El enviado (34 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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Uno de ellos, un soberbio ejemplar, tenía el pelaje inmaculado de un resplandeciente color blanco. Sus crines del mismo albino color descendían desde las altas cumbres de su cabeza en una ola plateada de muy larga caída. Su silla, algo especial, cubría parte de los musculosos cuartos del animal con varios receptáculos y departamentos, bolsas y vainas de espada, todas vacías de armas.

El otro rocín, del mismo color crema que los singulares cabellos de Alexis, poseía unas crines rubias, casi tan claras como las del blanco corcel. Un diamante de la misma tonalidad coronaba su frente. En sus trinchas, también se alojaban varios petates de cuero y un macizo escudo de diana de acero.

Alex se acercó hasta mi posición para observar conmigo aquel escudo que colgaba de la montura color crema, cuando oímos que Odín nos llamaba. El ronco torrente del chico llegó a nosotros antes que su figura por entre los cuerpos de los caballos. Pronto estuvo lo bastante cerca como para poder mostrarnos lo que portaba en sus manos.

—Son algunas de las armas de esas bestias que nos atacaron —anunció justo cuando ponía ante nuestras narices la afilada hoja de un alfanje de doble puño y el voluminoso filo de un hacha de batalla. Eran impresionantes. Alex trató de levantar una pieza.

—Pesa... muchísimo —se quejó Alexis sosteniendo con dificultad el peso del arma. Se trataba de armas simples en sus formas. Rudas y toscas. De aspecto salvaje.

—Desde luego, esto no sirve para talar árboles —dijo Odín con la vista puesta en la monstruosa hacha. Alex clavó la punta del alfanje en el suelo y suspirando se dirigió a nosotros.

A Claudia se le hizo un nudo en la garganta.

La figura de cabellos morenos se alzó revelando su torso. Se había girado quedando de cara a ella. Hubiera bastado su envidiable arquitectura física. Quizá, hubiese sido suficiente descubrir su brazo poderoso, sus espaldas anchas y fornidas, su vientre plano o su pecho recio y musculoso. Quizá, si no lo hubiera descubierto todo de súbito hubiese reaccionado de otra manera. Claudia supo rápidamente que no se trataba de mujeres quienes disfrutaban del placer del baño, si no que había descubierto a un par de hombres.

Aquellos cuerpos bien merecían un inocente vistazo. El muchacho rubio, de fibrosa constitución carecía del vello y su musculatura no resultaba tan henchida como la de su compañero pero las proporciones de su cuerpo no tenían lugar donde una mujer pudiera poner falta. La muchacha estaba tan nerviosa por no delatarse, mirando a un lado y a otro que tardó en reconocer a ambas figuras.

¡¡Eran ellos!! Casi no podía creerlo ¿Ellos? ¿Y dónde habían quedado esos dos malolientes jóvenes de tan deplorable aspecto? ¿Era posible que un simple baño consiguiera aquél milagro? ¿Era posible que hubiera tanta mugre en aquellos dos cuerpos como para ocultar a los ojos de una mujer seres tan apuestos? Lo cierto es para todas aquellos interrogantes había una afirmación gigante.

—¡Fíjate en esto! —Alexis se había agachado junto a las gruesas raíces de un árbol donde descansaba un soberbio arco compuesto de casi metro y medio de envergadura. Una pieza de singular forma y abundante decoración tallada. Sus ojos jamás habían visto tan cerca una pieza como esa.

—Es increíble —se dijo en un susurro con sus pupilas fijas en la extravagancia del arma. Odín se agachó para alcanzar el carcaj de piel y extrajo una de sus muchas flechas. El arco poseía un aura extraña que asustaba un poco a los muchachos. Era como un influjo inexplicable que parecía retraer a la mano, ansiosa por asirlo y palpar por sus propias yemas el ornamento minucioso y dormido que lo revestía. Las pupilas se dilataron cuando la flecha salió a la luz del sol.

