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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

El jardín de Rama (13 page)

BOOK: El jardín de Rama
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Ahora es entrada la noche. Simone llevó a dormir a Benjy tal como lo hace todas las noches a las nueve en punto y después ella misma se fue a la cama. Estaba muy cansada. Se hizo cargo de Benjy sin ayuda de nadie durante mi sorprendentemente prolongado trabajo de parto. Cada vez que yo gritaba, Benjy lloraba como respuesta y Simone trataba de calmarlo.

Katie ya adoptó a Patrick como hermanito. Es muy lógico: Si Benjy es de Simone, entonces Patrick le tiene que pertenecer a Katie. Por lo menos está demostrando algo de interés en otro miembro de la familia.

Patrick no estaba planeado pero tanto Michael como yo estamos encantados de que haya aparecido para unirse a nuestra familia. Su concepción ocurrió en algún momento a fines de la primavera pasada, probablemente después del primer mes que empecé a compartir el dormitorio de Michael durante la noche. Fue mi idea que debíamos dormir juntos, aunque estoy segura de que Michael también había pensado en eso.

La noche en que hizo dos años que Richard se fue, me resultó completamente imposible dormir. Me sentía sola, como siempre. Traté de imaginarme durmiendo sola todo el resto de mis noches y me sentí muy abatida. Poco después de medianoche, recorrí el pasillo hasta la habitación de Michael.

Michael y yo hemos estado cómodos el uno con el otro desde el comienzo. Supongo que ambos estábamos listos. Después del nacimiento de Benjy, Michael estuvo muy ocupado ayudándome con todos los niños. Durante ese período abandonó un poco sus actividades religiosas y se volvió más accesible a todos nosotros, incluyéndome a mí. Con el tiempo, nuestra natural compatibilidad se reafirmó. Todo lo que faltaba era que ambos reconociéramos que Richard no iba a regresar jamás.

Confortable. Ésa es la mejor manera de describir mi relación con Michael. Con Henry era éxtasis; con Richard era pasión y exaltación, un salvaje paseo en montaña rusa, tanto en la vida como en la cama. Michael me reconforta: dormimos tomados de la mano, el símbolo perfecto de nuestra relación. Raramente hacemos el amor pero es suficiente.

Hice algunas concesiones. Hasta rezo, de vez en cuando, porque eso hace feliz a Michael. Por su parte, se ha vuelto más tolerante respecto de exponer a los niños a las ideas y a los sistemas de valores que están fuera del catolicismo. Estuvimos de acuerdo en que lo que estamos buscando es la armonía y la coherencia en nuestra compartida paternidad.

Ahora somos seis, una familia de seres humanos que está más próxima a varías otras estrellas que al planeta y a la estrella de nuestro nacimiento. Todavía no sabemos si este gigantesco cilindro lanzado a través del espacio realmente va a algún sitio. En ocasiones eso no parece importar: hemos creado nuestro propio mundo aquí en Rama y, aunque es limitado, creo que somos felices.

11

30 de enero de 2209

Había olvidado la sensación de sentir la adrenalina corriendo por mi cuerpo. Durante las treinta horas pasadas, nuestra vida calma y plácida en Rama se vio totalmente destruida.

Todo comenzó con dos sueños. Ayer a la mañana justo antes de despertarme tuve un sueño sobre Richard que fue extraordinariamente vívido: Richard no estaba en mi sueño, es decir que no aparecía al lado de Michael, Simone, Katie y yo, pero su rostro aparecía en el ángulo superior izquierdo de la pantalla de mi sueño, mientras nosotros cuatro nos dedicábamos a alguna actividad cotidiana. Repetía mi nombre una y otra vez, su llamado era tan intenso que seguí oyéndolo aun cuando desperté.

Acababa de empezar a contarle a Michael sobre el sueño cuando Katie apareció en el vano de la puerta vestida con su pijama. Estaba temblando y se la veía asustada.

—¿Qué pasa, querida? —pregunté, haciéndole un gesto para que viniera a mis brazos.

Vino hacia mí y me abrazó con fuerza.

—Es papito —dijo—. Anoche me llamaba en mis sueños.

Un escalofrío me recorrió la espalda y Michael se incorporó en su estera. Consolé a Katie en mis brazos pero quedé desconcertada por la coincidencia. ¿Había oído mi conversación con Michael? Imposible: la habíamos visto en el momento que entró a nuestra habitación.

Después de que Katie regresó al cuarto de los niños para cambiarse de ropa, le dije a Michael que no me resultaba posible pasar por alto los dos sueños. El y yo a menudo hemos discurrido sobre mis ocasionales facultades psíquicas. Aunque, en general, descarta la idea de la percepción extrasensorial, Michael siempre admitió que resultaba imposible afirmar de modo categórico que mis sueños y visiones no presagien el futuro.

