Las noches son terribles. No duermo. Repaso, una y otra vez, mi relación con Richard en los dos últimos meses y revivo todos mis errores. La carta que dejó antes de partir fue muy reveladora. Nunca habría sospechado que sus dificultades con Sarah tendrían el más mínimo impacto en su matrimonio conmigo, pero ahora me doy cuenta de lo que decía respecto de las pautas.
También hay pautas en mi vida emocional. La muerte de mi madre cuando yo tenía sólo diez años me enseñó el terror al abandono. El miedo a perder una relación fuerte ha hecho que la intimidad y la confianza me sean difíciles. Después de mi madre, he perdido a Genevieve, a mi padre y ahora, temporalmente por lo menos, a Richard. Cada vez que la pauta se repite, se reactivan todas las quimeras del pasado. Cuando, hace dos noches, lloré hasta quedarme dormida, me di cuenta de que no sólo lo estaba perdiendo a Richard, sino también a mi madre, a Genevieve y a mi maravilloso padre. Volví a sentir cada una de esas pérdidas. Por eso puedo entender cómo mi proceder con Michael desencadenó los dolorosos recuerdos que Richard tenía de Sarah.
El proceso de aprendizaje nunca termina. Estoy aquí, a los cuarenta y un años de edad descubriendo otra faceta de la verdad sobre las relaciones humanas. Resulta obvio que herí a Richard profundamente. No importa que no exista un fundamento lógico para la preocupación de Richard de que por haber dormido con Michael pueda haberse producido una alienación del afecto que siento por él. La lógica no sirve aquí. La percepción de sentimientos es lo que cuenta.
Había olvidado cuán devastadora puede ser la soledad. Richard y yo hemos estado juntos durante cinco años. Puede no haber tenido todos los atributos de mi Príncipe Azul, pero ha sido un maravilloso compañero y es, sin lugar a dudas, el ser humano más inteligente que jamás haya conocido. Sería una tragedia inconmensurable si no regresara jamás. Me siento apesadumbrada cuando pienso, por un instante siquiera, que quizá lo haya visto por última vez.
A la noche, cuando me siento especialmente solitaria, a menudo leo poesía. Baudelaire y Eliot son mis favoritos desde mis días en la universidad, pero las últimas noches hallé consuelo en los poemas de Benito García: durante sus días como cadete en la Academia Espacial de Colorado, su salvaje pasión por la vida le infligió mucho dolor. Con el mismo brío se lanzó a sus estudios de cosmonauta y a los brazos de los hombres que la rodeaban. Cuando citaron a Benita ante la comisión de disciplina para cadetes por no haber cometido otra transgresión más que su desinhibida sexualidad, ella se dio cuenta de lo esquizofrénicos que eran los hombres en lo que al sexo atañía.
La mayor parte de los críticos literarios prefieren su primer volumen de poesía, “Sueños de una muchacha mejicana”, que sentó las bases de su reputación cuando todavía era una adolescente respecto del libro de poemas más sensato, menos lírico, que publicó durante su último año en la Academia. Ahora que Richard se fue y mi mente todavía lucha por entender lo que realmente ocurrió durante estos últimos meses, son los poemas de Benita, que hablan de la angustia y del cuestionamiento del final de la adolescencia, los que resuenan en mi mente. El camino de Benita hacia la adultez fue extremadamente difícil. Si bien su trabajo siguió siendo rico en imágenes, Benita ya no era Pollyanna caminando entre las ruinas de Uxmal. Esta noche leí varias veces uno de los poemas que escribió en la universidad y que me agrada de modo particular:
9Mis vestidos iluminan mi habitación,
como flores del desierto después de la lluvia.
Tú vienes esta noche, mi más reciente amor,
pero ¿cuál de mis yo quieres ver?
Los colores pastel pálido son mejores para los libros,
mis azules y verdes, un anochecer forman,
como amiga o como la esposa que he de ser.
Pero si es sexo lo que tienes en mente,
entonces el rojo o el negro y ojos oscurecidos
me transforman en la ramera que yo debo ser.
Mis sueños de la niñez no fueron así,
mi príncipe únicamente vino por un beso,
después, me alejó del dolor,
¿Es que no puedo verlo otra vez?
Las mascaras me ofenden, muchacho,
llevo mi vestido sin mucha alegría.
El precio que pago para tener tu mano en la mía
me hace despreciable, tal como tú querías.
14 de diciembre de 2205
Supongo que debería celebrar, pero siento que lo que gané fue una victoria pírrica. Finalmente, estoy embarazada de Michael. ¡Pero a qué costo! Todavía no hemos sabido nada de Richard y temo haber alienado a Michael también.
