El enviado (42 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Las palabras de Gharin la noche de su encontronazo con Allwënn la habían dejado sumamente intrigada. Tal vez, de haberle preguntado, seguramente negaría que descubrir la identidad, rostro, o al menos silueta de la misteriosa mujer tallada en puño de la espada, con quien Gharin aseguraba que Allwënn se encontraba en secreto cada noche, ocupaba y centraba todo su interés.

—Goblins. Seis. Montaban perros. Partieron hace apenas media jornada. Aún pueden estar muy cerca.

Gharin se alzó con los dedos aún tiznados con los restos de las brasas. Allwënn estaba a su lado, muy erguido, con los brazos en jarras sobre las caderas. Miraba hacia la cadena montañosa que flanqueaba a lo lejos el horizonte. Un súbito viento sacudía sus cabellos. El cielo se había poblado de nubes y aquel húmedo viento no era sino la antesala que anuncia la tormenta. Habíamos encontrado señales de paso recientes que nos condujeron, tal como los elfos sospechaban, a un abandonado campamento. Los restos de la fogata y la comida aportaron algunas pistas más que añadir a las huellas.

—Han tomado una dirección muy desviada. Es poco probable que nos localicen a menos que vuelvan sobre sus pasos. Pero ignoro si habrá más goblins por la zona. Allwënn, ¿Me estás escuchando? —dijo aquél a su amigo que no había apartado la vista de las montañas al frente.

—Estoy pensando —contestó Allwënn antes de volverse a mirarle sólo para retornar la vista a los picos de piedra en lontananza—. Debe de tratarse de una avanzada de reconocimiento. El grueso del grupo probablemente esté por pasar—. Gharin cabeceó una respuesta afirmativa—. Donde hay goblins hay orcos. Y con los pasajeros que llevamos, recemos para que con ellos no venga nadie más.

—¿Algún problema? —preguntó Alexis a voces desde nuestra posición, aún sobre los caballos, a cierta distancia de la pareja. Allwënn se encargó de avisarnos con un gesto de que no había peligro.

—Vamos a cambiar el rumbo —aseguró mientras tanto a su rubio compañero—. Nos dirigiremos hacia el Belgarar —dijo extendiendo su dedo como una lanza, apuntando a los montes nevados—. Sus bosques nos proporcionarán la cobertura necesaria.

Allwënn había dado por zanjado el dilema y se disponía ya a regresar a su montura cuando la mano de Gharin le agarró del brazo, evitándolo.

—¿Así, sin más?

—Gharin, es la mejor opción —dijo, e intentó marcharse por segunda vez. Su rubio compañero no le soltó.

—Los bosques del Belgarar son...

—Sé perfectamente lo que son los bosques del Belgarar —interrumpió el de cabellos de ébano. Aquél quedó un instante mirando el rostro de su amigo cuyos dorados bucles se mecían sobre un viento cada vez más impetuoso. Tenía una expresión extraña en los ojos—. ¿No me dirás... que crees esos cuentos de viejas?

Gharin no supo contestar. Se limitó a mirar un par de veces hacia atrás, hacia la sombría masa boscosa que corría a los pies de las montañas.

—¡Oh, bien! Supongo que hay más de la superstición elfa en tus venas que en las mías. El lado bueno es que los goblins son tan supersticiosos como tú y no es probable que nos sigan dentro de esos bosques.

Casi sin esfuerzo, Allwënn se soltó y ésta vez su amigo no pudo evitar que llegase hasta su inmaculado caballo y montase. Gharin quedó pensativo un instante en el sitio y suspiró. Allwënn sin duda tenía razón pero la idea no le gustaba en absoluto.

