El enviado (37 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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—¡Maldición! ¿Otra vez? —farfulló molesto aquél al descubrir la escena—. Lo tengo merecido—. Y con un vigoroso golpe de riendas dirigió su caballo hasta la chica que seguía intentando dominar al bruto.

Empezaban a desesperarse. Nuestros nuevos compañeros de viaje, me refiero. Cuando no resultaba que el caballo de Claudia se marchaba por su cuenta, era el de Falo el que se negaba a continuar o el mío que confundía a su gusto la izquierda y la derecha. No parecían entender que montásemos tan mal. Lo cierto es que nuestro paso retrasaba el ritmo de la marcha tanto y tan a menudo como para hacer perder la paciencia incluso a los propios caballos. A las constantes protestas de Falo por la dureza de la monta y su terca añoranza por su moto se sumaba algún chiste fácil sobre la parada de autobús más cercana, que de vez en cuando se escapaba por entre el grupo. La extraña pareja reaccionaba a ellas, cuando lo hacía, dedicándonos una mirada furtiva de sus llamativas pupilas. Se empañaban con ese halo escéptico que envuelve a los que tratan con locos. De hecho, los vehículos de motor me parecían, ya por aquellos entonces, lejanos productos de un sueño. De la misma forma que, poco a poco, se alejaba todo aquello que había conferido nuestra realidad hasta hacía dos tardes.

Allwënn atrapó con brusquedad las bridas del caballo haciendo que la chica se sobresaltase.

—¡Loados sean los Dioses! No es tan difícil —exclamó tras un sonoro suspiro de desesperación—. Por favor, recuérdame que la próxima vez me arranque la lengua a mordiscos antes que encadenarme con otra estúpida promesa.

Llevábamos más de una hora de viaje y casi se podría decir que estábamos, si no a uno, muy posiblemente a dos o tres tiros de piedra de la abandonada carreta y el improvisado campamento del que partimos. Cuando los furiosos iris verdes del joven se cruzaron con la chica, una vez vuelto el caballo al buen camino, observó que ella había quedado mirando descaradamente su rostro sin que pudiera adivinar qué parte de él en concreto robaba de tal manera su atención. Se sintió incómodo y estuvo a punto de reprocharle aquella actitud. Pero terminó callando y tras espolear su caballo regresó de nuevo a las primeras posiciones.

Claudia continuó durante unos breves instantes mirando al vacío donde un segundo antes se encontraba el atractivo jinete. El muchacho no podría haberse imaginado lo que la joven descubrió cuando, preso por la desesperación, se llevó las manos a las sienes arrastrando con ellas sus cabellos. No fue otra cosa que sus orejas, despejadas de la exuberante cortina azabache que habitualmente las ocultaban de su rostro. Supongo que Allwënn tampoco hubiera pensado nunca que fuera ese el motivo que dejase tan sorprendidas facciones en el rostro de la chica pero lo era, puesto que ella jamás había visto orejas como las suyas. La parte superior no se redondeaba como cualquier otra oreja sino que ascendía, apuntándose varios centímetros, como las velas desplegadas de un velero. Las orejas de Allwënn eran puntiagudas.

—Sus orejas… —Claudia parecía aún en éxtasis cuando al acercarse al resto de nosotros Alex le preguntó si se encontraba bien.

—¿Sus orejas? —La respuesta de la chica nos dejó desconcertados—. ¿A qué te refieres? —Claudia, aún miraba al infinito, pero articulaba los labios como queriendo decir algo aunque sin encontrar quizá la manera ni las palabras. De pronto alzó la vista y clavó sus pupilas de noche sobre mí. Entonces musitó algo de lo que sin duda intentaba convencerse y buscaba en mí la aprobación.

—¡Son elfos!

—Elfos... —repetía su mente al crepitar de la hoguera mientras no dejaba de observar al rubio Gharin alimentar el fuego—. Elfos. Auténticos elfos.

