Por el aire, limpio como rara vez se puede ver en nuestros climas y centelleante por el reflejo de las aguas y del ocaso del sol, volaban alborotando bandadas de marabúes, fúnebres aves del Ganges que se nutren de los cadáveres que los indios abandonan en la corriente sagrada para que vayan más directamente al paraíso de su divinidad; y bandadas de cuervos, cigüeñas, bozagros y ánades.
Por el agua se deslizaban graciosamente barcas de todas formas, de las que se elevaban las monótonas cantinelas de los remeros.
El brahmán, después de haber observado a lo largo del río y los vecinos arrozales, ya cubiertos con largos tallos verdes que sostenían frutos hermosos, fijó la mirada en un grupo de cabañas, medio sepultado bajo las sombrías bóvedas de los palmiches y circundado por espesos matorrales.
Una larga hilera negra serpenteaba entre los arrozales y avanzaba lentamente. Desde aquella altura, parecía una columna de hormigas, pero la mirada aguda del brahmán pronto adivinó que se trataba de una multitud de personas.
—Son ellos —murmuró—, ¡Hagamos preparar el
pongol
!
Subió a una de las cuatro agujas y, cogiendo un mazo de madera cubierto de cuero, se puso a golpear furiosamente el gigantesco
tam-tam.
La chapa, sonora en extremo, produjo un sonido agudísimo, que rompió bruscamente el silencio que reinaba alrededor de la pagoda y repercutió en los bosquecillos próximos y en los arrozales.
El brahmán continuó aquella música ensordecedora durante dos minutos y luego, viendo acudir a muchos indios que habitaban un poblado próximo casi escondido por los palmiches, descendió a la pagoda y fue a abrir la puerta.
Bharata, acompañado por dos cipayos, se encontraba ya en la escalinata.
—¿Qué sucede? —preguntó al brahmán.
—Nos preparamos para celebrar el
madace-pongol.
¿No oyes el mugido de las vacas?
—¿Entrará mucha gente en la pagoda?
—Ciertamente.
—No lo permitiré.
El brahmán cruzó los brazos sobre el pecho, miró al sargento con ojos semicerrados, y finalmente, con voz tranquila, le dijo:
—¿Y desde cuándo los cipayos y el gobierno que los paga se permiten impedir las ceremonias de los hindúes?
—Hay dos hombres escondidos en tu pagoda —respondió Bharata. —Con tanto gentío pueden huir.
—Búscalos antes de que los fieles seguidores de Visnú lleguen aquí.
—No sé dónde se encuentran.
—Tampoco yo.
Después, sin parar mientes en el sargento, se dirigió a diez o doce campesinos que habían acudido a los sonoros toques del
tam-tam.
—Encended el fuego del
pongol
—les dijo.
—No permitiré que esa gente que avanza entre en la pagoda —dijo Bharata.
—Prueba a hacerlo —respondió el brahmán.
Luego le volvió decididamente la espalda y entró de nuevo en el templo con paso decidido.
Los campesinos encendieron un fuego gigantesco en la base de la escalinata y luego volvieron a sus cabañas para coger ollas, arroz y leche, con los que preparan todo para el
madame-pongol.
Esta ceremonia, que se celebra en el décimo mes de tai, correspondiente a nuestro enero, es una de las que los hindúes celebran con más devoción. Se destina a festejar la vuelta del sol al hemisferio septentrional y dura dos días.
La primera fiesta se llama
poerum-pongol
y se realiza en casa.
Se ponen a hervir cazuelas llenas de leche purísima y de arroz, y del modo en que hierve el líquido se deducen los auspicios. Antes que nada, sin embargo, debe purificarse el hornillo con estiércol de vaca. El arroz cocinado se sirve a los miembros de la familia y a todos los que han asistido a la ceremonia.
Por el contrario, la segunda fiesta se llama
madame-pongol,
o sea, fiesta de las vacas, animales que los indios consideran sagrados.
Se toman bastantes animales, se les doran los cuernos, se les adornan las colas con ramos de flores; después se les conduce en procesión por los campos, precedidos y seguidos por una multitud de músicos, encantadores de serpientes, bayaderas, sacerdotes y ante las pagodas se les da de comer el arroz hervido en la leche.
Una vez alimentadas las vacas, se mata un animal reservado para la fiesta, sea un caballo, un buey, un tigre o un simple ratón, después de haberlo dejado en libertad para ver qué camino emprende. De la dirección de su breve fuga se deducen buenos o malos auspicios.
Empezaban ya a hervir los grandes recipientes colmados de leche cuando la procesión, guiada por el astuto
porom-hungse,
llegó delante de la pagoda.
