Dudo que se les haya ocurrido a muchos ir a saquearlo. No está tan a mano como la ferretería.

—Sí, tienes razón. Y allí tienen la hostia de generadores. ¡Pero solo si es seguro! ¿Estamos?

Chuck sabía que Duane estaba atemorizado, pero eso no era problema. Si tenía miedo, tendría más cuidado y no tendría que hacerle de niñera. Ya bastante complicado iba a ser.

El almacén de alquileres estaba en el límite oriental del pueblo, cerca de la estación de tren. Chuck entró a toda velocidad en el aparcamiento y solo se encontró con tres criaturas. La camioneta despertó un propósito renovado en los monstruos, que rodearon el vehículo tan rápido como su limitada movilidad les permitió.

Chuck abrió su puerta y golpeó a la criatura más cercana, a la que mandó tambaleándose hacia atrás. El lado de Duane estaba despejado, así que este se bajó de un salto, muy nervioso. Sacó un revólver de la pistolera y de inmediato le voló los sesos a otro de los monstruos, que soltó un chorro de sangre y materia gris.

Chuck sacó el machete de su funda y con una sola pasada le rebanó la cabeza al monstruo del que se ocupaba. La cabeza chocó contra el suelo con un golpe hueco y rodó un poco, con los ojos buscando la presa y la boca aún haciendo chasquear los dientes y salivando.

El tercer diablo se acercó despacio a Duane con los brazos estirados como la criatura de Frankenstein. Chuck se acercó por detrás y le hundió el machete en el cráneo. El monstruo cayó como una roca. Limpió la hoja con la camisa de la criatura y la devolvió a su funda, para comprobar después la zona por si había más muertos. Unos cuantos vagaban a lo lejos, pero no parecían muy interesados, o quizá ni siquiera eran conscientes de su presencia.

—No hay problema —dijo Chuck muy seguro de sí mismo mientras encendía un cigarrillo y daba una profunda calada—. Entramos, cogemos el generador y salimos. Sin pro-ble-mas.

Chuck cogió la bolsa de herramientas de la camioneta y corrió a la puerta principal.

—Tú quédate aquí de momento —le ordenó al otro—. Vigila por si surgen complicaciones.

Duane examinó la zona con el revólver a punto. Los monstruos del otro lado seguían sin mostrar interés. Uno estaba muy ocupado con una pequeña radio y Duane forzó la vista para ver si era uno de los muertos vivientes. El modo pesado que tenía de moverse lo convenció de que así era. Se preguntó qué era lo que aquel monstruo descerebrado encontraba tan intrigante en la radio. Esos bichos no podían comprender cosas como la música; no obstante, el muerto la sacudía con las manos y ladeaba la cabeza con interés.

Chuck cogió una roca grande y la estrelló contra el grueso cristal de seguridad de la puerta principal. Tras romper el vidrio hurgó en la cerradura hasta que pudo girar el cerrojo y entrar con cuidado en una habitación grande y mal iluminada; después dejó la puerta abierta, usando la roca como tope.

Varias herramientas eléctricas y otros objetos atestaban el suelo. Una gran rata salió corriendo de debajo de una bolsa de lona llena de herramientas y se escabulló por entre las piernas de Chuck. Este se echó hacia atrás y tropezó con una segadora y, para su sorpresa, con un generador de gasolina. Era grande y seguramente bastante ruidoso por la pinta que tenía. No era lo que Mick le había pedido, pero ya no se le ocurría dónde podía encontrar otro.

Chuck cogió las asas redondas, tiró con todas sus fuerzas y lo arrastró como pudo por el suelo de cemento. Después de unos minutos, lo soltó para recuperar el aliento. Estaba a punto de ir a buscar a Duane cuando vio algo que brillaba en las sombras. Sobre el depósito de gasolina, montado encima, había un cartel con letras brillantes y rojas «Electricidad silenciosa Covington». Ese sí que podía llevarlo sin problemas.

