Porque, como es natural, la mayoría de estas fantásticas vidas supuestas no eran sólo ejercicios de estilo y estudios históricos, sino también ideas acariciadas con el deseo e imágenes de sí mismos, ambiciosamente ampliadas: los redactores de la mayor parte de esos ejercicios se describían con el traje y el carácter en que hubieran deseado aparecer o cuya realización fuera su ideal.
Al mismo tiempo, esos ensayos no eran pedagógicamente una mala idea, sino una salida muy legítima para las necesidades poéticas o literarias de la edad juvenil. Aun cuando desde muchas generaciones atrás había sido prohibida la literatura verdadera, seria, y reemplazada en parte por el juego de abalorios, en parte por las ciencias, no estaba por eso eliminado el impulso artístico y creador de la juventud; encontraba así en el
curriculum vitae
, que a menudo se ampliaba hasta convertirse en novela verdadera, un campo de actividad permitido.
Muchos de estos escritores podían dar también los primeros pasos en el campo del auto-conocimiento.
Por lo demás, ocurría también muchas veces y merecía generalmente bondadosa comprensión por parte de los maestros que los estudiosos emplearan sus «novelas» para manifestaciones críticas y revolucionarias acerca del mundo actual y sobre Castalia.
Pero justamente estos ensayos, en el momento en que los estudiosos gozaban de la mayor libertad y no se sometían a ninguna vigilancia severa, eran muy instructivos para los maestros y les ofrecían a menudo informaciones sorprendentemente claras acerca de la vida y la situación espiritual y moral del redactor.
Tres de estos
curriculum vitae
de Josef Knecht han sido conservados; los reproducimos textualmente
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con suma fidelidad y los reputamos como la parte tal vez más valiosa de nuestro libro. Acerca de si sólo escribió estos tres o si algunos se perdieron, caben muchas suposiciones.
Con exactitud sabemos solamente que después de entregar el tercero, el «hindú», la secretaría de los poderes educativos le sugirió que en otro eventualmente posterior se trasladara a una época históricamente más cercana y mejor documentada y cuidara más el pormenor histórico. Por conversaciones y cartas, sabemos que realmente hizo más tarde estudios preparatorios para un
curriculum vitae
en el siglo XVIII. Quería aparecer en él como teólogo nuevo, que cambió el servicio eclesiástico por la música, fue discípulo de Juan Alberto Bengel, amigo de Oetinger y, por un tiempo, huésped de la comunidad de Zinzendorf. Sabemos que entonces leyó e hizo
excerpta
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de una cantidad de antigua y aun remota literatura sobre pietismo y Zinzendorf, sobre liturgia y música religiosa o eclesiástica de este siglo. Sabemos además que se apasionó verdaderamente por la figura del mágico prelado Oetinger, amó profundamente y veneró hondamente al maestro Bengel —se hizo ejecutar un retrato fotográfico del
Magister
y por un tiempo lo tuvo sobre su escritorio— y que se esforzó honestamente para reivindicar a Zinzendorf, que le interesaba en la misma medida que le desagradaba. Al final abandonó este trabajo, contentándose con lo que aprendiera mientras lo realizaba, pero se declaró incapaz de extraer de eso un
curriculum
, porque había hecho demasiados estudios particulares y recogido demasiados detalles. Esta manifestación nos autoriza acabadamente a ver en los tres
curricula
citados más las creaciones y confesiones de un ser poético y de un noble carácter, que la labor de un sabio, con lo cual no creemos cometer ninguna injusticia con él.
Pero ahora, a la libertad del alumno remitido a estudios por él elegidos, se agregó para Knecht otra más, casi un esparcimiento. No había sido solamente un alumno como todos los demás, no había experimentado únicamente las normas de una severa educación, de la exacta distribución del día, de la cuidadosa vigilancia de los maestros; había sido sometido a todos los esfuerzos de los elegidos. Junto con todo esto y mucho más allá, por su relación con Plinio, se había convertido en intérprete de un papel y campeón de una responsabilidad que por momentos lo espoleó, en otros lo atormentó espiritual, anímicamente, hasta los límites de lo concebible; de un papel representativo, de una responsabilidad que superaba en realidad sus años y sus fuerzas y que él, a menudo bastante amenazado, había dominado solamente por un exceso de fuerza de voluntad y de talento y que, sin el poderoso auxilio desde lejos del
Magister Musicae
, no hubiera podido seguramente llevar a cabo. Lo encontramos a los veinticuatro años de edad, más o menos, al final de sus extraordinarios años escolares en Waldzell, más maduro que su edad y ligeramente agotado, pero sorprendentemente no perjudicado en forma visible. Nos faltan por cierto testimonios inmediatos de lo muy hondo que todo su ser estuvo en tensión por aquel papel y aquella carga, casi muy cerca de la postración, pero podemos comprenderlo en cuanto consideramos el modo en que el joven ya formado hizo uso de la libertad conquistada y, evidentemente, a menudo anhelada desde lo más íntimo en los primeros tiempos. Knecht, que durante sus últimos años escolares se hallara en un lugar señalado y patente, y en cierto modo perteneciera ya a la vida pública, se retiró de ella inmediata y totalmente, y si se siguen las huellas de su existencia de entonces, se tiene la impresión de que hubiera preferido volverse invisible; ningún ambiente, ninguna compañía hubieran sido lo bastante inofensivos para él, ninguna forma de existencia lo suficientemente privada. Y así contestó también algunas cartas muy largas y jubilosas de Designori, primeramente en forma breve y desganada, luego con un silencio absoluto. El famoso alumno Knecht desapareció y no fue posible dar con él; solamente en Waldzell siguió floreciendo su fama y con el correr del tiempo se convirtió casi en leyenda.
