El enviado (47 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Mis piernas se habían paralizado. Temblaban como nunca lo habían hecho, pero no se movían de aquel lugar en el que estaban ancladas. Allwënn estaba muy cerca, casi podía notar su respiración. Me giré hacia él.

Las voces de alarma se extendían desde la otra orilla. Aquellos que ya se encontraban al otro lado del puente alertados del peligro se agitaban nerviosos gritando que nos pusiéramos a salvo. Solo Allwënn corría en contradirección. Yo seguía congelado.

—¡¡Hostia, Dios!!

El primero de los lobos emprendió una furiosa carrera hacia ambos. Falo no necesitó ningún estímulo para apresurarse a apartar de un empellón a la chica y correr hacia la salvación del puente. Muy atrás parecía quedar su miedo. Ella, trastabillada al pasarle casi por encima aquel muchacho que le doblaba en peso, quedó un instante turbada, suficiente para comprobar que algunos lobos más aparecían por las inmediaciones. Algunos llevaban lanzas y arcos. Eran casi una docena.

—¡Dios mío! —Aquél lobo se les echaba encima con su jinete chillando mientras agitaba la espada sobre su cabeza. Claudia apretó la carrera ciega por el desvencijado madero. Falo le había sacado unos metros de ventaja pero su menor peso la hacía más veloz y pronto le alcanzó. Justo en el momento de superarlo escuchó un crujido y Falo desapareció de su lado.

—¡¡Claudia!! —La inercia evitó que la chica se detuviese de inmediato. Cuando lo hizo y volvió su mirada atrás comprobó que Falo había quebrado uno de los viejos tablones y una de sus piernas desaparecía en el hueco abierto. Con los ojos desesperados parecía implorarle ayuda. Quizá no la hubiese necesitado. Con un poco de habilidad la pierna hubiese salido sin mayores dificultades de aquella presa... pero...

Los ojos de Claudia lo decían todo...

Falo sintió un calor asfixiante partirle de arriba abajo. Apartó su mirada de la joven y la volvió hacia atrás. Aquél lobo y su endemoniado jinete estaban sobre él. Apenas le dio oportunidad para levantar los brazos en un tímido intento de protegerse. Descargó la espada con furia contra el desarmado muchacho. Una nube de sangre estalló en su pecho y delató su suerte.

Claudia ahogó un grito horrorizada y sus rodillas flaquearon sentándola en el suelo. Aquel lobo no se detuvo y continuó a pleno galope hacia ella. El resto seguía su estela.

Sucedió tan deprisa que casi no tuve tiempo de asimilarlo...

Mi cabeza se negaba a aceptar lo que había pasado. Falo cayó inerte como un tronco muerto, a plomo sobre los maderos del puente. En ese momento pensé que íbamos a morir todos allí mismo.

Allwënn se desangraba en su carrera. Ni siquiera se había detenido a desnudar su espada. Aquel puente parecía interminable. Un zumbido cruzó junto a él, casi rozando aquellos cabellos azabache que se agitaban como un vendaval. Ni siquiera aquello le detuvo.

Claudia estaba paralizada por el terror. Escuchaba las voces de sus amigos, desde el otro lado que la llamaban desgarrando sus gargantas. Pero ella seguía con los ojos fijos en aquel muchacho inerte, bocabajo, cuya sangre comenzaba a escurrirse sobre los maderos que le servían de lecho. En un incontrolado impulso logró mirar a la sombra que se le echaba encima. Aquel lobo y la horrible criatura que lo montaba estaban apenas a unos metros. La espada bañada con la sangre del pobre Falo se alzaba sobre su cabeza. La siguiente en probar aquel filo sería ella...

Pero aquella espada nunca encontró una nueva víctima...

Un silbido de muerte sesgó el aire. Aquella criatura que la amenazaba salió catapultada de su silla tras un quejido agónico. El rostro de Claudia fue salpicado de sangre. Casi sin tiempo para entender lo que estaba ocurriendo vio como el grueso cuello de aquel desmesurado lobo era atravesado por dos flechas que impactaron en él con breves segundos de intervalo, deteniendo su carrera en el acto.

