—Te habría matado de haber querido —afirmó con arrogancia mientras se acercaba.
—Te equivocas de bando. Mi padre dice que un hombre que no sabe distinguir sus amigos de sus enemigos es alguien que tiene sus pasos contados—. Gharin se detuvo a la orilla, ante las frías aguas del riachuelo.
—¿Quién te ha dicho que estaba aquí? ¿Y qué haces con el caballo cargado? —A Gharin le extrañó verle tan temprano en aquel paraje solitario, pero más le extrañaba aún el hecho de que lo hubiera equipado por entero y lo hubiese cargado con alforjas y pertrechos de viaje.
—Supuse que estarías aquí lloriqueando como una niña —contestó aquél.
—¡Yo no lloriqueo! —Exclamó enérgicamente a su amigo—. Pero no sabes lo que estoy pasando.
El joven se abatió como el mar sereno tras la ventisca. Un baño de tristeza empapó su semblante como si el mundo entero pesase sobre su espalda. Y así un gravedad profunda venció su habitual buen humor.
—Mañana será el gran día, ¿Sabes? —le dijo al joven jinete—. Mañana, justo al primer alba, como ahora. Cuando los rayos de Yelm despunten por el horizonte y atraviesen la barrera verde de estos mismos árboles yo habré cumplido un año más y de su mano vendrá mi mayoría de edad. Entonces el Clan me reunirá ante el templo de Elio y los Patriarcas anunciarán al Clan que ya no tiene obligaciones conmigo. Que yo, Gharin, hijo de elfos y humanos, hijo de nadie, ya no pertenezco al clan y que dispongo hasta el segundo crepúsculo para abandonar estas tierras. Dirán que ya no soy un Sannshary. Que no soy digno de estar entre elfos, ni soy digno de sus bosques, ni de sus cultos, leyes, ritos ni mujeres. Que todo cuanto conformó mi única realidad ya no me pertenece. Mañana, Allwënn —dijo con tristeza alzando la vista hasta su amigo—, me marcharé y dejaré aquí todos mis recuerdos y no volveré jamás a pisar estas lindes que tantos versos han inspirado a mi lira. No volveré a ver a esas jóvenes que tantas veces me han hecho suspirar y tantos deseos me han hecho sentir. No volveré a verte, amigo, ni a ti, ni a mis hermanos... —Los labios del chico se esforzaban por contener, no se sabe, si el llanto o la ira—. ¡Por todos los Dioses, Allwënn! Mañana no seré distinto a hoy o a años atrás y seguiré necesitando lo mismo que entonces. ¡No somos distintos a ellos, Allwënn! Sangramos como un elfo, pensamos como un elfo, sentimos como elfos. Por Alda ¡¡Somos elfos!! ¡La mitad de nuestra sangre también lo es! No he sido otra cosa y no sabré serlo. Me he forjado en sus bosques, con sus gentes. Tengo su lengua, sus letras, su música. Tenemos su cuerpo. Pero mañana ya no quedará nada, todo habrá acabado.
—Mañana no, Gharin. Nos iremos hoy —anunció con rotundidad Allwënn—. He traído tus cosas.
—¿Hoy? —Preguntó extrañado el joven pensando que se trataba de una broma— ¿Y qué quieres decir con nos vamos, Allwënn? —El aludido tiró de las riendas para tranquilizar al animal que había vuelto a inquietarse.
—Lo que oyes —dijo con tanta autoridad que hasta hizo enmudecer a Gharin—. Me voy contigo.
—¿Estás loco? Aún eres un crío. Se supone que el mayor de edad seré yo. ¿Qué quieres? ¿Meterte en un lío? Por Elio, Allwënn ¿Qué intentas demostrar? ¿Se puede saber qué pintas tú en todo esto?
El carácter que la sangre de enanos le había conferido se hizo notar en sus palabras; ningún otro elfo hubiera hablado como él habló.
