Las instrucciones del piloto parecían simples, pero una vez en los botes no lo eran tanto, pues la oscuridad no ayudaba.
Uno de los hombres empujó sin darse cuenta un machete, que cayó y chocó sobre otros almacenados en el fondo del bote. El sonido metálico se oyó como un repicar de campanas.
—¡Maldición! ¡Rogers, si te vuelvo a oír te mataré a puñetazos!
Bolitho observó el perfil del teniente, una sombra contra la espuma levantada por los remos. Un oficial. Un hombre al que Tregorren había encargado abrir paso. Treinta soldados. Número más que suficiente en una misión de castigo, o si se tratase de apropiarse de dos cañones de calibre. Pero para asaltar un velero de porte vigilado por piratas, avisados y en estado de alerta, era un desastre.
Un remolino hizo derivar el casco, obligando al timonel a corregir con fuerza para mantener el bote en su rumbo. Se notaba ya un cambio en la dirección de la brisa por el costado de babor, donde la mar se veía más agitada.
—Ya hemos salvado la punta, señor —aventuró Bolitho.
Hope se inclinó hacia él.
—Sí, y usted lo ha visto enseguida. Alguien nacido en Cornualles, si de algo sabe, es de rocas y corrientes. —Pareció que le estudiaba en la oscuridad—. Pero aún falta un buen trecho.
Bolitho dudó, pues no quería desaprovechar el contacto que se había iniciado entre ellos.
—¿Sabe si los fusileros atacarán contra la fortaleza, señor?
—Cometerán alguna locura de ese estilo —respondió Hope, que se secaba la espuma recibida en la cara—. El comandante acercará el
Gorgon
a la costa por el otro costado de la isla, y fingirá un ruidoso desembarco para atraer la atención. El comandante Dewar es bueno armando alboroto: ¡en la cámara de oficiales siempre es de los que más hablan!
Un murmullo vino a través de los remeros:
—¡Se ve un velero fondeado por la amura de estribor, señor!
Hope asintió.
—Una cuarta a babor —ordenó revolviéndose hacia atrás para comprobar si el segundo bote le seguía—. Éste debe de ser el primero. El
bric
está detrás, un par de cables más allá.
Se oyó la protesta de un marino a quien, al parecer, molestaba más la perspectiva de remar otros cuatrocientos metros que la proximidad de la muerte.
—¡Atentos! —gritó el proel, que acababa de soltar el plomo del escandallo y manejaba ahora un corto bichero.
Los remos pararon y se alzaron en desorden. Junto al bote se adivinaba una forma redondeada y oscura, similar al lomo de una ballena. Al golpear contra ella las palas de los remos produjeron un eco hueco y sonoro, muy distinto al que dan las rocas, más parecido a la madera.
—¡Es el ca… casco del bergantín, Dick! —exclamó Edén temblando.
—Sí.
Bolitho aspiró el olor a maderos quemados que flotaba en el aire. Antes de dejarlo atrás, creyó reconocer el coronamiento de popa del
City of Athens.
La inesperada aparición de los restos del buque fue un duro golpe para los marineros. Un rugido parecía escaparse de todos los pechos. Los remeros, aunque cansados, tiraron con más energía en sus paladas.
—Entre nosotros hay hombres curtidos —explicó Hope a Bolitho—, que llevan varios años a bordo del
Gorgon
. Muchos de los muertos en el
City of Athens
eran sus compañeros.
Se irguió al ver los mástiles y vergas de un segundo buque, que se deslizaba lentamente por el través.
—Ahí lo tenemos. No quiero que se les oiga ni respirar.
La atención de Bolitho se concentraba en la oscura masa del velero. De estar junto al
Gorgon
hubiese parecido una chalupa. Pero visto desde el bote, y fijo a la estacha de su fondeo, impresionaba por su tamaño.
—Una fragata pequeña —dijo Hope pensando en voz alta, atento a cualquier detalle que le pudiese dar una pista—. No es probable que sea inglesa. Demasiada caída a popa en sus mástiles. ¡Menuda flota han reunido esos asesinos!
—¡Remen más despacio! —avisó el timonel—. Ahí aparece el otro.
Hope se levantó sobre sus pies apoyándose en el cuerpo de Bolitho. Su mano se agarraba al hombro del guardiamarina como una enorme pinza, traduciendo la ansiedad que asaltaba su mente.
—Daría algo por poder ver la hora en mi reloj —suspiró Hope.
—Por las mismas, podríamos mandar una señal al enemigo —bromeó el timonel.
—Cierto —suspiró de nuevo Hope—. Recemos para que el comandante Dewar y sus muchachos sean puntuales.
Se asomó por la borda para examinar el movimiento del agua y notar la fuerza del viento sobre su cara. Lo que vio pareció satisfacerle.
—Alto todos.
Los remos se alzaron del agua y quedaron inmóviles, goteando. El bote continuó avanzando por inercia en completo silencio.
