Mawhrin-Skel le dejó caer al suelo. Gurgeh sintió la vibración del impacto en su mandíbula y notó como sus dientes se clavaban en la punta de su lengua. Un sabor salado fue invadiendo su boca. «Ahora sí que voy a ahogarme», pensó. Acabaría ahogándose en su propia sangre. Esperó la llegada del temor. Tenía los ojos llenos de lluvia, pero no podía llorar.
–Bueno, pues imagínate eso pero ocho veces peor. Imagina lo que siento. ¡Estaba preparado para ser un buen soldado y luchar por todo lo que valoramos, quería buscar y aplastar a los bárbaros que se agitan a nuestro alrededor! Y todo eso desapareció, Jernau Gurgeh... Me lo arrebataron. Se esfumó sin dejar rastro. Mis sistemas sensoriales, mi armamento, incluso mi capacidad de memoria... Todo fue siendo degradado minuciosamente hasta convertirme en un lisiado. Puedo averiguar lo que hay dentro de los globitos de una partida de Acabado, te estoy empujando con un campo de fuerza ocho y te mantengo inmovilizado con lo que es una ridícula imitación del efector electromagnético que debería poseer..., pero todo esto no es nada, Jernau Gurgeh. No es nada... Es un eco, una sombra..., nada.
La unidad empezó a subir alejándose de él.
Le devolvió el control de sus músculos. Gurgeh intentó levantar su cuerpo del suelo empapado y se acarició la lengua con los dedos de una mano. La sangre había dejado de fluir y la herida ya se había cerrado. Gurgeh logró sentarse con cierta dificultad y se llevó la mano a la parte de su nuca que había chocado con el suelo. No le dolía. Se volvió hacia la pequeña máquina goteante que flotaba sobre el sendero.
–No tengo nada que perder, Gurgeh –dijo Mawhrin-Skel–. Ayúdame o destrozaré tu reputación, y no creas que bromeo. Puede que tu reputación no signifique mucho para ti, aunque lo dudo, pero lo haré aunque sólo sea porque causarte la más pequeña incomodidad imaginable ya me resultará terriblemente divertido. Y si tu reputación lo es todo para ti, y si hablabas en serio cuando dijiste que te suicidarías, cosa que también dudo... Bueno, aun así lo haría. Nunca he matado a un humano. Si me hubieran permitido entrar en CE quizá hubiera tenido ocasión de hacerlo más pronto o más tarde, pero... Creo que me conformaría con provocar un suicidio.
Gurgeh alzó una mano. Tenía la sensación de que su chaqueta-gabardina pesaba una tonelada. Los pantalones estaban empapados.
–Te creo –dijo–. Está bien, te creo... Pero ¿qué puedo hacer?
–Ya te lo he explicado –dijo la unidad, alzando la voz para hacerse oír por encima del viento que aullaba entre los árboles y las gotas de lluvia que se estrellaban contra los tallos de hierba–. Habla en favor mío. Tienes mucha más influencia de lo que crees. Utilízala.
–Pero yo no...
–He visto tu correo, Gurgeh –dijo la unidad con voz cansina–. ¿No sabes lo que significa que un VGS te mande una invitación? Es lo más cerca que puede llegar Contacto a ofrecer directamente un puesto. ¿Es que nadie te ha enseñado nunca nada aparte de a ganar en los juegos? Contacto quiere que trabajes para ellos. Oh, claro, ya sé que Contacto nunca solicita oficialmente los servicios de nadie. Tienes que mandar una solicitud, y cuando ya estás dentro el proceso para seguir adelante es justamente el inverso. Si quieres entrar en CE tienes que esperar a que ellos te manden una invitación... Pero puedes estar seguro de que te necesitan. Dios santo, ¿es que no eres capaz de comprender una indirecta?
–Aun suponiendo que tengas razón... ¿Qué he de hacer? ¿Quieres que me presente allí y diga «Eh, rehabiliten a esa unidad»? No seas estúpido. Ni tan siquiera sabría a quién he de acudir...
