–Nada importante –dijo la diminuta unidad.
El joven al que Gurgeh había estado torturando aprovechó la aparición de Mawhrin-Skel para alejarse. Gurgeh tomó asiento en una pérgola cubierta de enredaderas que estaba a un lado de la plaza, cerca de las plataformas de observación que se alzaban sobre el inmenso telón acuático de la cascada, allí donde los surtidores de espuma y vapor de agua brotaban de los rápidos que había entre la orilla del lago y la caída vertical que terminaba en el bosque situado un kilómetro más abajo. El rugido de las cascadas proporcionaba un telón de fondo sonoro hecho de la más pura estática imaginable.
–He conocido a tu joven adversaria –anunció la pequeña unidad.
Extendió un campo azul claro y arrancó una flor nocturna de una enredadera cercana.
–¿Hmmm? –exclamó Gurgeh–. Oh, la joven... Ah... ¿Te refieres a la jugadora de Acabado?
–Así es –dijo Mawhrin-Skel con voz átona–. He conocido a la joven..., ah..., jugadora de Acabado.
La unidad empezó a doblar hacia atrás los pétalos de la flor tensándolos lentamente sobre el tallo.
–He oído comentar que estaba aquí –dijo Gurgeh.
–Está en la mesa de Hafflis. ¿Quieres que vayamos allí para que puedas verla?
–¿Por qué no?
Gurgeh se puso en pie y la unidad se alejó unos centímetros para dejarle sitio.
–¿Nervioso? –preguntó Mawhrin-Skel.
Estaban abriéndose paso por entre el gentío en dirección a la terraza elevada del conjunto situado al nivel del lago donde se encontraba la morada de Hafflis.
–¿Nervioso? –repitió Gurgeh–. ¿Por qué iba a estarlo? Sólo es una niña, ¿no?
Mawhrin-Skel flotó en silencio durante unos momentos mientras Gurgeh subía un tramo de peldaños. Gurgeh saludó con la cabeza a varias personas y pronunció algunos «Hola». La unidad se acercó un poco más a él y empezó a hablar en voz baja mientras arrancaba los pétalos de la flor que ya se estaba marchitando.
–¿Quieres que te diga cuál es la velocidad de tu pulso, el nivel de receptividad de tu piel, la composición de la firma feromónica que estás emitiendo, el estado funcional de tus redes de neuronas...?
Gurgeh se detuvo en el centro del tramo de peldaños que estaba ascendiendo y la unidad se calló.
Gurgeh se volvió hacia la unidad, entrecerró los ojos y contempló a Mawhrin-Skel por la rendija de los párpados. Podía oír las notas musicales que llegaban del lago, y el aire nocturno estaba impregnado de los potentes perfumes de las flores. Las luces colocadas en las balaustradas de piedra iluminaban el rostro del jugador desde abajo. Los ocupantes de la terraza empezaron a bajar por el tramo de peldaños riendo y bromeando. El torrente humano se escindió al encontrar el obstáculo representado por Gurgeh como las aguas de un río cuando chocan con una roca, y las dos hileras de gente volvieron a unirse después de haberle dejado atrás. Mawhrin-Skel se dio cuenta de que quienes pasaban junto a Gurgeh se callaban de golpe y permanecían durante unos segundos sumidos en un extraño silencio. Gurgeh siguió tan inmóvil como una estatua respirando de forma lenta y regular y Mawhrin-Skel acabó rompiendo el silencio con una risita.
–No está mal –dijo la unidad–. No está nada mal... No sé qué cóctel de sustancias habrás hecho segregar a tus glándulas, pero el grado de control es realmente impresionante. Todas las funciones en el centro de los parámetros indicando la normalidad más absoluta... Salvo tus neuronas, claro, que están un poquito más alteradas de lo que es habitual en ti pero, naturalmente, las unidades civiles corrientes sin duda serían incapaces de detectar esa alteración. Magnífico... Te felicito, Gurgeh.