Al comienzo de sus años de estudioso, pues, se eliminó de Waldzell por esos motivos; con ello corrió parejas también la momentánea renuncia a los cursos superiores y últimos del juego de abalorios. Mas a pesar de eso, es decir, aunque un observador oficial hubiera podido establecer en Knecht un sorprendente descuido de ese juego, sabemos que por el contrario todo el curso de sus estudios libres, aparentemente caprichoso y falto de correlación, pero en todo caso muy extraordinario, estaba influido por el juego de abalorios y reconducía a él y al servicio del mismo. Insistimos en esto con mayor evidencia, porque este rasgo es característico: Josef Knecht se sirvió de su libertad de estudio en la forma más admirable y obstinada, más aturdida y juvenilmente genial. Durante los años pasados en Waldzell recibió, como todos, la introducción oficial en el juego de abalorios y el curso de repetición; luego, en el curso del último año y en el círculo de los amigos, dueño ya de la fama de buen jugador, fue invadido por la seducción del juego de los juegos con tal intensidad que, concluido un nuevo curso y siendo todavía alumno de selección, se le admitió entre los jugadores de segundo grado, lo que es una muy rara distinción.
A un camarada del curso oficial de repetición, amigo y más tarde auxiliar, Fritz Tegularius, contó unos años más tarde una vivencia que no sólo decidió su dedicación al juego de abalorios, sino que fue también de la máxima importancia en el desarrollo de sus estudios. Tenemos la carta que fue conservada; el pasaje reza:
«Permíteme que te recuerde determinado día y determinado juego de aquella época en que ambos, asignados al mismo grupo, trabajábamos con tanto entusiasmo en nuestras primeras disposiciones para el juego de abalorios. El director de nuestro grupo nos dio diversas sugestiones y propuso toda suerte de temas a elección; nos encontrábamos justamente en la delicada transición de la astronomía, la matemática y la física a las ciencias filológicas e históricas, y el director era un virtuoso en el arte de plantearnos (éramos principiantes ansiosos) casos interesantes y atraernos a la empinada pendiente de las abstracciones y las analogías inadmisibles; deslizaba en nuestras manos bellos juguetes etimológicos y de lingüística comparada, y le divertía si uno de nosotros caía en el lazo. Contábamos la longitud de sílabas griegas hasta el cansancio, para sentir luego de pronto que nos faltaba el terreno bajo los pies, al vernos colocados ante la posibilidad, más aún, ante la necesidad de una sílaba acentuada en lugar de una «escansión» métrica, y cosas parecidas. Llenaba su tarea en forma brillante y enteramente correcta, aunque por una intención que nada me agradaba, nos llevaba a errores y nos inducía a especulaciones equivocadas, ciertamente con el buen propósito de hacernos conocer los peligros, pero un poco también para reírse de nosotros, jóvenes tontucios, y de volcar en los más entusiastas precisamente el mayor escepticismo por su entusiasmo. Pero justamente con él y en uno de sus embrollados experimentos de traición, ocurrió que yo, mientras tanteando angustiosamente tratábamos de proyectar un problema de juego medianamente correcto, de repente, como por una inspiración súbita, me sentí aferrado por la esencia y la grandeza del juego y estremecido hasta en lo más íntimo. Estábamos analizando un tema de filología comparada y contemplábamos en cierta manera el apogeo, el período floreciente de un idioma desde muy cerca; en minutos, recorrimos con ese idioma un camino que exigió algunos siglos de elaboración, y me envolvió poderosamente el drama de la caducidad, de lo efímero: cómo allí ante nuestros ojos, llegaba a su florecimiento un organismo tan complicado, antiguo, respetable, construido lentamente en muchas generaciones, y el florecimiento contenía ya el germen de la decadencia y toda la construcción inteligentemente ordenada comenzaba a hundirse, a degenerar, a tambalear en la ruina; y al mismo tiempo me atravesó de golpe, con alegre temor, la idea de que, a pesar de todo, la decadencia y la muerte de aquella lengua no había concluido en la nada, de que su juventud, su apogeo, su caída estaban conservados en nuestra memoria, en el conocimiento de la misma y en su historia, y de que seguía subsistiendo en los signos y las fórmulas de la ciencia como en las secretas expresiones del juego de abalorios y podía ser reconstruida