Dos mil quinientos años luz... Un largo paseo, como dirían los habitantes de un VGS, miembros de una sociedad urbana acostumbrada a todas las formas del viajar. Pero lo bastante cerca –con mucho–, para que una nave de guerra apuntara con gran precisión su efector, proyectara un campo sensorial de un segundo luz de diámetro a través del cielo y captara el débil pero inconfundible destello de luz hiperespacial enviado por una máquina lo suficientemente pequeña para caber en un bolsillo.
Intentó convencerse de que aquello seguía sin probar nada y de que Mawhrin-Skel podía haber estado mintiendo, pero apenas empezó a pensar en ello le pareció que el hecho de que la nave de guerra no hubiera contestado directamente resultaba vagamente ominoso. Había utilizado a su VGS para que confirmara su paradero, y un VGS era una fuente de información bastante más fiable que una simple nave.
–¿Quieres oír el resto del mensaje de la UOL o prefieres seguir chillándome? –preguntó el Cubo.
Gurgeh no entendía nada.
–¿Qué resto del mensaje? –preguntó.
El vehículo subterráneo tomó una curva y siguió reduciendo la velocidad. Gurgeh ya podía ver la galería de tránsito de Ikroh suspendida bajo la superficie de la Placa como un edificio puesto del revés.
–Esto cada vez huele más y más a misterio –dijo el Cubo–. ¿Te has estado comunicando con esa nave a espaldas mías, Gurgeh? El resto del mensaje dice: «Me alegra mucho volver a tener noticias tuyas».
Habían pasado tres días. Gurgeh no lograba concentrarse en nada. Intentó leer-artículos, libros antiguos, los esbozos en que había estado trabajando–, pero cada vez que lo intentaba no tardaba en descubrir que estaba releyendo una y otra vez el mismo párrafo de la página o la pantalla. Trataba de comprenderlo y no lo conseguía porque sus pensamientos se desviaban continuamente de las palabras, los diagramas y las ilustraciones que tenía delante de los ojos y se negaban a absorber nada de cuanto decían. Su mente volvía una y otra vez a la misma ronda interminable de preguntas y lamentaciones que se curvaban sobre sí mismas hasta formar una serpiente que se mordía la cola. ¿Por qué lo había hecho? ¿Cómo podía salir de aquel lío?
Intentó relajarse ordenando a sus glándulas que segregasen drogas sedantes, pero necesitaba producirlas en cantidades tan grandes que sólo consiguió atontarse. Utilizó
Azul fuerte, Filo y Focal
para obligarse a alcanzar el estado de concentración que se le escapaba, pero el esfuerzo le dejó exhausto y acabó haciendo que sintiera terribles punzadas de dolor en la base del cráneo. No valía la pena. Su cerebro quería preocuparse y sufrir, y tratar de impedírselo no serviría de nada.
Rechazó todas las llamadas. Llamó a Chamlis un par de veces, pero no tenía nada nuevo que contarle. En cuanto a Chamlis, lo único que pudo decirle fue que las dos naves de Contacto a las que conocía habían recibido su mensaje y las dos dijeron que habían transmitido el mensaje de Chamlis a unas cuantas Mentes más. Ambas se habían mostrado bastante sorprendidas ante la rapidez con que reaccionó Contacto y habían accedido a transmitir la petición de más datos al respecto hecha por Gurgeh. Ninguna de las dos tenía ni la más mínima idea de lo que estaba ocurriendo.
No había tenido más noticias de Mawhrin-Skel. Llamó al Cubo y le pidió que localizara a la máquina sólo para saber dónde estaba, pero la Mente Orbital no logró encontrarla y dejó bien clara la irritación que le producía su fracaso. Gurgeh volvió a solicitar los servicios del equipo y los robots llevaron a cabo un nuevo registro de la casa. El Cubo dejó a una de sus máquinas en la casa para que se encargara de tenerla continuamente vigilada.
Gurgeh pasó mucho tiempo dando paseos por los bosques y las montañas que había alrededor de Ikroh, caminando, corriendo y trepando veinte o treinta kilómetros al día con el único fin de llegar a la noche muerto de cansancio y gozar de la anestesia natural que acompañaba al agotamiento.
Al cuarto día empezó a tener la sensación de que si no hacía nada, no hablaba con nadie, no se comunicaba, no escribía y no se alejaba demasiado de la casa no ocurriría nada. Intentó convencerse de que Mawhrin-Skel podía haber desaparecido para siempre. Quizá Contacto se lo había llevado o le había comunicado que podía volver al servicio activo. Quizá había sucumbido a la locura y se había internado en el espacio; quizá se había tomado muy en serio el viejo chiste sobre los enumeradores estiglianos y había decidido contar todos los granos de arena que había en una playa...
