El Fuego (51 page)

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Authors: Katherine Neville

Tags: #GusiX, Novela, Intriga

BOOK: El Fuego
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Detuvimos el automóvil en el aparcamiento del embarcadero del ferry de Mount Vernon, entre dos monovolúmenes enormes, tan altos que parecían estar subidos a una plataforma.

—Será mejor que no nos vean, querida —observó Key.

Se recogió la larga melena en un moño, lo sujetó con una goma para el pelo y lo ocultó bajo el cuello del chaleco de safari. A continuación, sacó una bolsa de lona del asiento trasero, extrajo dos chaquetas de nailon, un par de gafas de sol, dos gorras de béisbol y me tendió un juego completo.

En cuanto nos hubimos ataviado con aquellos disfraces y salimos del coche, Key se cercioró de que todo quedaba bien cerrado y nos dirigimos al barco.

—Zarpamos en menos de cinco minutos —anunció—. Será mejor que no se nos vea el plumero antes de tiempo.

Bajamos hasta el embarcadero y Key le tendió al chico de la taquilla unos billetes de embarque comprados por anticipado que sacó del chaleco. Me fijé en que también le entregaba las llaves del coche con disimulo. Él asintió sin decir nada y nosotras nos dirigimos hacia la plancha y subimos al barco, que no dejaba de balancearse suavemente. A bordo iban muy pocos pasajeros y ninguno estaba lo bastante cerca para oírnos.

—Está visto que conoces a mucha gente —comenté—. ¿Te fías de que ese empleado vaya a devolver ese coche tan caro?

—Y eso no es todo —contestó—. Por unos cuantos favores más, Bub obtiene de propina catorce lecciones de vuelo gratuitas de una hora.

Debo confesar que, por decepcionada y enfadada que estuviera con ella diez minutos antes, como ajedrecista nata siempre había admirado el modo en que Key ejecutaba sus movimientos. Era evidente que había planeado aquella huida muchísimo mejor que cualquier partida de ajedrez en la que hubiera participado Lily Rad, se había adelantado a todos los movimientos y contraataques.

Por eso Nokomis Key había sido mi mejor amiga desde primaria, mi amiga del alma. Había sido Key quien me había enseñado que nunca volvería a tener miedo si conseguía ver más allá de lo que tenía delante, si conocía el terreno que pisaba.

Decía que los valientes sabían cómo atravesar solos el bosque incluso de noche porque planeaban el camino, pero no se repetían sus miedos.

Habían desatado el cabo que amarraba el ferry al muelle y retirado la plancha. Estábamos en medio del río cuando vi a un tipo con gafas de sol que llegaba precipitadamente al embarcadero y hablaba con el encargado. Tenía una pinta más que familiar.

El encargado sacudió la cabeza y señaló río arriba, hacia Washington. El hombre de las gafas de sol rebuscó en el interior de su chaqueta y sacó un teléfono.

Sentí que el alma se me caía a los pies. Estábamos en medio del río, en un barco descubierto, como un cajón de berenjenas a la espera del reparto.

—Los Servicios Secretos —informé a Key—. Nos hemos visto antes. Creo que nos espera un comité de bienvenida en la otra orilla. Seguro que saben adónde se dirige este ferry. A menos que tengas planeado saltar del barco a medio camino y seguir a nado.

—No será necesario —aseguró Key—, mujer de poca fe. En cuanto doblemos el recodo de Piscataway, cuando estemos fuera del alcance de visión de ambas orillas, el ferry hará una breve parada no prevista en el recorrido para dejar en tierra a dos pasajeras.

—¿En Piscataway Point? —Era una reserva de tierras vírgenes y pantanos donde vivían gansos y otras aves acuáticas protegidas por leyes estatales y federales. Ni siquiera aparecían carreteras en el mapa, sólo senderos—. ¡Pero si allí no hay nada! —protesté.

—Pues hoy lo habrá —aseguró Key—. Creo que lo encontrarás bastante interesante. Es la tierra originaria y el cementerio sagrado de los indios piscataway, los primeros habitantes de lo que hoy es Washington. Ahora es propiedad federal, por lo que las tribus ya no viven en estas tierras, pero hoy estarán allí, esperando nuestra llegada.

LAS INSTRUCCIONES ORIGINALES

Dios provee de sus instrucciones a todas las criaturas de acuerdo con su plan para el mundo.

MATHEW KING,

Noble Red Man

[…] en nosotros recae la responsabilidad de seguir las instrucciones originales, las que nos entregó el creador.

Según una concepción indígena, todos los elementos del universo tienen que seguir una serie de instrucciones originales para poder mantener un orden equilibrado […]. Los pueblos vivían con arreglo a sus instrucciones originales, templadas y ordenadas por el mundo natural que los rodeaba.

