El enviado (26 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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—Quienquiera que la dejase la placa allí hubo de acceder a Yra antes que la expedición elfa, quienes se atribuyeron el mérito de ser los primeros. Por supuesto, esta afirmación puede ser producto de la prepotencia élfica. No sería la primera vez que tratan de ejercer su arrogancia a costa de los enanos con su singular elegancia: los primeros en penetrar en la irreductible Yra, que ningún ejercito doblegó, orgullo y estandarte de la resistencia tenaz de los enanos, fueron las gloriosas legiones elfas. Poco importa que ya no hubiese enanos para defenderla o que yaciese olvidada y en ruinas durante siglos. Ante ello, pensemos que quienes se anticiparon a los elfos obraron en secreto. Que entraron y se fueron sin alterar nada. Podría llevarnos a pensar, dejar intuir al menos, que conocían lo que buscaban.

—Creo que comienzo a sospechar lo que tratas de decirme —aseveró el dueño de la casa. Su rostro había tomado un cariz tenso, intranquilo. Bebió un largo trago de la infusión—. Crees que alguien intuía que la Esfera de la Vida aún se encontraba en Yra tras su destrucción y regresó para buscarla. Déjame adivinar. Supones que lo hizo el Culto de Kallah a razón de las líneas que se describen en el Sedd Infersus. Existen conexiones y podría tener sentido pero... ¿Quién asegura que lo que ese lunático muerto por autofagia asegura haber visto en una de sus degeneradas relaciones con el Culto fuera la auténtica Esfera de la Vida? Y, puestos a ello, nada confirma tampoco que ésta sea la verdadera representación de la placa de Yra.

—La esfera fue concebida como una enorme matriz de poder mágico. Eso queda implícito en la propia Tradición. El hecho que me hace pensar que la esfera descrita en el Sedd Infersus es la Esfera de la Vida es la ceremonia descrita en sus páginas. Como has podido leer es precisamente un ritual de almacenamiento de poder. Lo que me hace vincularla con la escena de la placa de Yra es exactamente lo mismo: una ceremonia de almacenamiento con una esfera como matriz.

—Una esfera. ¡La Esfera! —añadió Ishmant que ya conocía el desenlace. Rexor agitó sus manos en un gesto de evidencia.

—¿Entonces?

—Entonces es posible, sólo posible, que el Culto haya guardado en su poder desde tan tempranas edades una de las reliquias más poderosas de las leyendas, sin que nadie haya podido sospechar nada—. Rexor se detuvo con el dedo crispado de su diestra mirando a Ishmant como si quisiera asaetearlo con sus rasgadas pupilas—. Aunque lo que me llena de pánico es sospechar que la hayan ido cargando poco a poco, insuflándole poder; agrandándola generación tras generación y volviéndola aún más poderosa. Sólo los Dioses saben cuánta energía podrían tener almacenada. Mi querido Ishmant, además, tener la convicción de que persiguen las reliquias Jerivha me hace sospechar la finalidad de tanto poder mágico en reserva—. Otra vez volvió a enmudecer durante unos segundos y la carga de sus palabras pareció profética—. Si han podido barrer el Imperio sólo con la ayuda del demonio Némesis, prefiero no pensar lo que podrían hacer si consiguiesen sus propósitos. Ahora cuentan con Neffando y sus Levatannis... y quizá el resto de las Almas Innombrables. Solo los dioses saben si con alguien más. Si esperamos, no viviremos lo suficiente para ver un segundo paso. No vamos a tener una segunda oportunidad. Es el momento de levantarse.

Ishmant, serio, parecía haber dejado de respirar.

—No —dijo con una sequedad que abrumaba.

—¿No? —repitió un tanto asombrado su compañero. Desde luego no era la respuesta que esperaba escuchar de sus labios después de lo expuesto.

—No —sentenció aquél nuevamente, si cabe aún más enérgico, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza—. No, no es tu manera lógica de actuar—. El humano se levantó de su asiento con la taza de hierbas entre sus dedos y se encaminó hacia una de las pequeñas ventanas. Tenía empañados sus cristales a causa del calor interior y castigados los maderos por la furia de la tormenta que azotaba desde fuera. Desde allí se torció para dirigirse a su amigo.