Hacía un día magnífico. Gurgeh estaba sentado en una de las gruesas ramas inferiores de un pan solar del jardín de Ikroh atisbando por entre el telón de hojas. Un pequeño rebaño de feiles había salido del bosque para devorar las moras de vino de los arbustos que había a un extremo del primer nivel de la pradera. Los tímidos animales flacos como palos estaban sacando el máximo provecho posible a las capacidades de camuflaje de su piel y tiraban nerviosamente de los tallos situados a menos altura. Sus mandíbulas se movían a toda velocidad y sus cabezas triangulares oscilaban continuamente a un lado y a otro.
Gurgeh volvió la cabeza hacia la casa, apenas visible por entre el lento ondular de las hojas del árbol.
Vio una máquina muy pequeña de un color gris blanquecino inmóvil junto a una ventana. Se quedó como paralizado. Se dijo que quizá no fuera Mawhrin-Skel. Estaba tan lejos que no podía estar seguro. Podía ser Loash y todo-lo-demás. Fuera quien fuese se encontraba a más de cuarenta metros de distancia, y su posición entre las hojas del árbol debía hacer que Gurgeh resultara casi invisible. No había forma de localizarle. Se había dejado la terminal en la casa, algo que hacía cada vez más frecuentemente en los últimos tiempos aunque era un acto de irresponsabilidad bastante peligroso, pues el no llevar encima la terminal le separaba de la red de información del Cubo y de todo el resto de la Cultura.
Contuvo el aliento e intentó no mover ni un músculo.
La máquina ascendió un par de metros, pareció vacilar y empezó a moverse en su dirección. Gurgeh vio como aceleraba y venía en línea recta hacia él.
No era Mawhrin-Skel y tampoco era Loash el charlatán. Ni tan siquiera se parecía a ellas. Esta unidad era un poco más grande y rechoncha, y carecía de aura. La unidad se detuvo justo debajo del árbol.
–¿El señor Gurgeh? –preguntó con voz afable.
Gurgeh bajó de un salto. El rebaño de feiles se asustó y huyó a grandes saltos hacia el bosque en una confusión de siluetas verdes que desaparecieron rápidamente por entre los árboles.
–¿Sí? –replicó Gurgeh.
–Buenas tardes. Me llamo Worthil y soy de Contacto. Encantado de conocerle.
–Hola.
–Qué sitio tan hermoso... ¿Hizo construir la casa?
–Sí –dijo Gurgeh.
Charla sin importancia. Un nanosegundo interrogando a los bancos del Cubo y la unidad habría podido saber la fecha exacta en que fue construido Ikroh y quién la había encargado.
–Es muy bonita. No pude evitar el fijarme en que todos los tejados tienen un ángulo bastante parecido al de las laderas de las montañas circundantes. ¿Fue idea suya?
–Sí, es una de mis teorías estéticas particulares –admitió Gurgeh, un poco más impresionado.
Jamás había comentado aquella particularidad de la casa con nadie. La máquina desprovista de campos giró lentamente sobre sí misma en una aparatosa inspección del lugar.
–Hmmmm.... Sí, una casa soberbia y un paisaje de lo más impresionante. Y ahora... ¿Podemos pasar a la razón de mi visita?
Gurgeh se sentó junto al árbol y cruzó las piernas por los tobillos.
–Se lo ruego.
La unidad descendió unos centímetros hasta quedar a la altura de su rostro.
–En primer lugar, permita que le pida disculpas por el comportamiento de nuestro primer representante. Me temo que la unidad que le visitó anteriormente se tomó sus instrucciones demasiado al pie de la letra, aunque debo admitir que andaba muy escasa de tiempo... Bien, he venido aquí para responder a todas sus preguntas. Como probablemente ya sospecha, hemos encontrado algo que quizá le interese. Aun así... –La unidad volvió a girar sobre sí misma y contempló la casa y el jardín–. Si decide que no desea abandonar su hermosa casa le aseguro que no le culparé por ello.
–Entonces, ¿hay que viajar?
–Sí. Durante algún tiempo.
–¿Cuánto tiempo? –preguntó Gurgeh.
La unidad pareció vacilar.
–¿Me permite que empiece explicándole lo que hemos descubierto?
–Adelante.
–Me temo que todo esto debe quedar entre nosotros. Estrictamente confidencial, ¿comprende? –dijo la unidad en tono de disculpa–. El acceso a la información que he venido a revelarle deberá seguir estando restringido durante un tiempo. En cuanto se lo haya explicado comprenderá el porqué. ¿Puede darme su palabra de que no hablará de esto con nadie?
–¿Qué ocurriría si le respondiera con un no?
–Me marcharía y ahí habría acabado todo.
Gurgeh se encogió de hombros y quitó un trocito de corteza del dobladillo de la túnica que llevaba puesta.
–De acuerdo. Será un secreto.
Worthil ascendió unos centímetros y volvió su parte delantera hacia Ikroh durante unos momentos.
–Tardaré un poco en explicárselo. ¿Me permite sugerirle que vayamos a su casa?
–Naturalmente.
Gurgeh se puso en pie.