No quería decir nada sobre la noche anterior y la visita de la unidad de Contacto.
–Ya han hablado contigo, ¿no? –dijo Mawhrin-Skel–. Hace dos noches...
Gurgeh se puso en pie y se pasó las manos por la chaqueta-gabardina para quitar los granos de arena y la tierra que se habían pegado a la tela. El viento traía consigo ráfagas de lluvia que le azotaban. La aldea de la costa y la casa de su niñez casi habían desaparecido tras los oscuros telones del aguacero que caía del cielo.
–Sí, Jernau Gurgeh, te he estado vigilando –dijo Mawhrín-Skel–. Sé que Contacto se interesa por ti. No tengo ni idea de qué pueden querer de ti, pero te sugiero que lo averigües y aun suponiendo que no te guste el juego que te proponen... Bueno, más vale que intentes resultar convincente y que defiendas mi causa con todo el ardor de que seas capaz. Te estaré observando, y sabré si haces cuanto esté en tus manos o no. Te lo demostraré. Mira.
Una pantalla se fue desplegando delante de la unidad como una extraña flor plana y se expandió hasta formar un cuadrado que tendría unos veinticinco centímetros de arista. La pantalla se iluminó tiñendo la penumbra del aguacero con una débil claridad y mostró a Mawhrin-Skel emitiendo un cegador destello blanco sobre la mesa de piedra en casa de Hafflis. La escena estaba grabada desde arriba, probablemente desde un punto cercano a una de las nervaduras de piedra que se arqueaban sobre la terraza. Gurgeh volvió a ver como las ascuas ardían con más intensidad. Los farolillos de papel y las flores cayeron al suelo. «Oh, cielos –dijo Chamlis–. ¿Crees que he dicho algo que le ha molestado?» Se vio sonreír y tomar asiento delante del tablero en el que se jugaría la partida de Acabado.
La escena se desvaneció y fue sustituida por otra escena desde el mismo punto de vista. Una cama. Su cama, en el dormitorio principal de Ikroh... Gurgeh reconoció las esbeltas manos llenas de anillos de Ren Myglan rodeando su cuerpo y acariciándole la espalda. También había sonido.
–... ah, Ren, mi niña, mi bebé, amor mío...
–... Jernau...
–Unidad, eres un saco de mierda –dijo Gurgeh.
La escena se desvaneció y el sonido se esfumó con ella. La pantalla se dobló rápidamente sobre sí misma y volvió a quedar oculta dentro de la unidad.
–Puedes estar totalmente seguro de que eso es justo lo que soy, y procura no olvidarlo, Jernau Gurgeh –dijo Mawhrin-Skel–. Falsificar esas pequeñas intimidades habría sido de lo más sencillo, pero tú y yo sabemos que eran reales, ¿verdad que sí? Ya te lo he dicho. Te he estado vigilando, y seguiré haciéndolo.
Gurgeh escupió un poco de sangre.
–No puedes hacerme esto. Nadie puede comportarse de esta manera. No te saldrás...
–¿No me saldré con la mía? Bueno, quizá no. Quizá acabe recibiendo mi justo castigo, pero lo que debes comprender es que no me importa lo que pueda ocurrir. No puedo estar peor de lo que estoy ahora, ¿verdad? Así que... Bueno, voy a intentarlo.
La unidad vibró rápidamente para quitarse el agua que le había caído encima y se envolvió en un campo esférico que disipó la humedad dejando su estructura limpia y reluciente y protegiéndola de la lluvia.
