—Esta mañana, al franquear el estrecho, el
City of Athens
avanzó por delante de nosotros. Sus vigías avistaron dos navíos fondeados a sotavento de la isla. No excluyo que hubiese más embarcaciones escondidas al otro lado.
Su voz se endureció ahora por primera vez.
—Uno de los navíos fondeados era el
bric
de la escuadra de Su Majestad,
Sandpiper
, con catorce cañones, el mismo
bricbarca
que se dio por perdido. No me extrañaría que el
Sandpiper
fuese quien atacó al
City of Athens
, cuyo capitán le confundió con un auténtico representante de Su Majestad y se dejó abordar.
Dancer se mordió los labios al oír lo que venía a continuación:
—En nuestro caso, el
bric
debía servir de cebo para atraernos hacia la isla. Y es cierto que de no ser por el bergantín, que iba delante, habríamos caído en la trampa y nos habríamos quedado bloqueados bajo la fortaleza, sin arrancada para maniobrar y a la merced de su artillería. Nos habrían hundido allí mismo. Por lo que sé, el bergantín ha recibido numerosos impactos; dudo que nadie de su dotación se haya salvado.
Se produjo un profundo silencio. Bolitho recordó entonces la euforia de los hombres del entrepuente durante la refriega, excitados por el combate que les hacía sentirse tan importantes. No le había pasado por alto la sombría expresión del guardiamarina Grenfell, cuya cara escondía una personalidad mucho más generosa de lo sospechado por otros. En ningún momento los oficiales del alcázar avisaron del peligro que corría el
Gorgon
. Tampoco eso hubiese servido para algo, o cambiado nada, y sin embargo…
—Cuando apresamos el
City of Athens
—continuó despacio el capitán— el señor Tregorren sugirió que los piratas huyeron al avistar las velas de un tercer buque. Todo parece indicar que dichas velas eran las nuestras, y la prisa del pirata se debía a que no quería ser descubierto en la fechoría usando un buque de Su Majestad. Un buque de guerra inglés, en manos de piratas. Imaginen, señores, el terror que puede llegar a crear en el mar; y encima, deshonrando nuestra bandera.
El capitán escupió esas últimas palabras como si fuesen veneno.
—Cualquier piloto o capitán de un navío civil obedecería las órdenes de un barco de guerra en que ondeara el pabellón británico, obviamente al servicio de nuestro Rey. ¡Eso no es piratería, es asesinato a sangre fría!
El señor Verling asintió con la cabeza.
—Lo tienen muy fácil, señor. ¡Quien mande a esa banda de miserables debe de ser alguien con cerebro!
El capitán pareció no oír ese comentario.
—Puede que algunos de los hombres que destaqué al bergantín se hayan salvado —reflexionó mirando la sangre reseca cercana a sus pies—, aunque no será fácil encontrarlos. En cualquier caso, nuestra próxima misión será apoderarnos del
bric
y averiguar cuanto más mejor sobre lo que ocurre.
Bolitho echó una mirada a los oficiales. Apoderarse del
bric
. Lo decía sin más, como si fuese tan simple.
—Esta noche un comando nuestro abordará el
bric
, anulará a sus centinelas y cortará el fondeo para sacarlo a mar abierto. Las circunstancias nos acompañan, pues no hay luna y el tiempo es apacible. La infantería de marina montará un ataque en la otra orilla de la isla como distracción. Quiero recuperar ese navío, y con ello limpiar el deshonor que un velero de nuestra Armada ha sufrido, y los delitos que con él se hayan cometido.
Terminada la arenga, el capitán se dirigió hacia el doctor que subía por la escala.
—¿Qué noticias me trae?
—El vigía ha muerto, señor —explicó Laidlaw con una mirada inexpresiva—. Se partió la espalda en la caída.
—Entiendo —asintió el capitán, que añadió girándose hacia los oficiales—: El vigía fue el primero en avisar de la presencia del
Sandpiper
. Uno de los proyectiles que perforaron nuestro aparejo le arrojó sobre la cubierta.
Bolitho estudió la expresión del doctor. Esperaba que añadiese alguna palabra, pues el vigía era el mismo hombre que días atrás había recibido las dos docenas de azotes ante toda la dotación.
El capitán se humedeció los labios con la lengua. A pesar de la hora temprana, el calor era ya insoportable en el alcázar.
—El señor Verling les dará más instrucciones. El comando que asalte el
bric
esta noche debe ir dividido en dos lanchas. Mandar más de dos reduciría las probabilidades de éxito. Pónganse en marcha —concluyó el capitán antes de alejarse seguido por la mirada de Verling.
—El grupo atacante estará al cargo de dos tenientes y tres guardiamarinas —explicó Verling, quien a continuación señaló a Tregorren—: Usted tomará el mando de la misión. Elija únicamente hombres entrenados. En un ataque de ese estilo sobran los hombres de tierra adentro.
—¿Qu… qué significa eso, Dick? —susurró Edén, el más bisoño de todos los guardiamarinas.