Claudia suspiró lo bastante fuerte como para que Odín se percatase de ello. Él ya había reparado que su amiga no dejaba de mirar a los extraños jóvenes como evadida del mundo. El corpulento músico sonrió, pero no le dijo nada. La dejó fascinada en su contemplación. Realmente eran hermosos como todos los relatos cuentan lo son los elfos. Y aunque sólo fuese para el deleite de sus ojos, merecían una larga, pausada y detenida observación. Elfos. Qué misterioso nombre para tan misteriosas criaturas.

—Hoy Kallah alumbra con fuerza —La voz viril de Allwënn rompió un silencio tan sólo quebrado por los quejidos de la leña que crujía en la hoguera. Después de comer parte de las provisiones ahumadas, bajo el tupido manto de estrellas, el grupo se había sumido poco a poco en un hondo mutismo. En esos instantes en los que el sonido del viento se deslizaba como un amante furtivo por entre las ramas de los árboles, cuando todo a nuestro alrededor no era sino un borroso enjambre de siluetas imprecisas en la oscuridad y en el aire se respiraba el vapor de la madera abrasada, el alma pedía alejarse del cuerpo y vagar por los recuerdos y pensamientos. Quizá, dejando libre aquella sensación, todos nosotros nos marchamos con el pensamiento a diferentes lugares y momentos pasados de nuestra vida. O nos aventuramos a soñar con lo que habría de venir, allá donde lo insólito y lo imposible llamaban a la parte racional de nuestro cerebro para charlar un rato a solas con ella.

En la cabeza de Gharin, su pensamiento también voló atrás. Apenas dos noches atrás...

El arquero volvió la vista hacia las sombras que se extendían dominando la desierta pradera a sus espaldas. Sus brillantes ojos, inequívocamente elfos, traspasaron la oscuridad reinante desvelándole sin dificultad los cuerpos aletargados de los humanos que dormían mecidos por el vaivén de la carreta. Las siluetas de los barrotes arropaban sus figuras inconscientes, sumidos en el hondo sopor del sueño profundo. El joven tornó de nuevo la cabeza al frente donde el astro de Kallah reinaba en la noche iluminando la estéril llanura que pisaban los cascos de los caballos. Junto a él, a poco más de un metro, Allwënn montaba a su lado con la vista fija en la noche que todo lo cubría ante ellos. Se dejó un instante seducir por el sonido de los pasos de los animales al tacto leve y frío del aire de la madrugada, antes de comentarle a su compañero la idea que le carcomía por dentro.

—Son extraños, ¿verdad?

Con sus larguísimos cabellos ondeados por el movimiento de su montura Allwënn se giró al oír las palabras de Gharin.

—¿Ellos? —Intuyendo que se refería a los muchachos, volcó despacio su mirada hacia la carreta para apreciarlos durante unos instantes—. Sí, bastante más extraños de lo que estoy interesado en saber.

—Son humanos, Allwënn —afirmó el rubio joven con seriedad—. Y eso significa...

—Problemas —sentenció el otro con voz firme.

Allwënn podía ser testarudo. Un millar de matices y circunstancias se habían conjurado para que así sucediese. Nadie podía decir que Allwënn no estuviese a la altura de cualquier eventualidad. Sin embargo, él, que tan bien le conocía, sabía que su fiereza tenía puntos de extrema debilidad. Y aquella noche estaba tocando uno de ellos.

—Problemas, de acuerdo. Pero después de lo que han contado abren algunas incógnitas, también —aseguraba susurrante para no despertarlos en la callada noche—. Son los primeros humanos sanos que vemos en seis años. ¿De dónde han salido?

—No es mi problema Gharin. De hecho no es nuestro problema. ¡Los Dioses sabrán! —alegó el otro—. Con la muerte sentenciada para su raza podrían haber estado escondidos en las mismas entrañas del Pozo. No me sorprenderían tanto las cosas que dicen si eso es así.

—¡Yelm! ¿Y por qué salir, entonces? —exclamaría muy seguro Gharin. Allwënn se encogió de hombros.