Pronto estuvimos ante los primeros picos del Macizo Belgarar. Tan cerca, aquellas moles incuantificables de piedra se alzaban varios cientos de metros dominando el valle. Sus cumbres aparecían veladas por la espesa capa de nubes que poco a poco se iba acumulado y había cubierto el azul cielo de un plomizo tono gris. Algunos picos traspasaban la cúpula nubosa ocultando de la vista sus cimas nevadas. A los inmensos pies de la cordillera se extendía un bosque no menos vasto y tupido. Tenía altos árboles de lánguido ramaje. Pero resultaba acaso tan sombrío como la morada de la muerte. El cuadro no podía ser más tenebroso ni nuestro destino más inquietante.

—Eso es el Macizo Belgarar —indicó Allwënn señalando las cimas que se alzaban frente a nosotros—. La primera gran cadena de montañas de la costa oeste
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. Gharin volvió su cuello para mirar el camino que habíamos recorrido.

—¿Seguro que no nos seguirán? —exclamó desconfiado a la vuelta. Allwënn se giró para poder mirarle.

—Sólo hay una manera de averiguarlo—. Por desgracia Gharin ya conocía la respuesta.

Pronto pasamos la muralla de árboles que señalaban la linde del bosque y nos sumimos en sus profundidades. El cielo se oscureció bajo sus ramas y el mundo enmudeció de repente tras la cortina de árboles. Daba la sensación de adentrarse en otro plano que nada tenía que ver con la sinuosa pradera por la que acabábamos de llegar. Altos árboles. Altos y desgarbados como largos apéndices verdes, tupidos de fláccidas ramas y cenicientas hojas eran lo único aparentemente vivo de aquel lóbrego lugar. Sólo el silbido del viento se escuchaba pasando entre sus troncos y ramas. Producía un quejido fantasmal y removía las hojas en intermitentes chasquidos. No se oían pájaros. No había rumor de arroyos o agua. Sólo la respiración de los caballos y el traqueteo de sus cascos. La atmósfera era fría. Ese frío intenso que cala los huesos y flagela en escalofríos sin que parezca provenir de este mundo. Por instinto, reducimos aún más la marcha y nos agrupamos.

—¡Qué lugar tan inquietante! —exclamó la joven—. Es siniestro.

La verdad: inspiraba miedo. Falo callaba, como pocas veces lo hacía, contemplando todo su alrededor. Seguro que jamás había pisado un lugar como aquél. Tampoco ninguno de nosotros.

—Imagino que no habéis visto mucho mundo, si esto os asusta. Al menos en los últimos años ¿Me equivoco? —Aquella frase sonó a clara ironía, pero si Allwënn hubiera sabido hasta qué punto acertaba se la hubiese ahorrado.

Avanzamos un largo trecho cabalgando a tientas pues dentro del sombrío bosque se hacía muy difícil la orientación. Allwënn esperaba alcanzar alguna zona alta para programar desde allí la ruta. Sin embargo, el terreno no sólo no ascendía, más bien al contrario, parecía hundirse aún más entre los pies de las montañas.

El sonido de acero al desnudarse sacó al grupo entero de la monotonía de un sobresalto. Gharin casi a la cola de la comitiva, con la expresión de su rostro inusualmente seria, había desenvainado su espada. A la mayoría de nosotros nos dio un buen susto. El caballo de Allwënn se alzó a dos patas mientras que el guerrero llevaba también su diestra a la tallada empuñadura de su arma.

—¿Qué sucede, Gharin? ¿Has oído algo? —Por un instante pensé que los mortales filos de su espada al fin verían la luz. Pero Gharin levantó su mano en un gesto tranquilizador. El caballo de Allwënn volvió a la compostura y su diestra a las bridas.

—Sería un milagro. Eso querría decir que hay algo vivo en este lugar aparte de nosotros —susurró Alex con ironía.

—Este bosque está muerto —dijo el inexpresivo Odín con su voz sonora—. Es un gran cadáver.

Gharin, como accionado por resortes se volvió en su silla para mirar al fornido batería que no creyó haber hablado tan alto como para que el elfo, en cola, le oyese. Le miraba con los ojos desorbitados.

