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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, Aventuras

El mito de Júpiter (40 page)

BOOK: El mito de Júpiter
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Sin embargo, en aquellos momentos la cuestión no era si Florio había acudido allí tras la refriega —ambos creíamos que era casi seguro—, sino si se encontraba todavía en el edificio.

—Creo que acudiría corriendo a su socio, recobraría el aliento y luego seguiría adelante con rapidez —dijo Petronio. Yo estuve de acuerdo. Pero aun así teníamos que acercarnos a ese antro con cuidado. Si Florio y Norbano se encontraban allí, en realidad haría falta algo más que nuestra presencia para iniciar la operación. Incluso Norbano debía de ser mucho más peligroso de lo que a simple vista parecía.

Ya habíamos hecho planes para contemplar la peor de las eventualidades. Helena Justina iba a pedirle al gobernador que mandara algunos soldados. Pero, ¿vendrían? Ya había solicitado apoyo antes, cuando me fui para unirme a Cloris en el anfiteatro: cuando aparecieron unos cuantos soldados desganados los disturbios ya habían concluido. Petro y yo podíamos pasarnos el día allí sentados esperando que llegaran refuerzos.

Decidirnos investigar por nuestra cuenta. Por supuesto que lo haríamos sin pensarlo dos veces de encontrarnos en casa, en el Aventino.

Esperamos un rato. Eso nos permitió familiarizamos con el lugar. Nos quedamos apoyados en la pared de la casa de al lado y observamos diligentemente la residencia de Norbano. No entró ni salió nadie. Es lo que ocurre en la mayoría de las casas excepto a ciertas horas del día. Aquél no era uno de los momentos de ajetreo. No había actividad.

Al final me tocó entrar a mí. Petronio quedó en esperar fuera y vigilar, por si alguien ponía pies en polvorosa por la parte de atrás. Para tranquilizarme me dijo que si alguien me atacaba él vería quién había sido. Mi respuesta a eso fue bastante corta.

Abrió la puerta, con mucha rapidez, un esclavo de la casa completamente inofensivo.

—¡Buenas! Soy Didio Falco. ¿Está aquí mi hermana?

¿Por qué me seguía sintiendo como un colegial? Tal vez porque había hecho esa pregunta numerosas veces en un lejano pasado, cuando mi madre, inútilmente, me mandaba por ahí a reunir a mis frívolas hermanas. Al menos ahora el resto de mi historia había cambiado:

—Mi hermana es Maya Favonia. Ella y tu amo son amigos. —En realidad me preocupaba bastante que Maya pudiera estar con aquel sinvergüenza.

—No está aquí.

—¿La conoces?

—No la he visto nunca.

—¿Se encuentra Norbano en casa?

—Ha salido.

—¿Cuándo esperas que vuelva?

—Más tarde.

—Bueno, mira… No sé si te gustará hacerlo, pero él, muy amablemente, me prometió mostrarme su casa. Estoy pensando en alquilar un sitio similar y quería ver cómo es por dentro. No quisiera haber hecho el viaje en balde, así que, si es posible…

Por supuesto que lo era. El esclavo, un britano que venía junto con la propiedad alquilada, supuse yo, se mostraba dispuesto a enseñármelo todo. Pero la verdad es que su amo no pondría objeciones, ¿no? Todo el mundo decía que Norbano Murenla era un hombre muy agradable.

—¿Puedo decirle a mi amigo que entre también? —Petronio Longo fue tan bien recibido como yo. Le guiñé el ojo triunfalmente. Él me dio una patada en el tobillo.

Examinamos el lugar. Incluso miramos en las edificaciones anexas. Bueno, uno tiene que saber cuáles son las instalaciones para los establos y el taller cuando toma algo en arriendo. Nos sentíamos muy orgullosos de nosotros mismos. El esclavo no tenía ni idea de quiénes éramos.

La casa, pequeña según los parámetros del Mediterráneo, estaba dispuesta alrededor de un patio diminuto que recibía muy poco el sol. Algunas partes eran de adobe y cañas; las demás estaban construidas con ladrillo, con un tejado en condiciones, de tejas combadas. Las mejores habitaciones incluso tenían láminas de talco traslúcido en las ventanas y estaban adornadas de forma sencilla con frescos. Había unos paneles pintados separados por urnas y candelabros muy bien delineados; unos pájaros de largo pico, de origen un tanto incierto, se hacían reverencias unos a otros por parejas en unos frisos veteados de color ocre. El mobiliario y demás elementos de la decoración eran sobrios pero adecuados, menos masculinos y de un estilo más recargado de lo que me esperaba. Todo estaba limpio y bien cuidado.

Para ser el palacio de un gángster el lugar carecía de ostentación. Eso era sensato. Londinium no había crecido mucho desde los días en que era un campamento de comerciantes en medio de los pantanos. Sería indiscreto instalar un mármol imponente y exquisitas obras de arte cuando, hasta el momento, incluso el gobernador sólo contaba con unas pocas zanjas abiertas en el emplazamiento de lo que iba a ser su cuartel general.

