Authors: Katherine Neville
Pareció que transcurría una eternidad mientras recorríamos autopistas adelantando a todos los vehículos y atravesábamos Manhattan a toda velocidad, hasta que el Morgan verde se detuvo delante del Plaza con un chirrido que asustó a las palomas. Corrí al interior y fui al patio de las palmeras, pero Lily no estaba. Harry había dicho que nos esperaría, pero no se veía a nadie. Miré incluso en los lavabos.
Salí agitando los brazos y subí al coche.
—Algo va mal —dije—. La única razón por la que Harry no habría esperado es que Lily no estuviese aquí.
—O que hubiese otra persona —murmuró Nim—. Lily huyó al oír que alguien entraba en el apartamento. Quienquiera que fuera, vio que ha descubierto las piezas y tal vez la haya seguido. Seguramente habrá dejado un comité de recepción para Harry… —Puso en marcha el motor, frustrado—. ¿Adónde iría antes esa persona, a casa de Mordecai, a buscar las otras piezas, o al apartamento?
—Probemos en el apartamento —respondí—. Está más cerca. Además, cuando hablé con Harry, descubrí que yo también podía organizar un pequeño comité de recepción.
Nim me miró sorprendido.
—Kamel Kader está en la ciudad —dije.
Solarin me apretó el hombro.
Todos sabíamos lo que eso significaba. Nueve piezas en casa de Mordecai, ocho en mi bolso y las seis que Lily había visto en el apartamento. Había bastante para controlar el juego, y quizá también para descifrar la fórmula. Quien ganara esa vuelta ganaría el juego.
Nim estacionó delante del edificio, bajó del coche y arrojó las llaves al atónito portero. Entramos los tres como un rayo sin pronunciar una palabra. Apreté el botón del ascensor. El portero se acercó corriendo.
—¿El señor Rad ya ha llegado? —pregunté mientras se abrían las puertas.
El hombre me miró sorprendido.
—Hace unos diez minutos —respondió—. Con su cuñado…
Era suficiente. Entramos en el ascensor sin dejar que acabara y estábamos a punto de empezar a subir cuando vi algo con el rabillo del ojo. Estiré la mano y detuve las puertas. Una pequeña bola peluda se aproximaba como una bala. Al inclinarme a cogerla, vi que Lily corría por el vestíbulo. La agarré de la mano y la metí de un tirón. Las puertas se cerraron y empezamos a subir.
—¡No te han cogido! —exclamé.
—No, pero sí a Harry —dijo—. Tenía miedo de quedarme en el patio de las palmeras, así que salí con Carioca y esperé enfrente, cerca del parque. Harry fue un idiota… dejó el coche aquí y fue andando al Plaza. Lo seguían a él, no a mí. Vi que Llewellyn y Hermanold le pisaban los talones. Pasaron justo a mi lado ¡y no me reconocieron! —exclamó sorprendida—. Yo tenía a Carioca metido en el bolso junto con las dos piezas que conseguí. Están aquí. —Dio una palmadita al bolso. Dios mío, nos estábamos metiendo en ese lío con todas nuestras municiones—. Los seguí hasta aquí y me quedé en la acera de enfrente, sin saber qué hacer cuando lo metieron dentro. Llewellyn iba pegado a Harry… tal vez tuviera un arma.
Las puertas se abrieron y echamos a andar por el pasillo, con Carioca a la cabeza. Lily estaba sacando la llave cuando la puerta se abrió y apareció Blanche, con un resplandeciente vestido de fiesta blanco, su fría sonrisa rubia y una copa de champán en la mano.
—Bueno, ya estamos todos —dijo con voz suave. Me ofreció su mejilla de porcelana, que no besé, de modo que se volvió hacia Lily—. Mete a ese perro en el estudio —ordenó con frialdad—. Creo que hoy ya hemos tenido suficientes incidentes.
—Un momento —dije, mientras Lily se inclinaba para coger a Carioca—. No hemos venido a tomar un cóctel. ¿Qué habéis hecho con Harry?
Entré en el piso, que no veía desde hacía meses. No había cambiado, pero ahora lo veía con otros ojos; el suelo de mármol del recibidor era como un tablero de ajedrez. Final de la partida, pensé.
—Está muy bien —respondió Blanche avanzando hacia los anchos escalones de mármol que conducían al salón.
Solarin, Nim y Lily nos seguían. Llewellyn estaba arrodillado junto al secreter lacado, destrozando los cajones que Lily no había podido romper y sacando las cuatro piezas que quedaban. El suelo estaba cubierto de astillas. Cuando atravesé la amplia estancia, me miró.
—Hola, querida —dijo, y se levantó para saludarme—. Estoy encantado de saber que has conseguido las piezas, tal como te pedí, aunque no hayas jugado como cabía esperar. Tengo entendido que has cambiado de bando. Qué triste. Siempre te he tenido mucho afecto.