—Mañana es su gran día, Gharin. Todos aquellos que hasta hoy mismo volvieron los ojos de desprecio, mañana sonreirán al fin pues podrán decirte a la cara que tu sangre no es como la suya ni la de sus hijos. Desengáñate, Gharin, no eres un elfo puro y nunca lo serás. Y siempre habrá alguien que te lo recuerde. Tú te sientes elfo pero no lo eres y a eso se aferrarán con todas sus fuerzas mañana para expulsarte. Tus palabras o las mías, lo que sientas o pienses, a pocos les importan. Ellos tienen las leyes y mañana se creerán afortunados por poder decretar tu expulsión. Mañana serás tú, amigo mío, y yo me quedaré contando los días que resten hasta mi propia expulsión. Que no llegará mañana, Gharin, ni al próximo amanecer, ni dentro de una estación o dos; pero llegará. Entonces volverán a brillar sus dientes cuando sonrían al pronunciar mi nombre ante el templo de Elio. Y volverán a sentirse vencedores cuando me vean cruzar la frontera. Nunca olvides que la mitad de tu sangre es vaharii
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pero la mitad de la mía es enemiga. ¡¡No pienso darles ese placer!! ¡No voy a quedarme esperando que las leyes agoten el plazo que marque el fin de mis días en este bosque! ¡No pienso aguantar sus sarcasmos y que con palabras solemnes dictaminen que ya no soy bien recibido por los que son la mitad de mi raza! Tal vez sólo sea un crío, como todos dicen. Quizá aún falten algunos años para que las leyes consideren que puedo valerme por mí mismo. No necesito que sus leyes me digan nada. ¡¡Al mismísimo pozo de Sogna con las leyes y con los que las dictan en pos de su justicia!! ¡Con Sogna, todos aquellos que piensan que somos como los vástagos de Doro
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! ¿Quién les necesita? Mi padre me dijo que era mi corazón la única voz y la única ley que merecía la pena escuchar; y que podría vencer al mundo exterior si era capaz de vencerme a mí mismo. No me asusta lo que hay ahí fuera, tras el límite del bosque. No puede ser peor que lo que yo llevo dentro.
Ese día entendí que él jamás sería como yo. Él nunca se había sentido elfo y nunca lo haría. Había tanto de elfo en él como en mí pero ese temperamento, ese carácter arrollador y terrible como el paso de un huracán sólo podía venir de los enanos. La mezcla con la sangre enemiga. La mezcla de dos orgullos poderosos, la soberbia de los elfos y el coraje de los enanos. La elegancia y la rudeza, el fuego y el hielo. Todo aquello daba como fruto a Allwënn y no puede entenderse otra explicación. Mi corazón jamás latiría al mismo ritmo que el suyo. Si a mí me asaltaban las dudas sobre mi identidad, su dialéctica debía ser y de hecho es, terrible y constante. Hay otros como yo, pero ninguno que camine por entre Las Dos Tierras
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como él.
La noche había avanzado más de lo que parecía. El tiempo, en apariencia detenido con la historia de Gharin, había pasado deprisa y Kallah caminaba sin tregua por la negra cubierta del cielo, cuajado de estrellas. En las oscuras pupilas de Claudia se habían acumulado las lágrimas. Al menos sus profundos iris estaban húmedos, al borde de derramar el claro y amargo caudal hacia sus mejillas, pero Gharin no la pudo ver. Él andaba con la vista perdida. Había quedado así durante unos instantes, los suficientes para que ella lograse enjugarse el llanto antes de que el muchacho tornase de nuevo sus ojos. Claudia volvió su mirada hacia el impenetrable abrazo del bosque, hacia aquella jaula arbórea y profunda, plagada de sombras por la que aún vagaba el misterioso muchacho de largos cabellos de ébano. Tal vez se había precipitado al juzgarle. No lo sabía con claridad. Lo único que acertaba a comprender es que por alguna u otra inexplicable razón, tan sólo escuchar su nombre o recordar su imagen evocaba un suspiro en su pecho.
—Prometiste contarme algo sobre ti—. La voz de Gharin la sacó de repente de sus pensamientos—. Yo he cumplido, creo que ahora es tu turno.
Ella trató de organizarse antes de hablar y alejó las imágenes que su ilusión había dibujado del apuesto mestizo de enanos.
