La noche caería sin que las amenazadoras nubes dejaran de intimidarles desde sus inalcanzables alturas, pero tampoco llegó a abatirse gota alguna sobre el grupo, cosa que agradecieron. La temperatura bajaba durante las horas de madrugada más aún. Se hacía esencial el calor de una hoguera.
Allwënn se había alejado de ella unos metros. Se sentaba en la fría losa de una piedra donde afilaba con esmero, uno a uno, los terribles dientes de su particular espada. Gharin se aproximó hasta él para llevarle un cuenco colmado por un líquido humeante. Allwënn no comentó nada cuando su compañero le ofreció la estimulante bebida. Se limitó a inclinar la cabeza y bajar la mirada en un característico gesto de gratitud antes de probar un reconfortante sorbo del cálido brebaje.
—La chica y el joven han contraído fiebres —informó Gharin lánguidamente— Parece que los fríos de estas cumbres les han afectado más de lo que esperábamos. Necesitan ropas de abrigo, Allwënn. No hay suficiente con las pieles.
Allwënn echó la vista hacia el campamento. Los tres se acurrucaban envueltos en mantas y pieles en torno a las cálidas lenguas de fuego de la hoguera. Claudia había quedado adormilada en las rodillas de Alex quien aprovechaba la relajada posición de la joven para acariciar sus negros cabellos. Odín miraba desde su rostro recio y frío a la pareja de elfos sin relajar su mirada.
—Sobrevivirán —ironizó Allwënn al contemplar la escena que se desarrollaba a los pies de la fogata antes de colocar la hoja de la Äriel junto a él. Rebuscó entre los colgantes que pendían de su cuello uno que había rescatado del laberíntico subterráneo de los elfos. Sus formas simples brillaron con el tímido reflejo de la luz pulsante de la hoguera cuando el semielfo de cabellos negros lo mostró ante él. Giraba sobre su eje con elegante lentitud, revelando en derredor sus verdaderos perfiles. Era un fragmento dorado de forma curva sin más orna o filigrana que unas líneas grabadas en una de sus caras. Una frase en el lenguaje arcano de los Doré
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; el Transcryto que podía leerse y decía:
Dhai-Ishmanthadau-khalai.
—¿Tienes idea de cómo llegó eso ahí abajo? —La pregunta de Gharin quedó suspendida en el aire. Solo había una respuesta, en realidad. Una respuesta que abría muchas más preguntas.
—De Ishmant para el Círculo —tradujo Allwënn con la mirada perdida en las sencillas formas de la joya. Äriel, que había sido su esposa, Virgen Dorai de la Orden del Dragón, le había enseñado el prohibido lenguaje de su misteriosa congregación. Como tantas otras cosas, también debía a su desaparecida mujer el poder leer tan restringido dialecto. Demasiados recuerdos... Demasiados...
Un sonoro y resignado suspiro salió de los labios del guerrero.
—Si ha estado aquí abajo... algo me dice que pronto lo sabremos.
—¿Qué crees que están tramando? —preguntó Alex con abierta desconfianza después de comprobar que el corpulento Odín no perdía detalle de la conversación de los jóvenes elfos—. No dejan de mirarnos... ¿Cuánto tiempo crees que falta antes que decidan olvidarse de nosotros? —Las manos de Alexis continuaban acariciando las hebras oscuras de la joven, ahora totalmente dormida. Odín, por primera vez en mucho tiempo apartó la vista de la pareja y miró a su amigo.
—Tranquilízate —dijo con una serenidad inaudita—. No van a hacernos daño.
—¿Que te hace pensar eso?
—Claudia. Ella tenía razón. Aún seguimos respirando. Es una buena señal.
Ignorar el punto de destino se había convertido ya en algo tan habitual que mis afligidos compatriotas cejaron en el empeño de querer entresacar información a sus guías por escueta o ininteligible que ésta resultase. Al consejo de
ojos que no ven
, decidieron que vivirían más felices si ignoraban hacia dónde se encaminaban sus pasos, esperando siempre que éstos terminaran por conducirles hasta algo o alguien que pudiera poner punto y final a su destierro.
El atardecer volvió a empeorar de nuevo el tiempo y el cielo retornó a esa visión encapotada y melancólica de los días pasados. Aunque Alexis pronto dio síntomas de mejoría, Claudia y Odín, cuyos cuerpos estaban menos resguardados del frío, empezaron a ser un problema. En especial, la chica, que no había mejorado de sus fiebres y amenazaba con empeorar. Se sostenía casi por inercia en la estrecha silla de montar, medio enterrada en todas las pieles y mantas que pudieron proporcionarle. Sin embargo, no paraba de temblar. El helado soplo del viento parecía buscar los entresijos de su ropa para colarse entre ellos y besar el cuerpo casi desnudo que se alojaba dentro. Gharin se sentía conmovido por la fragilidad de la chica y de alguna manera trataba de que nada le faltase. Preguntaba por su estado frecuentemente y le daba conversación.
