No sé cuánto tiempo permanecimos allí, en silencio, derrumbados en la soledad de aquel escenario muerto. Quizá horas, por la posición que aquellos astros sobre el horizonte. Diseminados sin orden. Cada cual batallaba contra sus propios demonios. En soledad, en silencio, casi en celosa intimidad. Nadie quiso molestar a otro durante aquel necesario momento de introspección. Aquel era un viaje que cada cual debía hacer por sus propios medios y con sus propias armas. Pero unas horas no serían suficientes para poner en orden la legión de pensamientos y sensaciones que batallaban en la cabeza. Se nos pedía que racionalizásemos lo que no tenía ninguna lógica. Eso parecía una batalla perdida de antemano. No había lógica, tampoco meta.
Me acerqué hasta la chica. Ella continuaba en silencio, con la mirada puesta en aquellos soles declinantes que desafiaban la razón. Teniéndola tan cerca, allí, sentada a unos centímetros de mí, en silencio me sentía un poco azorado. No puedo esconder la atracción que aquella chica despertaba en mí a pesar de la diferencia de edad entre nosotros. Yo era sin duda el más joven de todos. Odín debía casi de doblarme la edad y ella, igual que Alex, debía ser al menos diez años mayores que yo. Sin embargo, sería quizá por su menuda estatura o por aquel rostro dulce, casi infantil, de una belleza adolescente, que yo la sentía extrañamente cercana. Haciendo acopio de todo mi valor rompí el hielo con una pregunta.
—¿Tienes miedo? —Mi pregunta quedó colgada en un halo de silencio. Respiré hondo antes de atreverme a mirarla.
—Estoy aterrada—. Me confesó.
—Yo también—. Y acabé sentándome junto a ella—. Pero me siento afortunado de estar con vosotros.
Siempre fui un muchacho especialmente tímido con las chicas y aquella se crecía a mis ojos volviéndose toda una mujer cuya proximidad me turbaba. Creo que ella lo percibió rápidamente y creo también que tomó mi rubor como un sutil halago a su belleza. Me devolvió una tierna sonrisa como pago.
En el fondo le mentía. Quizá le dije aquello por solidarizarme con sus sentimientos. Sólo porque intuía que era la respuesta que esperaba escuchar. En el fondo estaba muy tranquilo; creo que no era verdaderamente consciente del desastre. Mi juventud, quizá, mi falta de experiencia no me permitía ver todo aquello como la grave situación que realmente era. En el fondo yo siempre había deseado que algo así me ocurriese. Como si en mi rutina de adolescente hiciese falta algo de aventura con qué aderezarla. Estar allí, experimentando algo tan difícil de asimilar y en compañía de aquellos músicos con los que deseaba intimar, superaba ampliamente la más generosa de mis expectativas. No puedo negar el hecho de que ella estuviese allí me reconfortaba de algún modo, aunque fuese consciente de que me mataría si supiese que en el fondo le deseaba aquel mal trago.
Al vernos juntos, aquel muchacho con aspecto de matón callejero decidió acercarse también. Sólo esperaba que no se sintiese atraído por ella de la misma forma que yo lo hacía.
—Me llaman Falo —anunció al incorporarse a aquella conversación. Claudia apartó por primera vez sus ojos del lienzo celeste para volverse hacia él con el ceño fruncido.
—¿Falo? —La muchacha no se sintió con fuerzas para preguntarle a qué venía aquel apodo de tan mal gusto. Pensó que no era el momento ni el lugar y se reservó el comentario que le suscitaba alguien con tan dudoso gusto. No obstante, el tipo le abundó en detalles.
—Falo, Fale, Falete. Rafa, vamos.
—¿Te importa que te llame Rafa? —le propuso ella con cierta acritud en el tono. Lo último que le apetecía era dirigirse a aquél desconocido con tan desacertado sobrenombre. El muchacho se encogió de hombros con desgana.
—Tú misma.
—Yo soy Claudia—. Falo quedó mirando al enorme bateria que se había aproximado a Alex, entornado los ojos.
—Tu amigo, el que habla raro y tiene pinta de «Popeye». Yo lo he visto en alguna parte—. Claudia se volvió hacia el chico y suspiró de mala gana ante el estúpido comentario. Se alegraba en el fondo que no recordase exactamente de qué le conocía.
—No habla raro, es noruego y no creo que le guste que le llames «Popeye». Se llama Hansi, pero puedes llamarlo Odín. Todo el mundo lo llama así.
Claudia acabó presentando someramente al resto y comprobé agradado que recordaba mi nombre. Lo tomé como un sutil cumplido.
—Antes... en la cueva... supongo que me pasé con vosotros.
—No te preocupes, no importa—. Y volvió a dirigir sus ojos al horizonte.
—Este lugar parece estar muerto —apuntó Odín con una mueca de desagrado, mientras sus ojos se marchaban sobre las vastas y asoladas planicies que se extendían bajo nuestros pies. El viento impregnaba la piel con la arenisca reseca levantada desde la profundidad del valle pero seguía siendo cortante y frío. Alex estaba de pie escudriñando el horizonte sin decir nada cuando su amigo llegó hasta él. El viento hacía ondear su llamativo gabán de cuero y sus cabellos crema. En aquella posición, su imagen tenía cierto aire decadente.
