–¿Qué te hace pensar que estás siendo sometido a vigilancia?
–No puedo decírtelo –replicó Gurgeh–. Lo siento, pero... He visto algunas pruebas que me inducen a creerlo. ¿Puedes enviar algo a Ikroh para que registre la casa? Robots, lo que sea... Y suponiendo que hubieran dejado algo, ¿serías capaz de encontrarlo?
–Si funciona con tecnología corriente sí, pero depende de su nivel de sofisticación. Una nave de guerra puede ejercer la vigilancia pasiva utilizando su efector electromagnético. Pueden observarte escondidos debajo de cien kilómetros de roca desde el sistema estelar contiguo y decirte qué tomaste para cenar. Tecnología hiperespacial, ¿comprendes? Hay defensas contra ella, pero no existe ninguna forma de saber si se está utilizando.
–No creo que sea nada tan complicado. Debe tratarse de un sensor, una cámara o algo parecido.
–Supongo que debería poder detectarlo. Te enviaremos un equipo dentro de uno o dos minutos. ¿Quieres que protejamos este canal de comunicación? No podemos hacerlo totalmente invulnerable, pero podemos conseguir que les resulte bastante más difícil averiguar lo que decimos.
–Sí, por favor.
–No es problema. Coge el altavoz de la terminal y métetelo en la oreja. Protegeremos el exterior con un campo de sonido.
Gurgeh siguió las instrucciones. Ya se sentía mejor. El Cubo parecía saber lo que estaba haciendo.
–Gracias, Cubo –dijo–. Te estoy muy agradecido.
–Eh, Gurgeh, no hace falta que nos des las gracias... Estamos aquí precisamente para eso. ¡Además, es muy divertido!
Gurgeh sonrió. La suave vibración procedente del tejado le indicó que el equipo enviado por el Cubo acababa de llegar.
Los robots recorrieron la casa buscando sensores y protegieron los edificios y el terreno circundante en la medida de sus posibilidades. Polarizaron las ventanas y corrieron las cortinas; colocaron una alfombrilla especial debajo del sofá en el que estaba sentado e incluso instalaron una especie de filtro o válvula en el interior de la chimenea.
Gurgeh se sintió agradecido y mimado y tuvo la sensación de ser alguien importante y, al mismo tiempo, de estar haciendo el ridículo.
Puso manos a la obra. Usó su terminal para examinar los bancos de datos del Cubo. Los bancos contenían casi todas las informaciones de importancia, significado o utilidad entre vital y práctica que la Cultura había ido acumulando a lo largo de su existencia; un océano casi infinito de hechos, sensaciones, teorías y obras de arte al que la red de información de la Cultura iba añadiendo todo un torrente de datos nuevos cada segundo del día.
Si sabías formular las preguntas adecuadas podías dar con casi todas las respuestas necesarias, y aunque no estuvieras en condiciones de hacer esas preguntas los bancos eran tan perfectos que te permitían averiguar muchas cosas. La libertad de información en la Cultura era total, al menos teóricamente, pero la trampa estaba en considerar la consciencia como algo privado, por lo que las informaciones contenidas en una Mente —es decir, en lo que no era considerado un sistema inconsciente, como los bancos de memoria del Cubo– formaban parte del ser de la Mente y eran tan sacrosantas como el contenido de un cerebro humano. Una Mente podía estar informada de cualquier conjunto de hechos o mantener las opiniones que le diera la gana sin tener ninguna obligación de revelarle a nadie lo que sabía o pensaba o el porqué.
Y mientras el Cubo protegía su intimidad Gurgeh no necesitó interrogar a Chamlis para descubrir que lo que Mawhrin-Skel le había dicho podía ser cierto. Existían niveles de grabación de acontecimientos que resultaban muy difíciles de falsificar y que podían ser utilizados por las unidades cuyo potencial estuviera por encima del promedio. Ese tipo de grabaciones serían aceptadas como auténticas, sobre todo si venían avaladas por el testimonio de una Mente que hubiese presenciado los acontecimientos durante una conexión establecida en tiempo real. El optimismo que le había hecho sentir la llegada del equipo empezó a disiparse.
Aparte de eso, existía una Mente de CE –la de la Unidad de Ofensiva Limitada
Cañonera diplomática
, en concreto– que había apoyado la apelación presentada por Mawhrin-Skel contra la decisión que le había apartado definitivamente del servicio activo en Circunstancias Especiales.
La sensación de aturdimiento y horror volvió a adueñarse lentamente de él.
No logró averiguar cuándo tuvo lugar el último contacto entre Mawhrin-Skel y la UOL. Eso también se consideraba información confidencial. La intimidad... Gurgeh lanzó una carcajada llena de amargura y pensó en la nula intimidad de que había disfrutado durante los días y noches pasados.