—¡Mira eso! —exclamó Alex.

—¡Menuda flecha!

La punta de metal que remataba el mástil no poseía la forma convencional. Mucho más alargada y fina, pronunciaba su aguijón en un perfil aerodinámico con acanaladuras desde la afilada punta a la base. En ella podía apreciarse, rallado en el cuerpo duro y brillante de la aleación, unos signos. Quizás una palabra. Quizás mera filigrana ornamental, sin descifrado posible y que seguiría ocultando su significado entre sus lazos, si es que acaso encerraran traducción posible. Su acabado y presencia eran tan elegantes como mortal debía ser su penetración en un cuerpo vivo. Odín volvió sus ojos hacia Alex. El rostro se le había sumido en una profunda seriedad.

—Esto mata, Hansi —dijo. Su compañero apartó también la vista del puntiagudo metal y alzó al cielo sus palabras—. Y algo me dice que no es solo para los gamos que cazan.

—Me pregunto qué clase de tipos son esos, amigo. A fin de cuentas, ellos también estaban prisioneros. Me pregunto ¿Qué habrían hecho? —le confesaba Alex—. Liquidaron a aquellas bestias sin el menor remordimiento.

—Es más que probable que nuestro destino en manos de esas criaturas no fuese mejor que el que ellas encontraron —advertía el pragmático gigante—. Pero esos dos están acostumbrados a matar... y Alex, no me preguntes por qué lo sé.

Pero Odín llevaba aún más allá su interrogante.

—¿A qué clase de mundo hemos venido a parar si los hombres mercadean tan barato con la vida y la muerte?

Una súbita imagen golpeó la conciencia del muchacho evitando que concluyera. Su rostro se alteró, dando evidentes muestras de inquietud.

—¡Claudia! —fue lo único que acertó a decir. Apartándonos bruscamente salió corriendo por entre nosotros en dirección al bosque.

Gharin estaba a punto de mostrar al viento la piel bajo su cintura. Tan sólo unos metros le separaban del borde del lago donde las aguas besaban las recias rocas de la orilla. Claudia sentía cómo su corazón se aceleraba. Todas las demás sensaciones se habían subordinado. Menudo apuro si la cazaban ahora.

Y sus miedos se hicieron realidad. Por entre los árboles se escuchó una voz familiar que gritaba su nombre con insistencia. Se puso tan nerviosa que ya no sabía en qué dirección se salía de allí. Cuando sus ojos se volvieron a posar en los jóvenes cuerpos. Contempló con sobresalto que aquellos miraban extrañados hacia todas direcciones como si también hubiesen escuchado ese nombre de mujer en el bosque. Temerosa de ser descubierta salió como pudo de la prisión de ramas y hojas que la detenían. Casi apareció sobre las narices de Alex que venía cruzando la foresta en su busca. El chico se extrañó al verla surgir tan de repente de la maleza y con la expresión forzada que acompaña los movimientos de quien intenta encubrir algo.

—¿Qué estabas haciendo? —A Claudia, aquella voz, le pareció la de su padre. Al momento enrojeció de vergüenza. Era como si el chico conociese los pormenores de la situación y sólo quisiera escucharlos de sus labios. Exactamente igual que el adusto señor notario solía hacer con ella.

Entre sonrisas forzadas y evidentes signos de inquietud, intentó buscar una excusa que se resistía a aparecer. Temía que su amigo percibiese el vago eco de la cascada y decidiera a mirar. Al menos confiaba que los muchachos se hubieran vestido si ello llegaba a ocurrir. Se moriría si Alex llegase a descubrir en qué había empleado su tiempo.

—¿Qué llevas en la cabeza? —preguntó el joven al percatarse de la torcida corona de flores que decoraba la frente de su compañera.