—Debo ir a la parte superior y buscar a Richard —dije después del desayuno. Michael esperaba que yo hiciera un esfuerzo así y estaba preparado para cuidar a los niños. Pero estaba oscuro en Rama. Ambos estuvimos de acuerdo en que sería mejor que yo esperara hasta nuestro anochecer, cuando habría, otra vez, luz en el mundo de esta nave espacial, por encima de nuestro túnel.

Dormí una larga siesta, de modo de contar con muchas energías para llevar a cabo una búsqueda minuciosa. Dormí de a ratos y seguí sonando que me encontraba en peligro. Antes de partir me aseguré de que en mi computadora portátil hubiera un dibujo gráfico razonablemente preciso de Richard: quería tener la posibilidad de mostrar el objeto de mi búsqueda a cualquier aviano que me pudiera topar.

Después de besar a los niños para darles las buenas noches, me dirigí sin vacilar hacia la guarida de los avíanos. No me sorprendió encontrar que el centinela del tanque se había ido. Años atrás, cuando fui invitada por primera vez a la guarida por uno de los habitantes, el centinela del tanque tampoco estaba presente. ¿Podría ser que, de alguna manera, me estuvieran invitando otra vez? ¿Y qué tenía que ver todo esto con mi sueño? Mi corazón palpitaba enloquecidamente cuando pasé frente a la sala con la cisterna de agua y penetré más profundamente en el túnel que, por lo general, protegía el centinela ausente.

Nunca oí ningún sonido. Caminé durante casi un kilómetro antes de llegar a una puerta alta ubicada a mi derecha. Con cautela, miré hacia la sala oscura, al igual que todos los demás sitios de la guarida aviana, salvo el corredor vertical. Encendí la linterna. La sala no era demasiado profunda, quizás unos quince metros como máximo, pero era extremadamente alta. Contra el muro que estaba frente a la puerta había un sinfín de cajones ovales para almacenamiento. La luz de mi linterna mostró que las hileras se extendían hasta llegar al alto techo que debía estar inmediatamente debajo de una de las plazas de Nueva York.

No me tomó mucho tiempo descubrir el propósito de la sala: cada uno de los cajones de almacenamiento tenía el tamaño y la forma de un melón maná. Naturalmente, pensé para mí misma, éste debe de haber sido el lugar en el que guardaban los víveres. Con razón no querían que nadie entrara aquí.

Después de verificar que todos los cajones verdaderamente estaban vacíos, empecé a caminar de regreso al pozo. Después, llevada por un impulso instintivo, cambié la dirección, pasé frente a la sala de almacenamiento y proseguí por el túnel. Debía de conducir a alguna parte, razoné, o habría terminado en la sala de los melones.

Después de medio kilómetro más, el túnel se amplió gradualmente hasta que penetró en una gran cámara circular. En el centro de la sala que teñía un techo muy alto, había una amplia estructura en forma de cúpula. Contra los muros había cerca de veinte nichos, recortados a intervalos regulares. No había luz, salvo la de mi linterna, de modo que me llevó varios minutos formarme una imagen de conjunto de la sala con la estructura en forma de cúpula en el medio.

Recorrí todo el perímetro, examinando los gabinetes uno después de otro. La mayoría estaban vacíos. En uno de ellos encontré tres centinelas de tanque idénticos, prolijamente dispuestos contra el muro de atrás. Mi impulso inicial fue el de ser precavida con los centinelas, pero eso no fue necesario: todos estaban en estado latente.

Sin embargo, sin duda el más interesante de los nichos era el que se encontraba en el centro de la sala, exactamente a ciento ochenta grados del túnel de la entrada. Este nicho especial estaba cuidadosamente organizado y en las paredes habían recortado gruesos anaqueles. En total había quince anaqueles, cinco en cada uno de los dos costados y cinco más en la pared opuesta a la puerta de entrada al nicho. En los anaqueles de los costados había objetos dispuestos en forma ordenada (todo estaba muy ordenado); los anaqueles que estaban contra la pared opuesta tenían cinco depresiones circulares que formaban huecos en toda su longitud.

El contenido de estas depresiones, cada una de las cuales estaba aun subdividida en secciones, como las porciones de una tarta, era fascinante: una de las secciones de cada una de las depresiones contenía un material muy fino, como ceniza. Una segunda sección contenía uno, dos o tres anillos de color rojo cereza o dorado que reconocí de inmediato debido a su parecido con los anillos que habíamos visto alrededor del cuello de nuestro aterciopelado amigo aviano. No parecía haber un orden especial para el resto de los artículos que aparecían en las concavidades; de hecho, algunas de las concavidades estaban vacías, salvo por la ceniza y los anillos.

Finalmente, me di vuelta y me acerqué a la estructura en forma de cúpula. La puerta del frente se enfrentaba al nicho especial. Examiné la puerta con mi linterna. En la superficie rectangular había tallado un diseño intrincado: tenía cuatro paneles o cuadrantes separados. En el cuadrante superior izquierdo había un aviano y un melón maná en el panel adyacente, a la derecha. Los dos cuadrantes inferiores contenían imágenes desconocidas: a la izquierda estaba la talladura de un ser articulado, cruzado por bandas que corría con seis patas. El panel final, situado abajo a la derecha, representaba una gran caja llena con malla o tela de araña muy delgada.