Por fin, Bolitho divisó la silueta del
bric
, que borneaba con el cabo de fondeo por la proa. Los dorados de sus cristaleras de popa relucían, fantasmagóricos, sobre el casco oscuro que bailaba con la proa enfilada a mar abierto.
Durante un instante vio las sombras de sus dos mástiles, las manchas blancas de las velas aferradas y los diagonales de los obenques. Luego, todo desapareció en la oscuridad.
Bolitho trató de ponerse en el lugar de los piratas que vigilaban a bordo. Tras abordar y capturar el bergantín habían saqueado la carga de su bodega, y finalmente asesinado a sus hombres. Sólo al avistar un navío de guerra muy superior a ellos cortaron amarras y se retiraron a puerto para contar el botín. Sin duda la visión del
Gorgon
en mar abierto les había preocupado. Ya en su refugio, y defendidos por la artillería de la fortaleza, debían de sentirse mucho más seguros.
Según el comandante, la fortaleza existía desde siglos atrás. Había cambiado de manos numerosas veces, ya fuese por un tratado o a cambio de oro; jamás fue conquistada por la fuerza. Para defenderla bastaban algunos hombres dispuestos junto a los cañones, posicionados de forma estratégica, y fogones que calentasen al rojo vivo los proyectiles. El resto era fácil.
Aunque el comandante Conway tuviese bajo su mando una flota de veleros rápidos y bien armados, con diez veces más hombres de los que ahora disponía, la clave de la batalla residiría en la fortaleza. Jamás el Almirantazgo y los diputados del Parlamento ordenarían un sitio en toda regla de aquellos muros, perdidos en la costa de África, arriesgando el gran número de bajas que una acción así comportaba.
En cambio, esperaban alguna iniciativa de parte del comandante del
Gorgon
. Por ejemplo, que recuperase para la Armada el
bric
capturado.
Un haz plateado iluminó los obenques del mástil trinquete del
bric
. Hope masculló:
—¡La guardia de cubierta está a proa! ¡Han comprobado la estacha!
Un instante después la linterna se había apagado.
La corriente, que venía de costado, hacía derivar el bote hacia la popa del
bric
. Hope debió de darse cuenta de que había llegado la hora.
—¡Remos a bordo! —dijo en voz baja—. Proel, prepárese para el abordaje.
Los remos cayeron golpeando sobre los bancos. Aunque el ruido parecía ensordecedor a bordo del bote, Bolitho sabía por experiencia que la brisa lo apagaba, y no llegaría a los oídos de los hombres que vigilaban la proa del
bric.
—¿Qué v… va a hacer el señor Tregorren? —preguntó Edén.
La tensión embargaba a Bolitho, que sentía su espinazo helado. Oyó cómo Hope desenfundaba el sable en cuclillas para observar mejor la toldilla del
bric
que se alzaba ante él.
—Una vez nos hallemos nosotros a bordo, él atacará la proa, y cortará la estacha… —respondió a Edén.
—¿Listos, muchachos? —avisó Hope.
Una explosión retumbó de pronto en la lejanía del mar abierto. El resplandor rojizo de un incendio llenó el aire y tornasoló el agua, cuyas olas ofrecían en la noche reflejos de seda. Se oyó una segunda explosión, y luego una tercera.
—¡Ahí atacan los hombres de Dewar! —tronó Hope.
El hombre tropezó y casi se cayó de bruces al chocar la proa de la lancha contra la tablazón del
bric.
Un instante después el proel lanzaba su rezón por encima de la borda y cobraba su cabo con fuerza.
—¡A por ellos, chicos! —La voz de Hope, tras la larga y sigilosa espera, retumbó con estruendo—. ¡Adelante!
Una parte de los hombres trepó por la borda. Otros entraban por las portas abiertas de los cañones.
Todos gritaban como posesos. Una red protectora les cortaba el paso, pero pronto varios golpes de machete se ocuparon de abrir paso. Hope y el timonel tomaron la delantera y saltaron a la cubierta.
Los marinos ingleses cargaron en formación cerrada; sus ojos y facciones aparecían furiosos en el rojizo resplandor de los fuegos lejanos; las explosiones continuaban en el otro extremo de la isla. Era una escena verdaderamente infernal.
Una pistola disparó desde un escotillón, mientras dos siluetas se abalanzaban sobre cubierta desde el castillo de proa. Uno de los marinos cayó gimiendo. Otro tumbó de un golpe de machete a uno de los enemigos, al que remató con un tajo en el cuello mientras caía.
Sonaban los disparos, las balas silbaban en el aire y las maderas crujían al recibir los impactos. Los defensores del
bric
se habían agrupado junto a las dos grandes escotillas y contraatacaban. En una de sus descargas de fusiles y pistoletazos cayeron varios hombres de Hope.
—¡Traigan el mortero de la lancha! —gritó el teniente.
De un manotazo alcanzó a uno de sus hombres, herido por bala de fusil, y lo echó al suelo.
—¿Dónde se ha metido ese maldito Tregorren? —jadeó.
