El enviado (69 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Durante esos momentos se había incorporado Odín, al parecer tan poco dispuesto a conciliar el sueño como ella y ambos quedaron absortos disfrutando del inigualable espectáculo que sólo la noche imprime en el negro cielo.

—¿En qué piensas? —Preguntó la joven a su contemplativo amigo. Odín clavó sus ojos en la pequeña morena que se arrebujaba entre las mantas para darse un poco de calor y le sonrió.

—Pensaba en... muchas cosas —comenzó a decir el músico—. Bueno, en realidad pensaba en... nuestro hogar. En lo que hemos dejado atrás. Verás, Claudia, no sé... es curioso. Mirando esas estrellas uno puede sentirse allí, de algún modo, de regreso. Pensar que nada ha cambiado—. Claudia lanzó una mirada furtiva a las alturas y entendió lo que su amigo trataba de decirle. El lienzo estrellado no resultaba muy distinto al que podía contemplarse en cualquier otro lugar. Millares de puntos luminiscentes salpicando el negro espacio. Constelaciones irreconocibles, pero acaso importaba poco. No eran más que un puñado de luces intermitentes en el cielo. Igual de hermoso, igual de sencillo en cualquier lugar. Si se hacía un ejercicio de imaginación y se borraba de la vista aquella fogata que los calentaba, aquel bosque nevado y todo cuanto los rodeaba y se miraba solo al cielo, uno podía cambiar mentalmente los sonidos del bosque por motores de coches, sirenas o cualquier otro ruido habitual de una ciudad y así imaginar que todo volvía a la normalidad. Aquellos puntos luminosos allá arriba eran lo único de ese mundo extraño, cruel y al tiempo fascinante que los acercaba al suyo.

—Pensaba... pensaba en las comodidades —decía el nórdico batería—. Ya sabes, la cantidad de cosas que la gente ya no hace. Las comodidades de la vida moderna. Dios sabe que echo de menos un sillón cómodo y una ducha caliente. Si... caliente. —añadió con gesto de placer al recordarlo—. Poder regular la temperatura. Nunca pensé que valoraría como un lujo algo tan cotidiano como el grifo del agua caliente. Agua caliente —repitió paladeando aquel concepto—. Creo que he olvidado lo que es eso. ¿Tú no?

Claudia sonrió. Echaba mucho más en falta un aseo limpio y una cama con las sábanas recién cambiadas que la mayoría de las cosas.

—Estoy cansada de oler a humo y a caballo —le comentó ella con cierta sonrisa en sus labios—. Poder cambiarme de ropa—. Odín le cabeceó una explícita corroboración de su cabeza pelada.

—Sin embargo, hay algo de lo que nos hemos desconectado, Claudia. Pienso en ello últimamente —continuó el joven, intrigando con sus palabras a su amiga.

—¿Qué quieres decir?

—Creo que me he reencontrado con una arte ancestral en este lugar, a pesar de todo. ¡Santo cielo! ¿Quién monta a caballo hoy día? ¿Quién se baña desnudo en un río helado cuando puede utilizar su propia bañera? ¿Quién duerme bajo las estrellas a diario si no es un pobre vagabundo o un crápula, Claudia?

Ella no supo qué contestarle. Aún no sabía que trataba de decirle exactamente.

—Cuando veo a esos hombres... elfos o como sean, acariciar sus caballos, hablarles, sentirlos como algo sin lo que no pueden sobrevivir, me lleno de emoción. Nosotros hemos perdido ese contacto, ese vínculo. Ellos aún tienen miedos, tienen supersticiones. Sus placeres y sus tesoros son la música y una botella de licor o una buena cerveza con toda la noche para disfrutarla. Su reino es este manto de estrellas que ahora nos cubre. Nosotros hemos olvidado esa magia. Este mundo es mucho más puro en ese sentido, está mucho más apegado a sus raíces. Raíces que nosotros hemos olvidado. Yo les envidio, de algún modo, Claudia, a pesar de la dureza de sus vidas. Dureza comparada con nuestra sensiblería acomodada. Les envidio porque aún conservan una fórmula sabia y especial de comunicación. Un código al que nosotros hemos renunciado. Y creo que al cambio, hemos perdido mucho.