Después de vacilar un momento empujé la puerta para abrirla. Casi me da un ataque cuando una alarma muy fuerte, como la bocina de un automóvil, perforó el silencio. Estuve en la puerta, sin moverme, mientras la alarma sonó durante casi un minuto. Cuando terminó, seguí sin moverme. Estaba tratando de oír si alguien (o algo) respondía a la alarma.

Ningún sonido perturbó el silencio. Al cabo de algunos minutos, empecé a examinar el interior del edificio: un cubo transparente, de un tamaño aproximado de dos metros y medio en cada dimensión, ocupaba el centro de la única sala. Las paredes del cubo estaban manchadas en algunos puntos, y esto oscurecía parcialmente mi visión, pero aun así pude ver que los diez centímetros del fondo estaban cubiertos por un material fino y oscuro. El resto del edificio que estaba en torno del cubo estaba decorado con diseños geométricos en las paredes, los pisos y el techo. Una de las caras del cubo tenía un estrecho acceso que permitía la entrada al interior del cubo.

Entré, el material negro y esponjoso parecía ser ceniza pero tenía una consistencia ligeramente diferente a la del material similar que había encontrado en las concavidades de los nichos. Mis ojos siguieron el haz de la linterna mientras se desplazaba en forma ordenada alrededor del cubo. Cerca del centro había un objeto parcialmente enterrado en la ceniza. Me acerqué a él, lo levanté, lo agité y casi me desmayo: era el robot de Richard, EB.

EB estaba considerablemente alterado. El exterior estaba ennegrecido, su diminuto panel de control se había fundido y ya no funcionaba. Pero no había la menor duda de que se trataba de él. Acerqué el robotito a mis labios y lo besé. En mi memoria lo podía ver recitando uno de los sonetos de Shakespeare mientras Richard lo escuchaba con arrobado deleite.

Resultaba evidente que EB había estado en un incendio. ¿Había quedado Richard también atrapado en un infierno dentro del cubo? Revisé cuidadosamente las cenizas pero no encontré huesos. Sin embargo, me pregunté qué era lo que se había quemado y producido toda la ceniza Y qué estaba haciendo EB dentro del cubo, en primer lugar.

Estaba convencida de que Richard estaba en alguna parte de la guarida aviana, de modo que pasé otras ocho largas horas subiendo y bajando, con pies y manos, rebordes y explorando túneles, visité todos los sitios en los que había estado antes, durante mi breve estada, mucho tiempo atrás, y hasta descubrí algunas interesantes cámaras nuevas de aplicación desconocida. Pero no había señales de Richard. De hecho, no había ninguna señal de vida. Consciente de que el breve día ramano había casi terminado y de que los cuatro niños iban a despertar pronto en nuestro túnel, regresé finalmente, cansada y abatida, a mi hogar ramano.

Cuando llegué, tanto la tapa como la red que daban a nuestro túnel estaban abiertas. Si bien estaba bastante segura de que las había cerrado a las dos antes de irme, no podía recordar con exactitud mis actos en el momento de la partida. Finalmente, me dije que, quizás, había estado demasiado alterada en ese momento, y me había olvidado de cerrar todo. Acababa de empezar a descender cuando oí a Michael gritar «Nicole», detrás de mí.

Me di la vuelta. Michael se acercaba desde el sendero hacia el este. Se desplazaba con rapidez, lo que no era frecuente en él, y llevaba a Patrick en los brazos.

—Ahí estás —dijo, jadeando mientras yo me acotaba a él—. Me estaba empezando a preocupar…

Se detuvo bruscamente, me miró fijo durante un instante y después miró con rapidez en derredor.

—Pero, ¿dónde está Katie? —dijo con angustia.

—¿Qué quieres decir con eso de dónde está Katie? —pregunté. El gesto de Michael me alarmaba.

—¿No está contigo? —preguntó.

Cuando negué con la cabeza dije que no la había visto, Michael súbitamente prorrumpió en llanto. Me adelanté con rapidez y consolé al pequeño Patrick que estaba asustado por los sollozos de Michael y que, por eso, también había empezado a llorar.

—Oh, Nicole —dijo Michael—. Lo siento tanto, pero tanto, Patrick estaba pasando una mala noche de modo que lo traje a mi habitación. Después, Benjy tuvo dolor de vientre y Simone y yo lo atendimos durante varias horas. Todos nos quedamos dormidos mientras Katie estaba sola en la habitación de los niños. Hace unas dos horas, cuando todos despertamos, se había ido.

Nunca antes había visto a Michael tan perturbado. Traté de consolarlo, de decirle que era probable que Katie sencillamente estuviera jugando en alguna parte del vecindario (y cuando la encontráramos, pensaba yo, le voy a dar un reto que nunca iba a olvidar), pero Michael no estaba de acuerdo.

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