–No pierdas el tiempo conmigo, Mawhrin-Skel –dijo Gurgeh con voz gélida–. Estoy seguro de que puedes encontrar espectáculos mucho más divertidos que el de verme jugar una partida.
Reanudó la ascensión del tramo de peldaños.
–Oh, señor Gurgeh, le aseguro que nada de lo que ocurre en este Orbital me parece una pérdida de tiempo –dijo la unidad con despreocupación.
Arrancó el último pétalo de la flor y dejó caer el tallo en el canal que corría junto a la balaustrada.
–Gurgeh, qué alegría verte. Ven, siéntate.
Los invitados de Estray Hafflis –Gurgeh pensó que debía haber unas treinta personas–, estaban sentados a una enorme mesa rectangular de piedra en un balcón desde el que se dominaba la cascada y sobre el que se alzaban arcos de piedra adornados con enredaderas y farolillos de papel que emitían una tenue luz suavemente tamizada. Los músicos ocupaban todo un extremo del balcón. Gurgeh vio tambores, instrumentos de cuerda y de viento. Los músicos no paraban de reír y parecían tocar más para sí mismos que en beneficio de los invitados, y cada uno intentaba ir lo más deprisa posible para que los demás no pudieran seguir el ritmo.
En el centro de la mesa había una especie de canal lleno de ascuas al rojo vivo sobre el que se encontraba un teleférico en miniatura provisto de cubetas que transportaban trocitos de carne y verduras de un extremo de la mesa a otro. Uno de los hijos de Hafflis se encargaba de colocar las viandas en las cubetas y el más pequeño de los hijos del anfitrión, que sólo tenía seis años, estaba de pie al otro extremo de la línea y las iba sacando para envolverlas en papel comestible y arrojarlas con un loable grado de precisión a los invitados cada vez que éstos le hacían señas de que querían comer algo. Hafflis tenía siete hijos, lo cual era bastante raro pues normalmente la gente se conformaba con engendrar y dar a luz un solo descendiente. La Cultura tendía a fruncir el ceño ante semejantes excesos, pero Hafflis afirmaba adorar los embarazos, aunque actualmente se hallaba en una fase masculina que ya había durado varios años.
Gurgeh intercambió unas cuantas bromas con él y Hafflis le acompañó hasta un asiento libre junto a la profesora Boruelal, quien sonreía plácidamente y se balanceaba a un lado y a otro como si hubiese bebido demasiado. Vestía un traje largo negro y blanco y en cuanto vio a Gurgeh le besó ruidosamente en los labios. También intentó besar a Mawhrin-Skel, pero la unidad se apresuró a huir.
Boruelal rió y cogió un trozo de carne a medio asar del teleférico que corría por el centro de la mesa pinchándolo con un tenedor de gran tamaño.
–¡Gurgeh, te presento a la bella Olz Hap! Olz, Jernau Gurgeh... ¡Venga, daros la mano!
Gurgeh se sentó y tomó entre sus dedos la pálida manecita de la joven de aspecto asustado que estaba sentada a la derecha de Boruelal. Olz aún no había cumplido los veinte años y vestía un traje oscuro que no parecía tener ninguna forma definida. Gurgeh sonrió, frunció levemente el ceño y lanzó una burlona mirada de soslayo a la profesora intentando que la joven rubia sonriera ante su evidente estado de embriaguez, pero los ojos de Olz Hap estaban clavados en su mano, no en su rostro. La joven permitió que le cogiera la mano, pero la retiró casi inmediatamente. Olz escondió las manos debajo del cuerpo y se dedicó a contemplar su plato.
Boruelal tragó una honda bocanada de aire, pareció recobrar el control de sí misma y cogió la copa que tenía delante.
–Bien.... –dijo contemplando a Gurgeh como si acabara de aparecer–. ¿Qué tal estás, Jernau? –Bastante bien.
Gurgeh vio como Mawhrin-Skel se colocaba junto a Olz. La unidad flotó sobre la mesa hasta quedar suspendida encima de su plato. Sus campos brillaban con el azul de la seriedad educada y el verde de la afabilidad. –Buenas noches –le oyó decir Gurgeh con su mejor voz de abuelo simpático.