—Me parece que esto puede servir —dijo mientras se echaba el generador al hombro.

Fuera sonaron unos disparos y Chuck atravesó a toda prisa el laberinto de herramientas tiradas en el suelo.

Cuando llegó a la puerta, vio a Duane agachado junto a la camioneta, se sujetaba el tobillo izquierdo y no dejaba de soltar obscenidades.

—¿Qué coño ha pasado? —preguntó Chuck.

—¡Esa puta mierda me ha mordido!

—¿Qué te ha mordido? —Chuck examinó la zona entera. Solo vio cerca los tres que se habían cargado al llegar.

—¡Eso! —exclamó Duane señalando la cabeza cortada que tenían a escasos metros. La cabeza lucía un gran agujero en la nuca.

—¿Pero qué cojones? —Chuck frunció el ceño—. ¿Cómo coño pudo morderte esa cosa, joder? No puede caminar.

—Le di una patada. ¡El muy hijo de puta seguía vivo!

Chuck se quedó con la boca abierta.

—¡Por Dios bendito! ¿Es que eres estúpido?

—Pues bastante estúpido, al parecer, joder. ¡No sabía que una simple puta cabeza podía morderme todavía! ¡Dios, esto es una putada!

Chuck examinó el mordisco. Apenas había arañado la piel, pero eso no cambiaría el destino de Duane. Chuck dejó el generador en el suelo y sin previo aviso estrelló el puño contra la sien derecha de Duane. Este se derrumbó en el suelo, inconsciente.

Chuck corrió a la parte posterior de la camioneta y sacó un soplete de la caja de herramientas. Después volvió junto a su compañero caído, sacó el machete de la funda y lo clavó con todas sus fuerzas justo sobre la herida. El apéndice infectado se separó con limpieza al primer golpe y la sangre comenzó a brotar como un torrente del muñón. Chuck encendió el soplete y cauterizó la horrenda herida hasta que detuvo la hemorragia. El olor a carne humana quemada le provocó arcadas y tuvo que contenerse para no vomitar mientras terminaba la espantosa tarea. Durante el último par de semanas había visto varias veces realizar el procedimiento en un intento por detener la infección antes de que se extendiera una vez provocada la primera herida, pero nunca se había quedado lo suficiente para ver si el método había funcionado alguna vez. Al menos Duane tendría una oportunidad.

Varias criaturas los habían visto al fin y empezaban a acercarse. Unos cuantos más salieron por las puertas abiertas de las casas y edificios cercanos. Chuck calculó que habría unos cuarenta a poca distancia de ellos.

Cogió a Duane, lo arrastró hasta la furgoneta y metió su cuerpo inerte en la cabina antes de recuperar el generador. Una criatura estaba casi lo bastante cerca como para alcanzarlo. Chuck le dio una patada en pleno estómago y lo derribó antes de salir pitando con la camioneta.

Duane no se había movido desde que le había dado el golpe en la cabeza y Chuck esperaba no habérselo cargado al intentar salvarlo. De un modo u otro, tampoco importaba mucho. Si estabas muerto, estabas muerto.

Capítulo 12

El eco de la réplica de unos disparos volvió a resonar en el exterior. Jim cogió la AK-47 y corrió a la puerta. Varios guardias se estaban escabullendo por la zona, la mayoría rumbo a posiciones del perímetro exterior, junto a la carretera que llevaba al pueblo.

—¡Necesitamos más potencia de fuego! —chilló Mick en medio de la carretera, desde donde se veía una horda de muertos vivientes que cruzaban el puente sobre el ramal sur del río. Algunos ya casi habían llegado a la mitad en su camino hacia el centro de rescate.

Jim Workman, como cualquier buen teniente, corrió a la calzada con los demás para reunirse con los seis hombres armados. Sacó la munición para su arma. Balas encamisadas, se dijo al estudiarlas. Realmente penetrantes. Con esto tendría que ser capaz de matar a esos cabrones aunque se pusieran detrás de una pared de ladrillos.