—Nunca estuve en tu bando, Llewellyn —repliqué asqueada—. Quiero ver a Harry. No os iréis hasta que lo haya visto. Sé que Hermanold está aquí. Aun así, nosotros somos más…
—Te equivocas, querida —intervino Blanche. Estaba en el otro extremo del salón, sirviéndose más champán. Echó un vistazo a Lily, que la miraba de hito en hito, con Carioca en los brazos, y después se acercó y fijó en mí sus fríos ojos azules—. Han venido algunos amigos tuyos: el señor Brodski, del KGB, que en realidad trabaja para mí, y Sharrif, a quien El-Marad tuvo la amabilidad de enviar a petición mía. Llevaban mucho tiempo esperando a que llegaras de Argel, vigilando la casa día y noche. Al parecer elegiste la ruta más pintoresca
Miré de reojo a Solarin y Nim. Hubiéramos debido suponer que sucedería algo así.
—¿Qué habéis hecho con mi padre? —aulló Lily, que se acercó a Blanche con los dientes apretados, mientras Carioca gruñía a Llewellyn.
—Está maniatado en una habitación —respondió Blanche jugueteando con el collar de perlas que siempre adornaba su cuello—. Está bien y no le ocurrirá nada si sois razonables. Quiero las piezas. Ya ha habido bastante violencia y estoy convencida de que todos estamos hartos de ella. No le pasará nada a nadie si me dais las piezas.
Llewellyn sacó un revólver de la chaqueta.
—En mi opinión no ha habido suficiente violencia —dijo con tranquilidad—. ¿Por qué no sueltas a ese pequeño monstruo para que pueda hacer lo que siempre he deseado?
Lily lo miró horrorizada. Le puse una mano en el brazo mientras miraba de soslayo a Nim y Solarin, que se habían desplazado hacia las paredes, preparándose. Me pareció que ya había perdido demasiado tiempo; todas mis piezas estaban en su sitio.
—Es evidente que no has prestado demasiada atención al juego —dije a Blanche—. Tengo diecinueve piezas. Con las cuatro que vas a darme tendré veintitrés, más que suficientes para descubrir la fórmula y ganar.
Con el rabillo del ojo, vi que Nim sonreía y me hacía señas con la cabeza. Blanche me miró atónita.
—Debes de estar loca —espetó—. Mi hermano está apuntándote con un arma. Tres hombres tienen como rehén a mi amado esposo, el Rey Negro. Ese es el objeto del juego: inmovilizar al Rey.
—No de este juego —repuse mientras me dirigía hacia el bar, donde estaba Solarin—. Más vale que te rindas. No conoces los objetivos, los movimientos… ni siquiera a los jugadores. Tú no eres la única que plantó un peón, como Saul, en tu casa. No eres la única que tiene aliados en Rusia y Argel…
Me detuve en los escalones, con la mano sobre la botella de champán aún, y sonreí a Blanche. Su piel, ya de por sí pálida, estaba blanca como el papel. Llewellyn apuntaba el revólver a un órgano de mi cuerpo que yo deseaba que siguiera latiendo, pero no creía que fuera a apretar el gatillo antes de escuchar el final. Solarin me apretó el codo.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Blanche mordiéndose un labio.
—Cuando llamé a Harry y le dije que fuera al Plaza, no estaba solo. Estaba con Mordecai, Kamel Kader… y Valérie, tu fiel doncella, que trabaja para nosotros. Ellos no fueron al Plaza con Harry, sino que vinieron aquí y entraron por la puerta de servicio. ¿Por qué no echas una ojeada?
Entonces empezó la acción. Lily dejó en el suelo a Carioca, que corrió hacia Llewellyn. Este vaciló un segundo entre Nim y el perrillo, momento que aproveché para arrojarle a la cabeza la botella de champán, justo cuando apretaba el gatillo. Nim se dobló a causa del dolor. Crucé la habitación, agarré a Llewellyn por el cabello y lo derribé.
Mientras luchaba con Llewellyn, vi con el rabillo del ojo que Hermanold irrumpía en el salón y Solarin lo atrapaba. Hinqué los dientes en el hombro de Llewellyn, mientras Carioca le mordía la pierna. Oí a Nim gemir a pocos centímetros de mí, mientras Llewellyn intentaba recuperar el arma. Cogí la botella de champán y la descargué sobre su cabeza, al tiempo que le clavaba la rodilla en la entrepierna. Empezó a gritar. Blanche corría hacia los escalones, seguida por Lily, que pronto la alcanzó, la sujetó por el collar de perlas y lo retorció en torno a su garganta, mientras la otra, con el rostro lívido, intentaba arañarla.
Solarin cogió a Hermanold por la pechera de la camisa, lo puso en pie y le asestó en la mandíbula un puñetazo que jamás pensé pudieran dar los jugadores de ajedrez. Todo esto sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Me volví para coger el arma, mientras Llewellyn rodaba por el suelo con las manos en la entrepierna.
Con el revólver en la mano, me incliné hacia Nim, mientras Solarin atravesaba corriendo la habitación.