—Tú lo has dicho, muchacho. Tú, no yo, lo has dicho.

A pesar de su apariencia húmeda, la leña que pudimos encontrar ardía con normalidad. Debía de ser algo más de medio día. Los soles se encontraban alcanzando el punto más alto de su ascensión, pero bajo la tupida cubierta de ramas y hojas, parecía anochecer. Los peculiares árboles que poblaban el bosque y que alcanzaban alturas vertiginosas tapaban la mayoría de los haces solares. Eso sumía la arboleda en aquella solitaria y muda penumbra que nos acompañaba desde que entramos en sus dominios.

—Este lugar me pone los pelos de punta —aseguró Claudia mirando con desconfianza hacia todas direcciones—. Siento como si un millar de ojos nos observaran. Eso me pone muy nerviosa.

Alex se encontraba agachado junto a ella ordenando una pila de maderos. Al oírla alzó la mirada hacia su amiga con extraña empatía. Él había tenido la misma sensación.

Allwënn se encontraba atareado sacando de las alforjas todo aquello que pudiera hacernos falta en nuestra parada. El resto deambulaba de aquí para ya. Algunos con más intenciones que ganas de ayudar. Gharin traía las últimas losas planas de piedra que anillarían la fogata. Las dejó caer pesadamente y atravesó con sus ojos a la chica.

—Nos vigilan —le susurró—. Ten por seguro que lo hacen—. Con aquel tono grave recordaba más a Allwënn que al sonriente joven que resultaba ser—. Y no dejarán de hacerlo hasta que nos marchemos de sus dominios... o les demos una excusa para atacarnos—. La chica tragó saliva.

—¿Quien nos vigila?

—Este lugar parece desierto —apuntó Alex, demasiado cerca como para ignorar el comentario—. Ni pájaros, ni insectos. ¿Puede ser cierto que haya aquí algo vivo?

—Yo no he dicho que sea algo vivo—. Las palabras de Gharin encontraron un silencio hondo y denso al surgir de sus labios.

—Historias de fantasmas. Ahora intentan asustarnos como a críos —dijo Falo desde alguna posición alejada desde la que sin duda también escuchaba. Gharin pasó por alto el comentario.

—¿Qué demonios insinúas? ¿No es algo vivo? —Alex y claudia se cruzaron una mirada perpleja.

—El suelo que pisamos es suelo santo para los elfos pero también es suelo maldito. Este lugar es un lugar cuajado de leyendas. Hace mucho, mucho tiempo ocurrió aquí una gran tragedia, en este mismo bosque, en el mismo lugar que hoy pisamos y bajo los mismos altos árboles que hoy vemos. Convirtió este paraje en un lugar condenado por siempre—. Gharin se quedó mirándonos con una mueca extraña en su rostro e hizo un ademán rápido con las manos, como los signos que hacen las gitanas para espantar el mal de ojo. Allwënn se acercó al grupo con útiles de cocina dejándolos caer cerca del anillo de piedras que rodeaba a la leña.

—No deberías asustarles con esos cuentos de viejas —dijo, justo antes de emprender de nuevo la marcha hacia los caballos—. Luego no podrán dormir.

—Tú sabes que es cierto. Tienen derecho a estar prevenidos.

—Prevenidos ¿de quién?  —increpó Alex intranquilo. Gharin guardó silencio y miró a su compañero que continuaba vaciando las alforjas.

—No soy yo quien sabe contar historias —dijo—. Él es el experto —anunció señalando a su amigo—. Yo solo le acompaño al laúd. Él debería contaros esta historia.

—¿Estás de broma? —Allwënn parecía molesto por la aparente encerrona. Tenía un coro de rostros asustados y serios mirándole.

—Para nada, amigo mío. Son todo tuyos.

