—Debieron ser Custodias —dijo sin vacilar con cierto énfasis de misterio—. Los antiguos guerreros del bosque, sus guardianes.
—¿Los que aparecían en tu historia? —me atreví a deducir. Gharin me miró como si hubiese nombrado al mismo diablo.
—¿Y qué hace aquí? —Preguntó seguidamente Alexis. Allwënn apartó la mirada de las tallas y las dirigió a aquello que se encontraba inmediatamente tras ellas y motivo por el cual nos habíamos visto obligados a detenernos.
Un ancho y artificioso puente de madera de altas y entrelazadas balaustradas salvaba los metros de caída hasta una gruesa corriente de agua que discurría bajo los apuntados ojos de sus arcos. Era una corriente caudalosa que probablemente recibía sus aguas del hielo perpetuo de las cumbres del Belgarar y que se despeñaba con furia por una cascada solo metros más adelante. El guerrero se volvió hacia nosotros.
—Marca una frontera —contestó el elfo con la misma seguridad—. Una linde. Separa dos puntos dentro del bosque. Lo que divide realmente este puente o lo que vamos a encontrar si seguimos en esta dirección, no lo sé.
El ensordecedor sonido del agua despeñándose por entre las rocas enturbiaba aquella zona del bosque. Tan acostumbrados al espectral silencio que nos había acompañado dentro de aquel lugar sombrío y muerto, el zumbido pesado y continuo que nos llegaba desde aquel poderoso salto de agua casi saturaba nuestros sentidos.
Al llegar al borde del abismo, aquella ingente masa de líquido se dejaba caer con una furia terrible produciendo una perpetua bruma de chispas de agua y también el monótono murmullo que envolvía la ribera.
Allwënn se apartó de las esculturas y apoyó su mano en la vieja madera que daba forma al puente que salvaba ambos márgenes.
—Es demasiado arriesgado, Allwënn —aseguró Gharin viendo que su amigo no apartaba la vista de la poderosa corriente del río—. ¿Realmente piensas que valdrá la pena? No quisiera continuar por una linde protegida por las viejas Custodias. Además, la madera lleva centurias sin tratarse.
—Aún parece sólido —añadió el otro tras primera la exploración—. Los secretos de los viejos maestros carpinteros hacían que estas maderas pudieran resistir miles de años sin quebrarse.
—Es que probablemente lleven miles de años aquí —apostilló Gharin acercándose hasta su compañero—. Los barnices deben haberse gastado hace generaciones. Quizá baste que pongamos un pie sobre esos maderos para que todo el puente se desplome con nosotros encima.
Pero no era ese el verdadero miedo del rubio arquero. Sin duda, los ancestrales tratamientos a los que eran sometidos los tablones habían logrado mantener viva, aunque ajada, aquella estructura. El peligro de derrumbe era cierto, pero lo que más inquietaba a Gharin era la posibilidad de estar acercándose demasiado a los lugares protegidos de aquel bosque maldito. La presencia de aquellas esculturas era explícita. Aunque todo el bosque estaba bajo la protección de las Custodias, al lugar a donde aquel puente conducía debió merecer una especial atención. Aquellas tallas delataban el riesgo. Era un aviso explícito de los elfos que habitaron aquellos bosques. Más allá de aquel puente entraban en terreno prohibido. Cruzarlo, significaba quebrar las viejas tradiciones.
Allwënn se giró hacia nosotros y se encaró directamente al semielfo de ojos azules.
—No dudo que pasar este puente va a ser toda una aventura por muchos motivos pero podríamos gastar varias jornadas buscando otra manera de salvar la corriente. Me gustaría estar camino de alguna parte cuando llegue la tormenta —añadió mirando el cielo. Negras nubes de tormenta se apiñaban unas contra otras y se abrían paso hacia nuestra posición. Varios bramidos furiosos de truenos, aún lejanos, avisaban con tiempo que aquella tormenta venía con ganas de guerra. Supongo que Allwënn prefería haber sorteado ya el río para cuando lo inevitable tuviese que ocurrir.