Soplaba un viento frío del Alwebränn, del Norte,
desde los Inviernos de Valhÿnnd
, como decían los elfos, con rachas fuertes que abofeteaban duramente los rostros. La nieve comenzaba a ganarle terreno a la tierra. Habían salido a un pequeño valle interior después de pasar por entre farallones escarpados de dos colosales cimas. El paraje se allanaba buscando una tregua con la inclinada orografía y cubría con la fría alfombra nevada la fresca hierba y la base de los árboles en varios centímetros. Aquí la arboleda podía crecer con mayor profusión diseminándose a lo largo de varias millas en una pradera verde y blanca. Un pequeño arroyo de aguas tan limpias y cristalinas como gélidas bajaba desde las cúspides de hielo de las montañas en sinuosas vueltas y pequeñas cascadas. Expandía a su cauce de cristal líquido un pequeño vergel de vida y vegetación como un instante de paraíso en la inmensidad del vacío. Marchaba el grupo en dirección al riachuelo cuando Gharin frenó su caballo de golpe, obligando a Allwënn a detener el suyo apresuradamente.
No había ocurrido ningún incidente digno de mención durante aquellos días de travesía; ambos guerreros se habían cuidado de no cruzar por zonas que pudieran resultar peligrosas aunque aquello retrasara el avance. El semielfo de cabellos claros se apartó del camino internándose en otra dirección sin motivo aparente. Allwënn se volvió hacia él y preguntó si todo iba bien. Al torcer la vista hacia su amigo la respuesta llegó sin que de los labios de Gharin surgiese palabra alguna.
El resto de los corceles se detuvo y el grupo observó con claridad cómo algunos árboles habían sido arrancados a la altura de dos metros del suelo dejando como vástago el muñón astillado del tronco que surgía de la tierra como el mástil roto de un estandarte. Otros, con más suerte, tenían profundas y sangrantes heridas en sus cuerpos de madera. Una estela de moribundos cadáveres arbóreos, arbustos y ramas se extendía en un reguero que se perdía por entre la columnata verde del monte, como el eco en la distancia.
Desde que penetraran en los dominios de Belgarar, los elfos habían evitado pasar cerca de la guarida de un oso titán y avistado un azor de los cíclopes del que habían tenido que resguardarse. Sin embargo, aquel destrozo respondía a una criatura más peligrosa.
Gharin desmontó con rapidez y se acercó hasta el destrozado lugar. Allwënn le acompañó enseguida. Desde allí podía verse el curso del río sólo a algunas decenas de pasos. El viento silbaba un lastimero lamento al cruzar entre los setos y movía sus hojas temblorosas y todavía verdes. El resto de la comitiva quedó sobre sus sillas, cubiertos por sus mantas, pasmados de frío. Porque hacía frío, bastante frío. El primer ocaso estaba próximo y la luz, mermada ya por el turbulento cielo, iría agotándose poco a poco. La insistencia del viento presagiaba de nuevo una tormenta que en estas altitudes sería de nieve.
Las manos de Gharin pasaron en una tierna caricia por la herida abierta y astillada del tronco de uno de los árboles. Sus dedos se mezclaron con la viscosa esencia del árbol y por un instante fue partícipe del dolor de aquella criatura muda y aparentemente inerte.
—Si los árboles pudieran gritar... —dijo casi en un susurro nostálgico —este lugar sería el refugio de la agonía—. Allwënn desmontó a tiempo de escucharle. Las cadenas de su armadura tintinearon graciosamente cuando se aproximó a su amigo. Quizá el elfo niegue las palabras al resto de las razas pero puede hablar con los animales y las plantas como el enano lo hace con la piedra y los metales. Parte de su espíritu está ligado a ellos.
Gharin se había criado con elfos y como un elfo sentía.
Tornó su cuello hacia Allwënn que se había detenido a un metro escaso de él y respondió anticipándose a la pregunta de su amigo.
—
Vagabundos
—afirmó—. Han sido
Vagabundos
¿Quién si no ellos podrían dejar unas marcas tan evidentes de su paso? —pero la respuesta de Allwënn le dejó un tanto perplejo.
—Lo sé... —respondía Allwënn con una seguridad inaudita incluso en él. Gharin se extrañó de su rotunda certeza. Los ojos de Allwënn bajaron al suelo, a sus propios pies. La bota del guerrero desaparecía en una huella enorme hundida en la nieve. Una marca de un pie deforme de tres dedos acabados en garras y la inconfundible señal de un espolón trasero. Por desgracia eran unas señas demasiado evidentes para quienes ya han tenido la desgracia de toparse con el dueño de tales marcas. El rostro de ambos se tornó en una máscara cuando sus iris se cruzaron en una mirada. Ya todos habíamos empezado a acostumbrarnos a esos extensos diálogos sin palabras que los ojos, siempre brillantes de los singulares elfos, solían mantener como si fuese una única mente la que ordenara a la vez a ambos cuerpos.
—La herida aún sangra y la sabia está fresca —decía Gharin antes de empuñar el labrado arco de guerra que cargaba a su espalda—. No deben andar muy lejos.