—Me marché de un mundo agonizante, sometido, inmóvil. Casi veinte años después ese mundo sigue igual salvo que la mano opresora es más fuerte y los humanos casi hemos desaparecido. Se han hecho más fuertes, más numerosos. Han convocado criaturas poderosas. Han unido clanes bajo un mismo estandarte y han formado un ejército invencible. Vienes después de tantos años a estas praderas muertas y me cuentas que si ayer eran cientos hoy son miles. Si eran poderosos entonces, ahora lo son mucho más que cuando me marché. Incluso sospechas que podrían poseer artefactos que creíamos producto de las fábulas y mitos de antaño—. Ishmant le atravesó con sus ojos oscuros y el rostro convertido en piedra.

—No has podido hacer un viaje tan atroz para decirme que no hay salvación posible. En lugar de eso afirmas que éste es el momento y yo no puedo imaginar uno más desfavorable. No. No es tu forma meditada y racional de obrar, viejo amigo. No hubieras dicho palabra si no la hubieses madurado y reposado antes como envejece el buen caldo en el barril—. Ishmant se acercó de nuevo a su gigantesco compañero hasta quedar a escasa distancia de su rostro.

—No, Rexor. No puedes ocultarme nada. He sentido la agitación en los estratos. Pero… Decidme la verdad, Señor de las Runas, Guardián del Conocimiento... No la he sentido sólo yo ¿No es cierto? Por eso estás aquí.

A Rexor no le extrañó saber que las reminiscencias de tan vasto temblor se hubieran dejado notar hasta en las profundas latitudes del Ycter Nevada, aún así, no dejaba de sorprenderse ante su magnitud. A la pregunta del humano se limitó a responder con un cabeceo negativo, lento y enérgico.

—No —confesó—. No has sido el único.

El rostro de Ishmant se derrotó como un caminante exhausto y su mano se frotó los cansados ojos.

—Entonces creo que he hecho muy poco Kyawan. La noche va a ser larga —añadió.

—¿Tienes tú algo que ver? —preguntó Ishmant volviendo al asiento con dos nuevas tazas de infusión. Ishmant conocía la respuesta pero dejó que Rexor se explicara. Era parte de su juego. Su invitado aceptó el ardiente brebaje y no pudo evitar soltar una sonora carcajada ante las sospechas del viejo monje Kurawa.

—¡No, por Yelm! Me halagas, pero me sobrestimas si crees de verdad que soy capaz de un prodigio semejante —le contestó con aquella voz grave y profunda que rugía desde su garganta.

—¿Quizá Ossrik o el Némesis? —Rexor probó antes de contestar, retirando sus labios prestos del borde de la taza comprobando lamentablemente que aún resultaba arriesgado degustar el amargo caldo. Del recipiente de su compañero todavía se elevaban volutas de humo blanco que se abrazaban en una danza de rizos, alargándose hasta desaparecer en la penumbra.

—No tiene el sello de la Oscuridad. Podría apostar la vida a que si proviniese de ellos ya hubiéramos notado sus efectos—. Ciertamente aquello resultaba bastante lógico.

—¿Quién entonces?

—Te dije que volvería con respuestas, Ishmant. Escucha este viejo acertijo Kâabary—. El humano terminó su taza y se apoyó contra la pared dispuesto a escucharle—. «
Un insecto sale del nido en busca de alimento. En su vuelo halla una hermosa flor de la que brotan unas apetitosas gotas de néctar. El insecto vuela hasta la flor y cuando posa sus patas en el sabroso líquido descubre que han quedado pegadas a él. Los pétalos de la planta se cierran en torno y la planta termina devorándolo sin remedio»
. Dime... ¿Qué error ha cometido?

Ishmant quedó un momento pensativo. Casi había olvidado la disciplina del alumno, acostumbrado a ser mentor y no el discípulo. Su esforzada meditación recorrió mentalmente el juego de palabras que su enorme visitante le proponía. Confiaba seguro en hallar la respuesta encerrada en las propias líneas del enigma.

—Se deja engañar por la apariencia —contestó, con cierto recelo, no demasiado convencido de que la respuesta fuese tan obvia. Su compañero le aguantó una mirada penetrante, directa a las negras y dilatadas pupilas del exiliado guerrero. Entonces, desvió sus ojos al tiempo que suspiraba. En ese instante Ishmant ya supo el valor de su respuesta.

