El enviado (38 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Cuando al final la voz de la chica dejó de envolver la atmósfera, el grupo entero rompió en aplausos y piropos que aceptó con su rostro profundo y luminoso. La preciosa musa irreal se había desvanecido y había vuelto la veinteañera sonrojada y tímida que solía ser. El hechizo se había evaporado. Sin embargo, algo de él aún quedaba cuando los iris oscuros de la muchacha se cruzaron con el anillo verde iridiscente que envolvía los de Allwënn. Él no aplaudía con el mismo fervor que nosotros. Más apartado, se limitó a trazar una leve inclinación con su cabeza y a sonreírle con esa sonrisa de gratitud que visita los labios cuando alguien nos cautiva el alma. Pero en ese efímero instante en el que ambos ojos se cruzaron y por un segundo se fundieron en una mirada, pude ver en las pupilas de la chica algo más. Ese «algo más» impredecible e inexplicable. Ese «algo más» que chispea escondido, como una estrella en el rojo horizonte del ocaso. Y en ese instante sentí celos del bravo elfo y de todo cuanto le rodeaba.

Distante, casi oculto a nosotros, Allwënn siguió mirando a Claudia, aún cuando ella se viera inundada con nuestros comentarios y no pudiera, salvo alguna fugaz mirada, prestarle más atención.

El silencio se había cernido sobre el campamento más entrada la noche. Sólo el canto de algún ave nocturna rompía el callado mutismo del bosque. Allwënn aprovechó que todos estuviéramos durmiendo para levantarse del lado de la hoguera en el que se sentaba. Había pasado el resto de la velada atrapado por la inconsciencia, con la mirada hundida en recuerdos de un pasado, quizá remoto. Se dirigió hasta donde descansaba dormida en su vaina la formidable espada que portaba y desapareció entre las sombras, internándose en el bosque.

Claudia había simulado su sueño. Con los ojos entreabiertos captaba las difusas imágenes nocturnas de los elfos que tanta fascinación le producían. Así, como una niña traviesa que espera engañar al adulto vio cómo el atractivo y enigmático personaje se perdía a solas en la noche. Aquello mordió demasiado su curiosidad. ¿Adónde iría de madrugada en solitario por el bosque? Aunque descabellada, la idea de seguirle se materializó en su mente y le pareció emocionante. Con un disimulado movimiento de cabeza Claudia divisó cómo Gharin se preparaba para permanecer alerta durante la primera parte de la noche. Muy despacio, la chica se deshizo de las mantas y consiguió deslizarse los escasos metros que la separaban del radio de luz de la hoguera. Gharin, más preocupado en organizar sus cosas, no pareció percatarse de nada. Cuando se creyó fuera del alcance de sus ojos, Claudia se irguió encarándose con las frías tinieblas de la noche y se adentró en el abrazo del bosque.

Kallah se escondía a ratos tras las inmensas nubes que recorrían el nocturno cielo, pero daba una luz potente y clara. Lo suficiente como para ver dónde se pisaba y contemplar varios metros de suelo iluminado. Se alzaba lóbrega, recortándose sobre su cabeza por las altas copas de los árboles. Todo fue bien al principio, hasta que el reflejo del campamento se perdió tras ella. Había caminado más de lo que creía, intentando adivinar la dirección que habría tomado el elfo. Pronto, la luz que le brindaba el cielo comenzó a ser insuficiente. Las sombras se cernían sobre ella cada vez con más intensidad y el bosque, como un ser vivo en movimiento, comenzó a asustarla. Los mil ruidos de la noche comenzaron a asediar su ánimo. El ensordecedor silencio y el chasquido de sus propias pisadas aceleraron el bombeo de sangre.