GABRIELLE TAYAC, hija de Red Flame Tayac,

«Keeping the Original Instructions»,

Native Universe

D
efinitivamente, aquella era la ruta panorámica, como Key había prometido. ¿O había sido una amenaza?

A pesar de la distancia, Piscataway imponía por su belleza. Aves de todo tipo se mecían en la corriente al tiempo que las águilas planeaban en el cielo por encima de nuestras cabezas y varios cisnes descendían a punto de posarse sobre las aguas. A lo largo de las márgenes, árboles centenarios hendían sus retorcidas raíces en el río mientras los cañizales se abrazaban a la ribera.

Al doblar el recodo, el piloto viró hacia la orilla, apagó el motor y la embarcación acabó de acercarse impulsada por la corriente. Varios pasajeros de cubierta se volvieron hacia la cabina, ligeramente sorprendidos.

En ese momento vi que en la orilla había dos pescadores sentados en un tronco caído que sobresalía de la rocosa ribera, ataviados con sendos sombreros desgastados y adornados con adminículos de pesca varios. El hilo de las cañas de pescar se perdía en el agua. Uno de ellos se puso en pie cuando el barco empezó a acercarse a ellos empujado por la corriente y empezó a recoger el hilo.

—Amigos, hoy el río está bastante calmado —anunció el piloto por megafonía—, así que vamos a desembarcar a un par de naturalistas en el refugio de la reserva natural.

Un adolescente se acercó por el lado de babor y lanzó el grueso cabo. —Ahora, si miran hacia la otra orilla en dirección norte —continuó el piloto—, río arriba, disfrutarán de una panorámica poco habitual de Jones Point que muy poca gente tiene la oportunidad de ver desde aquí. Ese es el lugar en que, el 15 de abril de 1791. el topógrafo Andrew Ellicott y el astrónomo afroamericano Benjamín Banneker colocaron el primer hito, el más meridional, con el que se empezó a delimitar la antigua Ciudad Federal, hoy en día Washington. A aquellos de ustedes familiarizados con la historia de los masones y la capital de nuestra nación, les complacerá compartir con sus amigos que este hito fue colocado siguiendo todo el ritual masónico tal como marcaba su tradición: con escuadra, plomada y nivel, y sobre el que posteriormente se derramaba trigo, aceite y vino.

Estaba consiguiendo desviar la atención de los pasajeros hacia otro lado que no fuera la parte posterior del barco con tal maestría que me habría sorprendido que alguien se acordara, o tan siquiera se hubiera percatado, de los pasajeros sin autorización que habían desembarcado en Piscataway. Imaginé que Key le habría prometido una caja de Chivas Regal junto con las horas de vuelo.

Los pescadores que nos esperaban nos atrajeron hacia ellos tirando del cabo y nos ayudaron a saltar al tronco gigante. A continuación, soltaron la cuerda y los cuatro avanzamos por la rocosa ribera hasta el abrigo que ofrecía la densa maleza de la orilla.

—Tal vez sería mejor que nuestros nombres permanecieran en el anonimato —dijo el mayor de los dos pescadores, al tiempo que me daba la mano para ayudarme a superar las rocas—. Puedes llamarme Red Cedar, el nombre indígena con que me bautizó aquí nuestra diosa Luna, y este es mi ayudante, el señor Tobacco Pouch —concluyó, haciendo un gesto hacia el más joven de los dos, un hombre bajo y fornido a quien se le formaron arruguitas en las comisuras de los ojos al dirigirme una sonrisa.

Cedro Rojo y Tabaquera. Ambos parecían lo bastante robustos para hacer frente a cualquier cosa que pudiera asaltarnos por el camino. No cabía duda de que Key tenía muchos contactos por aquellos pagos. Los seguí, adentrándonos cada vez más en los densos matorrales, aunque continuaba sin tener la más mínima idea de qué estaba sucediendo.

No había senderos. Las tupidas plantas trepadoras, la maleza los arbolillos conseguían que pareciera imposible que los cuatro pudiéramos abrirnos camino a través del boscaje, ni siquiera con machetes. Era como si hubiéramos entrado en un laberinto, aunque daba la impresión de que Red Cedar se lo conocía al dedillo, porque era como si el bosque se separara milagrosamente a su paso, ni siquiera tenía que tocarlo, y volviera a cerrarse en cuanto pasábamos detrás de él.

Por fin la espesura empezó a clarear y no tardamos en salir a un camino de tierra desde el que se veía el río, a lo lejos, entre los árboles salpicados de luz, que desplegaban su lozano vercor primaveral moteado de amarillo. Al llegar al sendero, Red Cedar por fin pudo renunciar a la cabeza de la comitiva y por primera vez pudimos abandonar la fila de a uno y charlar entre nosotros.