—¿En qué piensas, Alex? —preguntó de manera cansina el musculoso batería del grupo. El chico no se volvió para contestarle, lo hizo sin desviar la mirada del horizonte.
—Lo mismo que todos, supongo. En qué ha pasado y cómo vamos a salir de ésta.
—Eso es lo que venía a decirte, Alex—. Aquella frase obligó a desviar la mirada hacia su compañero—. Anochece, tío; se va a hacer de noche. No tenemos agua, no hay comida y las temperaturas han empezado a bajar. Tenemos un buen problema—. El músico se quedó mirando a su robusto compañero.
—Tenemos un problema de la hostia, Hansi.
—Deberíamos pensar en movernos. Quedarnos aquí no tiene sentido. Nadie va a venir a buscarnos, está claro.
La conveniencia de quedarnos en la protección de aquella gruta o movernos centró la mayor parte de la discusión en los minutos que siguieron. El ánimo no estaba para grandes hazañas y bajar de nuestra elevada posición al valle ya se antojaba una empresa costosa en tiempo y energías. Por otro lado, aquella desolada tierra no parecía ofrecernos nada más que una larga caminata sin sentido. Quedarse en el refugio de la cueva podría antojarse una mejor opción, al menos por el momento, pero no resolvía nada. Nadie vendría a por nosotros. Si queríamos salir de allí tendríamos que hacerlo por nuestros propios medios y asumiendo los riesgos.
—Deberíamos quedarnos, Hansi, al menos hasta que pase la noche —opinaba Alex—. No me gustaría que la noche nos cogiese dando vueltas por mitad de un desierto.
—Aún quedan dos o tres horas de luz. Y hay dos soles. Quizá nos quede incluso más tiempo. Pronto tendremos hambre y sed. Quedarnos sólo nos retrasará. Debemos de pensar en nuestra supervivencia. Buscar ayuda. Algo.
—¿Ayuda de quién? —decía Alex gesticulando abiertamente.
—No me importa —intervino la chica con los brazos cruzados mirando por encima de la línea del desfiladero hacia el valle, metros abajo—. No pienso quedarme aquí, sin más.
—Pero este lugar parece seguro.
—¿Seguro? ¿Para qué, Alex? —dijo el fornido músico—. Hay que moverse... y cuanto antes, para aprovechar lo que quede de luz.
Claudia echó la mirada a su espalda alejándose del borde del precipicio y comprobó que en el grupo ya había una ausencia.
—¿Dónde está el chico ese? —Su pregunta sacó al resto de la conversación. Todas las cabezas se giraron para buscar a Falo. No había rastro de él.
—Es cierto ¿Dónde está? —preguntó Alex, sorprendido de aquella súbita desaparición —¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Falo? Dios, son todos iguales. No se que pretenden con esos malditos nombres.
—Lo que nos faltaba, que el niñato ese quiera hacerse el aventurero —apostilló Odín—. No pienso preocuparme si pretende ir a su aire, que conste.
El grupo avanzó unos metros. La pequeña explanada de la caverna estaba desierta. Recordé haberlo visto acercarse al borde y ponerse a mirar por ahí como buscando algo.
—Espero que no se haya alejado y se haya despeñado por ahí —comentó Alex en el mismo tono que su amigo.
—Maldita sea. Busquemos dónde puede estar.
Estaba claro que no podía haber vuelto al interior de la caverna sin que hubiese pasado delante de nuestras narices, así que el grupo decidió salir fuera a ver si le veían. La fisura tenía una pequeña terraza que avanzaba a unos metros y que continuaba a ambos lados a modo de cornisa. Nos separamos, pero apenas hizo falta una exploración exhaustiva. Falo aparecía por uno de los lados con el rostro alterado por la urgencia. Antes de que nadie pudiese reprocharle nada nos dio una noticia que alteraba nuestros planes inmediatos.
—Eh, vosotros. Por aquí. He visto humo ahí abajo.
—¿Humo? ¿Que tipo de humo?
El humo parecía responder a algún tipo de fogata. Quizá a una casa o choza que no estaba a la vista desde aquella posición. Era una pequeña y delgada columna que se elevaba desde algún punto en el valle. Falo nos había conducido a una zona de aquella cornisa desde la que se podía apreciar más de aquella vasta y árida tierra circundante. Continuaba con su dedo extendido marcando el lugar que coincidía con su peculiar descubrimiento.
—Parece que por ahí hay un camino. O eso creo. No he bajado.
Odín miró hacia esa nueva dirección. La cornisa parecía dibujar un sendero de descenso entre las piedras y aristas enrojecidas de aquella formación rocosa. No sería un descenso fácil pero al menos se antojaba más amable que por la zona de la entrada a la cueva. Retornó la mirada hacia el humo.
—Sea lo que sea ese humo, alguien ha debido encenderlo—. Todos nos miramos con la incógnita de saber a dónde nos conduciría esta nueva situación—. Deberíamos echar un vistazo.
