El jugador (10 page)

Read El jugador Online

Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El jugador
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

Aquella noche la chica tenía esa clase de suerte. Hizo las conjeturas correctas sobre las piezas de Gurgeh y capturó varias cuentas importantes no muy bien disfrazadas; previo movimientos que Gurgeh había colocado en las cuentas de Profecía e ignoró todas las trampas y fintas tentadoras que Gurgeh le puso delante.

Gurgeh logró resistir y fue dando con defensas improvisadas fruto de la desesperación que oponer a cada nuevo ataque, pero estaba jugando de una forma demasiado apresurada, excesivamente táctica y supeditada a las circunstancias de cada momento. No conseguía acumular el tiempo que necesitaba para ir moviendo sus piezas o desarrollar una estrategia. Estaba limitándose a responder y a reaccionar, y Gurgeh siempre había preferido tomar la iniciativa del juego lo más pronto posible.

Necesitó algún tiempo para comprender hasta dónde llegaba la audacia de la chica. Olz quería conseguir una Red Completa, nada menos que la captura simultánea de todos los puntos disponibles que había en el espacio del juego. No se estaba limitando a intentar ganar, sino que intentaba ganar creando una configuración que sólo había sido materializada por un puñado de los mejores jugadores de Acabado y, que Gurgeh supiera, una que aún no había sido conseguida por ningún habitante de la Cultura. Casi no podía creerlo, pero eso era justamente lo que estaba intentando. Olz iba minando la disposición de sus piezas, pero no acababa con ellas. Retrocedía y atacaba utilizando las debilidades del despliegue de Gurgeh, pero no explotaba su ventaja para irle dejando sin piezas.

Estaba invitándole a responder, naturalmente, y le daba más posibilidades de alzarse con la victoria e incluso de lograr el mismo resultado portentoso que andaba buscando, aunque en el caso de Gurgeh sus esperanzas de conseguirlo eran bastante más reducidas que las de Olz. ¡Pero la increíble confianza en sí misma que implicaba aquella forma de jugar...! ¡La experiencia e incluso la arrogancia que revelaban eran pura y simplemente desmesuradas!

Gurgeh contempló el delgado y tranquilo rostro de la chica por entre la red de alambres y esferitas suspendidas que le separaba de ella y no pudo evitar el que su ambición, su presuntuosa habilidad y la fe que tenía en sí misma le hicieran sentir una cierta admiración. Olz se había fijado el objetivo de dar una exhibición e impresionar al público y no se conformaba con una simple victoria, pese a la innegable realidad de que la victoria significaría haber superado a un jugador tan famoso y respetado como él. ¡Y Boruelal había pensado que quizá la intimidaba! Bueno, mejor para ella...

Gurgeh se inclinó hacia adelante y se frotó la barba. Había dejado de prestar atención al gentío que se apelotonaba en el balcón observando el desarrollo de la partida en el más absoluto silencio.

Y Gurgeh logró mejorar sus posiciones, en parte por suerte y en parte usando una habilidad superior a la que incluso él mismo creía poseer. El juego seguía apuntando a una victoria con Red Completa y Olz era quien seguía teniendo más posibilidades de lograr la configuración, pero por lo menos la situación de Gurgeh ya no parecía tan desesperada como antes. Alguien le trajo un vaso de agua y un poco de comida. Después Gurgeh recordaría vagamente haberle dado las gracias.

La partida siguió. La gente iba y venía a su alrededor. La red contenía todo lo que le importaba en la vida. Las esferitas que encerraban sus tesoros y amenazas secretas se convirtieron en diminutas porciones de vida y muerte, puntos de probabilidad aislados sobre los que se podían hacer conjeturas pero que sólo revelarían su contenido cuando fueran desafiados, abiertos y escrutados. Toda la realidad parecía reposar sobre aquellos infinitesimales bultitos de significado.

Gurgeh ya no sabía qué drogas circulaban por su organismo, y no tenía ni idea de qué sustancias estaba utilizando la chica. El espacio y el tiempo habían dejado de existir para él.