—¡Oh... ¿Esto?! ...Eh... —balbuceó la chica durante unos instantes—. ¡Flores! ¿Qué ocurre? ¿Una no puede entretenerse recogiendo algunas flores? —confesó al fin—. ¡Me habías asustado! —Alex no quedó demasiado convencido y así se lo hizo saber con la mirada, pero había cosas más importantes que hacer que dudar de su amiga.

—Salgamos de aquí, tenemos asuntos serios de que hablar—. Claudia bajó la cabeza. Sus pómulos estaban coloreados de rubor. Pero, aunque la chica se sentía turbada por lo que había pasado, bien es verdad que lucía una sonrisa que tardó en desaparecer de sus labios.

—No veo otra solución que seguir con ellos y confiar que puedan conducirnos a alguien que nos ayude... o al menos que nos crea. Sólo que alguien nos dijese dónde estamos, sería un paso.

—¿Confías en ellos? —preguntó el guitarrista a Odín que tan pocas opciones presentaba en su análisis.

—¿Tenemos otra elección, amigo mío? —respondió aquél.

—Deberíamos confiar en ellos. Lo de anoche fue una experiencia terrible, Alex. Lo sé, pero nos sacaron de allí —intervino la chica—. No nos necesitaban. Podrían haber escapado ellos solos o podrían habernos matado a nosotros también. Pero no lo hicieron.

—Lo sé, lo sé, Claudia. No es eso lo que estamos juzgando.

—Lo inquietante es que parecen muy acostumbrados a hacerlo —intervino Odín para apoyar a su amigo—. Lo que hicieron con aquellas bestias... Recordad eran al menos quince y ellos solo dos. Yo mismo no hubiese podido con un par de ellos ni aunque fuesen desarmados. Esos tipos sabían lo que estaban haciendo y lo hicieron bien.

—Algo habrían hecho para acabar en una jaula —añadió Falo apoyado en un árbol cercano desde el que seguía de mala gana aquella conversación. Odín se volvió hacia él con gesto agrio.

—Nosotros también acabamos en aquella jaula, imbécil. Y no hicimos nada. Solo pasar por allí —le increpó—. Si tienes algo interesante que añadir, ven aquí y cuéntalo. Si no, más vale que te calles... que tienes mucho que callar.

Falo le dedicó un gesto obsceno y se dio la vuelta, como si todo aquello que discutíamos le estuviese sobrando. Odín se volvió hacia nosotros con el rostro cansado por la actitud de aquel chico.

—¿Qué queréis decir? —quiso concretar la chica.

—Este lugar es muy diferente a lo que conocemos, Claudia —advertía de nuevo el rubio guitarrista—. La gente va armada y no parece tener ningún respeto por quitar la vida. No sabemos nada de esos dos. Apenas sabemos algo de este maldito lugar ¡Ni siquiera sabemos cómo diablos se llama!

Tenía razón. Alex tenía razón. Desconocíamos incluso lo más básico del lugar que nos rodeaba. Aquello, que parecía una mezcla entre el infierno y el paraíso, nos resultaba absolutamente un misterio. Por muy descabellado que pudiera parecer cuando se envolvía de palabra, nos hallábamos perdidos en un mundo insólito plagado de seres y gente violenta. Parecía una obviedad pero si queríamos salir de él, primero debíamos aceptar la idea de que estábamos dentro.

—Yo tendría cuidado con vuestra amiguita —añadió Falo desde la distancia con cierto tono irónico.

—¿Con Claudia? ¿A qué te refieres? —Preguntó Alexis extrañado. La aludida nos miró a todos con gesto extrañado. No tenía ni idea de a lo que podía estar refiriéndose aquel idiota.

—No es mi tipo, pero esta buena. Y esos tíos podrían... —insinuó con un gesto muy clarificador.

—Eres un cerdo, ¿sabes? —le espetó ella asqueada con la particular sugerencia.

—¡Oye, yo sólo me preocupo por ti! —le contestó aquél algo indignado con la reacción de la chica.

—Para tu información, no todo el mundo piensa con la entrepierna.