Volvió a colocar el cartucho de golpe y tomó posiciones junto a Jon y Mick.

Los muertos vivientes seguían a ciento cincuenta metros de donde los supervivientes los esperaban. Jon dio la orden de esperar.

—Quiero que cada disparo sea certero —ordenó mirando a Jim—. Apuntad a la cabeza —dijo después, con lentitud.

Jim asintió. Si matas el cerebro, matas al monstruo. Los disparos en el cuerpo no servían de nada. Información básica postplaga.

—¡Preparados! —gritó Jon por encima de los crecientes chillidos de los monstruos.

El ejército de horrendos muertos vivientes seguía avanzando y ya estaba a solo cien metros. Los gemidos y gritos aumentaban con una excitación progresiva a medida que se acercaban. Jim miró a Jon.

—Como tiburones —dijo Jon—, se creen que se van a dar un festín.

Las criaturas se acercaron todavía más.

Jim levantó el arma.

—¡Acabad con ellos! —ordenó Jon.

Empezaron a disparar y la primera fila se derrumbó de inmediato, haciendo que los otros tropezaran y cayeran sobre sus cuerpos. Sucumbieron más, pero los siguientes mantuvieron el espíritu de la misión sin dejarse afectar por la matanza que se estaba produciendo a su alrededor.

A Jim le recordó a una escena de una película sobre la guerra civil americana en la que varias formaciones de soldados avanzaban hacia el enemigo. Iban cayendo, fila tras fila, con la esperanza de que quedaran algunos para el combate cuerpo a cuerpo. Solo que aquel ejército no devolvía el fuego.

El tiroteo continuó hasta que la última de las criaturas quedó tirada en el suelo, inmóvil. Un inmenso montón de cuerpos atestaba el puente. Los buitres dibujaban círculos en el cielo a la espera de poder darse un festín.

—Va a ser una mierda —le dijo Mick a Jon, después bajó el rifle—. Trae aquí el volquete y que alguien limpie eso. Que los lleven a la cantera y los quemen.

La camioneta de Chuck se detuvo con un chirrido de frenos cuando llegó al puente.

—¡La puta! —chilló al ver la masacre que tenía delante.

Duane seguía inconsciente en el asiento, a su lado. Tenía que llevarlo al refugio antes de que se despertara y sintiera todo el dolor y el trauma por lo que había pasado. Chuck no estaba preparado para explicar por qué le había cortado el pie a Duane. ¿Y si no servía de nada? Lo único que Chuck habría logrado en ese caso sería causarle más sufrimiento.

Vio a Mick y a los otros al otro lado del puente. Cogió el walkie-talkie y sacó la antena.

—Mick, soy Chuck. ¿Me recibes?

—Sí, Chuck, adelante.

—Duane está herido. Tuve que cortarle el pie. No puedo pasar con la camioneta por el puente. Envíame a alguien para que me ayude a llevarlo. ¡Deprisa!

—Ah, mierda —dijo Mick—. Diez-cuatro. Ahora mismo vamos.

Mick volvió a colgarse la radio en el cinturón.

—Jim, tienes que echarme una mano. Sígueme.

Este asintió y siguió a Mick por el puente; los dos hombres tuvieron que pisar aquellos cadáveres que olían a rancio.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Mick cuando llegaron a la camioneta y miró a Duane.

—Le han mordido. No me quedaba más remedio que intentar detener la infección.

Mick examinó a toda prisa el muñón quemado y supurante y se estremeció ante la idea de haber tenido que llevar a cabo algo tan horripilante.

—Mierda. Vamos a llevarlo dentro. El médico puede mantenerlo inconsciente un tiempo. —Metió los brazos en la camioneta y sacó a Duane del vehículo. Jim se acercó de inmediato para ayudar. Cada uno de ellos cogió una de las piernas de Duane y lo llevaron en volandas hasta el centro de rescate. Chuck cogió el generador de la parte de atrás y se lo echó al hombro.

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