Gurgeh y Olz relajaron su concentración durante unos movimientos y la partida volvió a cobrar vida de repente. Poco a poco y de forma muy gradual Gurgeh fue comprendiendo que su cabeza había creado un modelo imposiblemente complejo de la situación. El modelo encerraba tantos planes y variables distintas que resultaba prácticamente imposible de aprehender racionalmente.

Gurgeh contempló el modelo y lo alteró.

Y la partida sufrió un cambio repentino.

Había percibido una forma de ganar. La Red Completa seguía siendo una posibilidad..., y ahora la posibilidad era suya. Todo dependía de sus movimientos. Otra alteración. Sí, ganaría. Estaba casi seguro de ello.

Pero ya no le bastaba con eso. La Red Completa le hacía guiños y se balanceaba ante él ofreciéndole su seductora realidad...

–¿Gurgeh? –Boruelal le sacudió por los hombros. Gurgeh alzó la mirada. La primera luz del alba asomaba por encima de las montañas. Boruelal parecía sobria, y tenía la piel de un color grisáceo–. Gurgeh, un descanso... Lleváis seis horas jugando. ¿Estás de acuerdo? Un descanso... ¿Sí?

Los ojos de Gurgeh atravesaron la red y se posaron en el rostro de la chica. Estaba tan pálida que su piel parecía cera. Miró a su alrededor con cara de perplejidad. El balcón estaba casi vacío. Los farolillos de papel también habían desaparecido. Gurgeh lamentó vagamente haberse perdido el pequeño ritual de arrojarlos por el balcón y ver como bajaban flotando hasta esfumarse en la espesura del bosque.

Boruelal volvió a sacudirle por los hombros.

–Gurgeh...

–Sí, un descanso. Sí, claro... –graznó.

Se puso en pie. Tenía el cuerpo envarado y tenso. Sus músculos protestaron y oyó el crujir de sus articulaciones.

Chamlis tenía que seguir ejerciendo su función de controlador y no podía apartarse del tablero de juego. La claridad grisácea del alba se fue extendiendo por el cielo. Alguien le dio un poco de sopa caliente y Gurgeh la fue sorbiendo mientras comía unas galletas y paseaba durante un rato bajo las ahora silenciosas arcadas. Algunas personas dormían, seguían hablando o bailaban moviéndose lentamente al son de la música grabada. Gurgeh se apoyó en la balaustrada y contempló los rápidos que espumeaban un kilómetro más abajo. Sorbió la sopa y masticó las galletas sin salir del aturdimiento producido por los movimientos de la partida, que seguían desarrollándose una y otra vez dentro de su cabeza.

Las luces de los pueblos y aldeas esparcidos por la llanura cubierta de niebla que se extendía más allá del semicírculo de oscuridad ocupado por los pinares parecían débiles y temblorosas. Las cimas de las montañas brillaban con un leve resplandor rosado.

–Jernau Gurgeh... –dijo una voz.

Gurgeh siguió contemplando la llanura. Mawhrin-Skel surgió de la nada y se detuvo a un metro de su rostro.

–Mawhrin-Skel –dijo Gurgeh en voz baja.

–Buenos días.

–Buenos días.

–¿Qué tal va la partida?

–Muy bien, gracias. Creo que ganaré... De hecho, estoy casi seguro. Pero aparte de eso existe la posibilidad de que pueda conseguir... –Sintió que sus labios se curvaban en una sonrisa–. Bueno, puede que consiga algo más que una mera victoria.

–¿De veras?

Mawhrin-Skel siguió inmóvil flotando en el vacío delante de su cara. La unidad hablaba en voz muy baja aunque no había nadie cerca. Tenía los campos apagados. Sus placas eran una extraña mixtura de tonos grisáceos que variaban de un lugar a otro.

–Sí –dijo Gurgeh, y le explicó brevemente que creía poder conseguir una Red Completa.

La unidad pareció entenderlo.