—Creo que te estás dejando engañar, Hansi —le dijo ella—. Es cierto que ese vínculo del que hablas también me impresiona y de algún modo me hechiza. Pero ¿recuerdas lo que nos han contado? Nos mantienen aislados. Como en una burbuja. Todos estos parajes, todos estos lugares por donde hemos estado deambulando no han sido sino el intento de alejarnos de la verdadera realidad de este mundo donde las personas como tú y como yo son perseguidas hasta la muerte. Hay un Culto, o lo que quiera que sea, que ha convertido su paraíso en un infierno. Y ¿sabes? No deseo salir ahí fuera y comprobar por mis propias carnes esa verdad. No ha hecho falta para que esos chicos murieran delante de nuestros ojos. Aún no puedo creerlo, Hans ¡Han muerto! A pesar de los esfuerzos de esta gente por apartarnos de todo eso. Este mundo es horrible y no nos pertenece. Hemos llegado hasta aquí sin saber cómo o por qué y seguimos sin saberlo. Sólo deseo que esto acabe. Volver a casa, a nuestra rutina. Al mundo que nos pertenece. A ensayar y tocar... y pedir comida rápida por teléfono. Esa era mi vida y se nos ha esfumado sin saberlo. Sin pedirnos permiso. Hay cosas de este mundo que me fascinan, igual que a ti. Es difícil que eso no ocurriese—. Y sus ojos se fueron por inercia a aquellos elfos que conversaban en las proximidades—. Sé que mi vida no volverá a ser la misma después de esta experiencia. Pero quisiera que quedase en eso, en una increíble anécdota, aunque nadie la crea jamás.

Odín le miró con atención y clavó sus pupilas en el rostro de la chica. Entendía sus palabras.

—Quizás tengas razón, Claudia. Te mentiría si no admitiese que también deseo que todo vuelva a nuestra normalidad. Pero eso ya ha cambiado. Hay algo en este mundo que nos está transformando poco a poco, a pesar de todo. Me gustaría tener la certeza de que, si regresamos, mi vida será como antes. Pero creo que será imposible. Este mundo no se diferencia tanto del nuestro. Yo al menos lo veo así. Y aquí las cosas son más puras, incluso en su fiereza. Eso me atrae de algún modo extraño. Es como si tocase raíces ancestrales de mi mismo en las que me reconozco.

—Me das miedo, Hansi —dijo ella.

—¿Por qué? Es cierto.

La joven estaba clavada en su asiento, analizando aquel discurso. Jamás lo hubiera sospechado cuando pretendió iniciar una conversación. De pronto Odín continuó.

—Me encantaría poder saber qué pasa en el mundo sin nosotros. Me pregunto si nos habrán buscado. ¿Sabes? Claudia, creo que nada habrá cambiado. Nada se ha detenido. Las cosas continuarán exactamente como las dejamos. El sol sale cada mañana y cada cual carga sus problemas sobre la espalda y sale al mundo. Nosotros no hubiésemos hecho algo muy distinto. No significamos absolutamente nada. Con suerte, habremos ocupado un par de líneas en la sección de sucesos de algún periódico. Tal vez algunos segundos robados en algún canal de noticias. «Un grupo de adolescentes desaparece misteriosamente». ¡Bah! Habremos sido la comidilla de algún espacio morboso en televisión y luego enterrados en el olvido.

—¿Estás seguro? ¿Qué hay de la gente que nos quiere? Quiero pensar que hemos dejado un hueco en algunos corazones.

