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Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

El guardián invisible (6 page)

BOOK: El guardián invisible
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—Algunos padres creen que haciendo regresar a sus hijas más temprano las libran del peligro, cuando lo importante es que no regresen solas. Al hacerlas volver antes que el grupo son ellos los que las ponen en riesgo.

—Ser padre es difícil —susurró Iriarte.

8

Caminando hacia casa, Amaia se sorprendió al comprobar lo rápido que la luz se había desvanecido aquella tarde de febrero y tuvo una extraña sensación de fraude. Los anocheceres prematuros de invierno le provocaban un gran desasosiego. Como si la oscuridad trajera consigo una carga ominosa, el frío la hizo estremecerse bajo la piel de su cazadora mientras añoraba el calor del plumífero que James tanto había insistido en que se pusiera y que ella había rechazado porque la hacía parecer un muñeco Michelin.

La atmósfera cálida de la casa de tía Engrasi disipó los retazos de invierno que traía adheridos al cuerpo como viajeros indeseables. El olor de la leña en la chimenea, las gruesas alfombras que tapizaban el suelo de madera y el parloteo incesante procedente del televisor, que aunque nadie lo mirase permanecía siempre encendido, acogían a Amaia una vez más. En aquella casa había cosas mucho más interesantes que escuchar que la tele y, sin embargo, ésta persistía siempre de fondo, como una psicofonía ignorada por absurda y tolerada por costumbre. Una vez preguntó a su tía al respecto y ella le contestó:

—Es el eco del mundo. ¿Sabes qué es el eco? Una voz que se oye cuando la verdadera ya se ha extinguido.

De vuelta al presente, James la tomó de la mano y la condujo junto al fuego.

—Estás helada, amor.

Ella sonrió hundiendo la nariz en su jersey y aspirando el aroma de su piel. Ros y tía Engrasi salieron de la cocina portando vasos, platos, pan y una sopera.

—Espero que tengas hambre, Amaia, porque la tía ha hecho comida para un regimiento.

Los pasos de tía Engrasi eran quizás un poco más torpes que en Navidad, pero su cabeza seguía tan lúcida como siempre. Amaia sonrió con ternura al advertir ese detalle y la tía le espetó:

—No me mires así, que no es que esté torpe, es que llevo estas puñeteras zapatillas dos números más grandes que me regaló tu hermana y si levanto los pies se me salen a riesgo de darme una hostia de las buenas, así que tengo que andar como si llevara un pañal meado.

Cenaron mientras charlaban animados por los chistes que James contaba con su acento americano y los comentarios afilados de tía Engrasi, pero a Amaia no se le escapó que tras la sonrisa con la que Ros intentaba seguir la conversación subyacía una tristeza profunda, casi desesperada, que se evidenciaba en el modo huidizo con que procuraba evitar el contacto con los ojos de su hermana.

Mientras James y la tía recogían los platos en la cocina, Amaia retuvo a su hermana con sólo unas palabras.

—Hoy he estado en el obrador.

Ros la miró sentándose de nuevo con un gesto que era esa mezcla de desencanto y alivio de quien se siente descubierto y a la vez liberado de una carga penosa.

—¿Qué te ha dicho? O mejor, ¿cómo te lo ha dicho?

—A su manera. Como lo hace todo. Me ha dicho que va a sacar su segundo libro, que le han propuesto hacer un programa de televisión, que ella es el sostén de la familia, un dechado de virtudes y la única persona en este mundo que conoce el significado de la palabra responsabilidad —recitó la retahíla con un tonillo coplero hasta conseguir que Ros sonriera.

—… Y me ha dicho también que ya no trabajas en el obrador y que tienes graves problemas con tu marido.

—Amaia… Siento que te hayas enterado así, quizá debería habértelo dicho antes, pero es algo que estoy solucionando poco a poco, algo que tengo que hacer yo sola, que ya debí haber hecho hace mucho tiempo. Además no quería preocuparte.

—Eres tonta, ya sabes que sé administrar muy bien las preocupaciones, es mi trabajo. En cuanto a lo demás, estoy de acuerdo contigo, no sé cómo has soportado trabajar tanto tiempo con ella.

—Supongo que me vino dado, no tuve otra opción.

—¿Qué quieres decir? Todos tenemos más de una opción, Ros.

—No todos somos como tú, Amaia. Supongo que era lo que se esperaba, que nosotras siguiéramos con el obrador.

—¿Me reprochas algo? Porque si es así…

—No me malinterpretes, pero al irte tú era como si ya no tuviera otra salida.

—No es verdad, del mismo modo que la tienes ahora la tuviste entonces.

—Cuando el
aita
murió, la
ama
empezó a comportarse de un modo muy raro, supongo que eran los primeros síntomas del Alzheimer, y de pronto me vi atrapada entre la responsabilidad que clamaba Flora, los desvaríos de la
amá
y Freddy… Supongo que Freddy me pareció entonces una escapatoria.

—¿Y qué ha cambiado ahora para que te veas capaz de tomar esta decisión? Porque hay algo que no debes olvidar, y es que aunque Flora actúe como la dueña y señora el obrador es tanto tuyo como de ella, os cedí mi parte con esa condición. Tú eres tan capaz como ella de llevar la empresa.

