El jardín de Rama (44 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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Eponine se sentó en una de las sillas. Estaban en la sala de estar del pequeño departamento de dos dormitorios. Estaba amoblado en forma modesta pero agradable, con dos sillas y un sofá grande, que era del mismo color marrón que la mesa rectangular de café. En total, el departamento, que tenía un solo baño y una cocina pequeña, además de la sala de estar y de dos dormitorios, tenía una superficie de más de cien metros cuadrados.

Kimberly Henderson recorrió la habitación a zancadas, con impaciencia.

—Kim —dijo lentamente Eponine—, lo siento, pero me resulta difícil concentrarme en elegir un departamento cuando nos están ocurriendo tantas cosas. ¿Qué es este sitio? ¿Dónde estamos? ¿Por qué estamos aquí? —Su mente regresó velozmente a la increíble reunión instructiva, tres días atrás, cuando el comandante Macmillan les informó que estaban en el interior de una nave espacial construida y equipada por extraterrestres, “con el propósito de observar a los seres de la Tierra”.

Kimberly Henderson encendió un cigarrillo y despidió con fuerza el humo. Se encogió de hombros.

—Mierda, Eponine —dijo—. No sé las respuestas para ninguna de esas preguntas… pero sí sé que si no elegimos un departamento nos van a dejar con lo que todos los demás rechazaron.

Eponine miró a su amiga durante varios segundos, y después suspiró.

—No me parece que este procedimiento haya sido muy justo —se quejó—, todos los pasajeros de la
Pinta
y de la
Niña
pudieron elegir su vivienda antes de que nosotros llegáramos. Tenemos que elegir de los desechos.

—¿Y qué esperabas? —respondió Kimberly con rapidez—. Nuestra nave transportaba convictos… claro que nos dejaron la basura. Pero, por lo menos, finalmente somos libres.

—¿Así que imagino que deseas vivir en este departamento? —dijo Eponine por fin.

—Sí —contestó Kimberly—, y también quiero hacer una licitación por los otros dos departamentos que vimos esta mañana, cerca del mercado Hakone, en caso de que nos ganen de mano con éste. Si no tenemos una vivienda definitiva después del sorteo de esta noche, me temo que realmente nos las vamos a ver negras.

Fue un error
, pensaba Eponine mientras la miraba a Kimberly recorrer el departamento,
nunca debía haber aceptado ser su compañera de cuarto… Pero, ¿qué opción tenía? Las viviendas que quedaban para personas solas son desastrosas
.

Eponine no estaba acostumbrada a los cambios bruscos en su vida. A diferencia de Kimberly Henderson, que había tenido enorme variedad de experiencias hasta que fue acusada de homicidio calificado, a los diecinueve años, Eponine había vivido una niñez y una adolescencia relativamente calmas. Había crecido en un orfanato en las afueras de Limoges, Francia y, hasta que el profesor Moreau la llevó a París para ver los grandes museos, cuando Eponine tenía diecisiete años, nunca había estado afuera de su provincia natal. Para ella ya había sido una decisión muy difícil postularse para la Colonia Lowell. Pero estaba cumpliendo cadena perpetua en Bourges y en Marte tendría la oportunidad de ser libre. Después de prolongadas deliberaciones, con toda valentía se decidió a presentar su solicitud ante la AIE.

A Eponine la habían elegido como colono porque presentaba destacados antecedentes académicos, en especial en todas las artes. Hablaba inglés con fluidez y había sido una presa modelo. Su legajo en los archivos de la AIE determinó su ubicación más factible en la Colonia Lowell como “profesora de teatro y/o artes, en las escuelas secundarías”. A pesar de las dificultades relacionadas con la fase del vuelo a velocidad de crucero, después de abandonar la Tierra, Eponine sintió que un torrente de adrenalina le recorría el cuerpo cuando Marte apareció por vez primera en la ventanilla de observación de la
Santa María
. Sería una nueva vida en un nuevo mundo.

Sin embargo, dos días antes del encuentro programado, los guardias de la AIE anunciaron que la nave espacial no iba a lanzar sus transbordadores de descenso, como estaba planeado. En vez de eso, les habían dicho a sus pasajeros convictos, la
Santa María
iba a hacer un “desvío temporal para hacer acople con una estación espacial en órbita marciana”. Eponine había quedado confundida y preocupada por el anuncio. A diferencia de la mayoría de sus compañeros, ella había leído cuidadosamente todo el material de la AIE concerniente a los colonos y nunca había visto la menor mención de una estación espacial en órbita alrededor de Marte.

No fue sino hasta que la
Santa María
bajó toda su carga, y toda la gente y todos los pertrechos estuvieron en el interior de Nuevo Edén que alguien realmente les dijo a Eponine y a los demás convictos lo que estaba pasando. Y aun después de la reunión informativa con Macmillan, muy pocos de los convictos creían que les estaban diciendo la verdad.