Gharin montó una nueva flecha en su arco. Había demasiados objetivos. Si no salían de allí pronto...

—¡¡Claudia!! —La chica reconoció la voz del mestizo y aquello la devolvió a la vida de un golpe—. ¡¡Corre, corre!!

El resto de los jinetes de lobos comenzaba a montar flechas en sus arcos. Ella se levantó de un salto y salió a la desesperada. La vi acercarse con el rostro desencajado. Entonces, yo también reaccioné y logré echar a correr apenas ella pasara a mi lado. Los ladridos de los lobos se metían en mi cabeza y la adrenalina impulsaba mis piernas con furia. Ante nosotros Allwënn casi llegaba al fin a nuestra altura.

Ante sus ojos, la escena era preocupante. Aquella jauría nos daba caza.

Su mano buscó aquella mujer tallada en hueso de su cinto.

Otro jinete cayó de su montura atravesado por una flecha...

Nada había conseguido detener a Allwënn en su furiosa carrera. Nada... salvo aquella nueva muerte. No eran las flechas de Gharin las que habían abatido a la bestia en aquella ocasión.

El elfo quedó congelado con sus dedos aguantando el cordel que tensaba su flecha. Aquel adversario había caído por una mano invisible. ¿Quién podía estar ayudando a abatir a aquellos rastreadores? ¡Nadie había en aquellos bosques! Nadie salvo ellos. Nadie... vivo, claro.

Y un calor agobiante comenzó a ascenderle desde las piernas al pecho.

Aquella fue la primera de muchas flechas.

Enseguida, aquellos goblins se percataron que les atacaban por varios frentes y se desorganizaron.

Allwënn no podía creerlo...

Gharin no quería hacerlo...

De entre la maleza, desde los árboles comenzaron a surgir figuras con una teatralidad que resultaba fantasmagórica. Vestían viejas armaduras de elfos que ocultaban sus rasgos, si es que caso hubiera rasgos que ocultar bajo aquellas elaboradas celadas de metal dorado. Se armaban con lanzas y arcos. No parecían tener prisa.

Surgían de todos los rincones. Quizá, también, eran al menos una docena. Sus flechas, inesperadas, sembraron de muerte aquel rincón olvidado del bosque. Sus lanzas perseguían a aquellos lobos que se vieron pronto desbordados.

Allwënn quedó petrificado ante la visión que se daba cita ante él: Las viejas Custodias Shaärikk parecían haber despertado de entre los muertos. Sin embargo, algo le obligó a reaccionar sin su consentimiento.

En mi desesperación mi pie pisó en falso. Quizá un madero suelto, quizá su noble madera había sido demasiado maltratada aquella tarde. Lo cierto es que decidió morir allí mismo, bajo mi pie.

Escuché el crujido. Sentí el vacío, el romper de más tablas. La furia irreprimible de la atracción de la gravedad tirando de mi cuerpo. El miedo...

No sé cómo lo hice, pero mi mano consiguió prenderse a un trozo de madera de los muchos que decoraban los arcos del puente bajo los travesaños. Sentí un tirón brusco que detuvo mi caída. La mitad de mi cuerpo quedó colgando en el vacío. La otra se aferraba a aquella húmeda madera como a la vida.

Allwënn se rearmó al instante. Volvió a correr hacia mí como un loco.

—¡¡No te sueltes, no te sueltes!! —me gritaba en plena carrera. Se cruzó con Claudia que no se había percatado de nada a su espalda y quedó desorientada cuando el mestizo pasó junto a ella si prestarle atención. La chica volvió a pararse y miró hacia atrás. La escena que contempló le saturó los sentidos. Tardó un instante en ponerle orden en su cabeza.