–Así que vas a ganar la partida pero además quizá consigas la Red Completa, una configuración que ningún jugador de la Cultura ha logrado salvo en exhibiciones para demostrar que era posible, y no en una partida real.

–¡Así es! –Gurgeh asintió y siguió observando la llanura puntuada de luces–. Así es...

Terminó la última galleta y se frotó las manos muy despacio para quitarse las migajas. Dejó el cuenco de sopa encima de la balaustrada.

–¿Y tiene alguna importancia? –preguntó Mawhrin-Skel hablando muy despacio–. Me refiero a lo de ser el primero que consiga una Red Completa.

–¿Hmmmm? –replicó Gurgeh.

Mawhrin-Skel se acercó unos centímetros más a su rostro.

–¿Es realmente importante? Alguien acabará consiguiendo esa configuración pero... ¿Importa mucho quién sea? No soy un experto, pero me parece una eventualidad que es muy improbable llegue a producirse en una partida real... ¿Tiene mucho que ver con la habilidad del jugador o no?

–No más allá de cierto punto –admitió Gurgeh–. Requiere una combinación de suerte y genio.

–Pero tú podrías ser la persona que consiguiera esa configuración.

–Quizá. –Gurgeh contempló la llanura, sintió la fría caricia del aire de la mañana y tiró de los pliegues de su chaqueta–. Depende de que ciertas cuentas de colores se encuentren dentro de ciertas esferas metálicas. –Se rió–. Una victoria de la que se hablaría en todos los lugares de la galaxia donde se juega, y depende de que una niña haya colocado ciertas... —No llegó a completar la frase. Clavó los ojos en la diminuta unidad y frunció el ceño–. Lo siento, creo que me he puesto un poco melodramático. –Se encogió de hombros y se apoyó en la balaustrada de piedra–. Sería..., sería muy agradable, pero me temo que hay muy pocas posibilidades de conseguirlo. Alguien acabará consiguiéndolo más tarde o más temprano.

–Pero ese alguien podrías ser tú –siseó Mawhrin-Skel, y se acercó un poco más a su rostro.

Gurgeh tuvo que retroceder un poco para verle con claridad.

–Bueno...

–¿Por qué dejarlo al azar, Jernau Gurgeh? –preguntó Mawhrin-Skel retrocediendo unos centímetros–. ¿Por qué abandonarlo a la mera estupidez de la suerte?

–¿De qué estás hablando? –dijo Gurgeh muy despacio.

Entrecerró los ojos. El trance de las drogas se estaba disipando y el hechizo no tardaría en esfumarse. Tenía la sensación de que todo su organismo estaba funcionando al máximo de su capacidad. Se sentía entre nervioso y vagamente excitado.

–Puedo revelarte qué cuentas hay dentro de cada globo –dijo Mawhrin-Skel.

Gurgeh dejó escapar una leve carcajada.

–Tonterías.

La unidad volvió a acercarse a su rostro.

–Puedo hacerlo. Cuando me declararon inútil para el servicio activo y me echaron de CE... Bueno, no me quitaron todo el equipo que llevaba incorporado, ¿sabes? Poseo sentidos de los que imbéciles como Amalk-Ney ni tan siquiera han oído hablar. –La unidad se acercó un poco más–. Deja que los utilice, deja que te diga cuáles son las posiciones de cada cuenta. Deja que te ayude a conseguir la Red Completa.

Gurgeh se apartó de la balaustrada y meneó la cabeza.

–No puedes hacerlo. Las otras unidades...

–...son estúpidas, Gurgeh –insistió Mawhrin-Skel–. Oh, les he tomado bien la medida, créeme. Confía en mí. Si hubiera otra máquina de CE... Entonces decididamente no; si hubiese alguien de Contacto probablemente tampoco me atrevería, pero... ¿Ese montón de antiguallas? Puedo averiguar dónde ha puesto cada cuenta. ¡Puedo hacerlo!

–No haría falta que averiguaras dónde están todas las cuentas –dijo Gurgeh.

