El jardín de Rama

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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El jardín de Rama continúa la historia apasionante que comenzó con Cita con Rama y Rama II, la gran serie de ciencia ficción creada por Arthur C. Clarke.

En el año 2130 una misteriosa nave espacial desierta, Rama, llegó al sistema solar. Cuando volvió a partir hacia su nuevo destino, muchos misterios quedaron sin resolver. Ochenta años después hizo su arribo una segunda nave, esta vez habitada. El nuevo encuentro terminó en tragedia, con un intento de destruir el extraño objeto por parte de la Tierra.

Ahora Rama II se aleja del sistema solar. A bordo hay tres humanos, dos hombres y una mujer. Van rumbo a lo desconocido, en un viaje que jamás vivió hombre alguno, al final del cual quizá se desvele la verdad sobre Rama…

Arthur C. Clarke

Gentry Lee

El jardín de Rama

ePUB v1.3

Jianka
04.06.12

Título original: The Garden of Rama

Arthur C. Clarke y Gentry Lee, 1991.

Traducción: Adolfo Martín Pérez

Diseño/retoque portada: Eduardo Ruiz

Editor original: Jianka (v1.0 a v1.3)

ePub base v2.0

Agradecimientos

Mucha gente hizo valiosas contribuciones para esta novela. Antes que nadie, en cuanto al impacto total, se cuenta nuestro editor, Lou Aronice: sus primeros comentarios le dieron forma a la estructura de la novela y su aguda revisión final antes de publicar fortaleció, de modo importante, la ilación del texto.

Nuestro buen y omnisciente amigo Gerry Snyder fue, una vez más, extremadamente útil, enfrentando, con total disposición, cualquier problema técnico, fuera éste grande o pequeño. Si en este relato los pasajes sobre temas médicos son exactos y tienen verosimilitud, entonces el mérito se le debe reconocer al doctor Jim Willerson. Cualquier error es estricta responsabilidad de los autores.

Durante las primeras etapas de la redacción, Yihei Akita dejó de lado sus propias actividades para ayudarnos a encontrar la ubicación adecuada para las escenas japonesas. Asimismo, tuvo más que buena disposición para discurrir en detalle sobre las costumbres, así como la historia, de su nación. En Tailandia, Watcharee Monviboon fue una excelente guía para conocer las maravillas de ese país.

La novela trata, en detalle, sobre mujeres, especialmente sobre cómo sienten y piensan: tanto Bebe Barden como Stacey Lee siempre estuvieron dispuestas a conversar sobre la naturaleza femenina. Bebe Barden fue, asimismo, especialmente útil con las ideas para la vida y la poesía de Benita García.

Stacey Kiddoo Lee hizo muchas contribuciones directas para El Jardín de Rama, pero su desinteresado apoyo a todo el esfuerzo fue de suma importancia. Durante la redacción de esta novela, Stacey también dio a luz, a su cuarto hijo, Travis Clarke Lee. Stacey, muchísimas gracias por todo.

Diario personal de Nicole
1

29 de diciembre de 2200

Hace dos noches, a las 10:44 hora de Greenwich en la Tierra, Simone Tiesso Wakefield saludó al universo. Fue una increíble experiencia. Yo creía haber sentido emociones fuertes antes, pero nada de lo acontecido en mi vida —ni la muerte de mi madre, ni la medalla olímpica de oro en Los Angeles, ni mis treinta y seis horas con el príncipe Henry y ni siquiera el nacimiento de Genevieve bajo los vigilantes ojos de mi padre en el hospital de Tours— fue tan intenso como mi alborozo y mi alivio cuando, finalmente, oí el primer llanto de Simone.

Michael había predicho que el bebé llegaría el día de Navidad. Con su habitual calidez, nos dijo que tenía la firme creencia de que Dios nos iba a “dar una señal” al hacer que nuestro niño espacial naciera en la fecha en la que se suponía que había nacido Jesús. Richard se mofó como hace siempre mi marido cuando el fervor religioso de Michael se apodera de 61. Pero, después de que sentí las primeras contracciones fuertes en la Nochebuena, incluso Richard casi se volvió creyente.