—He asumido que no somos más que una pequeña frase en la inmensidad del silencio. Pasamos, vivimos sólo para ser olvidados. Qué más da morir que desaparecer. ¿Y entonces? —Hubo otro silencio pero esta vez nadie interrumpió ni hubo cruce de miradas—. He pensado en la muerte, estos días. Ha pasado tan cerca y tantas veces que no he podido evitarlo. Al principio me pregunté por qué me había tocado esto a mí. Por qué habría de morir en un mundo extraño, rodeado de gentes que no conozco. Me aterra la idea de acabar para siempre bajo un montón de piedras apiladas en mitad de ninguna parte. Tirado por ahí como ese chico. Pero estoy aquí, vivo. ¿Entonces? —Odín se detuvo para mirar a su pequeña acompañante—. Me he dado cuenta que la vida en sí misma carece de sentido. Somos nosotros quienes debemos dárselo encontrando un motivo para vivirla. Debemos encontrar ese motivo.

—Yo aún deseo volver, Hansi —manifestó ella—. No he perdido la esperanza. Allí tenía motivos para vivir: la música, nuestro sueño de triunfar... los amigos. Mi motivo para seguir es la esperanza de regresar y continuar con mi vida—. Él la miró con detenimiento y aguardó un instante para formularle una pregunta. Una pregunta tan angustiosa como cierta.

—¿Y si esa posibilidad no existe? ¿Te lo has planteado? ¿Y si esto es lo que nos espera el resto de nuestros días? —Ella quedó muy seria mirándole a los ojos.

—Ni siquiera deseo pensar en ello—. Odín estaba seguro que no lo había hecho.

—Deberías hacerlo.

Después sólo hubo silencio....

—¿Has pensado en lo que Ishmant dijo? —Gharin aguardó a que Allwënn acabase de ultimar sus preparativos para reemplazarle en la guardia. Aquel se había sentado a su lado y suspiró ante la pregunta de su compañero.

—Lo he hecho, Gharin.

—¿...y? —El medioelfo esperaba algo más de información al respecto.

—Escucha, amigo. Estoy bastante confundido. Mi vida no era plácida, lo sabes, pero...

—El Guardián del Conocimiento ha regresado a nuestras vidas —interrumpió lo que imaginaba que sería algún tipo de respuesta prefabricada—. De alguna manera lo ha hecho, Allwënn. Otra vez, después de veinte años. Ishmant y él sospechan algo y esos humanos que traemos parecen ser la clave. ¿Qué más necesitas?

—Quizá haya aparecido algo tarde ¿no te parece?

—Lo hace ahora. ¿Qué importa? —Gharin miraba a su compañero como si no fuese capaz de reconocerle—. ¿Te gusta la vida que llevas? Un poco de teatro aquí, un par de bolsas por allá... siempre con la angustia de acabar de nuevo entre rejas. Todo esto es una señal, ¿no lo ves? Íbamos camino de un presidio y nos cruzamos con esos chicos. Y ahora ¡míranos! De nuevo en el centro de las conspiraciones ¿no te dice algo?

—¿Que nunca debimos estafar a aquellos nobles en Kuray?

—Maldita sea, Allwënn ¡¡Hablo en serio!! —se crispó el arquero—. ¿No te aguijonea la curiosidad? ¿Ni un poco? ¿No deseas saber qué tienen esos muchachos que han atraído la mirada del Señor de las Runas y han sacado de su gruta al Venerable del Templado Espíritu? ¡Ishmant y Rexor son nuestros mentores, por Cleros! Hace veinte años ni lo hubiésemos pensado.

—Hace veinte años, Gharin, el mundo era bien distinto. El Culto era solo otra de las muchas iglesias. El Emperador se sentaba en Belhedor. Äriel estaba viva, y tú y yo formábamos parte del Círculo de Espadas. Ahora todo eso ha desaparecido. Los otros están muertos o desparecidos. Y tú y yo no somos más que dos desgraciados que suplican tener la suficiente fortuna para ver amanecer de nuevo. ¿Crees que me gusta mi vida? Hace veinte años que debería haber muerto y lo sabes.

—Pues hagamos algo por recuperar el tiempo perdido. Sigamos a Ishmant. Veamos qué ronda por la cabeza de Rexor. Sepamos qué tienen que ver estos humanos con todo esto. ¿O sencillamente vamos a volver la cabeza y seguir suspirando amaneceres por venir, que serán idénticos, hasta que una soga nos haga mecernos al viento apretándonos el cuello?