—Puede que sí, pero en este momento hay más cosas que Flora y el trabajo, no ha sido sólo por ella, aunque ha tenido su parte. Ocurrió que de pronto me ahogaba allí, oyéndola cada día con su letanía de quejas. Eso, unido a mi situación personal, lo hizo insoportable, y se me hizo tan cuesta arriba tener que ir allí cada mañana y escuchar de nuevo su cantinela que me sentí físicamente enferma de ansiedad y mentalmente agotada. Y sin embargo lúcida y serena como nunca. Determinada, ésa es la palabra. Y de repente, como si se abriese el cielo para mí, lo tuve claro: no iba a volver, no volví y no volveré, por lo menos no de momento.

Amaia levantó las manos a la altura de su rostro y comenzó a aplaudir lenta y acompasadamente.

—Bravo, hermanita, bravo.

Ros sonrió parodiando una reverencia.

—¿Y ahora?

—Estoy trabajando en una empresa de aluminios llevando la contabilidad, hago las nóminas, organizo el plan semanal, las reuniones. Ocho horas de lunes a viernes, y cuando salgo de allí me olvido. No es un trabajo para tirar cohetes pero es justo lo que necesito ahora.

—¿Y con Freddy?

—Mal, muy mal —dijo ella frunciendo los labios y ladeando la cabeza.

—¿Por eso estás aquí, en casa de la tía? —Ella no contestó—. ¿Por qué no le dices que se largue? Al fin y al cabo la casa es tuya.

—Ya se lo he dicho, pero no quiere ni oír hablar de abandonar la casa. Desde que me fui se pasa todo el día de la cama al sofá, del sofá a la cama, bebiendo cerveza, jugando a la Play y fumando porros —dijo Ros asqueada.

—Así le llamó Flora, «el campeón de la PlayStation». ¿De dónde saca el dinero? ¿Tú no estarás…?

—No, eso se ha acabado, su madre le da dinero y sus amigos lo tienen bien abastecido.

—Si quieres, yo puedo hacerle una visita. Ya sabes lo que dice la tía Engrasi, un hombre bien comido y bien bebido aguanta mucho tiempo sin trabajar —dijo Amaia riendo.

—Sí —sonrió Ros—, tiene más razón que una santa, pero no. Precisamente esto es lo que quería tratar de evitar. Deja que yo lo arregle, lo arreglaré, te lo prometo.

—¿No irás a volver de nuevo con él? —dijo Amaia mirándola a los ojos.

—No, no voy a volver.

Amaia dudó un instante, y cuando se dio cuenta de que tal vez la duda se reflejaba en su rostro pensó que ése era el modo en que Flora la habría mirado, incapaz de confiar en la valía de nadie que no fuera ella misma. Se obligó a sonreír abiertamente.

—Me alegro, Ros —dijo con toda la convicción que pudo reunir.

—Esa parte de mi vida ha quedado atrás, y es algo que ni Flora ni Freddy pueden comprender. Para Flora resulta incomprensible que decida cambiar de trabajo a estas alturas, pero tengo treinta y cinco años y no quiero pasarme el resto de mi vida bajo el yugo de mi hermana mayor. Soportando cada día los mismos reproches, los mismos comentarios y observaciones maliciosas, haciendo partícipe a todo el mundo de su veneno. Y Freddy… Supongo que él no tiene la culpa. Durante mucho tiempo creí que él era la respuesta a todas mis preguntas, que él tendría la fórmula mágica, una especie de revelación que me traería una nueva manera de vivir. Tan contrario a todo, tan rebelde, un contestatario; y sobre todo tan distinto a la
ama
y a Flora, y con esa capacidad para sacarla de quicio —sonrió con picardía.

—Eso es verdad. El chico tiene la habilidad de romper los nervios a Flora, y sólo por eso ya me cae bien —replicó Amaia.

—Hasta que me di cuenta de que Freddy no es tan diferente después de todo. Que su rebeldía y su negativa a aceptar las normas no son más que una tapadera para esconder a un cobarde, a un hombre bueno para nada capaz de disertar como el Che contra la sociedad costumbrista mientras se gasta el dinero que nos saca a su madre o a mí en aturdirse fumando porros Kumarde, a un . Creo que es la única cosa en la que estoy de acuerdo con Flora: es un campeón de la PlayStation; si pagaran dinero por eso, sería una de las grandes fortunas del país.

Amaia la miró con dulzura.