Dormí con sobresaltos la noche previa a Navidad. Justo antes de despertar, tuve un ensueño profundo, vivido: estaba caminando junto a nuestro estanque en Beauvois, jugando con nuestro pato Dunois y sus compañeros, los patos silvestres, cuando oí una voz que me llamaba No pude identificarla, pero supe, sin duda, que era una mujer la que hablaba. Me dijo que el nacimiento iba a ser extremadamente difícil y que yo iba a necesitar toda mi fuerza para dar a luz a mi segundo hijo.

El día de Navidad, después de intercambiar los sencillos regalos que cada uno de nosotros había ordenado clandestinamente de los ramanes, empecé a adiestrar a Michael y a Richard para enfrentar varias posibles emergencias. Pienso que Simone, sin duda, habría nacido el día de Navidad si no hubiera tenido tan presente que los dos hombres no estaban ni remotamente preparados para ayudarme en caso de un problema serio. Es probable que, en esos dos días finales, no haya sido más que mi fuerza de voluntad lo que demoró el nacimiento del bebé.

Uno de los posibles inconvenientes que discutimos en Navidad fue el de un bebé en posición incorrecta. Algunos meses atrás, cuando mi nonata beba todavía tenía cierta libertad de movimiento en mi vientre, yo estaba bastante segura de que estaba cabeza abajo. Pero creí que había girado durante la última semana, antes de ubicarse en la posición de nacimiento. Sólo estaba parcialmente en lo cierto: de hecho había logrado colocarse con la cabeza hacia adelante para descender por el canal de nacimiento. Sin embargo, la cara estaba hacia arriba hacia mi estómago y, después de la primera serie de contracciones fuertes, la coronilla de su cabecita quedó encajada inadecuadamente contra mi pelvis.

En un hospital de la Tierra, el médico probablemente habría llevado a cabo una cesárea. Por cierto, un médico pediatra habría estado atento ante el caso de un parto forzado, y se habría puesto a trabajar desde un comienzo con todo el instrumental robot, esforzándose por girar la cabeza de Simone, antes de que se hubiera encajado en una posición tan inconveniente.

Hacia el final, el dolor era agudísimo. Entre cada una de las fuertes contracciones que empujaban a mi hija contra mis inflexibles huesos, yo trataba de gritarles órdenes a Michael y a Richard. Richard estaba casi paralizado, no podía tolerar mis dolores (o “el caos”, como lo denominó más tarde) y mucho menos podía ayudar con la episiotomía o emplear los improvisados fórceps que habíamos obtenido de los ramanes. Michael, bendito sea, con la transpiración bañándole la frente a pesar de la temperatura baja de la sala, luchaba denodadamente por seguir mis instrucciones, en ocasiones incoherentes. Empicó el escalpelo de mi equipo de medicina para ampliar mi abertura y, después de algunos instantes de vacilación debido a la sangre, encontró con los fórceps la cabeza de Simone. De alguna manera logró, en su tercer intento, tanto obligarla a retroceder dentro del canal uterino, como hacer que se diera vuelta para poder nacer.

Los dos hombres gritaron cuando la niña asomó la cabeza. Yo seguía concentrándome en mi ritmo de jadeo, preocupada por mantenerme consciente. A pesar del intenso dolor, también yo grité cuando mi siguiente contracción fuerte empujó a Simone hacia las manos de Michael. En su condición de padre, fue trabajo de Richard cortar el cordón umbilical. Cuando Richard terminó, Michael alzó a Simone para que yo la viera.

—Es una niña —dijo con lágrimas en los ojos. La depositó suavemente sobre mi vientre y yo me incorporé levemente para mirarla. Mi primera impresión fue que era igual a mi madre.