—Opino lo mismo —corroboró la chica.
—No sabemos lo que puede haber ahí abajo —recordó Alex—. No tenemos ni idea de qué es este lugar ni de la gente que pueda vivir aquí.
—Quedarnos aquí no nos va a ayudar, colega —añadió Falo —yo no sé vosotros pero yo me las piro, tío. Lo mismo puede darnos algo de comida. Total, a vosotros tampoco os conozco. ¿Qué me importa a mi quién viva aquí?
—Tiene razón, Alex —dijo Claudia muy a su pesar—. Miremos de quién se trata. Quizá nos puedan ayudar.
—¿Solo yo veo el peligro que puede haber en todo esto? —Alex solo intentaba mantener la prudencia.
—Es un principio, Alex. Hace dos minutos creíamos que estábamos solos en este lugar. Ahora puede ser que exista alguien más por los alrededores. No perdemos nada en mirar cuál es el origen de ese fuego. Si no nos convence, siempre podemos regresar y hacer noche aquí.
Alex se resignó ante una decisión contra la que parecía difícil discutir. Falo fue el primero en tomar la iniciativa. El primer sol había desaparecido entre las fauces hambrientas de la tierra, dejando a la ocre luz del segundo como el único bastión frente a las sombras. Nosotros andábamos en plena marcha, sorteando y bajando por aquellos riscos a un paso mucho más lento del imaginado. Aquella esfera manchaba de un rojo muy intenso los colores, otorgando al paraje un aspecto extraño y místico, casi de ficción. Todas nuestras ropas y pieles se tintaban de esa capa de luz mortecina y mate, marcándonos un tétrico juego de sombras sobre los rostros. El insólito paisaje seguía cautivando con un aire penetrante de misterio casi respirable. Le ofrecía, gracias a la carencia de vida, un atractivo especial. En cualquier caso, la marcha se ralentizaba preocupantemente dado que en multitud de ocasiones. El camino elegido llevaba a una brecha demasiado profunda de sortear, a un cortado a moría ante un abismo o cualquier otro contratiempo. Nos obligaba constantemente a replantear nuestro itinerario. La luz menguaba a pasos de gigante, mucho más rápido que nosotros en bajar. El descenso se complicó en ocasiones tanto que parecía improbable que pudiésemos dar marcha atrás por el mismo sendero elegido.
—Espero que este camino nos lleve a alguna parte —decía Alex mirando a las alturas en las que había quedado nuestro punto de inicio—. Volver a la cueva nos llevará incluso más tiempo. La noche nos alcanzará en pleno camino.
Odín supo que su amigo tenía razón así que rezó por haber tomado la decisión correcta. Con todo, después de mucha ayuda, de muchos brazos ayudando a otros y de interminables cambios en nuestro recorrido, bajamos lo suficiente para descubrir el origen de aquella columna que seguía despidiendo hacia los cielos su oscura fumarola. Falo, que seguía en cabeza, había demostrado unas sorprendentes destrezas en sortear los impedimentos del camino. Se detuvo y nos esperó allí mientras echaba el primer vistazo.
—¡Hay gente, ahí! Parece una fogata —señaló cuando el resto estuvimos en disposición de mirar junto a él. Aún estábamos demasiado alejados como para apreciarlo con nitidez pero en un claro del valle, protegido por la muralla natural que eran aquellas formaciones rocosas, podían advertirse figuras que se movían en torno a lo que parecía un estacionamiento provisional dominado claramente por una hoguera de grandes proporciones. Quizá una parada en un viaje más largo.
—Parece algún tipo de campamento.
—¿Viajeros? —apuntó alguien.
—Podría ser —dijo Odín esforzándose por distinguir perfiles entre las siluetas—. Parecen ¿caballos? Aquello de allí.
No podía precisarse con certeza pero sin duda las figuras que Odín distinguía en un extremo de aquel campamento seguramente eran monturas. Nos resultó extraña, cuanto menos inusual, la presencia de caballos.
—Y parece una carreta aquello grande junto a ellos —Claudia probablemente también estaba en lo cierto sobre aquella cuadrada forma que se situaba a pocos metros de lo que habíamos identificado como caballos. Pudimos contar entre quince y veinte figuras deambulando por aquel improvisado emplazamiento.
—Deberíamos estar más cerca para ver quiénes son en realidad —advirtió la chica ante la imposibilidad de reconocer poco más que siluetas. En aquel punto, la conversación entraba en una cuestión tensa. Todos nos miramos con nerviosismo. La decisión a tomar no era ninguna trivialidad.
—Si volvemos ahora, quizá con suerte, lleguemos a la cueva antes de que sea completamente de noche —avisó el gigante, probablemente como una concesión a su amigo.
—¡¿Y perder esta oportunidad?! —Claudia saltó como un resorte—. Hemos tenido mucha suerte de encontrar a alguien más en este lugar. ¡Mira a tu alrededor! Estamos en mitad de un desierto. Es evidente que esa gente está de paso. Si perdemos esta oportunidad ¿Cuánto tiempo podríamos estar sin volver a cruzarnos con nadie?