El huraño guardiamarina Pearce se giró hacia los demás.
—Saltamos a bordo del
bric
aprovechando la oscuridad, cortamos las amarras y salimos corriendo antes de que se den cuenta o nos devuelvan el favor —explicó, antes de añadir—: Pobre John Grenfell, era de mi pueblo y crecimos juntos.
—Vuelvan a sus ocupaciones —ordenó Verling—. Quien no esté de guardia debe encargarse de las tareas de mantenimiento o de las baterías de cañones. No quiero maledicencia ni lloros por lo ocurrido.
Lentamente fueron desfilando los oficiales, cada uno de ellos ensimismado en los pensamientos inspirados por la súbita presencia de la muerte.
—Harán falta treinta hombres —anunció Tregorren, a quien pareció sobresaltar el ofrecimiento del guardiamarina Pearce:
—Quisiera ser voluntario, señor.
Tregorren le observó con calma.
—El señor Grenfell era amigo suyo. Lo había olvidado. Vaya una lástima.
Bolitho le examinó con asco. A pesar de lo ocurrido hasta entonces, y aun ante la cierta probabilidad de caer él herido o perecer en el ataque, le quedaban a Tregorren agallas para jugar al gato y el ratón con el pobre Pearce.
—Petición denegada —declaró el teniente fijando su mirada en Edén.
»Usted formará parte del afortunado grupo de guardiamarinas —sonrió mientras Edén palidecía—. Eso le dará la posibilidad de lucirse.
—Es el más joven de todos nosotros, señor —advirtió Bolitho—. ¿Por qué no elegir a los más experimentados y…? —las palabras se atascaron en su garganta al advertir la trampa en que se estaba metiendo.
Tregorren agitó su dedo índice.
—Ah, olvidaba eso también. ¡Nuestro amigo el señor Bolitho siempre está pendiente de que alguien le robe sus méritos, o le niegue el honor de combatir, no fuese que su tan importante e histórica familia le perdiera el respeto!
—Señor, eso no es así. Y lo considero injusto.
—¿Ah, sí? —hizo Tregorren—. Me da igual. Queda alistado en el grupo, y su amigo, el despierto señor Dancer, también.
Apoyó sus enormes manos sobre los muslos y miró alternativamente a los dos jóvenes.
—Ya han oído las instrucciones del primer teniente: sólo debo alistar hombres con experiencia. Pero a bordo también deben quedar algunos guardiamarinas con experiencia en navegación. ¡Un comando nocturno en misión delicada precisa el número justo!
Extrajo un reloj de su bolsillo y ordenó:
—Quiero que la compañía esté lista para formar dentro de una hora. El señor Hope será mi segundo. Diríjanse a él en cuanto tengan listo su equipo.
—Prefiero Hope a Wellesley —dijo con amargura Dancer—. Wellesley parece tener leche aguada en vez de sangre.
Andaban por el pasamano de barlovento y pensaban en Grenfell y el resto de los compañeros perdidos con el
bric
. Edén habló intentando mostrarse audaz:
—¡N… no tengo mi… miedo! ¡D… de veras que no!
El adolescente miró a los demás con aire retador y unos ojos que llenaban prácticamente toda su cara.
—Lo qu… que ocurre es que no qui… quiero ir con el señor Tregorren. ¡Con él m… moriremos todos!
Dancer intentó sonreírle.
—Nosotros estaremos a tu lado, Tom, no hay que preocuparse —le dijo a Edén antes de girarse hacia Bolitho—: ¿Qué ocurre durante una acción de este tipo, Dick? Tú ya has llevado a cabo otras.
Bolitho se detuvo junto a la red de la batayola y observó la costa, que brillaba más allá de la gran extensión de agua azul.
—Es muy rápido. Todo depende del factor sorpresa.
No se atrevía a mirarles. ¿Qué les iba a contar? ¿Los gritos de miedo de los hombres, las maldiciones, la sensación de pelear a oscuras con machetes y cuchillos, hachas y lanzas? ¿El buscar el enemigo por tacto, el notar su respiración y su odio? Era muy distinto de una batalla naval, donde el enemigo estaba a bordo de otro navío. Era gente contra gente. Personas. Carne y sangre.
—Si no dices nada, también entiendo por qué —dijo Dancer—. Espero que la suerte nos ayude.
Ya en el sollado, se encontraron con Pearce y otros guardiamarinas que restituían a sus lugares los baúles y sillas del camarote a ellos destinados. No hacía mucho que los asistentes del doctor habían plegado sus cajas de instrumentos y retirado sus medicinas, una vez sonó la orden de terminar el zafarrancho.
Colgando de una argolla sobre una de las enormes cuadernas del
Gorgon
se veían el sombrero de Grenfell y su mejor machete. Junto a ellos, en el suelo, reposaba el arcón con sus efectos personales.
—Decía que nunca llegaría a ascender a teniente —explicó Pearce—. Ahora ya no tendrá que sufrir por ello.