La chica alzó la cabeza para contemplar a la unidad y Gurgeh intentó escuchar su conversación mientras seguía hablando con Boruelal.
«Hola.» –¿Lo bastante bien para jugar una partida de Acabado?
«Me llamo Mawhrin-Skel. Usted se llama Olz Hap, ¿verdad?» –Creo que sí, profesora. ¿Y usted? ¿Se encuentra lo bastante bien para ejercer las funciones de monitor durante la partida?
«Sí. ¿Cómo está?»
–No, joder... Estoy más empapada que un desierto después de las lluvias primaverales. Tendréis que buscaros a otra persona. Supongo que si me lo propusiera podría hacer que se me pasara a tiempo, pero... Noooo. «Oh, ah... Así que quiere estrechar mis campos, ¿eh? Qué encantador por su parte... Muy pocas personas se toman la molestia de hacerlo, ¿sabe? Es un placer conocerla. Todos hemos oído hablar mucho de usted.» –¿Y la jovencita?
«Oh. Oh, yo...» –¿Qué?
«¿Qué ocurre? ¿He dicho algo que no debería haber dicho?» –¿Está preparada para jugar?
«No, es sólo que...» –¿Jugar a qué?
«Ah, es tímida. No tiene por qué serlo. Nadie la obligará a jugar, y Gurgeh... Gurgeh sería el último en hacer semejante cosa, créame.» –Al juego, Boruelal.
«Bueno, yo...» –¿Cómo? Quieres decir... ¿Ahora?
«Si fuera usted no me preocuparía en lo más mínimo. De veras.» –Ahora o en cualquier otro momento. –Bueno... No tengo ni idea. ¡Pregúntaselo a ella! Eh, niña... –Bor... –empezó a decir Gurgeh, pero la profesora ya se había vuelto hacia la joven.
–Olz, ¿quieres jugar o no?
La joven se volvió hacia Gurgeh y le miró a los ojos. El resplandor de las ascuas al rojo vivo esparcidas por el canal que corría a lo largo de la mesa se reflejó en sus pupilas.
–Si al señor Gurgeh le apetece jugar una partida... Sí.
Los campos de Mawhrin-Skel se encendieron con un brillo rojo de placer tan intenso que eclipsó durante unos segundos el resplandor de las ascuas.
–Oh, estupendo –dijo–. Vamos a tener una auténtica pelea...
Hafflis había prestado su viejo tablero de Acabado a unos amigos y hubo que esperar unos minutos a que un robot de aprovisionamiento trajera otro tablero de un almacén. Colocaron el tablero en una punta del balcón, en el extremo desde el que se podía ver la cascada blanca que se desplomaba con un rugido. La profesora Boruelal manipuló su terminal y solicitó la presencia de unas cuantas unidades enjuiciadoras para que se encargaran de supervisar la partida. La estructura del juego hacía que fuese susceptible de ser manipulado mediante ciertos trucos tecnológicos y toda partida seria necesitaba que se tomaran medidas para asegurarse de que ningún jugador hacía trampas. Una unidad del Cubo de Chiark se ofreció voluntaria para supervisar la partida, al igual que otra unidad de Manufacturación procedente del astillero que había debajo de las montañas. Olz Hap estaría representada por una de las máquinas de la Universidad.
Gurgeh se volvió hacia Mawhrin-Skel con la idea de pedirle que actuara como representante suyo, pero la unidad habló antes de que pudiera abrir la boca.
–Jernau Gurgeh, he pensado que quizá te gustaría ser representado por Chamlis Amalk-Ney.
–¿Está aquí?
–Llegó hace un rato. Ha estado evitándome. Hablaré con él y le preguntaré si desea actuar como representante tuyo.
La terminal de Gurgeh emitió un zumbido.
–¿Sí? –preguntó.
La voz de Chamlis surgió de la terminal.
–Esa cagada de mosca acaba de pedirme que te represente en una partida de Acabado. ¿Quieres que lo haga?