Pero descubrió que a pesar de haber sido degradada a la condición de civil, una unidad como Mawhrin-Skel seguía siendo capaz de establecer una conexión en tiempo real de un solo sentido con una nave que se encontraba a milenios de distancia, siempre que la nave estuviera advertida de antemano y enfocara sus sistemas sensores hacia la dirección de la que iba a llegar esa señal. No logró averiguar cuál era la posición de la
Cañonera diplomática
–la rutina de CE exigía que sus naves mantuvieran el más absoluto secreto sobre sus desplazamientos–, pero envió un mensaje a la nave solicitando que le comunicara esos datos.
La información que había descubierto le hizo pensar que la afirmación hecha por Mawhrin-Skel de que la Mente había grabado su conversación no podría sostenerse si la nave se encontraba a más de veinte milenios de distancia. Si descubría que la nave se encontraba al otro extremo de la galaxia, por ejemplo, estaba claro que la unidad había mentido y en tal caso Gurgeh no corría ningún peligro.
Gurgeh intentó consolarse con la esperanza de que la nave estuviera al otro extremo de la galaxia, de que se encontrara a cien mil años luz de distancia o más o de que hubiera enloquecido y hubiese puesto rumbo hacia un agujero negro o hubiera decidido largarse a otra galaxia, o de que hubiera tropezado con una nave alienígena hostil lo bastante poderosa para borrarla de los cielos convirtiéndola en polvo cósmico... Cualquier cosa, siempre que la nave no hubiera podido establecer aquella conexión en tiempo real.
Por lo demás todo lo que Mawhrin-Skel le había dicho parecía factible. Podía hacerse. La unidad podía someterle a chantaje. Gurgeh se reclinó en el sofá mientras el fuego de la chimenea se iba apagando y los robots del Cubo flotaban por toda la casa comunicándose mediante chasquidos y zumbidos. Clavó los ojos en las cenizas grisáceas deseando que nada de todo aquello fuese real y que no hubiese ocurrido, y se maldijo por haber permitido que la diminuta unidad le convenciera de hacer trampas.
«¿Por qué? –se preguntó–. ¿Por qué lo hice? ¿Cómo puedo haber sido tan estúpido?» Oh, claro, en aquel momento le pareció algo tan atractiva y fascinantemente peligroso... Pero, después de todo, ¿acaso no era distinto a los demás? Era el gran jugador, y eso hacía que pudiera permitirse el lujo de tener ciertas excentricidades y le concedía la libertad de fijar sus propias reglas. No había deseado la gloria para sí mismo. Y ya había ganado la partida. Lo único que deseaba era que alguien de la Cultura lograra crear la Red Completa, ¿verdad? Gurgeh no era un tramposo. Nunca había hecho trampas en el juego y no volvería a hacerlas. Maldito Mawhrin-Skel... ¿Cómo podía hacerle esto? ¿Y por qué se había dejado convencer? Oh, ¿por qué no podía ser todo un mal sueño? ¿Por qué no conocían el secreto del viaje temporal para que pudiera volver al pasado e impedir que ocurriera? Naves capaces de recorrer toda la galaxia en unos cuantos años, que podían contar todas las células de tu cuerpo desde años luz de distancia, y Gurgeh no podía viajar por el tiempo ni un miserable día para volver al pasado y alterar una decisión estúpida, vergonzosa e insignificante...
Apretó los puños intentando aplastar la terminal que sostenía en su mano derecha, pero la estructura de la terminal era demasiado sólida. Sintió una punzada de dolor en la mano.
Intentó pensar con calma. Bien, suponiendo que ocurriera lo peor... La Cultura tenía una actitud más bien desdeñosa hacia la fama individual y eso hacía que el escándalo no le pareciese demasiado interesante –y, de todas formas, su conducta no había sido demasiado escandalosa–, pero estaba seguro de que si Mawhrin-Skel hacía pública la grabación que afirmaba poseer ésta no tardaría en extenderse. La gente se enteraría de que Gurgeh había hecho trampas.
La compleja estructura de comunicaciones que unía a cada hábitat de la Cultura –nave, roca, Orbital o planeta– con el resto de la sociedad incluía muchas redes y servicios especializados en noticias de actualidad. En algún lugar habría alguien a quien le encantaría difundir la grabación de Mawhrin-Skel. Gurgeh conocía un par de servicios de juegos creados hacía poco tiempo cuyos editores, escritores y corresponsales estaban convencidos de que él y la inmensa mayoría de los jugadores y autoridades famosos eran una especie de jerarquía asfixiante con demasiados privilegios. Opinaban que el público prestaba demasiada atención a lo que hacían unos cuantos jugadores e intentaban desacreditar a lo que llamaban la vieja guardia (y Gurgeh, para gran sorpresa y diversión suya, había descubierto que estaba incluido en aquel grupo). La grabación de Mawhrin-Skel haría que diesen saltos de alegría. Gurgeh podía negarlo todo en cuanto se hubiera difundido y tenía la seguridad de que algunas personas le creerían pese a la solidez de las pruebas en su contra, pero los otros jugadores de primera categoría y los servicios responsables, sólidamente establecidos y que gozaban de una gran autoridad, sabrían que estaba mintiendo y eso era precisamente lo que Gurgeh no podría soportar.