–Vamos, vamos... ¿Es que no puedes entender lo que me han hecho? Condenarme a vagabundear eternamente por la Cultura sabiendo que estoy perdido y que nunca encontraré un lugar en ella..., preferiría que no me hubieran dado la existencia. Arrancaron mis garras, me extirparon los ojos y me dejaron a la deriva en un paraíso hecho para quienes no son como yo. ¿Y a eso le llaman compasión? Yo lo llamo tortura. Es una obscenidad, Gurgeh. Es un acto de barbarie, es..., es diabólico. ¿Conoces el significado de esa vieja palabra? Sí, ya veo que sí. Bueno, pues intenta imaginar lo que puedo sentir y lo que podría llegar a hacer y piensa en ello, Gurgeh. Piensa en lo que puedes hacer por mí y en lo que yo puedo hacerte.
La unidad empezó a retroceder alejándose por entre las cortinas de lluvia. Las gotas chocaban contra la curvatura del globo invisible creado por sus campos y se iban acumulando hasta crear hilillos de agua que se deslizaban sobre la superficie transparente de la esfera para acabar cayendo al suelo y desaparecer entre los tallos de hierba.
–Ya tendrás noticias mías. Adiós, Gurgeh –dijo Mawhrin-Skel.
La unidad salió disparada hacia el cielo envuelta en un cono gris de lluvia y viento. Gurgeh la perdió de vista en cuestión de segundos.
Permaneció inmóvil durante un rato limpiándose la arena y los tallos de hierba que se habían pegado a sus ropas empapadas. Después se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección contraria a la que había seguido hasta su encuentro con Mawhrin-Skel, avanzando lentamente entre el rugir del viento y el aguacero que caía sobre él.
Se volvió durante unos momentos hacia la casa en que había crecido, pero la tormenta que ondulaba alrededor de las dunas apenas si le dejó ver los contornos del caótico conjunto de edificios esparcidos al azar en que había transcurrido su infancia.
–Pero, Gurgeh, ¿cuál es el problema?
–¡No puedo decírtelo!
Fue hacia la pared opuesta a la ventana de la habitación principal del apartamento de Chamlis, giró sobre sí mismo y volvió a cruzar la habitación. Llegó a la ventana y se detuvo delante de ella. Sus ojos recorrieron la plaza que se extendía debajo del edificio.
La gente paseaba o estaba sentada a las mesas que había debajo de los toldos y arcadas de las galerías de piedra color verde claro que circundaban la plaza principal del pueblo. Las fuentes lanzaban sus chorros de agua hacia el cielo, los pájaros volaban de un árbol a otro y un tzile negro azabache casi tan grande como un humano adulto yacía sobre el tejado del templete/escenario/holopantalla que había en el centro de la plaza, dejando colgar una pierna por el borde de las tejas. Su tronco, cola y orejas se movían convulsivamente mientras soñaba; el sol arrancaba destellos a sus anillos, brazaletes y pendientes. Gurgeh vio como el delgado tronco de la criatura se movía perezosamente tensándose sobre sus articulaciones para extenderse por encima de su cabeza hasta rascar indolentemente la base del cuello cerca de su collar terminal. Después la probóscide negra cayó hacia atrás como si estuviera exhausta y se movió de un lado a otro durante unos segundos. Las carcajadas de quienes estaban sentados en las mesas más próximas llegaron a sus oídos. Hacía calor. Un dirigible rojo flotaba sobre las distantes colinas como una gran mancha de sangre perdida en el azul del cielo.
–Gurgeh –dijo Chamlis intentando razonar con él–, ¿cómo puedo ayudarte si te niegas a explicarme en qué consiste el problema?
–Basta con que respondas a esta pregunta. ¿Existe alguna forma de averiguar algo más sobre lo que quería Contacto? ¿Puedo volver a hablar con ellos? Sin que se entere todo el mundo, evidentemente... O... –Meneó la cabeza y se llevó las manos a las sienes–. No, supongo que se enterarían, pero eso ya no importa demasiado...
Se detuvo junto a la pared y contempló los bloques de piedra arenisca que había entre los cuadros. Los apartamentos habían sido construidos al estilo antiguo y las junturas que había entre los bloques de arenisca eran de color negro y estaban adornadas con perlitas blancas. Gurgeh contempló las esferitas incrustadas en aquellas líneas e intentó pensar. Tenía que decidir lo que podía preguntar y lo que podía hacer para salir de aquel lío.