otra vez en cualquier momento. Comprendí de pronto que en la lengua o por lo menos en el espíritu del juego de abalorios todo es realmente colmado de significado universal, que cada símbolo, cada combinación de símbolos no lleva hacia acá o hacia allá, ni a ejemplos, experimentos y pruebas aisladamente, sino al centro, al saber primario, al misterio, lo más íntimo del universo. Toda transición de bemol a sostenido en una sonata, toda metamorfosis en un mito o en un culto, toda formulación clásica artística —lo supe en el relámpago de un instante— no es otra cosa, considerada en correcta meditación, que un camino inmediato a lo más hondo del misterio universal, donde se cumple « lo santo eternamente, en un ir y volver de inspirar y espirar, de cielo y tierra, de Yin y Yang. Ciertamente, por ese entonces, haya ya experimentado como oyente muchos juegos bien construidos y bien ejecutados, y en ello había gozado de muchos grandes alivios y muchas visiones afortunadas; pero hasta ese momento me sentía inclinado siempre a dudar acerca del valor y la clase del juego en sí. En retomen, todo problema de matemática bien resuelto podía otorgar un gozo espiritual, toda buena música podía elevar el alma ya en el oyente, ya en el ejecutante, dándole expansión en grandeza, y toda fervorosa meditación podía tranquilizar el corazón y afinarlo en el acorde con el todo; pero justamente por eso —decían mis dudas— el juego de abalorios era tal vez sólo un arte formal, una habilidad espiritual, una combinación inteligente, y entonces hubiera sido mejor no jugar ese juego, sino ocuparse de matemática pura y de buena música. Ahora en cambio oía por primera vez la íntima voz del juego, su sentido; ella me alcanzaba y penetraba, y desde ese momento creo que nuestro magnífico juego es realmente una
lingua sacra
, una lengua sagrada y divina. Tú recordarás, porque tú mismo lo observaste en esa oportunidad, que se realizó en mí una transformación, y un llamamiento me alcanzaba. Puedo compararlo solamente con aquel llamado inolvidable que transformó y elevó mi corazón y mi vida, cuando niño aún, fui examinado por el
Magister Musicae
y convocado a Castalia. Tú lo advertiste, esto lo sentí yo entonces, aunque no dijiste Una sola palabra al respecto; hoy tampoco hablaremos mucho de ello. Mas ahora tengo un pedido que hacerte y para explicártelo debo decirte lo que nadie más sabe ni debe saber, es decir que mis actuales estudios variados no nacen de un capricho, sino que les corresponde como fundamento un plan totalmente determinado. Recordarás, a grandes rasgos siquiera, aquel ejercicio del juego de abalorios que elaborábamos como alumnos de tercer curso con ayuda del director y durante el cual oí aquella voz y experimenté mi vocación para
lusor
.
Ahora bien, yo estudio ahora aquel ejercicio, todo aquel juego, del principio al final, que comenzaba con el análisis rítmico del teína para una fuga y tenía en su centro un supuesto movimiento de Kung Tse; es decir, me ejercito a través de cada uno de sus movimientos, lo vierto del idioma del juego nuevamente en su lengua primitiva, en matemática, en ornamentación, en chino, en griego, etc. Por lo menos por esta vez en mi vida, quiero seguir estudiando y construyendo técnicamente todo el contenido de un juego de abalorios; ya realicé la primera parte y necesité dos años para ello. Es lógico, me costará todavía varios años. Mas como ahora finalmente disponemos en Castalia de nuestra famosa libertad de estudio, quiero emplearla justamente así. Conozco las objeciones posibles. La mayoría de nuestros maestros diría: «En algunos siglos hemos inventado y perfeccionado el juego de abalorios como una lengua y un método universal para expresar todos los valores y los conceptos espirituales y artísticos y llevarlos a una medida común. ¡Y ahora apareces tú y quieres comprobar si esto es exacto! Necesitarás toda tu vida para ello y luego te arrepentirás». Está bien, emplearé en ello mi vida y espero no tener que arrepentirme. Y aquí está mi pedido: como actualmente trabajas en el archivo del juego y yo por motivos especiales desearía evitar volver a Waldzell por un largo lapso todavía, deberías contestarme cierto número de preguntas, es decir, comunicarme en forma no abreviada cada vez las claves y los signos oficiales del archivo por cada tema. Cuento contigo y cuento con que tú dispondrás de mí, apenas pueda yo prestarte algún servicio retributivo».