Estaba inquieta, empezó a sentir el peligro. No había ni rastro de Allwënn. Ni rastro de la hoguera. Sólo tinieblas. Ramas que se movían al viento. Ramas que parecían correr a su lado, cerca de ella, deslizándose por entre los arbustos. El miedo es un sentimiento fuerte y obsesivo. Hace ver cosas que no existen. Oír ruidos más extraños de lo normal. Claudia tenía la sensación de que los árboles tenían vida propia y que sus ramas se alargaban con intención de atraparla con aquellos dedos huesudos y deformes. El viento parecía un ente inteligente y demoníaco que intentaba amedrentarla produciendo sonidos fantasmagóricos al silbar entre los árboles o haciéndole creer que algo se ocultaba entre las ramas de los matorrales cercanos. Intentó tranquilizarse, sin embargo, algo se cruzó sin permiso en su mente. «¿Y si en aquel mundo extraño los árboles pudieran andar o el demonio parecer el viento?» Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Estaba planteando regresar cuando el crujido de una rama alertó algún ave agazapada en el suelo que alzó el vuelo a pocos metros de ella. El batir de alas y el quebrarse de las ramas hizo que la adrenalina saliese en forma de grito. En su pecho, el corazón le dio un vuelco. Sin dejarla reponerse, el aullido de alguna bestia se escuchó mucho más cerca de lo que le hubiera gustado. Aquello terminó erizándole los cabellos, el pánico hizo presa en ella.

El eco de una carrera llegó a sus oídos. Algo parecía abrirse paso por entre la maleza en una dirección imposible de precisar. El básico instinto de la supervivencia la llevó desesperadamente a volver sobre sus pasos sin ni siquiera atender a dónde pisaba. Su visión se transformó en una estela de manchas que desaparecían a ritmo vertiginoso. Los árboles, las brumas y sombras se mezclaban en un caótico escenario a causa de la acelerada velocidad. Algo, como un calor que le marcaba la nuca, le advertía que aquello, fuera lo que fuera, la perseguía y estaba cada vez más cerca. En su ciega carrera, estimulada por el inmenso poder que otorga el miedo, sólo pudo apreciar cómo una forma oscura y grande la cazaba al vuelo estrellándola contra el piso del bosque.

Como si el mismísimo cielo se le hubiese echado encima, golpeó el suelo con el peso de su agresor sobre ella. El impacto fue duro pero su cerebro poco tiempo tuvo para pensar en eso. Atacante y presa rodaron unos metros juntos por el suelo, colisionando con piedras y ramas hasta detenerse. Ella había acabado con la cara pegada a la tierra, bocabajo, aprisionada por el cuerpo de aquello que la había atrapado. Estaba fuera de sí. Sólo podía chillar y patalear sin atreverse siquiera a abrir los ojos. Entonces, unas manos la aferraron, girándola boca arriba. Sus muñecas fueron fijadas al suelo con una fuerza mucho mayor de la que la joven hubiera podido combatir.

—Quieta. Quieta —le dijo una voz familiar—. Cálmate—. Pero ella distaba un abismo de escuchar y continuaba retorciéndose intentando liberarse—. ¡Escucha, maldita sea! ¡Quédate quieta de una vez! —Gritó desesperado moviendo con fuerza los brazos de la chica. Ella, al escuchar la enérgica voz abrió los ojos de golpe para encontrase de repente con una silueta entre sombras que la miraba tras unos orbes verdes brillante. Unos ojos felinos que rompían el oscuro paisaje a escasos centímetros de su rostro.

—Ahora vas a ser una buena chica y te calmarás—. En esta ocasión, reconoció a su anónimo adversario antes de verle.

—¡¡Allwënn!! —exclamó para sí.

El joven estaba sobre ella, aferrándole los brazos al suelo imposibilitando el movimiento. Su negro cabello caía a ambos lados del rostro de la chica enmarcándolo sobre el suelo. Claudia tenía el cuerpo de aquel atractivo muchacho sobre el suyo, sintiendo cada pliegue, cada vibración y tensión de sus músculos sobre su piel suave. Ambas respiraciones se fundían y los latidos del corazón, frenéticos en ambos pechos, se sincronizaban. Él sentía como el corazón de la chica golpeaba desde su prisión como si quisiera salirse y alojarse en su cuerpo. De hecho suponía que ella también escuchaba el bombeo en su pecho. Aquellos momentos de indefensión, la comprometida situación, la turbaron durante unos instantes que le parecieron eternos.