–Puedo ponerme en contacto con las dos naves que conozco –dijo Chamlis–. Puedo interrogar a las dos naves con las que hablé antes. Quizá tengan alguna idea de en qué consistía la oferta de Contacto. –Chamlis observó a los peces plateados que se alimentaban en silencio–. Si lo deseas puedo hacerlo ahora mismo.
–Sí, por favor –dijo Gurgeh–. Hazlo.
Se apartó de la pared dando la espalda a los bloques de arenisca y las perlas cultivadas. Sus zapatos repiquetearon sobre las baldosas del suelo. Volvió a contemplar la plaza iluminada por el sol. El tzile seguía durmiendo. Gurgeh podía ver el lento movimiento de las mandíbulas de la criatura, y se preguntó qué palabras estaría articulando en sueños.
–No sabré nada hasta dentro de algunas horas –dijo Chamlis. La tapa de la pecera se cerró. La unidad guardó el recipiente de la comida para peces en un cajón de la mesita de líneas esbeltas y frágiles que había junto a la pecera–. Las dos naves están bastante lejos... –Chamlis dio unos cuantos golpecitos en un lado de la pecera con un campo plateado y los peces fueron hacia allí para investigar la causa de aquel ruido–. Pero... ¿Por qué? –preguntó la unidad volviéndose hacia Gurgeh–. ¿Qué ha cambiado? ¿En qué clase de problema..., en qué clase de problema puedes haberte metido? Gurgeh, por favor... Cuéntame de qué se trata. Quiero ayudarte.
La máquina flotó en silencio hacia el humano. Gurgeh seguía inmóvil delante de la ventana contemplando la plaza con las manos unidas detrás de la espalda sin darse cuenta de que sus dedos se estrujaban lentamente los unos a los otros. La vieja unidad jamás le había visto tan nervioso y preocupado.
–Nada –dijo Gurgeh con desesperación. Meneó la cabeza sin mirar a la unidad–. Todo sigue igual. No hay ningún problema. Necesito averiguar unas cuantas cosas, nada más.
El día anterior volvió directamente a Ikroh. Fue a la habitación principal –la casa había encendido la chimenea un par de horas antes en cuanto recibió el pronóstico meteorológico–, se quitó las ropas empapadas. Estaban tan sucias que las arrojó a las llamas. Se dio un baño caliente seguido por un baño de vapor, sudó, jadeó e intentó sentirse limpio. El baño de inmersión estaba tan frío que la superficie del agua se encontraba cubierta por una delgada capa de hielo. Gurgeh se zambulló medio esperando que la conmoción provocada por el brusco cambio de temperatura haría que su corazón dejase de latir.
Después fue a la habitación principal, se sentó delante de la chimenea y se dedicó a contemplar cómo ardían los troncos. Intentó calmarse y cuando se sintió capaz de pensar con claridad llamó al Cubo de Chiark.
–Gurgeh; Makil Stra-Bey de nuevo, a tu servicio. ¿Qué tal va todo? No habrás tenido otra visita misteriosa de Contacto, ¿verdad?
–No. Pero tengo la sensación de que dejaron algo escondido cuando estuvieron aquí..., algo cuya misión es observarme.
–Qué... ¿Te refieres a un sensor, un microsistema o algo parecido?
–Sí –dijo Gurgeh.
Se reclinó en el sofá. Sólo llevaba puesto un albornoz. Los baños le habían dejado la piel tan limpia que casi podía verla brillar. La voz afable y comprensiva del Cubo hizo que se sintiera mejor. Todo iría bien. Daría con alguna forma de salir de aquel atolladero. Probablemente se había asustado por nada. Mawhrin-Skel no era más que una máquina demente con delirios de poder y grandeza. No conseguiría probar nada, y si se limitaba a hacer afirmaciones que no podía apoyar con pruebas nadie la creería.