Lo cierto es que ni Alex ni Odín vieron tan desacertada la observación de Falo. Es verdad que podía haber sido menos explícito pero eso no le quitaba parte de razón. Claudia merecía una atención especial. Si esos tipos habían descuartizado a la formación de orcos, muy pocas cosas iban a detenerlos si decidían propasarse con ella.

—¿Pero vosotros dos sois idiotas o la tontería se pega al lado de este capullo? —se indignó ella —¿De verdad creéis que estaríamos aquí si esos dos tíos hubiesen querido deshacerse de nosotros? ¿Creéis que si hubieran querido tener algo conmigo no lo hubieran hecho ya? ¡¡Hombres!! A veces me irrita esa especie de... pensamiento de colmena que tenéis. Todos acabáis diciendo las mismas tonterías tarde o temprano. ¿Dudáis de ellos? ¡Qué nos puede pasar! ¿Qué se cansen de nosotros y decidan cortarnos el pescuezo? Por favor ¿Nos espera algo mejor andurreando por ahí absolutamente solos? —El resto nos mirábamos entre nosotros mientras ella hablaba—. Son lo único que tenemos. Lo único a lo que agarrarnos en este lugar de locos ¿Y vosotros os ponéis paternalistas? Vaya a ser que quieran tocar a la niña... ¡¡Bobos!! Tenemos que pegarnos a ellos como lapas. Con gusto me abriría de piernas si eso nos saca de aquí. ¡¿En qué estáis pensando?!

Aquello resultó un buen ejemplo de dialéctica femenina. Cuatro hombres discutiendo lo mejor para el grupo y sin duda acabaríamos haciendo lo que ella propusiese. Y no es que le faltase razón, desde luego, eso es lo mejor de todo. Tenía toda la razón.

Un movimiento tras nosotros evitó que la conversación continuara. Un sonido boscoso de ramas y hojas que se apartan del camino resultó ser la antesala de una imagen que nos volvería a sorprender.

Imaginábamos que del follaje saldrían aquella extraña pareja de nuestras diatribas. Y así fue. Lo que no podíamos creer es que fueran los mismos muchachos que encontráramos por accidente, malolientes y harapientos, dentro de aquella jaula.

—¿Son ellos? —exclamó Odín sin acabar de creerlo.

—Lo que puede llegar a hacer un baño —dejó escapar sin intención la muchacha. Alex la miró con sorpresa. Ella se apercibió pero disimuló con coquetería.

No habíamos tenido la oportunidad de observarlos detenidamente antes de aquella ocasión.

Gharin era más alto. También de constitución más delgada y fibrosa. Allwënn, por el contrario poseía un potente desarrollo muscular. Piernas anchas y fuertes. Vigorosos bíceps y pectorales amplios y gruesos. Su piel era mucho más oscura que el tono pálido del primero. Parecía obvio que eran dos hombres atractivos, muy atractivos. Bastaba comprobar el gesto complacido de claudia para salir de dudas.

Gharin poseía rostro de adolescente. Imberbe, de suaves formas y perfil cincelado. Sus labios eran carnosos y apetecibles. Su mirada entornada con sus azulísimas pupilas podría devolver vida a los mismos muertos. Allwënn, de piel más parda, era poseedor de unos rasgos mucho más varoniles y curtidos. Parecía a su lado mucho mayor. Su semblante tenía signos de mayor madurez confiriéndole un magnetismo especial y un atractivo personal y viril. Allwënn lucía una silueta firme y de perfecta definición muscular; otorgandole unos miembros inequívocamente masculinos.

He aquí lo que a primera vista había en ellos de dispar. He de admitir que en ese momento la profundidad de la observación no dio muchos más frutos que los ya revelados. Sin embargo, y hablo de posteriores y más detenidos estudios, pude constatar que había demasiados aspectos comunes entre ellos, lo que me permitió abrir la idea de una raíz común y que tantos dolores de cabeza me supuso después.

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