–Sí, me gustaría que fueras mi representante –dijo Gurgeh mientras veía como los campos de Mawhrin-Skel emitían un fugaz parpadeo de ira.
–Estaré allí dentro de veinte segundos –dijo Chamlis, y cortó la comunicación.
–Veintiuno coma dos –dijo Mawhrin-Skel con la voz impregnada de sarcasmo exactamente veintiún coma dos segundos después, cuando Chamlis apareció sobre la barandilla del balcón.
La catarata que tenía detrás hacía que las placas de su estructura parecieran mucho más oscuras de lo que eran en realidad. Chamlis dirigió su banda sensora hacia la pequeña unidad.
–Gracias –dijo Chamlis con afabilidad–. Había apostado conmigo mismo a que estarías contando los segundos hasta que me vieras llegar.
Los campos de Mawhrin-Skel emitieron un destello blanco de cegadora intensidad que iluminó todo el balcón durante un segundo. Los invitados dejaron de hablar y se volvieron hacia la máquina; las notas musicales vacilaron y acabaron perdiéndose en el silencio. La diminuta unidad estaba tan furiosa que toda su estructura parecía vibrar a causa de la rabia.
–¡Jódete! –dijo por fin.
Mawhrin-Skel pareció esfumarse dejando tras él una imagen residual de luz tan intensa y cegadora como la del sol que no tardó en desvanecerse. Las ascuas se avivaron, una ráfaga de viento tiró de ropas y cabelleras y unos cuantos farolillos de papel se estremecieron y acabaron desprendiéndose de los arcos de piedra. Las hojas y las flores cayeron lentamente de los dos arcos situados encima del punto en el que había estado flotando Mawhrin-Skel.
Chamlis Amalk-Ney giró sobre su eje vertical para observar el cielo nocturno y el pequeño agujero que acababa de aparecer en la capa nubosa. Sus campos brillaban con un resplandor rojizo de puro placer.
–Oh, cielos... –suspiró–. ¿Crees que he dicho algo que le ha molestado?
Gurgeh sonrió y tomó asiento delante del tablero.
–¿Lo habías planeado, Chamlis?
Amalk-Ney saludó a las demás unidades y a Boruelal con una reverencia.
–No exactamente. –Se volvió hacia Olz Hap, que estaba sentada enfrente de Gurgeh con la red del tablero de juego interponiéndose entre ambos–. Ah... Qué agradable sorpresa. Una humana rubia
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La joven se ruborizó y bajó la vista. Boruelal hizo las presentaciones.
El Acabado se juega en una red tridimensional que ocupa un metro cúbico de espacio. Los materiales tradicionales se obtienen de cierto animal del planeta en que se originó el juego. Los tendones curados se utilizan para la red y el marco está hecho con el marfil de sus colmillos. El tablero que Gurgeh y Olz Hap iban a utilizar era sintético. Los dos alzaron las pantallas que garantizaban su intimidad, cogieron las bolsitas que contenían los globos huecos y las cuentas de colores (cascaras de nuez y piedras en el original) y escogieron las cuentas con las que querían jugar colocándolas dentro de los globos. Las unidades se aseguraron de que no había ninguna posibilidad de que vieran qué cuentas había dentro de cada globo. Después el hombre y la chica cogieron un puñado de esferitas cada uno y las fueron esparciendo por la red. La partida había empezado.
La chica era muy buena. Gurgeh no tardó en quedar impresionado. Olz Hap tenía un estilo de juego muy impetuoso, pero su temeridad y su afición a correr riesgos pertenecían a la variedad astuta y osada, no a la meramente estúpida. Aparte de eso Olz Hap también tenía mucha suerte pero, naturalmente, hay varias clases de suerte. A veces podías oler la presencia de la suerte, darte cuenta de que todo te iba bien y de que lo más probable era que siguiese yéndote bien y sacar el máximo provecho de ello. Si las cosas seguían así, podías conseguir beneficios exorbitantes. Si la suerte se esfumaba... Bueno, entonces tenías que ser más cauteloso y confiar en la sabiduría tradicional del juego.