Podría seguir jugando y se le permitiría publicar, registrar sus artículos en la categoría de acceso libre al público y probablemente muchos de ellos gozarían de una gran difusión. No tan amplia como antes, desde luego, pero no se le sometería a ninguna clase de ostracismo. Sería algo mucho peor que eso. Le tratarían con tolerancia, comprensión y compasión pero... Nunca le perdonarían lo que había hecho.
¿Podría acostumbrarse a semejante situación? ¿Podría soportar la tormenta de maledicencia y miradas maliciosas que caería sobre él, por no hablar de las burlonas expresiones de condolencia de sus rivales? El paso del tiempo quizá acabaría haciendo que todo quedase olvidado. Unos cuantos años y... No, no lo creía. No en su caso. Siempre estaría allí. No podía encararse con Mawhrin-Skel, reírse de él y decirle que difundiera la grabación. La unidad tenía razón. Una vez hecha pública la grabación arruinaría su reputación y le destruiría.
Contempló los troncos del hogar y vio como iban pasando del rojo oscuro al gris. Le dijo al Cubo que ya había terminado, y el Cubo hizo que la casa recobrara la normalidad con la mayor discreción posible y le dejó a solas con sus pensamientos.
Despertó a la mañana siguiente y descubrió que seguía estando en el mismo universo. No había sido una pesadilla y el tiempo no había corrido hacia atrás. Todo lo que había sucedido seguía siendo real.
Cogió un vehículo subterráneo y fue a Celleck, la aldea en la que Chamlis Amalk-Ney vivía envuelto en una extraña y anticuada aproximación a la domesticidad humana hecha de cuadros, muebles antiguos, paredes de piedra arenisca, peceras y terrarios de insectos.
–Averiguaré cuanto pueda, Gurgeh. –Chamlis lanzó un suspiro y se puso junto a él para observar la plaza–. Pero no puedo garantizarte que lo consiga sin que quien estaba detrás de la misteriosa visita de Contacto se entere de ello. Quizá crean que te interesa su oferta.
–Quizá me interese –dijo Gurgeh–. Puede que quiera volver a hablar con ellos. No lo sé.
–Bueno, ya he enviado el mensaje a mis amigos, pero...
Y de repente Gurgeh tuvo una idea muy extraña y francamente paranoica. Se volvió hacia Chamlis.
–Esos amigos tuyos... ¿Alguno es una nave?
–Sí, los dos –dijo Chamlis.
–¿Cuáles son sus nombres?
–La
Pues claro que sigo queriéndote
y la
Limítese a leer las instrucciones.
–¿No son naves de guerra?
–¿Con esos nombres? Son UGC, ¿qué otra cosa iban a ser si no?
–Bien –dijo Gurgeh. Se relajó un poco y volvió a mirar hacia la plaza–. Bien... Me alegro.
Tragó una honda bocanada de aire.
–Gurgeh, ¿no puedes...? Por favor, cuéntame qué te ocurre. –La voz de Chamlis casi parecía impregnada de tristeza–. Ya sabes que lo que me digas quedará entre nosotros, ¿verdad? Deja que te ayude. No sabes lo que me duele verte así. Si hay algo que...
–Nada –dijo Gurgeh, y se volvió hacia la máquina. Meneó la cabeza–. No puedes hacer nada más por mí. Si pudieras hacer alguna otra cosa... Ya te lo haría saber. –Empezó a cruzar la habitación. Chamlis le siguió con su banda sensorial–. Tengo que marcharme. Ya nos veremos, Chamlis.
Fue al conducto subterráneo. Se sentó en el vehículo y clavó los ojos en el suelo. El vehículo tuvo que pedirle cuatro veces que le indicara adonde quería ir antes de que Gurgeh se diera cuenta de que estaba hablando con él. Se lo dijo.
Gurgeh estaba contemplando una de las pantallas murales, viendo desfilar las estrellas, cuando la terminal emitió un zumbido.
–¿Gurgeh? Makil Stra-Bey otra vez de nuevo y una vez más.
–¿Qué ocurre? –preguntó secamente Gurgeh, algo irritado ante la jovialidad de la Mente.
–La nave acaba de contestar enviando la información que solicitaste.
Gurgeh frunció el ceño.
–¿Qué nave? ¿Qué información?
–La
Cañonera diplomática
, jugador nuestro. Su posición.
El corazón empezó a latirle más deprisa y sintió que se le formaba un nudo en la garganta.
–Sí –dijo, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para pronunciar la palabra–. ¿Y?
–Bueno, no ha sido una contestación directa. La envió a través del VGS
Indiscreción juvenil
y le pidió que confirmara su posición.
–Sí, sí... ¿Dónde se encuentra?
–En el macizo Altabien-Norte. Ha enviado las coordenadas, aunque el grado de precisión no es demasiado...
–¡Olvídate de las coordenadas! –gritó Gurgeh–. ¿Dónde está ese macizo? ¿A qué distancia se encuentra de aquí?
–Eh, cálmate. Está a unos dos milenios y medio de distancia.
Gurgeh se reclinó en el asiento y cerró los ojos. El vehículo empezó a disminuir la velocidad.