—¿Qué hacías caminando sola por el bosque? —La voz pausada de Allwënn la sacó de sus pensamientos. Ella le apartó la mirada en un gesto de orgullo.

—Sólo paseaba —contestó sin darle más importancia.

—¡¿Paseabas?! —Exclamó absorto y de un brusco tirón la arrancó del suelo obligándola a levantarse—. ¿Pasear? ¡Maldita sea! ¡Corrías como una histérica! Ni siquiera... ni siquiera vas armada. Aunque atendiendo a tu forma de cabalgar dudo que seas capaz de empuñar una espada. ¿Tienes acaso idea de lo que hay ahí fuera? —indicó el joven apuntando con su dedo las oscuras profundidades del bosque—. No, claro que no lo sabes. Dime ¿Adónde ibas? —Claudia quedó sin palabras. Los ojos de Allwënn la atravesaban con crispación. Sus iris brillaban con un fulgor fantasmal en ausencia casi total de luz.

—¿...y dónde ibas tú?

—Eso no es de tu incumbencia —replicó el elfo.

—Yo podría decirte lo mismo.

—¡Oh, vamos niña! Te triplico la edad y voy armado. No dudes que sé cuidar de mí mismo.

—Yo también se hacerlo.

—Claro... no lo dudo —exclamó Allwënn con una marcada expresión de sarcasmo que acabó por enfurecer a la chica. Probablemente no lo pensó. No al menos detenidamente. Tampoco es que Allwënn esperase aquella reacción por parte de la joven. Lo cierto es que antes que la huella de sarcasmo desapareciese del rostro del elfo, otra huella, la de la mano de Claudia, vino a hacerle compañía. El rostro de Allwënn se dobló de dolor y regresó con la mirada cargada de odio en las ascuas esmeralda de sus iris.

—¿Y si fuera un oso? ¿Te defenderías de él a bofetadas, también? —Claudia estaba lo suficientemente enfadada como no ver en aquella frase sino otra muestra de sarcasmo con el que humillarla y estaba cansada. Su mano quiso regresar a aquel rostro insolente.

Esta vez no golpeó en el blanco. La curtida mano del elfo interceptó el golpe antes de que la mano de la chica impactara sobre su cara. Y lo hizo con una desgana tal que se diría sólo trataba de espantar a una mosca. Claudia trastabilló. Pero lo intentó una tercera ver, con mucha más rabia que las anteriores. En esta ocasión Allwënn cazó aquella mano por la muñeca. El brazo del guerrero parecía una rama de roble. Inquebrantable, como si tratase de doblar una extremidad labrada en piedra. Ella jamás se había encontrado con alguien semejante, salvo, quizá, cuando bromeaba con su viejo amigo Odín. De la misma forma que un perro vapulea un trozo de trapo, así la joven fue izada y zarandeada hasta derrumbarse entre los brazos del recio muchacho, quien acabó por inmovilizarla. Sólo uno de los brazos de Allwënn bastaba para cercar, como un cinturón de músculo, ambas extremidades de la joven. Estas trataban inútilmente de zafarse de tan férreo abrazo. Con las furiosas acometidas tan sólo lograba clavarse la red metálica que protegía el pecho del elfo en la suave y fina piel de su espalda. El brazo libre del muchacho apareció armado con un terrible cuchillo. Una pieza menor, si se la juzgaba en relación con la formidable espada que portaba, pero no por ello menos temible. Su dilatada hoja brilló al contacto con un rayo de luna sólo un segundo antes de que su filo rozase su delicado cuello.

