El Guardiamarina Bolitho (14 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: El Guardiamarina Bolitho
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Bolitho apenas le escuchaba. Toda su atención estaba dedicada a los esfuerzos del
bric
, que al paso de cada ola levantaba la proa y lanzaba contra el agua la maciza madera de su tajamar.

El mero hecho de virar por avante y dirigir el mascarón dorado del
Sandpiper
hacia tierra había producido un cambio en la gente. Hasta los propios marineros del
bric
, magullados y debilitados por los días de cautiverio, mostraban renovados ánimos. Se pasaban órdenes de uno a otro, trabajaban al unísono y hacían cuanto podían para darle al barco tanta vela como sus mástiles podían aguantar. Sólo al mirar hacia la toldilla vacilaban, sorprendidos al ver en ella al joven comandante que sustituía a su jefe muerto.

—¡Volamos, Dick! —Dancer gritó por encima del fragor de viento y trapo.

Bolitho asintió con un gesto. La proa acababa de chocar contra el seno de una violenta ola, y la cortina de espuma saltó por encima de la amura y barrió el castillo de proa.

—Es cierto. —Su mirada barría el mar tras la popa—. ¿Has visto la fragata? —preguntó, y enseguida agarró el brazo de Dancer—. ¡Ahí! ¡También despliegan todo el trapo!

La noche ya había dado paso al día. Bien claras en el horizonte, las gavias y los juanetes del velero enemigo cambiaban de forma y anunciaban que su patrón también había dado la orden de virar por avante para lanzarse tras ellos. Señaló eufórico hacia los mástiles, donde flameaba la mancha coloreada del pabellón británico.

—Llevaba razón el señor Starkie —dijo—; nuestros colores excitan al enemigo.

Starkie, inclinando su cuerpo para compensar la escora de la cubierta, se acercó a la borda de barlovento.

—Ceñimos al viento tanto como podemos. Si intento subir un punto más perderemos el gobierno.

Bolitho tomó un anteojo del compartimiento de la bitácora y lo orientó hacia la costa. Mientras luchaba por mantenerlo estable, vio las caras de sus hombres, que, repartidos por la jarcia, le miraban. Qué debían pensar, se preguntó, al darse cuenta de que el
bric
ponía proa a la misma costa donde habían sufrido tantas penas y humillaciones.

De pronto apareció ante su ojo la punta del cabo que sobresalía de la masa de rompientes. Parecía la proa de una galera romana.

Desde la lancha de remos, mucho más baja sobre el agua, le había parecido muy distinta. Aún no podía creerlo. Habían transcurrido sólo unas horas.

Las olas parecían crecer de tamaño a medida que el
bric
se aproximaba a los bajos. El viento racheado las hacía romper sobre las rocas en masas de espuma que parecían traer promesas de destrucción.

En la distancia se oyó una explosión. Bolitho se volvió hacia la fragata y alcanzó a ver una nube de humo empujado por el viento.

—Tiran para medir la distancia —explicó Starkie—. Con este movimiento, y tan lejos, no pueden acertarnos.

Bolitho no respondió. Observaba cómo las velas de trinquete de la fragata flameaban al viento, desordenadas; su comandante había orzado hasta quedar casi proa al viento. Momentos después su proa cayó de nuevo a sotavento, dejando que las velas tomaran viento.

—Quiere ponerse a barlovento nuestro, Dick —informó Dancer.

—Sí, pretende atacarnos por barlovento.

Mantuvo la mirada fija sobre la fragata hasta que le lloraron los ojos.

—Pero eso le obligará a pasar más cerca de tierra cuando franqueemos la punta.

—¿Crees que lograremos pasar? —la voz de Dancer sonaba llena de ansiedad.

—¿Por qué no pregunta si podemos andar sobre el agua? —replicó Starkie, que le había oído y ayudaba con toda su fuerza al timonel—. Atento al rumbo, muchacho.

Otra explosión. Esta vez mostraban más puntería, y la bala voló rasante sobre las olas de la estela, dejando un rastro de espuma. Bolitho examinó las dos hileras de cañones de seis libras, tan ligeros y prácticos cuando se trataba de atacar por sorpresa a un buque mercante, o de castigar una barcaza pirata.

Pero contra una fragata no tenían nada que hacer.

—Manda un segundo vigía a la verga, Martyn.

Un brusco movimiento del casco, que caía en el seno de una ola, le hizo tambalearse.

—A lo mejor se divisa el G
orgon
.

Pero no había ni rastro del navío. En todo el horizonte sólo había la fragata y la isla, que aparecía al otro lado de la bahía.

Como el día anterior, el islote se veía pálido y extrañamente tranquilo; costaba aceptar que aquél fuese el escenario de tan crueles batallas.

Según Starkie, los calabozos de la isla se hallaban en aquellos momentos repletos de esclavos, tanto hombres como mujeres jóvenes, apresados en diversos rincones de África por los tratantes de carne humana.