Logré permanecer despierta hasta que retiraron la placenta y, con ayuda de Michael, terminé de suturar los cortes que me había hecho con el bisturí. Después, me desplomé. No recuerdo muchos detalles de las veinticuatro horas posteriores. Estaba tan cansada por el trabajo de parto y el nacimiento (el ritmo de mis contracciones aumentó a una cada menos de cinco minutos once horas antes de que Simone naciera), que dormí cada vez que pude. Mi nueva hija tomó el pecho naturalmente, sin que fuera necesario forzarla, y Michael insiste en que incluso mamó una o dos veces mientras yo estaba casi dormida. Ahora, mi leche surge de mis pechos inmediatamente después de que Simone comienza a succionar. Parece estar bastante satisfecha una vez que termina. Me siento encantada de que mi leche sea adecuada para ella; me preocupaba tener el mismo problema que experimenté con Genevieve.

Uno de los dos hombres está junto a mí cada vez que despierto. Las sonrisas de Richard siempre parecen un poco forzadas pero de todos modos las aprecio. Michael coloca a Simone en mis brazos o en mis pechos en cuanto me despierto. La maneja con soltura aun cuando llora, y no deja de murmurar que es hermosa.

En este momento, Simone está durmiendo a mi lado, envuelta en una especie de manta fabricada por los ramanes (resulta extremadamente difícil definir telas; en particular, palabras relativas a su calidad, tales como “suave”, en cualquiera de los términos cuantitativos que nuestros anfitriones puedan entender). En realidad se parece a mi madre: la piel es bastante oscura, quizás hasta más que la mía, y la pelusa de la cabeza es negra azabache; los ojos son de un tono pardo intenso. Con la cabeza todavía ahusada y deformada por el parto difícil, no resulta fácil decir que Simone es hermosa pero, por supuesto, Michael tiene razón. Es adorable. Mis ojos fácilmente pueden ver la hermosura que hay más allá de este ser frágil, rojizo, que respira con una rapidez tan desesperada. Bienvenida al mundo, Simone Wakefield.

2

6 de enero de 2201

Hace dos días que estoy deprimida. Y cansada… ¡tan cansada! Aun cuando tengo plena conciencia de que padezco un caso típico de síndrome posparto, no he podido aliviar mi sensación de depresión.

Hoy fue la peor mañana. Desperté antes que Richard y me quedé tendida, en silencio, en mi parte de la estera. Miré a Simone que estaba durmiendo pacíficamente en la cuna ramana, contra la pared. A pesar de mis sentimientos de amor hacia la niña, no puede concebir ningún pensamiento positivo respecto de su futuro. La aureola de éxtasis que había rodeado su nacimiento y durado setenta y dos horas se había desvanecido por completo. Un interminable fluir de ideas desesperanzadas y de preguntas sin respuesta invadía mi mente: ¿qué clase de vida tendrás, mi pequeña Simone? ¿Cómo nosotros, tus padres, lograremos brindarte felicidad?

Mi querida hija, vives con tus padres y con su buen amigo Michael O'Toole en un túnel subterráneo, a bordo de una gigantesca nave espacial extraterrestre. Los tres adultos que hay en tu vida son todos cosmonautas provenientes del planeta Tierra, parte de la expedición Newton, que se envió para investigar un diminuto mundo cilíndrico llamado Rama, hace casi un año. Tu madre, tu padre y el general O'Toole fueron los únicos seres humanos que todavía quedaban a bordo de esta nave extraterrestre cuando Rama, en forma abrupta, alteró su trayectoria para evitar ser aniquilada por una falange nuclear lanzada desde una Tierra paranoica.

Por encima de nuestro túnel hay una isla compuesta por misteriosos rascacielos, a la que llamamos Nueva York. Está rodeada por un mar congelado que circunda por completo esta enorme nave espacial y la divide por la mitad. En este momento, según los cálculos de tu padre, nos encontramos dentro de la órbita de Júpiter —aunque la gran bola gaseosa se encuentra muy lejos, del otro lado del Sol—, siguiendo una trayectoria hiperbólica que, con el tiempo, va a abandonar por completo el Sistema Solar. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. No sabemos quién construyó esta nave espacial o por qué la construyeron. Sabemos que hay otros ocupantes a bordo pero no tenemos la menor idea de dónde vinieron
esos
otros pasajeros y, además, tenemos motivos para sospechar que por lo menos algunos de ellos pueden ser hostiles.

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