La cubierta de la proa del
bric
aparecía ahora repleta de hombres agachados y pálidos, que se cubrían de los disparos tras cabrestantes y rollos de estacha. Su fuego hacía retroceder al grupo invasor.
—¡Si no logramos afianzarnos, estamos perdidos! —avisó Hope con desespero, que empuñaba una pistola con su mano izquierda y un curvado alfanje con la derecha—. ¡Agrupaos, muchachos!
Hope cargó sobre cubierta y se lanzó sobre el primer enemigo. Su pistola hizo fuego contra el pecho del hombre. Otro recibió el golpe furioso de su alfanje.
Los gritos de sorpresa dieron paso a la confusión y el dolor. Los hombres del
Gorgon
avanzaron tras su jefe en medio de un clamor de gritos y maldiciones, golpeando todo lo que parecía moverse.
Bolitho disparó contra el enemigo las dos pistolas de Marrack y las enfundó en su cinto. Le quedaba el alfanje. Lo usó para rechazar de un golpe la lanza que venía hacia él.
A pesar del miedo y el peligro, su mente lograba recordar la primera misión de abordaje que vivió. Antes del ataque, un teniente le había arrancado el puñal de guardiamarina de las manos diciendo:
—¿Dónde va con ese juguete? ¡Para hacer este trabajo sólo valen las armas de verdad!
Bolitho recordó el puñal de Grenfell, colgado de una argolla en el
Gorgon
. El suyo también había quedado a bordo.
Vio asomar sobre él la cara de un hombre que gritaba como un poseso, aunque en un lenguaje incomprensible, y notó un fuerte golpe sobre la oreja. El brazo del enemigo se preparaba para un nuevo ataque, armado de una espada que relucía en la oscuridad.
Bolitho desplazó su cuerpo hacia un costado y golpeó hacia arriba con su alfanje. Su brazo casi no respondía después del golpe recibido. El adversario, armado de una espada, se derrumbó sobre la masa de hombres que luchaban a su espalda.
Un agudo chillido le devolvió a la realidad. Edén, caído, se arrastraba por el suelo. Una sombra le perseguía con la culata de un mosquete en alto.
Retumbó una pistola. Por un instante brillaron los ojos del hombre, y su cara furiosa dio paso a una mueca de dolor y agonía. La bala le había alcanzado de lleno.
Bolitho tiró de Edén para acercarlo al tiempo que apartaba otra sombra enemiga. La hoja de una espada silbó a pocos centímetros de su oído.
—¡El mortero! —gritó Hope, señalando hacia la toldilla—. ¡Rápido! ¡Corran hacia atrás!
No hacía falta que insistiese. Abriéndose paso a golpes y tiros, arrastrando a los heridos como podían, los supervivientes no tardaron en alcanzar la toldilla de popa.
—¡Cuerpo a tierra! —chilló Hope, rechazando de un golpe de alfanje el ataque de un último enemigo. En el mismo instante, el timonel de la lancha encendía la mecha del mortero montado sobre la borda.
El hombre abatido por Hope debía de empuñar una pistola, pues al soltar el mortero su mortal descarga de metralla contra las sombras de la cubierta, la pistola cayó sobre las maderas y se disparó por sí sola. La bala penetró en el hombro del teniente, que se desplomó junto al cañón humeante sin proferir ni un grito.
Bolitho se destapó los oídos, atorados por la detonación del mortero. A sus pies chillaban y suplicaban los marinos del
bric
alcanzados por la traidora metralla. Por algo los viejos marinos se referían a esa artillería como «siega—margaritas».
Bastó un disparo para acabar con la defensa del
bric.
Los tripulantes aún ilesos se lanzaban al agua, sin pensar en los tiburones que rondaban cerca y sin atender a las súplicas y maldiciones de sus compañeros heridos.
Por fin apareció Tregorren. Venía andando desde la proa; se detuvo un instante y, armado con una cabilla, golpeó el cráneo de un hombre que intentaba trepar por la cadena. Luego echó una mirada a los hombres agrupados en la toldilla.
—¡Ocúpense del señor Hope! —ordenó señalando con la cabilla, que parecía un obsceno muñón—. ¡Dos hombres a la rueda! Señor Dancer, dé orden de cortar la estacha.
Se balanceó sobre sus talones, paseando la vista por la arboladura del
bric.
—¡Manden varios hombres al aparejo y larguen las gavias! ¡Animo, señores, no se duerman, no quiero ir a parar a la playa!
Bolitho se había arrodillado junto al teniente herido y le sostenía, notando que el dolor le robaba las fuerzas con rapidez.
—No había otra opción —gruñó Hope apretando los dientes. Se esforzaba para acercar su mano hacia Bolitho.
—Algún día comprenderá lo que quiero decir.
Tregorren se acercó a ellos.
—¡Señor Edén! Encárguese del herido.
Se encaró entonces con Bolitho.
—¿O sea que aún está usted vivo? —preguntó encogiéndose de hombros con desprecio—. Pues vaya al aparejo y ponga orden entre esos granujas.