—¿Y si seguimos río arriba? —apunté—. Tal vez exista una mejor manera de cruzar.
—La cuestión, muchacho, es si debemos pasar este río, ya sea por aquí o por algún otro lugar —explicó Gharin con cierta desazón—. Este no es un bosque corriente. A partir de aquí estamos advertidos —dijo señalando aquél pétreo arquero que defendía el puente. La amenaza quedó suspendida en el aire y eso nos intranquilizaba más de lo que queríamos admitir.
—Gharin, tus Custodias están muertas. Los protectores de este bosque dejaron de existir hace mil años. No pienso discutir sobre los cuentos de fantasmas que tanto te asustan —dijo Allwënn cuyo gesto invitaba a pensar que comenzaba a cansarse de las supercherías que tenían a su amigo tan preocupado—. Mira ese cielo. Va a caer toda el agua de los mares sobre nosotros si no comenzamos a caminar. Eso sí será un problema real y no tus fantasmas.
Gharin torció su gesto en una mueca de desaprobación pero se encontraba solo en aquella guerra. Conocía demasiado bien a su compañero como para saber que acabarían cruzando aquellos viejos maderos. La cuestión era cuándo y a qué precio. Supuso que sería más sencillo no seguir gastando saliva y tiempo en vano.
—Pasaré los caballos uno a uno —comenzó a explicar el de oscuros cabellos—. Si aguanta, podríamos hacer desfilar por aquí a toda una leva de infantes, con sus carros de guerra y sus kilos de coraza. Luego cruzaréis vosotros, de tres en tres.
Bueno, quizá la idea no fuera la mejor. Probablemente ni siquiera la más sensata. Cruzar un puente de madera de más de mil años sería algo impensable para nosotros pero lo cierto es que parecía en magnífico estado para su avanzada edad y eso nos confundía. Había perdido toda la belleza y la cubierta de lo que en otro tiempo hubo de ser una capa de pintura celeste. Apenas se intuía entre los descascarillados maderos que lo formaban. Aparte de eso y algunos deterioros más evidentes, podría haber jurado que aquella solemne construcción era de ayer mismo. O nos arriesgábamos o podíamos ir pensando que nuestra incursión por este bosque maldito podía llegar a «aguarse» mucho.
Dejamos que Allwënn pasara pacientemente los caballos uno a uno, tal como quería. A la vuelta de su primer viaje nos alertó del estado de la madera.
—Suena mal en algunas juntas —confesó—. Mirad dónde pisáis y creo que aguantará. Alex, Odín y Gharin, pasaréis cuando deje el último de los caballos. El resto lo haréis después. Así que id preparándoos.
Los viejos tablones crujieron amenazadoramente cuando Alexis posó su pie sobre ellos. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda y el paso de la saliva por la garganta se hizo un tanto más complicado. A punto estuvo de girarse y olvidarse de aquello. Allwënn desde el otro lado le hacía indicaciones para que avanzase sin miedo. Había conseguido cruzar media docena de caballos sin mayores dificultades, no entendía el recelo de aquellos muchachos.
—Venga, chico —le dijo Gharin cuando pasó a su altura—. Pisa por donde yo lo haga, si te hace sentir más tranquilo.
El joven no vio más opción que la de armarse de valor y proseguir su lento y temeroso avance tras aquel elfo. Odín les acompañaba sin hacer comentarios. Apenas se separó unos metros del extremo del puente sintió cómo el cuerpo quedaba suspendido a varias decenas de metros de la furiosa masa de agua que fluía bajo sus pies. Tuvo la sensación de que caminaba en el aire. El espectáculo era grandioso y emocionante... pero no menos perturbador.
