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Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

El guardián invisible (3 page)

BOOK: El guardián invisible
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—Pero antes tú tienes que ayudarme a mí —dijo casi con dulzura. Él se secó las lágrimas sin dejar de gimotear mientras asentía—. Háblame de Carla. ¿Cómo era?

—Carla era genial, una máquina de tía, muy guapa, muy abierta, tenía muchos amigos…

—¿Cómo os conocisteis?

—En el instituto, yo ya lo he dejado y ahora trabajo… Hasta que pasó esto trabajaba con mi hermano echando cubiertas de brea en los tejados. Me iba bien, se gana pasta; es una mierda de curro pero está bien pagado. Ella seguía estudiando, aunque estaba repitiendo y quería dejarlo, pero sus padres se empeñaron y ella era obediente.

—Has dicho que tenía muchos amigos, ¿sabes si se veía con alguien más? ¿Otros chicos?

—No, no, de eso nada —dijo recobrando la energía y frunciendo el ceño—, estaba conmigo y con nadie más.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Lo estoy. Pregunte a sus amigas, estaba loca por mí.

—¿Teníais sexo?

—Y del bueno —dijo él sonriendo.

—Cuando encontraron el cadáver de Carla tenía marcas de tus dientes en un pecho.

—Ya lo expliqué entonces. Con Carla era así, a ella le gustaba así, y a mí también. Vale, nos iba el sexo más duro, ¿y qué? No le pegaba ni nada así, sólo eran juegos.

—Dices que era a ella a la que le gustaba el sexo cañero, sin embargo declaraste —dijo Jonan mirando las notas— que aquella noche no quiso tener relaciones, y que tú te enfadaste por eso. Aquí hay algo que no concuerda, ¿no crees?

—Era por las drogas, en un momento se ponía como una moto y al minuto le daba la paranoia y decía que no… Claro que me cabreé, pero no la forcé y no la maté, ya nos había ocurrido otras veces.

—¿Y otras veces la hacías bajar del coche y la dejabas tirada en mitad del monte?

Miguel Ángel le lanzó una mirada furiosa y tragó saliva antes de responder.

—No, ésa fue la primera vez, y yo no la hice bajar del coche: fue ella la que se piró y no quería subir, a pesar de que se lo pedí… Hasta que me harté y me fui.

—Te arañó el cuello —dijo Amaia.

—Ya se lo he dicho, le gustaba así; a veces me dejaba la espalda destrozada. Nuestros amigos se lo pueden decir; este verano, mientras tomábamos el sol, vieron las marcas de mordiscos que yo tenía en los hombros, y se estuvieron riendo un rato y llamándola loba.

—¿Cuándo habíais tenido relaciones sexuales por última vez antes de esa noche?

—Pues imagino que el día anterior, siempre que nos veíamos acabábamos follando, ya le he dicho que estaba loca por mí.

Amaia suspiró y se puso en pie haciéndole un gesto al celador.

—Sólo una cosa más. ¿Cómo llevaba el pubis?

—¿El pubis?, ¿quiere decir los pelos del coño?

—Sí, los pelos del coño —dijo Amaia sin inmutarse—. ¿Cómo los llevaba?

—Afeitados, sólo una sombrita —dijo sonriendo, justo encima.

—¿Por qué se rasuraba?

—Ya le he dicho que a los dos nos gustaban esas cosas. Me encantaba…

Cuando se dirigían a la puerta, Miguel Ángel se puso en pie.

—Inspectora. —El funcionario le hizo un gesto para que se sentara. Amaia se volvió hacia él.

—Dígame, ¿por qué ahora sí y antes no?

La inspectora miró a Jonan antes de responder, pensándose si aquel gallito merecía una explicación o no. Decidió que sí.

—Porque ha aparecido otra chica muerta y su crimen recuerda un poco al de Carla.