—Norbano también posee una villa río abajo, ¿no es cierto? ¿Sabes si es de alquiler o de propiedad?

—La villa se está construyendo sólo para él. —De modo que ahí era donde invertía parte de sus beneficios.

—¿Está al otro lado, en la orilla sur? —preguntó Petro.

—Sí, señor. Cerca del santuario religioso que hay en una colina nada más salir de la ciudad.

Petronio conocía el lugar; su expresión era sardónica.

—Se trata del nuevo complejo para los templos del Culto Imperial, Falco. ¡Nuestro amigo Norbano ha montado su tienda para estar bien cerquita del emperador!

—No, él está río abajo —le corrigió el esclavo con aires de superioridad—. La finca imperial posee todo el terreno alto.

En cambio, Norbano tendría acceso al agua y a sus servicios. Apuesto a que eso le convenía. Podría darse rápidamente a la fuga en caso de que hubiera problemas.

—¿Y hoy dónde está? —pregunté inocentemente—. ¿En su villa?

—Me temo que no sabría decírtelo, pero mantenemos la casa a punto; duerme aquí casi todas las noches.

Para entonces ya habíamos vuelto a ser conducidos hacia la salida y estábamos listos para marcharnos.

—¿Y qué me dices de su amigo? —inquirió Petronio. Vi que tenía intención de arriesgarse—. ¿Ves mucho a Florio?

El esclavo hizo una pausa, sí, aunque fue imperceptible. Quizá se agudizó su mirada, pero respondió con soltura:

—Sí, solía venir de visita, pero hace varios días que no lo veo.

Bueno, eso confirmaba que los gángsters estaban asociados. Pero también les diría a ellos que conocíamos su juego. Seguro que el esclavo iba a informar de lo que habíamos dicho.

Petronio ya estaba ansioso por obtener resultados. Se había arriesgado demasiado, de una forma obstinada; él era experto en ese campo, pero yo estaba intranquilo. Renunciar a su posición de incógnito podría acarrearle algo inesperado.

La puerta estaba abierta. Nos estaban echando.

Cuando salíamos, los dos nos apartamos para dejar entrar a unos recién llegados. Eran una pareja conocida: el arpista ciego y su chico. El muchacho me puso mala cara y luego le dirigió a Petronio una mirada aún más asesina.

Petro y yo pasamos junto a ellos, los saludamos fríamente con la cabeza y seguimos adelante.

Tras dar unos pasos volví la vista atrás y vi que el chico de la fría mirada nos estaba observando; en concreto era Petronio quien parecía suscitar su interés. Eso me preocupó.

—Van a informar de nuestra presencia. Puede que a Norbano le parezca que nos hemos acercado demasiado.

—¡Bien! —gruñó Petro.

No reconocí que había visto al arpista espiando a Maya la noche anterior cuando ésta se dirigía a la habitación de Petro. Mi propio papel en aquel incidente sería difícil de explicar: Pero sí que dije:

—Estoy preocupado por Maya. Tengo que advertirla contra Norbano.

—Buena idea.

Al cabo de un rato le pregunté directamente:

—¿Hay algo entre mi hermana y tú?

Petronio me miró de reojo. Luego se encogió de hombros. Su voz sonó fuerte.

—Será mejor que se lo preguntes a ella. ¡Y si por casualidad te dice cuáles son sus intenciones podrías hacerme saber su respuesta!

—Vaya, de modo que está siendo ella misma –comenté sin rodeos. Entonces me arriesgué a preguntar—: ¿Estás enamorado de Maya?

Petronio Longo me dio una palmadita en la espalda.

—No te preocupes por eso –fue su tirante respuesta — Sienta lo que sienta, es algo que lleva allí mucho tiempo. Nunca le había importado a nadie. No parece haber ningún motivo para que tenga que importar ahora.

Pero encontré que, por el bien de ambos, a mí sí me importaba.

Anduvimos en silencio por las calles empapadas de lluvia de aquella informe, vacía y vulnerable ciudad. Había caído la tarde. El oscuro cielo amenazaba más lluvia. Los inmigrantes salvajes, los empresarios y todos los locos bichos raros que querían hacer fortuna estaban encogidos de miedo en sus casas. Los britanos con cara de pudín originarios del lugar se hallaban sentados al calor de sus humeantes hogueras, tratando de descubrir como abrochar la tira de una sandalia. Yo esperaba que el legado judicial les hubiera enseñado a esos nuevos ciudadanos que el cuero muy mojado tiene que dejarse secar lentamente, y rellenarse con trapos para que conserve su forma…

Cuando Petronio y yo casi llegábamos ya a casa del procurador, oímos por fin el sonido de botas al marchar. Los legionarios venían hacia nosotros. No nos habían ayudado cuando los necesitábamos. Nos miramos el uno al otro y, de común acuerdo, nos situamos bajo el toldo que había en el exterior de una tienda de aceite de oliva, donde permanecimos sin ser vistos hasta que los soldados pasaron de largo.