A pesar de la extensa longitud del puente, al fin, el trayecto fue salvado para regocijo del joven y todos quedaron esperando que Claudia, Falo y yo iniciásemos nuestro avance.
Entonces empezaron los problemas...
Apenas llevábamos unos metros ganados a aquel puente cuando nos percibimos que Falo había quedado retrasado justo ante el primer madero cruzado. Me giré por inercia y le ví ahí, clavado en el sitio, mirando hacia las turbulentas aguas abajo. No había una gran distancia entre nosotros y aquel cauce que se despeñaba violentamente metros adelante, pero es cierto que su rugido sobrecogía el ánimo. Tampoco aquella cascada gozaba de una gran caída, pero he de reconocer que impresionaba tanto o más.
—Falo se ha quedado atrás —avisé a Claudia justo cuando mi parada le advirtió que algo ocurría.
—Genial —masculló ella—. Tenía que hacerse notar. Ya estaba tardando este niñato en dar la nota—. Se volvió hacia él y le llamó. Falo, como si aquella llamada le hubiese sacado de algún trance, elevó la mirada y sólo entonces pareció ser consciente de que todo el mundo le esperaba.
—¿Vas a venir o qué? —El chico dio un paso hacia atrás para separarse del borde y cabeceó una negativa.
—No pienso dar un paso. Antes muerto que cruzar por ahí—. Claudia suspiró con la misma resignación que la madre de un niño travieso.
—Joder... me tiene tan harta que esta vez le zurraré yo misma—. Disimulé mi sonrisa ante su comentario. Ella me miró y luego a aquellos que nos aguardaban al otro lado—. Sigue tú, ¿vale? Intentaré convencerlo, por su propio bien. Si no, de ésta Allwënn se lo carga.
Quise hacerle creer que haría lo que me había pedido pero apenas avancé unos metros más. Me volví para ver cómo se las iba a ingeniar con aquel matón del tres al cuarto. No es que si las cosas se pusieran serias fuese a servirle de gran ayuda, pero me sentí más tranquilo si no la dejaba completamente sola con aquel tipo que había demostrado ser tan inestable como inconsciente.
—Venga, tío. No la fastidies esta vez —le decía mientras se le aproximaba—. No sé que vas a ganar con esto salvo que Allwënn vuelva a mosquearse. Si yo fuera tú no lo intentaría de nuevo—. Las marcas en el rostro de Falo habían desaparecido después de una nueva intervención mágica. Aquella prodigiosa curación volvía invisibles los tremendos moretones que su anterior encontronazo con el mestizo le habían procurado. En cualquier caso, Allwënn había dejado bien claro que no resultaba un tipo al que conviniese irritar.
—No pienso cruzar por ahí. Me da igual como se ponga.
—Joder, chaval. Mira que haces las cosas difíciles.
Claudia miró de nuevo hacia la otra orilla. Allwënn estaba entretenido desanudando a los caballos y no se había percatado de la situación. Sin embargo, el resto comenzaba a sospechar que algo no andaba bien. Sería cuestión de tiempo, muy poco tiempo, que aquel furioso mestizo tuviese otra vez una excusa para enfrentarse a nuestro polémico compañero.
—Si ese tío viene, te arrastrará al otro lado de las orejas ¿entiendes?
—¡¡Claudia!! —se escuchó la voz de Gharin atravesar el río y llegar hasta ellos. Ella supuso las razones que aquel semielfo tenía para llamarla, así que se volvió y trató de restar importancia al asunto con un gesto.
—¿Qué diablos pasa? —Se preguntaba Alex.
—Algo con ese tipejo, otra vez —dijo Odín—. Vete a saber. Esto no me gusta.
—¿Qué es lo que está ocurriendo? —La voz severa de Allwënn se escuchó tras ellos.
Falo miraba nervioso cómo aquel mestizo ya era consciente de que su actitud estaba retrasando de nuevo la marcha. Había una batalla en su interior... pero nadie lo percibía.