—El lugar del que yo vengo es totalmente distinto a éste —comenzó a decir la joven sin poder retener un suspiro al rememorar su hogar—. No existen orcos. La gente hace tiempo que dejamos de llevar espadas y flechas. En el cielo no hay dos soles y el aire en pocos lugares es tan puro como aquí. Vivimos en grandes ciudades llenas de humo. Nadie monta caballos si no que conducen vehículos. Sufrimos estrés, el mercado cotiza en bolsa, mandamos satélites al espacio y destruimos la capa de ozono. No tiene nada que ver con tu mundo, pero es nuestro hogar y queremos volver a casa. ¿Por qué tendría que contarte esto si no creéis nuestra historia? —Claudia miró decepcionada hacia otro lugar, apartando la mirada de los iris brillantes del chico. Gharin le cogió suavemente la barbilla y la obligó a mirarle.
—Cuéntame —le dijo en un susurro con su dulce voz—. No te preocupes si te creo o no, es lo menos importante. Tú sólo cuéntame. Yo únicamente deseo escucharte—. Ella creyó ver dibujada la sinceridad en sus palabras y cabeceó una leve afirmación—. Háblame de tus amigos. Ella suspiró. Supuso que no había elección.
—Conozco a Alex desde hace algunos años, pero al lado de lo vuestro ya no me parece tanto tiempo —afirmó sonriendo—. Es casi como mi hermano, unidos por un vínculo muy especial. En ocasiones le he sorprendido a la escasa luz de una lámpara, con la guitarra en la mano, un papel en blanco y un lápiz; doblegando su ingenio al máximo componiendo unas letras. Somos músicos, ¿sabes? la música había sido hasta ahora nuestra única meta en la vida. Ese poder de creación, esa capacidad para seducir a las palabras y atarlas a una melodía siempre me inspiró una admiración profunda. Sin embargo, él suele decir que sólo cuando mi voz reviste sus versos es cuando realmente son dignos de presentarse al mundo. Alex es un chico sincero y leal, apasionado y romántico, incapaz de vivir en otro mundo que no sea el suyo. Con ese alma, ha nacido para ser algo grande—. Gharin la escuchaba fascinado, sin perder detalle—. Alex es mi protector, atento siempre que nada me falte, preocupado por todo lo que pueda dañarme. Se comporta a veces como un padre, pero es siempre mi confidente y mi amigo. El mejor que he tenido y sé que jamás tendré ¿Sabes? —confesó después de una pausa—. Creo que también hay un poco de amor en todo esto—. Gharin no pudo por menos que sonreírle.
La conversación se alargó. Gharin ciertamente poco comprendía acerca de la gran mayoría de conceptos y términos que la chica utilizaba, pero quizá lo menos importante, a lo que menos atendía el joven eran las palabras. Como bien le había prometido, él sólo quería escucharla hablar por eso hacía pocas preguntas.
—Odín no es tan fiero como puede parecer por su aspecto, aunque no me gustaría estar en tu pellejo si le haces enfadar. Es un tipo bonachón y poco dado a las discusiones. Era el portero del local donde solíamos tocar. Conoció a Alex allí. Odín es un alma tranquila, dialogante, paciente. Él sabe que su aspecto arredra al más temerario y se siente feliz protegiéndonos ante su faz de tipo duro. Es un buen músico y un amigo paciente. Es bueno, capaz de escuchar, ya que según él asegura no sirve para dar consejos. Sé que está ahí para cuando lo necesite y sé que mañana seguirá estando pasase en el mundo lo que pudiera pasar.
Gharin la miró a los ojos y sonrió despacio. Así ambos prosiguieron un tanto más la charla hasta que el joven preguntó por ella.