Bolitho se revolvió al oír entrar al guardiamarina Marrack, impecable, como siempre, en su camisa limpia.
—No toquen sus efectos —dijo Marrack—, todavía queda alguna esperanza.
Luego arrojó su chaquetón sobre una silla y explicó:
—No se imaginan la escena. El
City of Athens
no pudo hacer nada. Habían empezado a aferrar el trapo para abarloarse al
bric
, y la artillería del fuerte les acertó de lleno.
Miró al vacío por un instante.
—Primero empezó a arder, pero en un instante se dio la vuelta y quedó quilla a aire. Vi a algunos de nuestros hombres nadando en el agua, rodeados de tiburones.
No podía continuar hablando.
—Creo haber leído algo respecto al
Sandpiper
—explicó Dancer a Bolitho.
—Una cosa es bien cierta —dijo Marrack—: Nuestro comandante no permitirá que un
bric
de Su Majestad permanezca en manos enemigas, cueste lo que cueste arrancárselo.
Abrió su arcón y sacó de él un estuche de cuero.
—Llévate mis pistolas, Dick. Son las mejores de todo el navío; me las regaló mi padre. —Se alejó entonces como avergonzado de mostrar su carácter generoso—. ¿Ves la confianza que tengo en ti?
El criado entró corriendo en el camarote.
—Con su permiso, señores, el cuarto teniente les busca y parece a punto de asesinar a alguien.
—¡Otra vez Tregorren! —exclamó fatigado Dancer—. Estoy de acuerdo contigo, Tom. Me cae mal su podrido orgullo.
Se dirigieron hacia la escala y allí echaron en falta a Edén. Éste se hallaba todavía junto al arcón de Grenfell y miraba fijamente el puñal que bailaba con el balanceo del navío.
—Vamos, Tom —dijo con calma Bolitho—, nos queda mucho que hacer antes de la puesta de sol.
Y más aún después, dijo para sí.
—¡Sin ruido! ¡Todos a la vez!
Hope, quinto teniente del
Gorgon
, susurraba en la oscuridad alzado sobre el banco de popa del bote, dominando desde esa altura a los remeros, a los que exigía trabajar en silencio.
Bolitho, hecho un ovillo junto al teniente, miró hacia popa. Invisible tras ellos seguía la lancha con la segunda columna de hombres. De vez en cuando se acertaba a ver un reflejo blanco de la espuma de su proa, o alguna mancha fosforescente del agua. La noche, sin luna, era negrísima y, tras el calor del día, reinaba un frío inesperado. A los remeros les iba bien así, pensó, pues llevaban más de una hora de marcha.
Antes del crepúsculo estaban ya los botes en el agua y provistos de sus dotaciones. El
Gorgon
, tras tomar arrancada, viró para separarse de ellos y les dejó a su propia suerte. Desde entonces no habían parado de avanzar, a golpe de remo, hacia la lengua de tierra que cerraba la bahía enemiga.
La oscuridad cayó sobre ellos de golpe, como si se tratase de un telón de teatro. En aquel momento Bolitho se preguntaba qué debía pasar por la cabeza de su teniente. Le recordaba el día de su embarque en Portsmouth, cuando abrió de un puntapié las puertas del Blue Posts y rugió sus órdenes a los guardiamarinas. No había olvidado lo que Grenfell, experimentado y veterano, había dicho sobre los deseos de ascenso del teniente. El mero hecho de pensar en Grenfell le llenó de dolor. Grenfell no era la única víctima en el desastre del
City of Athens
también el teniente al mando del buque se daba por desaparecido. El capitán se vería forzado a sustituirlo, y Hope subiría en el escalafón.
Se dirigió a Edén que, pegado a su espalda, miraba fijamente el paso del agua negra por el costado.
—Aún falta un buen rato, Tom, no te impacientes —le susurró.
Era una sensación extraña. La proa del bote se estremecía al chocar con los remolinos de la marea saliente. A cada lado, los remos, cual pálidos huesos del esqueleto de un animal, describían sin parar su círculo, silenciosos gracias a la grasa y los trapos con que los hombres protegían el roce de los toletes.
Por avante del bote se adivinaba una franja más oscura que parecía la división entre cielo y agua. A Bolitho le pareció oler la tierra o, por lo menos, sentir su presencia próxima.
En proa se arrodillaba el proel, que sondeaba sin parar los fondos con el escandallo. Recostado sobre el amenazador mortero allí montado, el hombre lanzaba hacia adelante el bloque de plomo y, al tenerlo bajo el bote, recogía los metros de cabo marcados mediante nudos.
Multitud de bancos de arena y rocas sumergidas infestaban el perímetro de la isla. Antes de que se hiciera a la mar la expedición, el piloto Turnbull dio instrucciones a los patrones: convenía acercarse a tierra en paralelo a la costa para, así, una vez rodeada la punta, quedar entre la playa y los buques fondeados.