Esperaban allí antes de embarcar en los buques que los llevarían a las Antillas o a América. Los más afortunados terminarían sus días en cautividad, aunque usados como criados. Otros, obligados a trabajar en plantaciones e ingenios, serían tratados como animales por el resto de su vida útil. Y en cuanto perdiesen sus fuerzas, serían eliminados.

Bolitho había oído que los barcos de esclavos eran como las antiguas galeras, cuya presencia se notaba a millas de distancia a causa de su terrible olor. Al parecer los centenares de cuerpos hacinados en las bodegas, incapaces de moverse ni para hacer sus mínimas necesidades, producían a su alrededor un hedor irrespirable que el viento trasladaba hasta más allá del horizonte.

¡Bang!

Una bala silbó por el aire y al cruzar sobre el buque atravesó el velacho de trinquete como un puñetazo de hierro.

—Se acercan. —Starkie, con sus pulgares enfundados en el cinto, no apartaba sus ojos de la fragata—. Está ganando sobre nosotros más rápidamente.

—¡Atento, cubierta! ¡Olas rompientes por la amura de sotavento! —La voz del vigía sonaba lejana y ansiosa.

Starkie se abalanzó sobre la brazola, con su anteojo en la mano.

—Ahí están los arrecifes. Ésa es la primera línea. —Se volvió hacia el timonel y ordenó—: Déjalo caer una cuarta.

Crujió el mecanismo de la rueda, mientras el trapo de los juanetes gualdrapeaba como señal de protesta.

—¡Sureste, señor!

—¡Así, derecho!

Bolitho notó pronto el zarandeo a que se veía sometido el casco. Las vergas y jarcias se estremecían al paso de las olas. Sin duda habían entrado ya en aguas menos profundas, donde se agitaba una poderosa resaca.

—Habría que reducir trapo —dijo Starkie.

Bolitho le miró y habló con voz suplicante.

—Si perdemos velocidad, estaremos en sus manos antes de que entre en la zona peligrosa.

—Lo que usted ordene —respondió con cara impasible el segundo piloto.

El joven Edén se izó por la inclinada escotilla, mirando asustado hacia el enemigo que se aproximaba por popa.

—E… el señor Hope qui… quiere hablar contigo, Dick.

Un nuevo proyectil lanzado por la fragata cruzó a poca distancia de la proa del bric y se hundió en el agua, proyectando columnas de espuma que recordaban los surtidores de una ballena. Edén se lanzó cuerpo a tierra.

—Enseguida bajo a verle —asintió Bolitho—. Si hay alguna novedad, avísenme.

Starkie, anteojo en mano, estudiaba la línea de rompientes más cercana. Tras el último cambio de rumbo ordenado al timonel, el bauprés y el botalón del
Sandpiper
apuntaban casi en línea con las estrías blancas de la espuma.

—No tema —musitó—, si hay alguna novedad ya la oirá.

Bolitho, ya bajo cubierta, buscó a tientas el camino y penetró en el camarote, casi un arcón, donde descansaba Hope. El teniente se hallaba tumbado sobre la litera. Sus ojos brillaban febriles.

—¿Es cierto que el cuarto teniente está enfermo? —preguntó con cara cenicienta. Su voz parecía provenir de ultratumba mientras soltaba frases de medio delirio—: Maldita sea, ¿por qué tardó tanto en atacar? Mi hombro, cómo me duele. Dios mío, en cuanto llegue al navío me amputarán el brazo.

El dolor, sin embargo, pareció devolverle la lucidez.

—¿Se bastan ustedes solos?

Bolitho se forzó a sonreír.

—En cubierta contamos con un oficial experto, señor. El señor Dancer y yo intentamos actuar como veteranos.

Una explosión sorda resonó en la húmeda cabina; un instante después Bolitho notó el temblor del casco, que había encajado una bala en pleno costado. Estaban demasiado cerca.

—¡No pueden luchar contra una fragata! —masculló Hope.

—¿Preferiría rendirse, señor?

—¡No! —exclamó, cerrando los ojos y gruñendo ante el dolor—. No sé qué decirle. Entiendo que debería ayudarle. Hacer algo, en vez de…

Bolitho consideró su desesperación y entendió. Hope, quinto teniente del
Gorgon
, se sentía más próximo a sus guardiamarinas que al resto de oficiales. Fingía no sentir ningún apego por ellos; a menudo le había visto tratarlos con dureza, que los jóvenes tomaban por brutal arbitrariedad; pero eso no era más que una comedia destinada a disimular su afecto por los aspirantes que tenía a su cargo. Con su presencia constante entre ellos algo había quedado patente: muchas de sus críticas y su falta de simpatía eran necesarias y beneficiosas. Más de una vez lo había declarado él así: «En este navío hacen falta oficiales, no niños».

Ahora yacía en su litera, herido, desvalido.

—Bajaré a pedirle consejo tan a menudo como pueda, señor —musitó Bolitho.

Una mano surgió de entre las mantas manchadas de sangre de la litera y agarró la suya.

—Gracias, muchacho. —Hope tenía dificultad para fijar sus ojos en los suyos—. Que Dios les ayude.

—¡Atención los de abajo! —gritó la voz de Dancer—: ¡La fragata prepara su batería de estribor!