Gurgeh tomó asiento en un sofá de la habitación principal de Ikroh. Las ventanas estaban opacadas y la holopantalla mural activada. La unidad de Contacto había tomado el control de los sistemas de la habitación. Worthil apagó las luces. La pantalla permaneció sin imagen durante unos momentos, pero no tardó en activarse y mostró la galaxia principal en dos dimensiones vista desde una distancia considerable. La posición de Gurgeh hacía que las dos Nubes quedaran en primer plano y la de mayor tamaño era una media espiral con una cola muy larga que se alejaba de la galaxia. La forma de la Nube más pequeña recordaba vagamente a la de una Y.
–La Nube Mayor y la Nube Menor –dijo la unidad llamada Worthil–. Cada Nube se encuentra a unos cien mil años luz de distancia del lugar donde estamos ahora. Estoy seguro de que las ha admirado en muchas ocasiones desde Ikroh en el pasado. Son fáciles de ver, aunque usted se encuentra en el borde inferior de la parte principal de la galaxia con relación a ellas, y eso le obliga a contemplarlas a través de la masa galáctica. Hemos descubierto lo que creo puede parecerle un juego particularmente interesante..., aquí.
Un puntito verde apareció cerca del centro de la más pequeña de las dos Nubes.
Gurgeh se volvió hacia la unidad.
–Eso queda bastante lejos, ¿no? –preguntó–. Supongo que va a sugerirme que vaya allí.
–Está muy lejos y eso es precisamente lo que queremos sugerirle. El viaje exige casi dos años en las naves más rápidas. Es algo relacionado con la naturaleza de la rejilla, que se vuelve mucho más tenue entre los macizos estelares. En el interior de la galaxia un viaje semejante podría hacerse en menos de un año.
–Pero eso significa que estaría cuatro años fuera... –dijo Gurgeh sin apartar los ojos de la pantalla.
Tenía la boca seca.
–Más probablemente cinco –dijo la unidad como sin darle importancia.
–Eso es... Es mucho tiempo.
–Desde luego, y puede estar seguro de que si rechaza nuestra invitación lo comprenderemos perfectamente..., aunque creemos que el juego le parecerá muy interesante. Pero antes debo explicarle algunas cosas sobre el entorno, ya que es precisamente eso lo que hace único al juego.
El puntito verde se expandió hasta convertirse en un círculo. La pantalla pasó a la máxima capacidad holográfica y la habitación quedó inundada de estrellas. El tosco círculo verde de soles se convirtió en una esfera aún más tosca. Gurgeh experimentó la fugaz sensación de estar nadando que sentía en algunas ocasiones cuando se encontraba rodeado por la inmensidad del espacio o por alguna imitación holográfica de éste.
–Estas estrellas –dijo Worthil, y las estrellas de color verde (un mínimo de dos mil soles) parpadearon durante una fracción de segundo– se hallan bajo el control de lo que sólo podemos describir mediante la palabra imperio. Bien... –La unidad se volvió hacia Gurgeh. Worthil flotaba en el espacio como si fuese una nave de dimensiones imposibles, con estrellas delante y detrás de él–. El descubrimiento de un sistema de poder espacial tipo imperio es algo bastante raro. Esas formas de autoridad tan arcaicas suelen desvanecerse mucho antes de que las especies relevantes logren salir de su planeta natal y muchísimo antes de que consigan resolver el problema de la hipervelocidad que, naturalmente, es el requisito imprescindible para que un gobierno pueda controlar de forma efectiva cualquier volumen espacial digno de ser tomado en consideración.
»Pero de vez en cuando Contacto levanta un guijarro y encuentra algo especialmente desagradable debajo. Siempre hay una razón, claro está..., alguna circunstancia especial gracias a la que esa regla general no ha conseguido imponerse. En el caso del conglomerado que está viendo –aparte de los factores obvios, como el hecho de que llevamos poco tiempo moviéndonos por esas coordenadas y la falta de cualquier otra influencia medianamente poderosa en la Nube Menor–, la circunstancia especial es un juego.
Gurgeh necesitó algún tiempo para comprender todas las implicaciones de lo que acababa de oír.
–¿Un juego? –preguntó mirando fijamente a la unidad.
–Los nativos lo llaman «Azad», y el juego es muy importante..., lo bastante como para que el imperio haya tomado su nombre de él. Está contemplando el imperio de Azad.
Gurgeh volvió a clavar los ojos en la pantalla y la unidad siguió hablando.
–La especie dominante es humanoide pero tiene tres sexos, lo cual no es nada corriente, y ciertos análisis afirman que ése ha sido otro factor que ha contribuido a la supervivencia del imperio como sistema social.
Gurgeh vio aparecer tres siluetas en el centro de su campo visual. Si la escala era correcta su estatura era bastante inferior a la de Gurgeh y los pies de cada una parecían apoyarse sobre la superficie del esferoide compuesto de estrellas. Cada silueta parecía tener alguna peculiaridad que la hacía extrañamente distinta, pero había un par de rasgos comunes presentes en todas: Gurgeh tuvo la impresión de que sus piernas eran muy cortas y sus rostros de nariz achatada y piel muy pálida tenían los rasgos bastante acusados.