—Creo que nací ya con la marca de la música. A los seis años alguien de mi familia se dio cuenta de que quizá tenía cierto talento musical cuando de oído tocaba canciones infantiles con la flauta. A los doce ya tocaba el violín y la guitarra. A los dieciséis terminé piano y canto, sin embargo, mis padres siempre esperaron que aquello no fuesen más que las típicas locuras de una jovencita. Papá es un hombre severo. Él hubiese querido que fuese una letrado eminente, mejor juez o quizá una importante mujer de negocios. Todo menos músico. Lástima, porque no entendía que ya había nacido músico y poco podía hacer él por impedirlo. A los catorce años los psicólogos detectaron que mi coeficiente mental era superior a la media ¿sabes lo que es el coeficiente mental? —preguntó a Gharin, aquél le contestó que sí por pura inercia— Mis padres vieron ahí una mina de oro. Supusieron que con mis cualidades pronto llegaría a colocarme como una de las carreras más prometedoras del país. Quizá pensaron que sería ministro o algo parecido. Por eso jamás me perdonarán que a los dieciocho, momento en el que los humanos cumplimos la mayoría de edad —dijo con cierta sorna rememorando palabras del semielfo—, cogiera mi música, mi ropa y me largara de casa. Alex y Odín buscaban una vocalista para su grupo y pusieron un anuncio en el conservatorio. Me presenté a las pruebas. Creo que fue amor a primera vista.
Claudia, con seguridad, escondía un lado salvaje, aunque dominaba poco en el carácter de la joven. Gharin estaba encantado. Desde el término de la guerra pocas oportunidades había tenido de conversar con una chica humana. En realidad con ninguna chica fuera de la raza que fuese, y casi había olvidado lo estimulante que resultaba escuchar la femenina voz de una dama. Sin embargo, cuando aquella delicada joven de piel pálida y profundos ojos comenzó a hablarle acerca de cómo sentía la música, no pudo evitar quedar prendado de sus palabras.
—Siempre ha venido conmigo —decía en un tono nostálgico—. Ha estado ahí siempre. Cuando canto siento que mi alma se libera. Que un espíritu mágico y hermoso se sienta a mi lado y me hace fluir las notas. Me siento viva y hay pocas cosas en este mundo que me hagan sentir así. La guitarra es algo más que un mero instrumento. Es la inseparable compañera que conoce los misterios de tu alma y los traduce en notas de música y melodía. A veces... mis dedos pisan sus cuerdas a una velocidad increíble, se deslizan sobre el mástil obligando a un tropel de notas a surgir frenético y furioso. Entonces puedo sentir su poder, el verdadero poder. Y me siento poderosa con ella. La melodía me rodea, me electrifica, roza las fibras más profundas e íntimas del espíritu, donde sólo en los sueños se acarician. Eleva la parte mística, mi esencia, todo lo que soy y siento. La guitarra habla por sí misma y siento que no soy más que un soporte físico que ella necesita para comunicarse. Se vale de mis destrezas, de mis vivencias. Se vale de lo que amas u odias. Odia o quiere contigo. Vive y sueña a través de ti. Es algo más que un instrumento, es toda una filosofía.
A lo largo de su existencia habían pasado por las manos del semielfo un millar de mujeres, de todas las razas, de todas las lenguas, de todos los cultos. Había escuchado sus palabras y libado el néctar que fluye de sus cuerpos. Conocía sus más ardientes secretos. Todas tenían algo que decir, algo que contar; sin embargo... Claudia no debía significar para él mucho más que cualquier otra hembra humana. Las había seducido mucho más hermosas, tanto que la misma Belleza se hubiese sentido celosa. Habían caído a sus pies mujeres de mucho más carácter, con una personalidad tan férrea que harían retumbar la tierra con una mirada. También más sensibles y de voces más líricas aún, en eso nadie puede ganar a una elfa. Pero jamás se había cruzado palabras con una mujer que hablase con aquella pasión acerca de lo que para su elevado espíritu de elfo suponía el pilar más sentido e íntimo: La música. Como buen elfo, aquella mitad de su sangre se sentía llamada a ese don, sin embargo, al considerarlo tan innato, pocos elfos sienten por ella una pasión verdadera. Tal vez era su mezcla humana, capaz de apasionarse por lo más banal, la que dotaba al mestizo de aquel sentimiento hondo y profundo, especialmente sensible para cualquier asunto relacionado con la música.