—No voy a entrar a comprender las motivaciones de un puñado de humanos adolescentes, Gharin. Y tú tampoco deberías perder el tiempo en eso.

—Allwënn, esos chicos tienen algo extraño, lo percibo. ¿Te has fijado en sus ropas? Tienen una factura... curiosa, cuanto menos.

—No digas sandeces, Gharin —reprendió el otro—. He visto de todo.

—¿Antes del Decreto y en humanos que se les supone escondidos o muertos desde hace veinte años? ¡¡Venga, Allwënn!! —el aludido le dirigió la mirada pero permaneció callado—. ¿Y el idioma?

¡Loados Patriarcas, Allwënn! ¿Qué clase de idioma hablaban? No era dialecto humano... ¡¡Ni siquiera hablaban Común!! Todo el mundo conoce el Común. He oído hablarlo a las criaturas más primitivas. Admite que todo esto no es muy normal—. Allwënn volvió a mirarle. Esta vez en la muralla de sus pupilas verdes intuyó un hueco—. ¿Crees su historia? —preguntó dudoso al fin.

—¿Me preguntas eso en serio, amigo? —Gharin cabeceó una rotunda afirmación—. Original, no dudo que lo sea. ¿Pero creíble?

—Lo cierto es que también pienso como tú pero... me pregunto ¿qué les habrá llevado a inventarse algo tan descabellado o qué intentan conseguir con una historia como esa? No obstante, esa historia tiene una curiosa coincidencia con…

Allwënn le fulminó con la mirada.

—No —dijo tajante. El gesto bronco silenció de inmediato a Gharin—. Sé lo que vas a decir y no. No tiene nada que ver. Aquello fue producto de la Seda.

—Pero ella…

—No, Gharin. Basta—. Suspiró antes de volver a dirigirle la palabra a su compañero—. Nadie quisiera estar en su pellejo. Sólo los Dioses saben qué calvarios han sufrido para que su cabeza invente historias así—. El joven permaneció callado un instante, luego volvió la vista hacia Gharin con mirada fría— Sean quienes sean esos muchachos, espero que podamos desembarazarnos de ellos lo antes posible o temo que nos van a traer muchos problemas.

Gharin recordaba vivamente que dijo exactamente lo mismo de ella.

Al parpadear, las imágenes del recuerdo se disipan lentamente. Los recuerdos vuelven a ser sólo recuerdos y ante los ojos aparece de nuevo la escena nocturna que habían abandonado.

Gharin nos recorrió a todos con la mirada. Había matices extraños en nosotros. Muchas incógnitas por despejar. Aún existía hielo en nuestra relación, difícil de quebrar. Allwënn no parecía muy interesado en nuestra naturaleza, resultaba demasiado arrogante como para andar preocupado en nosotros, demasiado orgulloso... o tal vez nos huía de algún modo. Una máscara de protección ante recuerdos dolorosos que quizá solo su amigo conocía. Sin embargo, a Gharin, su curiosidad le atraía poderosamente hacia nosotros aunque él tratara de hacerlo pasar inadvertido.

Otro aullido de animal fustigó el campamento de parte a parte, esta vez mucho más cerca que el anterior, haciendo alzar de golpe las pupilas, antes sumidas en el sopor de la meditación. En ellas, era difícil ocultar un creciente temor provocado sin duda por los alaridos de las bestias del bosque.

—No llegarán hasta aquí —aseguró Allwënn para tranquilizarnos, con el ánimo sereno y calmado. Tanta seguridad, si bien no curaba el mal, si, al menos, servía para que nos sintiéramos mejor.

Habían sido muchas emociones en muy pocas horas y la cabalgada, aunque no muy larga, sí resultó bastante dura para posaderas poco acostumbradas a una silla de montar. Los elfos permanecían en silencio, cada uno en sus asuntos. En fin, la noche por sí invitaba a la calma sosegada, a una meditación individual y profunda que ordenase los pensamientos e indagase en el millar de interrogantes que suscitaba en una mente racional y equilibrada cuanto nos estaba pasando. Será por eso, porque estábamos más preocupados en nuestros pensamientos, por lo que nadie, salvo Alex, se percató de que la deliciosa morena se levantaba y buscaba un sitio junto a él. Tenía un tinte extraño en sus ojos. La conocía demasiado bien como para dudar de lo que quería.