Allwënn quedó mirando con sus brillantes pupilas a su compañero. Aquella mirada se dilató una vida.

—¿Quieres seguir a Ishmant?

—Quiero volver a ser lo que fui. Quiero un motivo para luchar. Y para morir. Sé que tú no lo necesitas, pero yo si—. Allwënn le miró con hondura y quedó clavado en aquel gesto grave y adusto.

—Eres el hermano que nunca tuve y lo sabes —se confesó aquél—. Esos humanos siguen a mi cargo. Les di mi palabra y me arrancaría la piel a tiras antes que faltar a una promesa aunque no sepa cómo ayudarles. La idea de entregarlos a Ishmant sin más se me antoja apetecible, no te mentiré. Es una buena oportunidad para desembarazarnos del problema. No te negaré que la vuelta del Venerable y las noticias de que Rexor ronda por ahí con algún dilema metafísico en su cabeza me causa turbación. Pero no sé si me apetece mezclarme en sus asuntos. No creo que nada ni nadie puedan devolverme lo que fui. Para mí la vida hace tiempo que carece de sentido. Pero si para ti es importante, iremos con el monje. Sólo por el momento. Sólo hasta saber qué maldito sentido tiene todo esto.

—Eso me basta, Allwënn —añadió aquél con un gesto de gratitud—. Sé lo que significa para ti.

—Lo hago por lo que tú significas para mi, Gharin. No por mi propia voluntad. No lo olvides.

Gharin esbozó una sonrisa de satisfacción.

—No, no lo olvidaré. Gracias, viejo amigo.

Frío, viento, grises nieblas envolvían un tenebroso paraje nocturno. Sólo el aullido del viento que se confundía con los sonidos de la tormenta. Aullaba como un animal furioso o acaso no sólo el viento lanzaba su grito. Una luz difusa y escasa iluminaba vagamente el terreno árido y yermo, ahora cubierto por sombras. Los árboles nudosos extendían sus ramas sin hojas en retorcidas posturas, como dedos crispados en multitud de manos deformes. Como si en su mudo silencio agonizaran.

Una figura se recortaba sobre una de aquellas lomas. En la distancia sólo un oscuro punto sin forma sobre la encrespada tierra. Oscuro, sin duda. Más aún que la solitaria envoltura de tinieblas que lo revestía. Podría tratarse de cualquier criatura si acaso aquello respondiese a un ser vivo y no otra dantesca imitación humana de aquella flora espectral.

Conforme la visión se acercaba, sus formas comenzaban a perfilarse con timidez... fuese lo que fuese no se movía. Permanecía inerte, clavado en el cerro, como si de una estatua de sal se tratase.

Una figura alta y deforme... quizá...

No. Se trataba de un jinete...

Un jinete sobre una montura descarnada. Una carcasa de carne putrefacta que se agitaba en una imitación horrible de un caballo. Se envolvía en largos hábitos carmesíes y una capa que ocultaba su rostro flotaba en el intempestuoso viento. Permanecía quieto, en silencio. Inmóvil. Bajo su capucha, donde debería aparecer el rostro, sólo una espesa negrura y el vacío más denso. Un rayo quebró los cielos partiendo en dos las oscuridades con su látigo eléctrico. Un resplandor fugaz convirtió la noche en día por unos instantes. Y pudo verse su rostro seco y sus arrugadas facciones de muerte. Su cabeza de cadáver viviente y sus terribles ojos consumidos. Unos orbes hirvientes y espectrales como los ojos de la misma muerte que de pronto se abrieron de súbito como llenos de sorpresa. Entonces un aterrador sentimiento invadió el cuerpo, una poderosa sensación inexplicable. En ese mismo instante, en algún otro lugar, en algún otro espacio. Aquellos mismos ojos nos miraban con la satisfacción de habernos descubierto. Ishmant abrió los ojos sobresaltado por el miedo.

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