Se componía de más de medio millar de personas. Aquella multitud aullante se dirigió casi corriendo hacia la pagoda, empujando delante de sí a las vacas para las que estaba destinado el arroz cocinado con la leche; y cuando llegó ante la escalera, formó un amplio semicírculo, obligando a los soldados de Bharata a desalojarla apresuradamente.
Al final de un alegre ritual de
danza,
mientras los faquires conducían ante las calderas a las vacas para darles el arroz con la leche, Nimpor subió la escalinata del templo y se acercó al sacerdote brahmán, que estaba de pie en la puerta.
—Sacerdote de Brahma —le dijo, inclinándose, —el humilde
porom-hungse
se dirige a ti para obtener el permiso de llevar en procesión la estatua de Visnú que adoras en tu pagoda. Todos los faquires que me han seguido desean bendecirla en las olas sagradas del Ganges.
—Los faquires son hombres santos —dijo el brahmán. —Si es su deseo, que entren en la pagoda y lleven hasta la orilla del río la estatua del dios.
—No —dijo una voz cerca de ellos. —Nadie entrará en la pagoda a excepción del brahmán.
El
porom-hungse
se volvió y se encontró ante Bharata.
—¿Quién eres? —le preguntó.
—Ya lo ves, un sargento de cipayos.
—¡Ah!, sí, es verdad, un indio que ha vendido sus servicios a los opresores de la India —dijo Nimpor con ironía.
—¡Ten cuidado,
porom-hungse
! Tu lengua es demasiado larga.
Nimpor se volvió, e indicando al sargento la multitud que llenaba la plaza de la pagoda le dijo con acento amenazador:
—¡Mira! Casi todos son faquires, y sabes que no temen a la muerte.
Impídeles que entren en el templo y los verás transformados en algo tan feroz como los tigres de la jungla. Nadie tiene el derecho de impedir nuestras ceremonias religiosas. Y además, mira, cuéntalos: son quinientos y tú no tienes más que una docena de hombres.
Bharata hizo un gesto de despecho y dejó el campo libre, retirándose a la otra parte de la escalinata.
El
porom-hungse
fue rápido en aprovechar aquella retirada. Alzó el brazo que todavía tenía útil y en seguida veinte faquires entraron en el templo.
Todos iban provistos de barras de hierro, instrumentos que de un momento a otro podían convertirse en terribles armas ofensivas y matar a los cipayos del sargento si intentaban oponerse a sus propósitos.
La estatua del dios fue levantada y transportada al exterior. Los faquires que habían permanecido en la plaza saludaron la aparición de la encarnación de Visnú con gritos ensordecedores, mientras los músicos soplaban con fuerza sus instrumentos.
—¡Adelante! —mandó el
porom-hungse con
voz tronante.
Los veinte faquires, sosteniendo al enorme animal sobre sus barras de hierro, descendieron la escalinata y se pusieron en camino hacia la orilla del Ganges, precedidos por las danzarinas y los músicos y seguidos por los encantadores de serpientes y todos los demás fanáticos, que se apiñaban alrededor de las vacas.
Bharata y los cipayos, que no podían suponer que en el vientre del animal se escondían los dos
thugs,
no habían abandonado los alrededores de la pagoda, convencidos todavía de que el brahmán los había escondido en algún subterráneo.
El
porom-hungse,
contento por el éxito de su estratagema, guió a aquella turba clamorosa hasta la orilla del Ganges, escogiendo un punto que estaba cubierto por plantas tupidas, y rico, sobre todo, en cañas.
Con un gesto enérgico mandó a las danzadoras y a los músicos que se detuvieran a cincuenta pasos del río sagrado, para retener a los encantadores y los faquires de las diversas castas; luego, con los veinte fíeles que llevaban al animal, se metió entre las cañas y las anchas hojas de loto.
Se colocó al dios sobre un bajo fondo, de modo que la ola sagrada no le mojase más que la base. Después Nimpor buscó apresuradamente el botón que debía abrir la plancha.
Sus veinte hombres habían formado un amplio círculo alrededor del animal para ocultar mejor el engaño, precaución por lo demás casi inútil, pues la oscuridad era muy densa en aquel lugar cubierto por altísimos tamarindos.
Después de algunos instantes, saltó el muelle y la plancha se abrió.
—Pronto, salid —dijo Nimpor.
Tremal-Naik y el viejo
thug,
que comenzaban a estar cansados de aquella incómoda prisión, fueron rápidos para dejarse deslizar fuera y arrojarse entre las cañas y las hojas de loto.
—Volved a la pagoda —dijo el
porom-hungse
a los faquires. —El dios ya ha sido bañado en las olas del río sagrado.
Los veinte hombres recogieron sus barras de hierro, levantaron con gran esfuerzo al monstruoso animal y volvieron al tiempo que los músicos y los danzarines.
El numeroso cortejo se organizó rápidamente y volvió a tomar el camino de la pagoda entre un ruido ensordecedor.