Michael y yo, cada uno por separado, aceptamos la plena responsabilidad por la partida de Richard. Yo me enfrenté a mi culpabilidad como pude y reconocí que tendría que dejarla atrás para poder ser una verdadera madre para las niñas, Michael, por otro lado, respondió al acto de Richard y a su propia culpa dedicándose por completo a la devoción religiosa; todavía lee su
Biblia
dos veces por días, por lo menos; reza antes y después de cada comida y, a menudo, opta por no tomar parte en las actividades de la familia, para poder “comunicarse” con Dios. En estos días, la palabra “expiación” tiene un lugar prominente en el vocabulario de Michael.
En su renacido fervor cristiano, arrastró a Simone. Mis débiles protestas son, esencialmente, pasadas por alto La niña adora la historia de Jesús, aun cuando no puede tener más que una noción muy vaga sobre el tema. Los milagros, en especial, la fascinan. Al igual que la mayoría de los niños, no tiene la menor dificultad para evitar la incredulidad: su mente nunca pregunta “cómo”, cuando Jesús camina sobre el agua o cuando convierte el agua en vino.
Mis comentarios no son del todo justos. Es probable que esté celosa por la afinidad que existe entre Michael y Simone. Como su madre, debería estar encantada de que sean tan compatibles; por lo menos, se tienen el uno al otro. No importa cuánto lo intentemos, la pobre Katie y yo seguimos siendo incapaces de establecer esa conexión profunda.
Parte del problema es que Katie y yo somos extremadamente obcecadas. Si bien sólo tiene dos años y medio, ya quiere controlar su propia vida. Un simple ejemplo: el conjunto de actividades que se planea para el día. He fijado los horarios para todos los miembros de la familia, desde nuestros primeros días en Rama. Nadie nunca los cuestionó ni siquiera Richard; Michael y Simone siempre aceptan todo lo que recomiendo… en tanto y en cuanto haya gran cantidad de tiempo no pautado.
Pero Katie es un caso diferente: si organizo una caminata por la parte superior en Nueva York, antes de una clase sobre el alfabeto, ella quiere cambiar el orden. Si planeo pollo para la cena, ella quiere carne de cerdo o de vaca. De hecho, comenzamos cada mañana con una pelea por las actividades del día. Cuando no le gustan mis decisiones, Katie se enfurruña, o hace pucheros o llora clamando por su “papito”. Realmente duele cuando grita llamándolo a Richard.
Michael dice que yo debería consentirle los deseos. Insiste en que no es más que una fase del crecimiento pero, cuando le señalo que ni Genevieve ni Simone se portaron jamás como Katie, sonríe y se encoge de hombros.
Michael y yo no siempre coincidimos en las técnicas de crianza. Hemos mantenido varias discusiones interesantes sobre la vida familiar en estas circunstancias tan fuera de lo común. Hacia el final de una de las conversaciones, quedé ligeramente disgustada por la aseveración de Michael de que yo era “demasiado estricta” con las niñas, por lo que decidí traer a colación el asunto de la religión: le pregunté a Michael por qué era tan importante que Simone aprendiera los detalles ínfimos de la vida de Jesús.
—Alguien tiene que continuar la tradición —dijo con vaguedad.
—¿Así que crees que habrá una tradición que continuar, que no vamos a estar a la deriva para siempre en el espacio y a morir uno por uno en una aterradora soledad?
—Creo que Dios tiene un plan para todos los seres humanos —contestó.
—¿Pero cuál es Su plan para nosotros? —pregunté.
—No lo sabemos —repuso Michael—. Del mismo modo que esos miles de millones de personas que todavía están allá, en la Tierra, no saben cuál es Su plan para ellos. El proceso de vivir consiste en buscar Su plan.
Sacudí la cabeza en gesto de negación y Michael prosiguió:
—Verás, Nicole, debería ser mucho más sencillo para nosotros. Tenemos muchas menos distracciones. No hay excusa para que no nos mantengamos cerca de Dios. Por eso es tan difícil de perdonar mis anteriores preocupaciones por la comida y la historia del arte. En Rama, los seres humanos tienen que hacer un enorme esfuerzo para llenar su tiempo con algo
más
que la oración y la devoción.
Admito que su certidumbre me molesta en ocasiones. En las circunstancias actuales, la vida de Jesús no parece tener más importancia que la vida de Atila el huno, o de cualquier otro ser humano que haya vivido alguna vez en ese planeta lejano que se encuentra a dos años luz de distancia. Y ya no somos más parte de la raza humana. O bien estamos condenados, o bien somos el comienzo de lo que, en esencia, será una especie nueva ¿Murió Jesús por todos nuestros pecados también, por nosotros que nunca volveremos a ver la Tierra?
Si Michael no hubiera sido católico y no hubiera estado programado desde el nacimiento en favor de la procreación, nunca lo habría convencido de concebir un hijo. Tenía cien razones para considerar que era incorrecto. Pero al final, quizá porque yo estaba perturbando sus devociones nocturnas con mis constantes intentos por persuadirlo, consintió. Me advirtió que era muy probable que “nunca funcionara” y que él “nunca asumiría responsabilidad alguna” por mi frustración.