—¡Ahí lo tiene! ¿Lo ve?, ¿cuándo saldré de aquí? —Amaia se volvió hacia la salida antes de responder.

—Tendrás noticias.

4

Miraba por la ventana cuando la sala comenzó a llenarse a su espalda y, mientras oía el arrastrar de sillas y elEl g murmullo de las conversaciones, apoyó las manos en el cristal, perlado de microscópicas gotas de aliento. El frío le trajo la certeza del invierno y la imagen de una Pamplona húmeda y gris en el atardecer de febrero en la que la luz se fugaba rápidamente hacia el vacío. El gesto la llenó de nostalgia de un verano que quedaba tan lejano como si perteneciese a otro mundo, un universo de luz y calidez donde eran imposibles las niñas muertas abandonadas en el lecho helado del río.

Jonan, a su lado, le tendía un café con leche; ella lo agradeció con una sonrisa y lo sujetó con las dos manos, intentando en vano que el calor del vaso se transmitiese a sus dedos ateridos. Se sentó y esperó mientras Montes cerraba la puerta y el murmullo general cesaba.

—¿Fermín? —dijo Amaia invitando al inspector Montes a comenzar.

—He ido hasta Elizondo para hablar con los padres de las chicas y con el pastor que encontró el cuerpo de Carla Huarte. De los padres nada, los de Carla dicen que no les gustaban los amigos de su hija, que salían mucho y que bebían, y están convencidos de que fue el novio. Un detalle: no pusieron la denuncia por desaparición hasta el cuatro de enero, y teniendo en cuenta que la chica salió de casa el 31… Se justifican diciendo que la chica cumplía dieciocho el día 1 y que pensaban que se había largado de casa como solía amenazar, que fue al ponerse en contacto con las amigas cuando supieron que hacía días que no la veían.

»Los padres de Ainhoa Elizasu están en pleno
shock
, y están aquí, en Pamplona, en el Instituto de Medicina Legal, esperando que les entreguen el cuerpo después de la autopsia. La niña era maravillosa y no se explican cómo alguien ha podido hacerle esto a su hija. El hermano tampoco ha sido de gran ayuda, se culpa por no haber avisado antes. Y las amigas de Elizondo dicen que estuvieron primero en casa de una de ellas y después dando una vuelta por el pueblo, que de pronto Ainhoa se dio cuenta de la hora y salió corriendo; nadie la acompañó porque la parada está muy cerca. No recuerdan que se les acercase nadie sospechoso, no discutieron con nadie y Ainhoa no tenía novio ni tonteaba con ningún chico. Lo más interesante ha sido hablar con el pastor, José Miguel Arakama, todo un personaje. Se ciñe a su primera declaración, pero lo más importante es algo que recordó días después, un detalle al que no dio importancia en aquel momento porque parecía no tener relación con el hallazgo del cadáver.

—¿Lo vas a contar? —se impacientó Amaia.

—Me estaba diciendo que por esa zona iban muchas parejitas que dejaban aquello hecho un asco, lleno de colillas, latas vacías, condones usados y hasta pantis y bragas, cuando me suelta que un día una se dejó allí un par de zapatos nuevos de fiesta, de color rojo.

—La descripción coincide con los que llevaba Carla Huarte en Nochevieja y que no aparecieron con el cadáver —apuntó Jonan.

—Y eso no es todo. Está seguro de que los vio el día 1; ese día él trabajaba y, aunque no bajó a las ovejas a beber en aquel punto, vio claramente los zapatos. Según sus propias palabras estaban allí como si alguien los hubiera colocado, como cuando te vas a dormir o a bañarte al río —dijo leyendo sus notas.

—Pero cuando se halló el cadáver de Carla ¿no se encontraron los zapatos? —dijo Amaia mirando el informe.

—Alguien se los llevó —aclaró Jonan.