—¡Subo de inmediato!

Bolitho se abalanzó a la escala. Pensaba en Hope, en Starkie y en todos los hombres de a bordo.

El corto tiempo que permaneció bajo cubierta había terminado con los restos de la noche. El sol brillaba ahora sobre la costa y convertía el agua en una colección sin fin de crestas afiladas.

—¡El viento se ha abierto un poco! —gritó Starkie—. No es mucho, pero imagino que la fragata lo aprovechará para lanzarse sobre nosotros.

Bolitho tomó el anteojo que sostenía un marinero y lo enfocó por encima de la batayola. La fragata, con sus vergas braceadas al máximo para ceñir al viento, navegaba a menos de una milla por el costado de babor. Los cañones de la batería de estribor, salpicados por la espuma que escupía el costado, aparecían amenazadores como puntiagudos dientes negros.

El buque perseguidor orzó una cuarta más hacia el viento y su perfil apareció distinto. El sol punteaba los cañones, los anteojos y el negro pabellón que ondeaba en el mastelero del mayor. Se leía ya el nombre descascarillado que adornaba su amura de proa:
Pegaso
. Sin duda, a ese nombre respondía la fragata cuando navegaba bajo pabellón español.

—¡Han hecho fuego!

Sus portas escupieron una ondeante línea de lenguas anaranjadas. Los proyectiles de la andanada, disparada a destiempo, barrieron la estela del
Sandpiper
. Algunos volaron por encima de su toldilla.

—Corrija el rumbo, señor Starkie —ordenó Bolitho—. Dos cuartas a barlovento, si es posible.

Starkie abrió la boca para protestar pero cambió de idea. A poca distancia del costado de estribor desfilaban a toda velocidad las sombras negras de las rocas sumergidas. Quedaban aún unas yardas de margen, pero acercarse a ellas les dejaba sin escapatoria. Podían enredarse en la masa de arrecifes como una mosca prisionera por una telaraña.

—¡Hombres a las brazas! ¡Larguen barlovento y cobren sotavento! ¡Fuerte, muchachos!

Dancer se precipitó a ayudar a los hombres.

Sobre el casco que martilleaba la mar, obenques y velas parecían explotar en crujidos desordenados. La proa osciló hacia su nuevo rumbo y luego pareció estabilizarse, apuntando hacia la lengua de tierra más próxima.

La batería de la fragata lanzó una nueva andanada, tampoco muy acertada, y sus balas se perdieron sin consecuencia en el agua de popa. Un marinero, incapaz de comprender el peligro que corrían, soltó un grito de alegría.

—¡Aprisa, Martyn! —gritó Bolitho—. ¡Localízame el mejor cabo de cañón de a bordo!

—¡Sur—Este, una cuarta al Sur, señor! —avisó el timonel, que parecía hipnotizado.

—Muy bien.

Starkie se volvió un momento hacia un marino de edad que acababa de aparecer. Su cara grisácea aparecía bajo un trapo a cuadros que cubría su frente. Vestía un calzón lleno de remiendos.

—Taylor, señor —se presentó el hombre.

—Muy bien, Taylor, quiero que se traiga a sus mejores hombres y prepare los cañones de seis libras de popa, en estribor.

Taylor parpadeó sorprendido ante el guardiamarina, pensando que Bolitho se había vuelto loco de repente. Cualquiera podía ver que el enemigo se hallaba en el costado opuesto.

Bolitho hablaba a toda prisa mientras su mente se concentraba exclusivamente en la distancia y en el ángulo que separaban la fragata del
Sandpiper
. Luchaba por recordar todo aquello que, ya fuese mediante lecciones o mediante golpes, había aprendido desde que cumplió los doce años.

—Cárguelos con doble bala. Ya sé que es arriesgado. Pero necesito que cuando yo dé la orden acierte la proa de la fragata.

Taylor asintió con movimientos lentos.

—A la orden, señor —profirió levantando un pulgar negro de carbonilla—. Creo que entiendo su plan, señor.

Se alejó de Bolitho y, tras pronunciar algunos nombres de artilleros, se dedicó a examinar los dos cañones que reposaban junto a la toldilla.

Bolitho se encaró fríamente con Starkie.

—Quiero cambiar de bordo virando por redondo y librar de nuevo la barrera de arrecifes. La fragata seguirá tras de nosotros. Sí, lo sé, ellos tendrán la ventaja del viento a su favor.

Starkie asentía con expresión sombría. Bolitho prosiguió:

—Pero durante un instante les tendremos al alcance de nuestros cañones —explicó con una sonrisa en los labios, que el esfuerzo parecía endurecer—. Son los cañones que tenemos. El comandante de la fragata no espera que viremos debajo de él, y menos que le ataquemos. Será una sorpresa.

Starkie adelantó su mirada hacia la proa, como buscando un camino de huida.

—Creo que conozco un paso, aunque es estrecho —con su puño cerrado hizo un gesto muy expresivo—. No estoy seguro de su profundidad. Por lo que sé, tiene algunas brazas de agua, pero pocas.

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