Nos llevó tres meses gestar un embrión. Durante los dos primeros ciclos de ovulación no pude excitar a Michael. Traté haciéndolo reír, con masajes corporales, con música, con comida… todo lo que se mencionaba en los artículos sobre impotencia. La culpa y la tensión siempre eran más fuertes que mi pasión. Finalmente, fue la fantasía la que brindó la solución: una noche, cuando le sugerí a Michael que se imaginara que yo era su esposa Kathleen durante todo el acto amoroso, por fin pudo mantener una erección. Por cierto que la mente es una creación maravillosa.
Ni siquiera con fantasías, hacer el amor con Michael fue tarea fácil. En primer lugar, y probablemente esto que voy a decir es algo cruel, sólo con lo que pierde en aprontes es suficiente para que a una mujer le desaparezca la pasión. Antes de sacarse la ropa, Michael siempre le ofrece una plegaria a Dios. ¿Por qué reza? Me fascinaría conocer la respuesta.
El primer marido de Eleanor de Aquitania, Luis VII de Francia, había sido educado como monje y únicamente se convirtió en rey debido a un accidente de la historia. En la novela que mi padre escribió sobre Eleanor, aparece un largo monólogo interior en el que ella se queja respecto de hacer el amor rodeada por la solemnidad, la devoción religiosa y la ropa áspera de los cistercienses. Eleanor anhelaba la alegría y las risas en la alcoba, la conversación obscena y la pasión lasciva. Entiendo por qué se divorció de Luis y se casó con Enrique Plantagenet.
Por lo tanto ahora estoy embarazada del varón (así espero) que va a traer variación genética a nuestra progenie. Fue toda una lucha y casi con certeza, no valió la pena: debido a mi deseo de tener el hijo de Michael, Richard se fue y Michael, por lo menos en forma temporal, ya no es el amigo y compañero que era durante nuestros primeros años en Rama. Pagué el precio de mi éxito. Ahora sólo me resta esperar que esta nave espacial tenga, de veras, un destino.
1 de marzo de 2206
Esta mañana repetí el análisis parcial del genoma para verificar los resultados iniciales. No hay duda al respecto: nuestro varón nonato tiene, sin lugar a dudas, el síndrome de Whittingham. Por fortuna, no hay otros defectos identificables, pero el Whittingham ya es bastante serio.
Le mostré los datos a Michael cuando tuvimos unos instantes a solas después del desayuno. Al principio no entendió lo que le estaba diciendo pero, cuando utilicé la palabra “retardado”, reaccionó de inmediato. Me di cuenta de que preveía tener un hijo que sería completamente incapaz de valerse por sí mismo. Sus preocupaciones sólo se aquietaron parcialmente cuando le expliqué que el Whittingham no es nada más que una incapacidad para el aprendizaje, una simple falla de los procesos electroquímicos del cerebro que no le permiten operar de manera adecuada.
La semana pasada cuando llevé a cabo el primer análisis parcial de genoma, sospechaba el Whittingham pero, ya que había una posible ambigüedad en los resultados, no le dije nada a Michael. Antes de extraer una segunda muestra de líquido amniótico, quise repasar todo lo que se sabía sobre esa anormalidad. Por desgracia, mi enciclopedia médica resumida no contenía suficiente información como para satisfacer mi curiosidad.
Esta tarde, mientras Katie dormía la siesta, Michael y yo le preguntamos a Simone si querría leer un libro en su habitación durante alrededor de una hora. Nuestro adorable ángel obedeció de inmediato. Michael estaba mucho más calmado de lo que había estado en la mañana. Admitió que, al principio, había quedado devastado por la noticia sobre Benjy (Michael quiere que al niño le ponga el nombre de Benjamin Ryan O'Toole, por su abuelo). Aparentemente, haber leído el libro de Job fue muy importante para ayudarlo a recuperar la perspectiva.
Le expliqué a Michael que el desarrollo mental de Benjy seria lento y dificultoso. Sin embargo, se consoló cuando le informé que muchos que presentan el Whittingham habían logrado, finalmente, una equivalencia mental a un niño de doce años, después de veinte años de educación. Le aseguré a Michael que no habría señales físicas del defecto, como de hecho las hay en el Down y que, puesto que el Whittingham es un carácter recesivo bloqueado, era muy poco factible que los descendientes se vieran afectados antes de la tercera generación.
—¿Hay alguna manera de saber cuál de nosotros tiene el síndrome en nuestros genes? —preguntó Michael cuando estábamos cerca del final de la conversación.
—No —contesté—, es un trastorno muy difícil de aislar porque, aparentemente, es el resultado de varios genes defectuosos diferentes. Únicamente si el síndrome está activo, el diagnóstico es directo. Aun en la Tierra, los intentos por identificar a los portadores no tuvieron éxito.