—No, Claudia —le dijo apenas ella abría la boca.

—¿Por qué? —la voz de aquella mujer era capaz de ablandar la piedra. Alex señaló disimulando a su alrededor—. No creo que sea el momento.

—¿Por qué no? Cantemos algo. Me hará sentir mejor. Me hará olvidar cosas malas y recordar buenos momentos.

Alex se frotó la frente con cierto nerviosismo. Era incapaz de negarle nada a aquella niña cuando se ponía melosa. ¿Alguien podría hacerlo?

—¿sin instrumentos?

—¡Qué más da! Necesito cantar, lo sabes. Necesito sacar muchas cosas.

—Dios, está bien. Te haré la segunda voz, pero sólo eso. Por favor, algo sencillo—. Ella le sonrió satisfecha.

Se acomodó con cierta coquetería y aclaró la garganta. Su voz amaneció en aquella noche fría. Despacio, con lentitud, casi en susurro.

Allwënn, que hasta ese instante la había estado observando sin demasiada atención, abrió los ojos mucho más de lo habitual y se incorporó adecuadamente.

Poco a poco, todos los ojos, antes con la mirada en el vacío, todas las cabezas, antes trémulas y sin vida, se fueron tornando hacia la muchacha, atraídas sin duda por el embrujo de su canción.

Todos. El poderoso Odín, el impresentable Falo, el suntuoso Gharin. Todos terminamos hechizados sin saber cómo exactamente. Recuerdo que la miraba, ausente del mundo entonando su melancólica cadencia de versos de los que acaso no consigo extraer un fragmento completo pero que sin duda eran tristes.

Al tiempo, hechizado el ambiente, conquistada la entregada audiencia con la visión de aquella dama, otra voz vino en su ayuda. Alex, arrancando una sonrisa a los labios de Claudia, se decidió al fin a acompañada. Con una voz demasiado cálida para ser la de un hombre secundó el canto nostálgico y bello que la chica nos ofrecía.

A pesar de que la balada convocaba a la lágrima, pronto, el mano a mano de ambos músicos, la pasión puesta en la garganta, nos hicieron emocionar y sonreír. La alegría, esa que es capaz de palparse y respirarse, contagió a todos los presentes. Realmente no solo Claudia logró ahuyentar su miedo. Su regalo sirvió para unirnos en aquella melodía y olvidar casi todo lo angustioso que ocurría alrededor. Incluso Falo, que se esforzaba por parecer distante, tenía sus ojos clavados en ella. Resultaba imposible no hacerlo. Aquella pequeña morena nunca estuvo más hermosa.

La miré, sé que la miraba como sé que lo hizo todo aquél que se sintiera hombre y yo apenas lo era. Y es que la joven, aquella noche irradiaba un poder capaz de hechizar a las mismísimas fieras que aullaban. Pensé, recordando cierta conversación con Alex, que quizá fuera cierto y tal vez, la Claudia verdadera estaba allí delante, ante mí, cantando y tocando la guitarra. «Es su vida» me dijo en su momento, durante aquél forzado éxodo. «Su pasión y su motivo de existir; Claudia ha nacido para cantar; es eso lo que la hace diferente y la convierte en ella misma». «Se transforma» me dije. Ahora entendía muchas cosas y no me resultaba tan extraña la distancia que separaba a aquella Nyode que recordaba lejanamente en un escenario, poderosa, arrolladora y vibrante, de la Claudia que había conocido en tan extrañas circunstancias. Sólo cuando obligaba a su garganta a estremecerse quebrando notas imposibles para la mayoría resultaba ser el único y fugaz instante en el que era verdaderamente ella misma.

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