XLIX

El día me pareció muy largo. Horas antes me habían despertado al alba con la muerte de Piro, y desde entonces había estado en constante actividad. Habíamos hecho progresos. Los dos maleantes principales estaban identificados. Lo único que teníamos que hacer era esforzarnos por encontrar su paradero. Petro podría estar convencido de que estábamos en el fin del mundo, donde no podían esconderse en ninguna parte, pero yo no estaba tan seguro. El breve conflicto con Ensambles había acabado con su muerte en el anfiteatro. Pero Florio y Norbano podían disponer de enormes recursos. A partir de aquel momento nuestra tarea podría ser dificil. De manera que, cuando volví a la residencia, estaba decidido a descansar. Encontré a Helena en nuestra habitación. Mandó traer unas bandejas de comida y nos quedamos juntos, en la intimidad, con nuestras hijas durante toda la tarde. Nadie nos molestó. Sí que pensé en hablar con Maya de Norbano, pero estaba demasiado cansado. Acabaríamos peleándonos. Al día siguiente, decidí, tal vez lograra ser más diplomático.

Petronio se había ofrecido voluntario para informar de la situación al gobernador. Puesto que Petro tenía que hablar con Frontino acerca de su propia posición clandestina en Britania, dejé que fuera solo. Él describiría las identidades de los gángsters y nuestro frustrado reconocimiento, y si discutía con Frontino sobre la acción a seguir —lo cual era muy probable, conociendo a los vigiles— era su problema.

La única queja que yo quería plantearles a los mandamases era su fracaso a la hora de proporcionar apoyo militar. Igual que me pasaba con el tema de Maya, estaba demasiado enojado para abordar el asunto en aquellos momentos…, vamos, que estaba demasiado agotado físicamente para comportarme con educación. Helena dijo que ella le había mencionado el problema a su tío, quien se había sorprendido. Según él, se habían dado rápidas órdenes para que las tropas acudieran a la arena y luego, más tarde, cuando Helena volvió a casa con Albia, se suponía que se había mandado más apoyo a casa de Norbano. Cuando le dije a Helena que allí nadie había aparecido se puso furiosa. Tras quedarme dormido, estoy seguro de que se escabulló y reprendió a Hilaris por haberme dejado solo ante el peligro.

Puede que eso ayudara a Petronio Longo. Su discusión con el gobernador debió de haber sido realmente convincente, pues obtuvo una escolta en toda regla para un plan con el que aun contaba. A la mañana siguiente me enteré de que, casi al anochecer, Petro cruzó el río y se dirigió cabalgando a la villa de Norbano. Estaba convencido de que tenía que registrarse aquella misma noche, de manera que partió tintineando a lomos de un caballo bajo la fantasmagórica luz de las antorchas. Yo sabía por qué: decidió que era Florio y no Norbano el que se había estado ocultando allí.

Mucho más tarde Petronio volvió a Londinium, decepcionado. Su grupo de búsqueda no había encontrado ningún indicio. La villa parecía haber sido desmantelada. Dejaron allí a un guardia con órdenes de llevar a cabo un minucioso registro a la mañana siguiente, con la luz del sol, y de esperar allí por si volvía alguno de los dos gángsters. Petronio fue cabalgando la mayor parte del camino de vuelta a la ciudad, pero estaba demasiado oscuro para cruzar el río, razón por la cual se dirigió al mesón de la orilla sur en el que había estado alojado y pasó allí la noche. Eso estuvo bien porque, de haber recibido en persona el mensaje de la mañana siguiente, estoy seguro de que se habría escabullido para ocuparse del asunto él solo. Me refiero al mensaje que Popilio trajo para Petro de parte de los dos cabecillas de la banda.

Popilio llegó a la hora del desayuno. Parecía sentirse incómodo. Puesto que Petronio se hallaba ausente, el gobernador ordenó al abogado que dijera lo que tuviera que decir. Con preocupación, Popilio repitió el mensaje de Norbano y Florio. Cuando lo oímos, reconocimos que había actuado de intermediario de forma correcta. Popilio se había dado cuenta de que la situación era desesperada. También nosotros.

El texto era cruel. Era una demanda de rescate, aunque no por dinero. Los de la banda decían que tenían a Maya. Se ofrecían a devolverla… a cambio de Petronio.

L

Cundió el pánico. Una rápida búsqueda puso de manifiesto que mi hermana no se encontraba en ningún lugar de la residencia. Nadie la había visto durante todo un día. La casa era grande y la gente iba y venía a su antojo. Además, con tanta agitación para identificar a los gángsters, nadie la había echado de menos. Su habitación estaba igual que cuando Helena y yo entramos en ella el día antes por la mañana; Maya no había dormido allí la pasada noche. Por si fuera poco, aunque los gángsters no los mencionaron, no pudimos encontrar a ninguno de sus hijos.

Todo cuanto recordábamos era que Maya había estado considerando si aceptar la invitación para visitar la villa de Norbano. Me pregunté entonces si la noche anterior Petronio había estado preocupado por algo más que por darle caza a Florio. ¿Habría ido a registrar allí de noche porque tenía miedo de que hubieran atraído a Maya a la guarida de la banda? Claro está que ella no sabía que Norbano era un villano. Maya compartía la opinión general de que su admirador era «una buena persona».

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