Costó convencerle, pero nuestra insistencia estaba hecha a toda prueba de inclemencias. Una vez entrados en dura batalla con la carne seca de las raciones y algunos frutos recogidos en días pasados, el enigmático semielfo de sangre enana, atusándose el negro torrente de pelo hacia la espalda, se dispuso a narrarnos con su voz grave y envolvente aquella historia de tintes fantasmales que nos imponía tanto temor como deseos de conocerla.

—Dicen que antes de que los hombres despertaran y pugnaran por los restos de un paraíso en ruinas. Antes de que los enanos volvieran a ver la luz de Yelm al resurgir de las profundidades del mundo, que la mayoría de la superficie era un gran jardín y que los elfos dominaban el mundo. Al principio todos pertenecían a un mismo clan que los unía bajo todos los puntos cardinales y sobre todas las tierras. Pasó mucho tiempo sin que los clanes pelearan entre ellos pero cuando el poder se interpone los hermanos dejan de verse como hermanos y los elfos entraron en guerra con los elfos. Las míticas Élfidas estallaron. Aquellas guerras, fuentes aún hoy de leyendas y controversias no sólo para los míos; se cobraron algo más que la sangre de los soldados. Fue antes de que el Héroe Kaasarí, Alwvnar all Daris, partiera en dos los reinos, y las tierras de Sändriel surcaran el mar tras la Escisión. Este bosque mudo que nos ensombrece la vista data de aquél tiempo. Los bosques elfos, los Jardines, como ellos los llaman, son un ser vivo que las Custodias tienen el deber de proteger. El Jardín les proporciona vivienda, comida, y todo aquello que el clan necesita. A cambio el clan debe proteger y salvaguardar sus lindes. El bosque pertenece al elfo y el elfo pertenece al bosque. Los Jardines desafían las leyes naturales. Los elfos aseguran que Los Jardines son un ente global, que sienten y perciben como cualquier ser vivo. Poseen un corazón en lo profundo del bosque, un lugar recóndito y mágico donde reside el poder que los mantiene vivos, lugar que llaman Vällah’Syl y que resulta el secreto más celoso de cada clan, dónde sólo sus sacerdotes y Custodias acceden.

Cuentan que durante las guerras, los elfos descuidaron sus Jardines. La guerra llegó hasta los corazones de los bosques. Muchos Jardines sucumbieron cuando sus Vällah’Syl fueron profanados. Este lugar fue uno de ellos. Uno de los reductos elfos que fueron arrasados y donde la sangre manó en ríos. Éstas son las ruinas de un bosque, sus reliquias, su cadáver y su propia tumba. Dicen que encierra entre sus ramas los restos milenarios de aquellas civilizaciones destruidas por la codicia de los ignorantes y el descuido de las legiones. Pero quizá no sea eso lo más intrigante de la historia ni por lo que mi querido amigo Gharin se siente tan inquieto en éste bosque. Cuentan las leyendas que cuando las almas de las Custodias fueron a cruzar el portal de la Casa de Alda, fueron expulsados antes de entrar en el ÄrilVällah, el Edén de las Almas. Su terrible descuido había quebrado sus votos ancestrales con respecto al bosque, por eso fueron confinados al Círculo Eterno, donde sólo surcan sus fronteras aquellas almas que aún les liga al mundo de los vivos una tarea inconclusa, un apego fuerte a su anterior existencia o una misión divina. Así, aquellas Custodias, más atadas a sus bosques cadavéricos que al ÄrilVällah, aún vigilan sus reliquias y sus sendas para que nada altere el bosque que ellos mismos dejaron morir. Cada noche, cuando el influjo de Kallah es más fuerte y sus criaturas se activan y despiertan, los espíritus de las Custodias deambulan por este espectral bosque a la caza de intrusos. Y ahora nosotros pisamos su suelo sagrado y maldito. Hemos entrado en sus fronteras y debemos acatar sus leyes...

—Ya os dije que nos observaban...

Incluso Falo perdió el apetito. Allwënn sonrió divertido.

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