Movió la mano. Parecía inquieto.

–¡Mejor aún! ¡Deja que lo haga! ¡Sólo para demostrarte que soy capaz de hacerlo! ¡Para demostrármelo a mí mismo!

–Mawhrin-Skel, estás hablando de hacer trampas –dijo Gurgeh.

Sus ojos recorrieron la plaza. No había nadie cerca. Los farolillos de papel y los arcos de piedra de los que colgaban eran invisibles desde su posición actual.

–Vas a ganar. ¿En qué cambia eso las cosas?

–Sigue siendo hacer trampas.

–Tú mismo has dicho que todo es cuestión de suerte. Has ganado...

–Aún no.

–Oh, venga, estás casi seguro de que vas a ganar... Tienes mil posibilidades de ganar contra una de perder.

–Probablemente algunas menos –admitió Gurgeh.

–La partida ha terminado. La chica no puede perder más de lo que ya ha perdido, ¿verdad? Deja que forme parte de una partida que se convertirá en historia. ¡Dale eso por lo menos!

–Sigue... –dijo Gurgeh golpeando la balaustrada con la palma de la mano–, siendo... –otro golpe–, ¡hacer trampas!

Dio un último golpe sobre la balaustrada.

–Baja la voz –murmuró Mawhrin-Skel y retrocedió unos centímetros. Cuando volvió a hablar lo hizo en un tono tan bajo que Gurgeh tuvo que inclinarse hacia la unidad para oír sus palabras–. Es una pura cuestión de suerte. Cuando la habilidad ya ha desempeñado su papel todo lo que queda se reduce a la suerte, ¿no? La suerte fue la que me proporcionó una cara tan fea que no encajaba en Contacto, es la suerte la que te ha convertido en un gran jugador y es la suerte la que te ha traído aquí esta noche. Ninguno de los dos fuimos totalmente planeados, Jernau Gurgeh. Tus genes te han determinado y los genes manipulados de tu madre se aseguraron de que no nacerías lisiado o subnormal. El resto es suerte y azar. Se me creó con la libertad de ser yo mismo, y si lo que ese plan general y esa suerte en particular produjeron es algo que una mayoría –y recalco lo de mayoría, no la totalidad–, de la junta de admisión en CE decide no ser exactamente lo que desean en aquellos momentos... ¿Crees que eso es culpa mía? ¿Lo es?

–No.

Gurgeh suspiró y bajó la vista.

–Oh, la Cultura es maravillosa, ¿verdad, Gurgeh? Nadie se muere de hambre y nadie muere a causa de las enfermedades o los desastres naturales y no hay nadie ni nada que sea explotado, pero la suerte, el dolor y la alegría siguen existiendo. El azar, las ventajas y las desventajas..., todo eso continúa existiendo.

La unidad se quedó callada y siguió flotando sobre el precipicio y la llanura que había debajo. Gurgeh observó el avance de la aurora que estaba emergiendo desde el borde del mundo para ir cubriendo el Orbital.

–Controla tu suerte, Gurgeh. Acepta lo que te estoy ofreciendo. Deja que los dos creemos nuestro propio destino aunque sólo sea por esta vez. Ya sabes que eres uno de los mejores jugadores de la Cultura. No estoy intentando halagarte. Lo sabes, ¿verdad? Pero esta victoria haría que tu fama viviera eternamente.

–Si es posible... –dijo Gurgeh.

Se calló y tensó las mandíbulas. La unidad se dio cuenta de que estaba intentando controlarse tal y como había hecho siete horas antes en el tramo de escalones que llevaba a la casa de Hafflis.

–Si no lo es por lo menos ten el valor de averiguarlo –dijo Mawhrin-Skel.

Other books

The Tea Machine by Gill McKnight
Pure Lust: The Complete Series Box Set by Parker, M. S., Wild, Cassie
Beating the Babushka by Tim Maleeny
Third Date by Kylie Keene
The Lost Fleet by Barry Clifford