—Y no fue el asesino, casi parece que los dejó allí para señalizar la zona —dijo Montes, que reflexionó un momento sobre esta idea y continuó—. Por lo demás, las dos chicas estudiaban en el instituto de Lekaroz, y si se conocían de vista, algo bastante probable, no tenían relación: edades diferentes, otros amigos… Carla Huarte vivía en el barrio de Antxaborda. Salazar, tú lo conocerás. —Amaia asintió—. Y Ainhoa vivía en el pueblo de al lado.

Montes se inclinó sobre sus notas y Amaia percibió una sustancia aceitosa que llevaba por todo el cabello.

—Montes, ¿qué llevas en el pelo?

—Es brillantina —dijo él pasándose la mano por la nuca—. Me lo han puesto en la peluquería. ¿Podemos seguir?

—Claro.

—Bueno, pues de momento no hay mucho más. ¿Qué tenéis vosotros?

—Estuvimos hablando con el novio —respondió Amaia—, y nos ha contado cosas muy interesantes, como que a su novia le iba el sexo duro, con arañazos, mordiscos y cachetes, circunstancia confirmada por las amigas de Carla, a las que le gustaba contarles sus encuentros sexuales con pelos y señales, y nunca mejor dicho. Esto justificaría sus arañazos y el mordisco que tenía en un pecho. Se ciñe a sus anteriores declaraciones: que la chica estaba bastante alterada debido a las drogas que había tomado y que se puso literalmente paranoica. Encaja con el informe de toxicología. Y nos ha dicho también que Carla Huarte se rasuraba habitualmente el vello púbico, lo que explicaría que no se hallase ni rastro en el escenario.

—Jefa, tenemos las fotos del escenario de Carla Huarte.

Jonan las fue colocando sobre la mesa y todos se inclinaron en torno a Amaia para verlas. El cuerpo de Carla había aparecido en una zona de crecidas del río. El vestido rojo de fiesta y la ropa interior, también roja, aparecían rasgados desde el pecho hasta las ingles. El cordel con el que había sido estrangulada no era visible en la foto debido a la hinchazón que presentaba el cuello. De una de las piernas colgaba una tira semitransparente que al principio pensó que era piel y después identificó como los restos de un panti.

—Está bastante bien conservada para haber estado cinco días a la intemperie —comentó uno de los técnicos—, sin duda debido al frío: durante esa semana no subieron de seis grados durante el día y muchas noches se alcanzaron temperaturas por debajo de cero.

—Fijaos en la posición de las manos —dijo Jonan—. Vueltas hacia arriba, como Ainhoa Elizasu.

—Carla eligió para Nochevieja un vestido corto, rojo, de tirantes y una chaqueta blanca que imitaba una especie de peluche y que no ha aparecido —leyó Amaia—. El asesino lo rompió desde el escote hasta abajo, separando la ropa interior y las dos partes del vestido a los lados. En la zona púbica faltaba un trozo irregular de piel y tejido de unos diez centímetros por diez.

—Si el asesino dejó sobre el pubis de Carla uno de esos
txatxingorri
s, explicaría por qué las alimañas la mordieron sólo ahí.

—¿Y por qué no mordieron a Ainhoa? —preguntó Montes.

—No hubo tiempo —respondió el doctor San Martín entrando en la sala—. Inspectora, siento el retraso —dijo sentándose.

—Y a los demás que nos jodan —murmuró Montes.

—Los animales acuden a beber al amanecer; a diferencia de la primera, la niña apenas estuvo allí un par de horas. Traigo el informe de la autopsia y muchas novedades. Las dos murieron exactamente igual, estranguladas con un cordel que se apretó con una fuerza extraordinaria. Ninguna de las dos se defendió. La ropa de ambas se rasgó con un objeto muy afilado que produjo cortes superficiales en la piel de pecho y abdomen. El vello púbico de Ainhoa fue rasurado probablemente utilizando el mismo objeto afilado, y arrojado alrededor del cadáver. Sobre el pubis dejaron un pastelito dulce.