—Piscataway es una tierra y un pueblo al mismo tiempo —dijo Red Cedar—. Significa «donde se unen las aguas vivas», la confluencia de muchos ríos, tanto de agua como de vida. Nuestro pueblo desciende de los primeros pobladores indígenas, los lenni lenape, nuestros antepasados, que se remontan a más de doce mil años. Los anacostan y otras tribus del lugar rendían homenaje a nuestro primer jefe, el Tayac, mucho antes de la llegada de los primeros europeos. —Mi desconcierto ante la razón que podría haber inspirado aquella inesperada lección de antropología en medio de una ruta ecológica debió de ser muy evidente, pues añadió—: La señorita Luna me dijo que eres amiga suya, que estás en peligro y que por tanto era de vital importancia que te contara algo antes de que llegáramos a Moyaone.

—¿Moyaone? —repetí.

—El osario —dijo—. Donde están enterrados todos los huesos —se explicó en un susurro, guiñándome un ojo.

Tobacco Pouch y él estallaron en carcajadas. ¿Estaba hablando de un cementerio? ¿Qué tenía de hilarante un montón de huesos? Miré a Key, quien seguía esbozando aquella sonrisa tan enigmática.

—Todos los huesos y todos los secretos —intervino Nokomis—. Antes de que lleguemos, ¿por qué no le explicas a mi amiga lo de la ceremonia del grano verde, las dos vírgenes y la festividad de los muertos? —propuso a continuación, dirigiéndose a Red Cedar.

Madre mía, sabía que a Key le iba el esoterismo, pero aquello estaba adentrándose por momentos en el reino de lo paranormal. ¿Iban a hablarme de rituales paganos y sacrificio de vírgenes en el Potomac o a qué venía todo aquello?

Al tiempo que avanzaba a través del bosque salpicado de luz, intentando escudriñar entre los árboles, trataba de no olvidar que teníamos a los Servicios Secretos buscándonos por todo el río, que no llevaba ningún documento encima que acreditara mi identidad y que nadie tenía la más mínima idea de dónde estaba. Aunque sabía que apenas me separaban unos kilómetros de la capital de nuestra nación, me sentía rara. Por extraño que pareciera, daba la impresión de que aquel lugar misterioso estaba apartado de todo lo que conocía, tanto en el tiempo como en el espacio.

Y aquello estaba a punto de embrollarse aún más.

—Se refiere a las instrucciones originales —dijo Red Cedar—. Todo nace con sus propias instrucciones, como si fuera un plano, un patrón o un conjunto de directrices. El agua siempre es circular, el fuego es un triángulo, muchas rocas son cristalinas, las arañas tejen telarañas, los pájaros construyen nidos, el analema que describa la posición del sol dibuja un ocho… —Key le tocó el brazo para que acelerara, ya fuera el paso o la historia, o tal vez ambos—. La historia de las vírgenes se remonta a cuatrocientos años atrás, a la llegada de los colonos ingleses y el establecimiento de una comunidad a la que llamaron Jamestown, bautizada así por el rey Jacobo, quien acababa de subir al poder. Sin embargo, ya antes de esa fecha, en el siglo XVI se habían apropiado de gran parte de las tierras circundantes, a las que habían llamado Virginia por la predecesora de dicho rey: Isabel, la Reina Virgen.

—Conozco la historia —dije, intentando que no se me notara la impaciencia. ¿Adónde llevaba todo aquello?

—Pero no conoces «toda» la historia —repuso Red Cedar—. Unos treinta años después de la llegada de los colonos de Jamestown, un nuevo rey inglés subió al trono: Carlos, de quien se sospechaba que profesaba la fe católica en secreto. Este monarca permitió que lord Baltimore enviara dos cargamentos de colonos católicos y sacerdotes jesuitas en sendos barcos bautizados con los nombres de
Ark
y
Dove
.

»En fin, los británicos llevaban siglos discutiendo cuál de las dos fes era la "verdadera" y la única legitimada para representar a la cruz. Pocos años después estallaría una guerra civil por ese motivo y el rey Carlos moriría. Sin embargo, si había algo en lo que todos los europeos estaban de acuerdo, y que sigue vigente, era en la ley de conquista: si descubres un lugar y plantas una bandera en él, a partir de entonces te pertenece. Si hay pueblos vivos que ya vivían antes en ella y los llamas bárbaros, mucho mejor, así puedes convertirlos a la fuerza o esclavizarlos con las bendiciones de la Iglesia.

Aquella historia también la sabía. Los robos de tierras, los acuerdos incumplidos, la matanza de bebés indios, las reservas el genocidio, el camino de lágrimas… Pensé que nunca había habido demasiada comunión entre los pueblos indígenas y los conquistadores.

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