—Estoy bien —dijo Nim cuando Solarin le tocó la herida que tenía en la cadera, donde se estaba formando una mancha oscura—. ¡Buscad a Harry!
—Quédate aquí —me indicó Solarin—. Iré yo. —Miró a su hermano con expresión seria antes de alejarse
Hermanold estaba inconsciente, atravesado en los escalones. A pocos centímetros de mí, Llewellyn se agitaba chillando, mientras Carioca le mordía los tobillos. Yo estaba arrodillada junto a Nim, que respiraba con dificultad y se apretaba la herida de la cadera, de donde seguía saliendo sangre. Lily luchaba con Blanche, cuyas perlas rodaban por la alfombra.
Cuando me incliné sobre Nim, oímos ruidos y golpes en las habitaciones del fondo.
—Será mejor que vivas —le dije en voz baja—. Después de todo lo que me has hecho pasar, no soportaría perderte antes de poder vengarme.
La herida que tenía era pequeña y profunda, poco más que un rasguño en la parte superior del muslo. Nim me miró y trató de sonreír.
—¿Estás enamorada de Sascha? —preguntó.
Yo miré al techo y suspiré.
—Veo que ya estás mejor —dije. Lo ayudé a incorporarse y le entregué el revólver—. Iré a ver si sigue vivo.
Crucé la habitación a la carrera, cogí a Blanche del cabello y la aparté de Lily. Luego señalé el revólver que empuñaba Nim.
—Está dispuesto a usarlo —le expliqué.
Lily me siguió escaleras arriba y por el vestíbulo trasero, donde habían cesado los ruidos y reinaba una calma sospechosa. Avanzamos de puntillas hacia el estudio en el instante en que salía Kamel Kader. Nos vio y sonrió. Después me estrechó la mano.
—Bien hecho —dijo con tono alegre—. Según parece, el equipo blanco se ha rendido.
Lily y yo entramos en el estudio mientras Kamel se dirigía al salón. Y allí estaba Harry, frotándose la cabeza. Detrás de él estaban Mordecai y Valérie, quien los había dejado entrar por la puerta de servicio. Lily atravesó corriendo la habitación y se arrojó sobre Harry llorando de alegría. Él le acarició el cabello mientras Mordecai me guiñaba un ojo.
Miré alrededor y vi que Solarin anudaba las cuerdas que sujetaban a Sharrif. Brodski, el hombre del KGB, estaba tumbado a su lado. Solarin lo amordazó y, volviéndose hacia mí, me cogió del hombro.
—¿Cómo está mi hermano? —susurró.
—Se pondrá bien —respondí.
—Cat, querida —exclamó Harry detrás de mí—, gracias por salvar la vida de mi hija.
Me volví hacia él y Valérie me sonrió.
—¡Me gustaría que mi hermanito hubiera estado aquí para ver esto! —exclamó mirando en torno—. Le encantan las buenas peleas.
La abracé.
—Hablaremos más tarde —dijo Harry—. Ahora me gustaría despedirme de mi esposa.
—La odio —afirmó Lily—. Si Cat no me hubiera detenido, la habría matado.
—Por supuesto que no, cariño —dijo Harry tras besarle la cabeza—. A pesar de todo, es tu madre. Si no fuera por ella, no estarías aquí. No lo olvides nunca. —Volvió hacia mí sus tristes ojos entornados—. En cierta forma, yo soy responsable —agregó—. Sabía quién era cuando me casé con ella. Lo hice por el juego.
Salió de la habitación cabizbajo. Mordecai dio unas palmaditas en el hombro de Lily y la miró a través de los gruesos cristales de sus gafas.
—El juego no ha terminado todavía —susurró—. En cierta forma, acaba de empezar.
Solarin me cogió de un brazo y me llevó a la enorme cocina contigua al comedor, mientras los otros arreglaban el estropicio del salón. Me empujó contra la brillante mesa de cobre que había en el centro. Su boca, ávida y cálida sobre la mía, parecía querer devorarme, mientras sus manos recorrían mi cuerpo. Todo lo que había sucedido, lo que sucedería a continuación, desaparecía a medida que me contagiaba la intensidad de su pasión. Sentí sus dientes en mi cuello y sus manos en mi pelo. Su lengua volvió a encontrar la mía y gemí. Luego se apartó.
—Tengo que regresar a Rusia —me susurró al oído—. Tengo que conseguir el tablero, es la única manera de terminar con este juego…
—Voy contigo —dije apartándome para mirarlo a los ojos.
Volvió a abrazarme y me besó los ojos mientras yo me aferraba a él.
—Imposible —murmuró, temblando por la intensidad de su emoción—. Volveré, lo prometo. Lo juro por cada gota de sangre que tengo. Nunca te dejaré ir.
En ese instante se abrió la puerta y nos volvimos, todavía abrazados. En el umbral aparecieron Kamel y, apoyado pesadamente sobre su hombro, Nim, que se tambaleaba, con el rostro inexpresivo.