Yo ya no me encontraba corriendo tras ella. Un hueco en las maderas ocupaba mi lugar. Allwënn llegaba hasta el foso abierto y trataba de alargar la mano para asirme. Tras nosotros encontró una escena que parecía haber salido de entre la bruma caótica de sus desorientados sentidos. Los jinetes de lobos eran diezmados por unas figuras que no recordaba haber visto surgir. Una docena de armaduras doradas, esbeltas y ajadas, disparaban y arremetían contra aquella partida de búsqueda salida de la nada. Se parecían sospechosamente a aquella escultura junto al puente. Parecían espectros. Coordinados, sutiles, letales.

Quizá lo fuesen.

—¡¡Atrás!! —gritó Allwënn volviendo su cabeza hacia la joven—. ¡¡Corre hasta el otro extremo!! ¡¡Alcanza a los otros!! ¡¡Rápido!!

Turbada, Claudia volvió su mirada hacia el otro extremo desde donde sus compañeros le gritaban y gesticulaban para que continuara corriendo hasta ellos. A su frente dos de aquellas Custodias, comenzaban a avanzar sobre los maderos hacia ellos. Una de ellas se agachaba sobre el cuerpo de Falo. El chico no daba señales de vida. La otra la enfilaba directamente a ella y seguía avanzando. Más atrás, el resto de aquellas reliquias de tiempos antiguos acababa con los goblins y sus poderosos cánidos. Comenzaban a reagruparse.

—Me resbalo, Allwënn. No puedo aguantar. No puedo aguantar —dije con desesperación seguro de que no sería capaz de sostener el peso que soportaba si cedía con alguno de mis dos brazos—. Voy a caer. Voy a caer.

Allwënn trató de estirarse para alargar su poderoso brazo hasta mí. Había demasiada distancia...

—Aguanta, chico. Aguanta. Te sacaré de ahí—. Sus dedos casi rozaban el dorso de mi puño. El vacío, el vacío tiraba de mí. El viento golpeaba ahora con más fuerza, como para recordarnos que estábamos a su merced—. Saldrás de ésta, lo juro —me dijo y su voz de cadencia sonora me llenó de tranquilidad. Sentía cómo mi cuerpo pendía de un hilo, que nada podía yo hacer para mi propia salvación y sabía que ésta dependía de otros. De él. No obstante, podía sentir, casi tocar la fuerza del guerrero y aquella seguridad que me daba su penetrante mirada y la convicción de su voz.

Sin embargo...

Mis brazos perdieron el agarre justo antes de que pudiera alcanzar la mano del mestizo. Las pupilas de Allwënn crecieron en su rostro al tiempo que, sin nada que me sostuviese, mi cuerpo fue vencido por la gravedad. De mi garganta se escapó un grito desesperado al sentir la succión de la tierra.

Allwënn torció el gesto de su cara en una máscara de rabia al no poder hacer nada por evitar mi caída. Las manos del joven trataron en vano de sujetarme. Su piel y mi piel se tocaron varias veces pero como al intentar cazar un pez con las manos desnudas, resbalaron sin que nada pudiese salvarme.La garganta de Allwënn desgarró mi nombre antes de que me perdiese en el oscuro abrazo con el agua.

Sentí su tacto frío e ingrávido.

Por un segundo se hizo el silencio.

Acto seguido, noté la terrible fuerza de la corriente arrastrándome. Mi mundo giró hasta volverse oscuro.

Allwënn se irguió impotente perdiéndome de vista bajo las aguas.

Al alzar la mirada encontró a una de aquellas Custodias a sólo unos centímetros de él. Al otro lado abierto por mi caída.

Era una armadura gastada por el paso de las centurias. Estaba quieta, mirándole desde los huecos sombríos de los ojos de su celada. Un par de pupilas brillantes de escondían tras aquellas penumbras. Ambas figuras quedaron frente a frente, sin mover un músculo. El mestizo ni siquiera se percató de que otras caminaban para unirse a la primera, que había quedado frente a él, congelada, quieta, tensa...

Mil opciones pasearon por la mente de Allwënn en aquel momento. Pero sólo atendía a atravesar con sus iris hirvientes aquella máscara ajada del pasado.

Cara a cara, en duelo. Había respeto en sus ojos, pero no temor. Dos custodias más llegaron a la altura de ambos y se sumaron a aquel duelo silencioso. Nadie movió un músculo.