—En algún momento, yo comencé a caminar sola y en otra dirección. Supe que quería vivir de otro modo y que tenía que haber algo más que pasarme todos los fines de semana bebiendo cerveza en la taberna de Xanti. Eso, y el tema de los niños, quizás el tema principal, porque en el instante en que me planteé vivir de otra manera, tener un hijo se convirtió para mí en una prioridad, en una necesidad tan acuciante como si me fuese la vida en ello. No soy una inconsciente, Amaia, no quería tener un hijo para criarlo entre humo de porros; pero aun así, dejé de tomar las pastillas y esperé, como si todo fuese a suceder respondiendo a un plan trazado por el destino. —Su rostro se ensombreció como si alguien hubiera apagado una luz frente a sus ojos—. Pero no pudo ser, Amaia, por lo visto yo tampoco puedo tener hijos —dijo en un susurro—. Mi desesperación fue en aumento cuando los meses pasaron sin quedarme embarazada. Freddy me dijo que quizá fuera lo mejor, que ya estábamos bien así. Y no le contesté, pero el resto de la noche, mientras él dormía roncando a mi lado, una voz atronaba en mi interior y me decía: «No, no, no, yo no estoy bien así, no». Y la voz siguió atronando mientras me vestía para ir al obrador, mientras atendía los pedidos por teléfono, mientras inspeccionaba los envíos, mientras escuchaba la incansable letanía de los reproches de Flora. Y ese día, cuando colgué la bata blanca en mi taquilla, ya sabía que no regresaría. Cuando Freddy pasaba de nivel en el
Resident Evil
y yo calentaba la sopa para la cena, también supe que mi vida con él había terminado. Fue así, sin gritos ni lágrimas.

—No hay de qué avergonzarse, a veces las lágrimas son necesarias.

—Es verdad, pero el tiempo de las lágrimas quedó atrás, se me secaron los ojos de tanto llorar mientras él roncaba a mi lado. De llorar de vergüenza y al entender que me avergonzaba de él, que nunca podría sentirme orgullosa del hombre que tenía a mi lado. Se me rompió algo por dentro, y lo que hasta ese instante había sido pura desesperación por salvar mi relación se convirtió en un alarido que desde lo más profundo de mi ser le repudiaba. La mayoría de la gente se equivoca, creen que se puede pasar del amor al odio en un instante, que el amor se rompe de pronto como en una implosión del corazón. Y para mí no fue así: el amor no se rompió de pronto, pero fue de pronto cuando me di cuenta de que se me había desgastado como en un lento pero inexorable proceso de lijado, ris, ras, ris, ras, un día, otro. Y ese día fue cuando me di cuenta de que ya no quedaba nada. Fue más bien como admitir una realidad que ha estado siempre y que de pronto aparece ante tus ojos. Tomar estas decisiones me hizo sentir libre por primera vez en mucho tiempo, y por lo que a mí respecta el proceso podía haber sido fácil, sin ningún problema, pero ni tu hermana ni mi marido estaban dispuestos a dejarme ir tan fácilmente. Te sorprendería la similitud de sus argumentos, de sus reproches y de sus burlas… Porque los dos se burlaron, ¿sabes?, y con las mismas palabras —rió con amargura mientras lo recordaba—. ¿Adónde vas a ir tú? ¿Crees que vas a encontrar algo mejor? Y la última: ¿quién te va a querer? Nunca lo creerían, pero a pesar de que sus burlas iban destinadas a minar mis fuerzas consiguieron justo el efecto contrario: les vi tan pequeños y cobardes, tan incapaces, que cualquier cosa me pareció posible, más fácil sin sus cargas. No lo sabía todo, pero al menos para la última pregunta tenía respuesta: yo, yo voy a quererme y yo cuidaré de mí.

—Estoy orgullosa de ti —dijo Amaia abrazándola—. No olvides que puedes contar conmigo, yo siempre te he querido.

—Lo sé, tú, James, la tía, el
aita
y hasta la
ama
, a su manera. La única que no se tenía mucho aprecio era yo.

—Pues quiérete, Ros Salazar.

—En eso también hay algún cambio: prefiero que me llaméis Rosaura.

—Flora me lo dijo, pero ¿por qué? Te pasaste años hasta lograr que todo el mundo te llamase Ros.

—Si algún día tengo hijos no quiero que me llamen Ros, es nombre de porrera —sentenció.

—Cualquier nombre es nombre de porrera si lo es la portadora —dijo Amaia—. Y dime una cosa, ¿para cuándo tienes pensado hacerme tía?

—En cuanto encuentre al hombre perfecto.

—Te advierto de que se sospecha que no existe.

—Podrás hablar tú, que lo tienes en casa.

Amaia compuso una sonrisa de circunstancias.

—Nosotros también lo hemos intentado. Y no podemos, de momento…

—Pero ¿te ha visto un médico?

—Sí. Al principio temí tener el mismo problema que Flora, las trompas obstruidas, pero dijeron que todo está en orden, aparentemente. Me recomendó uno de esos procedimientos de fecundación.

—Vaya, lo siento —su voz tembló un poco—. ¿Has empezado ya?

—No hemos ido, sólo pensar en tener que someterme a uno de esos penosos tratamientos me pone enferma. ¿Recuerdas qué mal lo pasó Flora, y total para nada?

—Ya, pero no debes pensar así, tú misma dices que no tienes el mismo problema que ella, quizá contigo resulte…

—No es sólo eso, siento una especie de rechazo ante la idea de tener que concebir un hijo así. Ya sé que es una tontería, pero no creo que deba ser de ese modo…

James entró trayendo el móvil de Amaia.

—Es el subinspector Zabalza —dijo mientras cubría el teléfono con la mano. Amaia se puso al aparato.

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