—Pegas bien —aseguró Allwënn modulando con endiablada malignidad el caudaloso torrente de su voz—, pero no lo suficiente—. Ella notaba la tensión en los músculos del elfo, su terrible fuerza. Era consciente que no podría moverse hasta que el elfo decidiese soltarla. También percibía la ira que le embargaba y por un instante fue consciente de que se hallaba prisionera de un extraño que la amenazaba el cuello con un cuchillo de grandes dimensiones en mitad de la noche. Sintió miedo.

Él, por su parte, escuchaba el furioso latir de su corazón escapándose por entre las delicadas formas que su robusto brazo aprisionaba. La miró. Los ojos brillantes de Allwënn contemplaron a la derrotada joven y algo, aquello mismo a lo que trataba de dar un nombre, volvió a traerle visiones y recuerdos pasados que cruzaron su alma y expiraron a velocidades de vértigo.

Ella quedó hechizada por el magnetismo profundo de su agresor. Le odiaba tanto en ese momento que le escupiría a la cara. Pero esos ojos... esa mirada. Le escupiría, probablemente, lo tenía claro. Lo que no sabía es si antes o después de besarle.

—Tú no eres mi padre —le dijo en un arrebato inconsciente—. No he pedido que seas mi protector ni mi ángel de la guarda. Si me apetece pasear lo haré—. Aquél cabeceó unas débiles negativas.

—Así que eres irreductible —manifestó ahora con una tranquilidad lejos del enfado pero también lejana a la dulzura. Entonces le suavizó la presa y le retiró el acero del cuello. Claudia no tardó en despegarse de él.

—Parece mentira que seas tan insensata o es que tal vez no quiero pensar que sólo eres una estúpida cría inconsciente —le reprendió guardando su cuchillo—. No sé en qué olvidado lugar has estado encerrada todo este tiempo pero pronto aprenderás que aquí, sobrevivir es llegar a ver amanecer al día siguiente. Y eso no es fácil, niña. Sólo sobrevive el que menos errores comete y tu actitud no hace pensar precisamente eso. Esta noche has tenido suerte de que yo estuviera cerca... y sigues con vida. Pero tal vez mañana veas las caras con la Muerte y nadie sobrevive a ese duelo.

Las palabras de Allwënn la dejaron pensativa. Por un instante el chico quedó mirándola pero pronto la apartó de la vista y la encauzó fuera del lugar.

—Todos hemos de morir algún día.

Allwënn se giró despacio a las palabras de la joven y la contempló una vez más. Ahora en sus pupilas una húmeda nostalgia empañaba su mirada, bañándola en una candidez sobrecogedora, como la de un amargo recuerdo.

—No se trata de cuándo vas a morir, Claudia —dijo con un hilo de voz, modulado y sereno—, sino de cómo... y por qué. Es tan estúpido morir sin un motivo, por un error, sin ningún sentido. Y yo he visto tantas muertes inútiles... Todos tus recuerdos, todas tus emociones y sentimientos se desvanecen por una estupidez. La muerte te atrapará, no lo dudes, pero no consientas que lo haga tan joven. No permitas que marchite esos ojos, o tu voz. Tú te irías pero quizá dejes a alguien aquí que lo sintiese para el resto de su vida.

Estaban ambos fundidos en aquella mirada cuando en la vegetación próxima un crujir de ramas los sorprendió. Allwënn, en una reacción más propia de un animal al acecho se puso alerta y de un rapidísimo movimiento desenvainó la espada, colosal, cuya hoja reflejaba el brillo de la luna iluminando la noche. Para asombro, una figura de dorados bucles asomó por el frondoso boscaje empuñando su espada en actitud de defensa. Sus ojos, escudriñaban la escena pasando de su compañero a la chica, de la muchacha a su compañero en un barrido fugaz y desconfiado.

—¿Qué ha pasado? —dijo sin bajar la guardia—. He oído gritar a la chica—. Allwënn le indicó con un leve movimiento de su espada que bajara el arma—. ¿Qué demonios hace ella aquí? —preguntó mientras el acero entraba en su vaina con un prolongado chirrido.

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