—Vamos, vamos —dijo Willis Meeker—, ¿realmente cree que somos tan estúpidos? ¿Un grupo de extraterrestres fabricó este sitio y todos esos locos robots? Todo esto es un engaño, simplemente están probando con nosotros alguna nueva clase de concepto sobre prisiones.

—Pero, Willis —le había contestado Malcolm Peabody—, ¿y todos los demás, los que vinieron en la
Pinta
y la
Niña
? Hablé con algunos. Son gente normal, es decir, no son convictos. Si tu teoría es cierta ¿qué están haciendo
ellos
aquí?

—¿Cómo diablos lo voy a saber, marica? No soy un genio. Solamente sé que ese petimetre de Macmillan no nos está diciendo las cosas como son.

Eponine no permitió que sus inseguridades respecto de la reunión informativa con Macmillan le impidieran ir con Kimberly a Ciudad Central para presentar la solicitud para los tres departamentos en Ha Kone. Esta vez tuvieron suerte con el sorteo y les asignaron la primer opción. Las dos mujeres pasaron un día mudándose al departamento ubicado en el borde del bosque de Sherwood y después se presentaron en la oficina de empleos del complejo administrativo, para registrarse.

Debido a que las otras dos naves espaciales habían arribado mucho antes que la
Santa María
, los trámites para integrar los convictos a la nueva vida en Nuevo Edén se definieron en forma muy cuidadosa. De hecho no llevó demasiado tiempo asignar a Kimberly, que tenía antecedentes sobresalientes en enfermería, al hospital central.

Eponine se entrevistó con el inspector general de escuelas y con otros cuatro profesores antes de aceptar un puesto en la Escuela Secundaria Central. Su nuevo trabajo demandaba un corto viaje en tren, aunque podría haber caminado todos los días si hubiera aceptado enseñar en la Escuela de Enseñanza Media de Ha Kone. Pero Eponine creía que iba a valer la molestia. Le agradaban mucho el rector y los otros profesores que enseñaban en la escuela secundaria.

Al principio, los otros siete médicos que trabajaban en el hospital desconfiaban de los dos médicos convictos, en especial del doctor Robert Turner, cuyo legajo mencionaba, de modo críptico, sus brutales asesinatos sin entrar en detalles sobre alguna de las circunstancias atenuantes. Pero, al cabo de una semana, cuando sus extraordinarios conocimientos y profesionalismo se hicieron evidentes para todos, el personal médico lo eligió, en forma unánime, como director del hospital. El doctor Turner quedó bastante atónito por la elección y, en un breve discurso de aceptación, prometió dedicarse por completo al bienestar de la colonia.

Su primer acto oficial consistió en proponerle al gobierno provisional que a cada ciudadano de Nuevo Edén se le practicara un examen físico completo para poner al día las historias clínicas personales. Cuando aprobaron la propuesta, el doctor Turner desplegó a los Tiasso por toda la colonia, en calidad de paramédicos. Los biots llevaron a cabo todos los exámenes de rutina y reunieron datos para que los analicen los médicos. Simultáneamente, recordando la excelente red de datos que había existido entre todos los hospitales de la sección metropolitana de Dallas, el infatigable doctor Turner empezó a trabajar con varios de los Einstein en el diseño de un sistema totalmente computadorizado para hacer el seguimiento del estado de salud de los colonos.

Una noche, tres semanas después de que la
Santa María
se acopló a Rama, Eponine estaba en casa sola, como siempre (era un hecho que Kimberly Henderson casi nunca estaba en el departamento. Si no estaba trabajando en el hospital, entonces salía con Toshio Nakamura y sus compinches), cuando sonó el videófono: el rostro de Malcolm Peabody apareció en el monitor.

—Eponine —dijo con timidez—, tengo que pedirte un favor.

—¿De qué se trata, Malcolm?

—Recibí una llamada del doctor Turner, desde el hospital, hace cinco minutos. Dice que había algunas “irregularidades” en los datos sobre mi salud que tomó uno de esos robots, la semana pasada. Turner quiere que vaya para practicarme un examen más detallado.

Eponine esperó pacientemente durante varios segundos.

—No te comprendo bien —dijo finalmente—. ¿Cuál es el favor? Malcolm respiró hondo.

—Debe de ser grave, Eponine. Quiere verme ahora… ¿Puedes venir conmigo?


¿Ahora?
—se sorprendió Eponine y miró su reloj—. Casi son las once de la noche. —De repente recordó que Kimberly Henderson se quejaba de que el doctor Turner era “tan adicto al trabajo como esas enfermeras robots negras”. Eponine también recordó el fascinante azul de los ojos de Turner.

—Muy bien —le dijo a Malcolm—. Me reúno contigo en la estación, dentro de diez minutos.