Nimpor había permanecido en cuclillas sobre el bajo fondo como si tomase un baño. Cuando vio que el cortejo se alejaba se levantó diciendo:
—Pronto: ¡venid!
Tremal-Naik y el viejo
thug
lo siguieron y los tres llegaron a un matorral espeso.
—Gracias por tu intervención —le dijo Tremal-Naik. —Sin ti estaríamos todavía encerrados en el vientre de Visnú.
—Dejad los agradecimientos y ocupémonos del capitán —interrumpió Nimpor.
—¿Tienes noticias suyas? —preguntó el viejo
thug.
—Temo que mañana al amanecer parta para las
sunderbunds.
—¡Muerte de Siva! —exclamó Tremal-Naik palideciendo—. ¡Se marcha!
—Hoy el «Cornwall», que debe conducirlo a las
sunderbunds,
estaba con las calderas a toda presión.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Hider.
—¡Entonces, todo está perdido…!
—Todavía no. Es preciso correr a la Ciudad Blanca a informarnos de si tiene realmente intención de partir mañana.
—No perdamos un solo instante. ¿Dónde esta anclado el buque?
—Cerca del fuerte William.
—Hay que ir allí rápidamente.
—Está lejos —observó el viejo
thug.
—A poca distancia de aquí os espera vuestra chalupa —dijo el
porom-hungse.
—¿Se han salvado nuestros hombres?
—Sí.
—Vamos —dijo Tremal-Naik—. Si el «Cornwall» ha partido yo pierdo a Ada, pero vosotros perdéis a Suyodhana y a todos los jefes de vuestra secta.
Los tres hombres corrieron por la orilla del río, mientras en lontananza se oían resonar las trompas y redoblar ruidosamente los tambores de la procesión.
Trescientos metros más allá, Tremal-Naik y sus dos compañeros encontraron la chalupa escondida entre los cañaverales y vigilada por los seis remeros.
—¿Habéis visto a alguien rondar por estos alrededores? —les preguntó el viejo
thug.
—A nadie —respondieron.
—¿Creéis que podemos llegar al fuerte William antes del alba?
—preguntó Tremal-Naik.
—Quizá, forzando el ritmo —dijo uno de los seis indios.
—Cincuenta rupias si lo conseguís —dijo Nimpor.
—Gracias; basta con vuestra bendición —respondieron los
thugs.
La chalupa se separó rápidamente de la orilla y descendió por la corriente del río.
El viejo
thug
se había puesto al timón y a sus lados se habían sentado Tremal-Naik y el
porom-hungse.
Como el río estaba desierto a aquella hora bastante avanzada, la chalupa podía correr libremente sin temor a encuentros. Pero como aquella parte del río estaba interrumpida por frecuentes bancos de arena, el timonel se veía obligado a vigilar atentamente e incluso a describir grandes curvas.
Mientras los seis
thugs
que estaban a los remos avanzaban con creciente esfuerzo, Tremal-Naik y el
porom-hungse
reanudaron la interrumpida conversación.
—¿Has visto a Hider? —preguntó el cazador de serpientes de la jungla negra.
—Sí, hoy, antes de que recibiese el mensaje del brahmán.
—¿Y está seguro de que el capitán partirá al amanecer?
—Tiene motivos para creerlo —contestó el
porom-hungse. —
Vio ayer embarcar a dos compañías de infantería de Bengala, dos piezas de artillería y una cantidad considerable de municiones y víveres. Además, al mediodía la máquina ya estaba en marcha.
¿Estaba a bordo el capitán?
—No me lo ha sabido decir.
—¿Están todavía a bordo de la fragata los dos afiliados?
—Sí.
—Ellos me ayudarán en la empresa —dijo Tremal-Naik.
—¿Qué proyectos tienes?
—Embarcarme en la fragata.
—¿Quieres matarlo en su barco?
—No se me ocurre otro medio, especialmente ahora.
—¿Y si el barco hubiera partido?
—Iría a esperar al capitán a Raimangal.
—¡Llegarías demasiado tarde! Pero…
—Continúa.
—¿Sabes que también la cañonera en la que está embarcado Hider está a punto de zarpar?
—¿Y qué?
—Digo que en el caso de que el «Cornwall» hubiera partido podrías embarcarte en el «Devonshire» y desembarcar en la desembocadura del río. Esa cañonera debe de navegar mucho más de prisa que la fragata
—¿Será posible el embarco?
—Ya lo pensará Hider, en el caso de que debieras servirte del «Devonshire».
Mientras conversaban, la chalupa continuaba descendiendo por el Ganges con rapidez creciente. Ya habían rebasado la Ciudad Negra y corrían a lo largo de la orilla de la Ciudad Blanca cuando el alba comenzó a invadir casi bruscamente el cielo, haciendo palidecer la luz de las estrellas.