Allwënn, desafiante, infló su pecho y les dio la espalda con insolencia.

Mientras avanzaba despacio y en calma hacia el grupo que le esperaba al otro lado esperó que una flecha traicionera o una lanza enemiga viniese a morder su carne. Pero no ocurrió. Aquellas Custodias quedaron allí, desafiantes pero inmóviles. Quizá impresionadas por la arrogancia de aquel mestizo que les daba la espalda con orgullo. Allí seguían cuando Allwënn alcanzó el otro extremo y aquel destrozado grupo se apresuró a escapar.

 Sentí una mano poderosa que invadía mi quietud de muerte y me sacaba del acuoso letargo con un chapoteo. No había llegado a perder el conocimiento en ningún instante. Ni tan siquiera cuando me sentí caer cascada abajo y golpear de nuevo en el duro elemento líquido. Pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes como si quisiese despertar en vano de un mal sueño. Sentí cómo varios brazos arrastraban mi cuerpo inerte.

Escuché una voz de mujer...

—Está vivo.

...y ya no recuerdo nada más.

Aún llovía, a pesar de que la furia parecía haberse diluido, como si la propia naturaleza estuviese rendida ante el esfuerzo necesario. Aunque en tregua se hacía impredecible adivinar cuánto tiempo se tomaría de descanso. El centro de la tormenta había pasado justo encima de las cabezas pero los truenos seguían avisando que aún quedaba mucha agua por caer.

Era de noche, bastante entrada. El impenetrable reino de Kallah, tan sólo se rompía por la palpitante luz anaranjada de la fogata encendida sobre las losas de la extraña piedra. Gharin se encontraba cerca, calentando entre los abrazos de fuego un caldo de color oscuro en una abollada cazuela de metal. Había quedado congelado mirando a los tres jóvenes amigos que habían decidido acurrucarse juntos para combatir el frío. Desde donde él estaba podía verse el exterior, negro como el alma de demonio y castigado por la lluvia. El viento penetraba en húmedas ráfagas por los lados abiertos del pórtico. Se cargaba de un espeso olor a tierra mojada y llevaba consigo parte de las cristalinas perlas que caían del cielo. Había sido acertada la decisión de hacer parada allí, a pesar del riego.

Gharin olió uno de los cuencos de madera en los que había servido el caldo caliente a los muchachos. Unos característicos y penetrantes vapores inundaron sus vías olfativas. Sonrió, deseando no haberse excedido con el polvo de Ländhal. Son conocidos los efectos somníferos que la madera de este peculiar árbol de las estepas, molida y mezclada con líquido caliente, posee. Tan famosos como característico es el olor que dejan sus posos al secarse. Había puesto un poco de aquello en sus bebidas para garantizarles el sueño y evitarles las pesadillas que con asiduidad solían visitarles durante la noche. Sin su ayuda, difícilmente hubiera conseguido cerrar los ojos en esta ocasión. El semielfo supuso que a fin de males, a la mañana siguiente se levantarían con algo de resaca, como si hubieran bebido más de la cuenta. Un pago inapreciable con tal de soportar lo que cargaban a sus espaldas.

Echó los cuencos al suelo y volvió a dirigir una mirada a los durmientes. Allwënn, como resultaba habitual, había desaparecido. Poco parecía importarle que lloviese como si toda el agua del mundo estuviese cayendo sobre sus cabezas. Se había perdido por entre los intrincados corredores, patios y salas de aquel palacio en ruinas y su legendaria ciudad hacía ya algún tiempo. En cualquier momento podría aparecer desde alguno de los oscuros rincones de este lugar, como un fantasma. Maldita comparación. Aquella noche llevaba especialmente mal la ausencia de Allwënn. Cada susurro, cada sonido en la noche le crispaba los nervios. Podría ser su compañero que regresaba de las sombras... o podían ser cientos de alternativas que prefería no pensar. Gharin estaba dispuesto a pasar en vela toda la noche. No sería la primera vez.

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