—¿Deben? —preguntó Allwënn sacando a la dormida Äriel de su cálido abrazo de piel y atravesando el bosque en una mirada maléfica. Al ver a los elfos desenvainar, un mal presagio recorrió las espaldas de los músicos que se incorporaron sobre las sillas y se miraron nerviosos.
—No es una hembra. Son al menos dos machos —explicó Gharin mientras colocaba sin mirar una flecha en la relajada cuerda de su adornado arco élfico—. y por los Espíritus del Bosque espero que no sean más.
—No puede ser —contradijo su compañero—. Les habríamos olido. Esas cosas apestan como la carne muerta. El viento sopla hoy muy...
Una idea se coló en ambas mentes despertando una posibilidad hasta entonces dormida...
¡El viento!
¡Habían estado avanzando a favor de viento durante todo el trayecto!
El calor del error. El miedo a la emboscada. Al peligro. A la guardia baja... ¿Cómo explicar eso? ¿Cómo explicar la agitación en las vísceras de un guerrero cuando sabe que la muerte no espera a preparativos y que acecha en las sombras y ataca por la espalda?
Sus ojos volvieron a hablarse...
Ambos jóvenes se tornaron hacia el grupo con la máscara del miedo ensombreciendo las pupilas y sus gargantas gritaron al unísono una orden que desconcertó a los chicos.
—¡¡Abajo!! ¡¡Desmontad!! ¡¡Bajad de los caballos!! —Aquellos, sobre las monturas, se miraron extrañados sin terminar de reaccionar.
—¡¡Por el ‘Mhâham’s
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Destructor!! —Gritó Allwënn moviendo sus brazos con energía— ¡¡Moveos o seréis la guarnición de algún almuerzo!! —Aún nadie sabía que pretendían los elfos y aunque el ánimo entre los músicos estaba alterado, ninguno obedeció.
A un lado, en dirección a los caballos, un sonido de quebrar de ramas se propagó por el bosque. Allwënn intentó divisar su origen pero los cuerpos de los animales se lo impedían. Entonces miró a su lado: Gharin había cerrado los ojos y murmuraba algo en voz baja al mismo instante que comenzaba a tensar el arco.
—¡¿Qué es lo que ocurre?! —Preguntó al fin uno de ellos. Allwënn ya venía en apresurada carrera.
—¡¡Trolls!!
La fría sombra del miedo sobrevoló al grupo cuando los caballos comenzaron a agitarse bajo sus monturas. El caos extendió su reino por un instante.
—¿Qué ha dicho? —Preguntó Alex a la chica. Claudia se vio invadida por una súbita ola de calor.
—¡Dios mío! ¡Baja del caballo, Alex, deprisa!
Ambos se apresuraron en desmontar de los animales, sin embargo, Odín seguía clavado a la silla como si el mundo exterior no le mandara ningún estímulo y se hubiese congelado en el tiempo.
—Hansi —llamó Alex— ¡Hansi! ¡¡Odín!!
El fornido muchacho sólo acertaba a parpadear, mirando en dirección al bosque como una estatua de sal sobre su inquieto caballo.
...Entonces Alex también vio lo que paralizaba a su amigo.
Una sombra grande, gigantesca, que se aproximaba con decisión hacia los caballos. Vio sus ojos muertos sin pupilas clavarse en su rostro como si quisieran grabarlo en su memoria. Vio sus fauces terribles como una hilera de navajas
...y olió su hedor inconfundible.
Entonces, también él quedó frío como las losas de los cementerios.
Pareció surgir de la misma tierra, bajo los caballos, aunque Odín sabía que no había sido así. Arremetió con furia sobre el primer animal, como una estampida, derribando varios de ellos y provocando la histeria y la locura en el resto. El musculoso joven fue catapultado de la silla con violencia golpeando varias veces en los cuerpos de los caballos antes de tocar la fría capa de nieve que cubría el suelo. Alex quedó atrapado bajo el pesado volumen de su montura que no volvió a dar señales de vida tras la brutal colisión. La chica, en una posición más alejada, tampoco evitó ser empujada y derribada. En aquellos instantes, los gritos de los chicos y relinchos de los caballos se mezclaron con la confusión entre los animales abatidos y las alforjas que derramaban sus pertenencias como un río que se desborda.
Allwënn venía en carrera con su diestra armada. Se vio obligado a frenar y esquivar la avalancha de caballos que, aterrados, se desbandaban por doquier. Habría que detenerlos, pero sin duda la huida de los animales resultaba el peor de sus males.
Una sombra obligó a la chica a mirar hacia arriba desde el suelo. Un caballo se había colocado sobre ella y con los ojos invadidos por el pánico levantaba sus cuartos delanteros sobre la indefensa cabeza de la joven, amenazando con aplastarla con sus cascos sin herrar. Algo percutió contra el frágil cuerpo de Claudia que la arrastró consigo fuera del alcance del caballo. Los potentes cascos batieron la nieve pero por fortuna la joven ya no se encontraba bajo ellos. Allwënn logró apartarla a tiempo y ambos cuerpos rodaron un tramo sobre la húmeda superficie del suelo antes de detenerse.