—Un
txatxingorri
—apuntó Amaia—, es un dulce típico de la zona.

—No se halló pastelito alguno en el cuerpo de Carla Huarte; sin embargo, como usted indicó, inspectora, buscando rastros en su ropa hemos hallado trazas de azúcar y harina similares a las del dulce encontrado en el cuerpo de Ainhoa Elizasu.

—Puede que la chica lo tomara de postre y unas miguillas se quedaran en el vestido —dijo Jonan.

—En su casa al menos no, lo he comprobado —dijo Montes.

—No es suficiente para relacionarlas —dijo Amaia arrojando su bolígrafo sobre la mesa.

—Creo que tenemos lo que necesita, inspectora —dijo San Martín mientras hacía un gesto cómplice a su ayudante.

—¿Y a qué espera, doctor San Martín? —dijo Amaia poniéndose en pie.

—A mí —contestó el comisario entrando en la sala—. Por favor, no se levanten. Doctor San Martín, dígales lo que me ha dicho a mí.

El ayudante del forense colocó en la pizarra un gráfico con varias filas de colores y escalas numéricas, evidentemente una comparativa. San Martín se puso en pie y habló con la voz firme de quien acostumbra a afirmar categóricamente.

—Los análisis realizados confirman que los cordeles utilizados en los dos crímenes son idénticos. Aunque esto no es definitivo. Se trata de cordel de embalar, su uso es muy común en granjas, construcción, comercio al por mayor. Se fabrica en España y se vende en ferreterías y grandes almacenes dedicados al bricolaje como Aki o Leroy Merlin —hizo una pausa bastante teatral, sonrió y continuó, mirando primero al comisario y luego a Amaia—. Lo que es definitivo es el hecho de que los dos trozos son consecutivos y salieron del mismo rollo —dijo mientras mostraba dos fotografías de alta definición en las que se veía lo que parecían dos trozos de un mismo tronco con un corte perfecto en medio. Amaia se sentó lentamente sin dejar de mirar las fotos.

—Tenemos una serie —susurró.

Una ola de excitación contenida recorrió la sala. Los murmullos crecientes cesaron de pronto cuando el comisario tomó la palabra.

—Inspectora Salazar, me dijo que usted es de Elizondo, ¿verdad?

—Sí, señor, toda mi familia vive allí.

—Creo que el conocimiento de la zona y algunos aspectos del caso, sumados a su preparación y experiencia, la hacen idónea para dirigir la investigación. Además, su estancia en Quantico con el FBI puede sernos ahora de gran utilidad. Parece que tenemos un asesino en serie, y allí usted trabajó a fondo con los mejores en este campo… Métodos, perfiles psicológicos, antecedentes… En fin, está usted al mando, recibirá toda la colaboración que precise tanto aquí como en Elizondo.

El comisario se despidió con un gesto y salió de la sala.

—Enhorabuena, jefa —dijo Jonan tendiéndole la mano sin dejar de sonreír.

—Felicidades, inspectora Salazar —dijo San Martín.

A Amaia no se le escapó el gesto de disgusto con que Montes la miraba en silencio mientras el resto de policías se acercaban a felicitarla. Se escabulló como pudo de las palmadas en la espalda.

—Saldremos para Elizondo mañana a primera hora, quiero asistir al entierro y al funeral de Ainhoa Elizasu. Como ya sabéis tengo familia allí, así que seguramente me quedaré. Vosotros —dijo dirigiéndose al equipo— podéis subir cada día mientras dure la investigación, sólo son cincuenta kilómetros y la carretera es buena.

Montes se acercó antes de salir y dijo con un tono de cierto desdén:

—Sólo tengo una duda, ¿tendré que llamarla jefa?

—Fermín, no seas ridículo, esto es algo temporal y…

—No se esfuerce, jefa, ya he oído al comisario, tendrá toda mi colaboración —dijo antes de parodiar un saludo militar y salir de la sala.

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