Eponine no salía mucho de noche. Desde que le asignaron el puesto de profesora, había pasado la mayor parte de las noches trabajando en el planeamiento de sus clases. Un sábado a la noche, había salido con Kimberly, Toshio Nakamura y varias personas más, a un restaurante japonés que se acababa de inaugurar. Pero la comida era extraña, los acompañantes principalmente orientales, y varios de los hombres, después de haber bebido demasiado, le hicieron desagradables propuestas amorosas. Kimberly la increpó por ser “melindrosa y estirada”, pero Eponine rehusó posteriores invitaciones de su compañera de cuarto para hacer relaciones sociales.

Eponine llegó a la estación antes que Malcolm. Mientras lo esperaba se maravilló ante el cambio que había sufrido el pueblo por la presencia de seres humanos.

Veamos
, pensaba.
La Pinta llegó aquí hace tres meses; la Niña, cinco semanas después. Ya hay tiendas por todas partes, tanto alrededor de la estación como en el pueblo. Los logros de la existencia humana. Si permanecemos aquí un año, o dos, esta colonia va a ser indistinguible de la Tierra
.

Malcolm estuvo bastante nervioso y locuaz durante el corto viaje en tren.

—Sé que es mi corazón, Eponine —dijo—. He estado padeciendo agudos dolores, aquí, desde la muerte de Walter. Al principio creí que todo estaba en mi mente.

—No te preocupes —contestó Eponine, tranquilizando a su amigo—. Apuesto a que no es nada grave.

Eponine tenía dificultades para mantener los ojos abiertos. Eran más de las tres de la mañana. Malcolm estaba dormido en el banco que estaba al lado de Eponine.
¿Qué está haciendo el doctor?
, se preguntaba ella.
Dijo que no tardaría mucho
.

Poco después de que llegaron, el doctor Turner examinó a Malcolm con un estetoscopio computadorizado y, después le dijo que necesitaba “exámenes más abarcadores” y lo llevó a una sección separada del hospital. Malcolm regresó a la sala de espera una hora después. Eponine sólo vio al médico brevemente cuando recibió a Malcolm en su consultorio, al comienzo del examen.

—¿Es usted amiga del señor Peabody? —dijo la voz. Eponine estaba dormitando. Cuando enfocó la vista, los bellos ojos azules la miraban fijo desde sólo un metro de distancia El médico parecía estar cansado y molesto.

—Sí —dijo Eponine en voz baja, tratando de no molestar al hombre que dormía apoyado sobre su hombro.

—Va a morir muy pronto —dijo Turner—. Posiblemente dentro de dos semanas.

Eponine sintió que la sangre le hervía en todo el cuerno.
¿Estoy oyendo bien?
, pensó.
¿Dijo que Malcolm va a morir en las dos semanas próximas?
Eponine estaba pasmada.

—Va a necesitar mucho apoyo —dijo el médico. Se detuvo un momento y miró fijo a Eponine. Trataba de recordar dónde la había visto antes.

—¿Podrá usted ayudarlo? —preguntó Turner.

—Sí… creo que sí —contestó Eponine. Malcolm se empezó a agitar.

—Debemos despertarlo ahora —dijo el médico.

No había emoción perceptible en los ojos del doctor Turner. Había presentado el diagnóstico, no su sentencia, sin el menor atisbo de sentimiento.
Kim tiene razón
, pensó Eponine,
es tan autómata como esos robots Tiasso
.

Por sugerencia del médico, Eponine acompañó a Malcolm por un corredor hacia una sala llena con instrumental médico.

—Alguien inteligente —le dijo el doctor Turner a Malcolm— eligió el equipo que se trajo aquí desde la Tierra. Si bien somos limitados en cuanto a la cantidad de personal, nuestros aparatos de diagnóstico son de primera calidad.

Los tres caminaron hasta un cubo transparente de casi un metro de lado.

—Este sorprendente dispositivo —dijo el doctor Turner— se llama proyector de órganos: puede reconstruir, con detallada fidelidad, casi todos los órganos más importantes del cuerpo humano. Lo que estamos viendo ahora, cuando miramos en el interior, es una representación, por gráficos computadorizados, de su corazón, señor Peabody, tal como aparecía hace noventa minutos, cuando inyecté el material de rastreo en sus vasos sanguíneos.

El doctor Turner señaló una sala adyacente, donde Malcolm había sido sometido a los exámenes.

—Mientras usted estaba sentado a esa mesa —prosiguió Turner—, fue explorado un millón de veces por segundo por la máquinas que tiene la lente grande. A partir de la colocación del material de rastreo y de esos miles de millones de exploraciones instantáneas, se elaboró una imagen tridimensional, sumamente precisa, de su corazón. Eso es lo que está viendo dentro del cubo.

El doctor Turner se detuvo un momento, desvió la vista rápidamente y, después, fijó lo ojos en Malcolm.

—No estoy tratando de hacerle las cosas más difíciles, señor Peabody —dijo con calma—, pero quise explicarle cómo pude saber qué anda mal en usted. Así podrá entender que no hubo error alguno.

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