—Tengo vértigo ¿vale? Me mareo sólo de pensar en cruzar por ahí—. Claudia creyó que estaba de broma.
—¡Que tienes... ¿vértigo?! ¡Venga ya! —Claudia no se lo creía—. Saltabas como un gamo aquél día bajando la ladera.
—Aquello no fue esto. No había agua, ni un puente...
—¿Crees que soy idiota?
—¡¡Es la puta verdad, cariño!! Me importa una mierda que no te lo creas —le contestó molesto por la incredulidad de la chica.
—Tu vértigo no te impidió dejarnos tirados. Bien que corrías y trepabas... y sin mirar atrás.
—Voy a arrancarle la cabeza a ese desgraciado —dijo Allwënn cansado de que aquella absurda situación en la distancia se estuviese alargando demasiado y comenzó a avanzar por el puente.
—Allwënn, quizá debiéramos dejar.... —pero la frase de su compañero quedó colgada en el aire. Algo había llegado a sus oídos. Un sonido mezclado con las ráfagas de viento. Un sonido que no debía estar allí y que presagiaba peligro. Allwënn se volvió pero en su rostro advertía que no había sido por aquel comentario sesgado de Gharin. Sus afilados oídos de elfo le habían advertido también de aquello que para el resto seguía aún en el secreto.
—¡¡Los perros!!
—¡Han debido seguirnos el rastro! —Fue lo único que escucharon decir al mestizo antes de ponerse a correr.
—No me lo vais a perdonar nunca... ¿verdad? —Dijo Falo con cierto resentimiento y algo de culpabilidad —Tuve miedo, ¿vale? Me acojoné. Sólo quería salir de allí. ¡Ni siquiera os conocía! Corrí sin pensar, joder...
—Pudimos haber muerto allí. ¿Entiendes? —Claudia se sentía molesta por tener que explicar lo que parecía obvio—. Siento mucho todo esto, pero las acciones de cada uno tienen sus consecuencias. Si no quieres seguir acumulando recelos sobre tus hombros, te sugiero que comiences a caminar y cruces este puente.
—Nada del mundo hará que dé un paso más —le aseguró enérgico. Claudia se llevó las manos a la cara. No podía haber sido tan fácil.
Me percaté de que las tablas vibraban bajo mis pies...
Eché la vista atrás y me di cuenta de qué las hacía moverse. Eran los ecos de las pisadas de Allwënn en la distancia. Corría hacia mí con el rostro desencajado. Entonces yo también lo oí y no pude evitar que un nudo atenazara mi garganta. Cuando devolví la vista hacia Falo y Claudia, aquello que producía el sonido, ya estaba allí.
—¡Escucha! Parecen... ¡ladridos! —Exclamó ella ante la sorpresa. Falo se volvió hacia atrás. La respuesta llegaría en breve.
De la linde del bosque surgió el primero. Era un lobo inmenso de pelaje gris. Si dijera que me pareció de las dimensiones de un caballo resultaría seguramente una exageración pero desde luego no era un lobo corriente. Sobre él había una criatura de pequeño tamaño que lo cabalgaba lleno de plumas y penachos. Iba armado con una ancha espada de curvada hoja. Se parecía vagamente a uno de aquellos orcos si no fuese mucho más pequeño y delgado. De su enorme cabeza de rasgos deformes, destacaba una desmesurada boca cuyos dientes podrían sin problemas rivalizar con los del animal que montaba. También tenía unas grandes orejas apuntadas sembradas de adornos. Pero, sin duda, eran sus ojos amarillentos y la mirada feroz que en ellos habitaba lo que llenó de pánico a la joven.
—¡Goblins! —recuerdo aquella frase entresacada de mi memoria... «
donde hay orcos hay goblins»
.
—¡Corre! —Le instó Falo a una Claudia paralizada por el miedo. Ella reaccionó a aquella orden y se puso a correr desesperada.