—Error —manifestó el gigante con tono solemne—. Has elegido el camino más fácil, amigo mío —prosiguió reclinándose en su asiento—. Has respondido lo más lógico, lo más evidente. Por eso has fallado. La solución hay que buscarla más allá de la mera apariencia—. Las pupilas de Ishmant se iluminaron con el brillo de una idea ante lo dicho por Rexor. El desenlace apareció tan claro como el agua de un manantial de las nieves.

—Claro...  —dijo con cierta chispa en su rostro—. El Insecto ha dado por hecho que una flor jamás podría dañarlo—. Rexor bajó los ojos al suelo mientras el amago de una sonrisa se dibujaba en sus labios. Casi había olvidado la excepcional talla de la persona que se sentaba frente a él.

—¡Exacto! —exclamó convirtiendo su voz poderosa en un susurro—. ¡Ese es el gran fallo! Lo ha dado por hecho —continuó con renovado énfasis—. No es que se deje engañar por la apariencia. Carnívora o no, al fin y al cabo es una flor. No más distinta o semejante a cualquier otra. Pensar que algo no puede jamás suceder, simplemente porque no parezca probable es lo que constituye la gran equivocación. Aquel pobre insecto dio por hecho que él era quien se alimentaba de las flores y no al contrario. Si le hubiésemos alertado de su peligro, apuesto a que se hubiera mofado. Se hubiese reído de nosotros abiertamente. «¿Una flor que come insectos?» diría «¿Seguro que no os habéis emborrachado con algún vino barato de taberna?» Esa confianza, comprensible a pesar de todo, es la causante de su desgracia. Se equivocó... como todos nosotros lo hemos hecho.

Ishmant sospechaba lo que su amigo comenzaba a esbozar con tan singulares ejemplos, pero quería estar seguro de que así era.

—¿Qué quieres decir? —Su compañero apartó la vista un instante dirigiéndola al tupido enjambre de libros que se apilaba en las estanterías de una pequeña biblioteca. Cierto que no muy grande, aunque sí bastante bien aprovechada.

—Apuesto a que tú mismo tienes la respuesta—. Diciendo eso, se levantó de la butaca que lo había estado soportando. En pie, su estatura lo elevaba hasta casi los tablones del techo y todo parecía encoger a su lado. Pasó junto a Ishmant y se dirigió hasta los libros, dormidos en orden, esperando la mano selecta que abriese sus páginas y les hiciese romper el voto de silencio que les impone la soledad y el olvido. Allí, tras un largo momento de examen y búsqueda, extrajo un viejo volumen de antiguas pastas en azul intenso. Lo abrió, ojeando sus páginas con rapidez; como si supiera aquello que quería encontrar y donde lo hallaría. Con una espontánea expresión de felicidad, el gigantesco personaje se detuvo en una de aquellas hojas amarillentas y se acercó de nuevo a Ishmant sin despegar las pupilas del texto.

—Aquí está —anunció con el dedo de nuevo enfundado en el cuero negro de su guante señalando un fragmento en el escrito—. «
Tiempos de guerra vendrán; sones de batalla... Largas horas, días de coraje, eterna la Noche. Momentos de encuentros, vendrán; espadas sin vainas... Una hirviente, como la hoja del acero en la forja; un millar, sedientas de sangre... Una docena con la luz de la esperanza y una más... de los Hombres
[ 15 ]
»- Ishmant escuchaba con atención el fragmento que ya conocía, en la sonora voz de su amigo. A la vez refrescaba su memoria buscando la continuación, tratando de evocar los siguientes versos; sin duda perdidos en su recuerdo—.
«Desde más allá, ha de llegar. Desde más allá del recuerdo y del olvido... desde más allá, vendrá; junto a los Dioses y de los Dioses... Alza la sangre que le da nombre y ruge al cielo el Advenido: ¡Vhärs Alehá üth wêlla aloe
[ 16 ]

—Los labios de Ishmant repitieron sin voz la última frase. Ahora recordaba a la perfección el extracto seleccionado.

—Cuarto cántico. Salmo segundo —concluyó el narrador cerrando de un golpe la vieja y gruesa encuadernación. El guerrero salió del éxtasis de sus meditaciones. El libro se trataba de «
El Encuentro».
Primero de los tres enigmas de un antiguo pensador elfo. El carácter un tanto envuelto en la leyenda y en lo profético de su autor hacían que el texto cobrase una dimensión particular.

—Arckannoreth —concluyó Ishmant. Rexor hilaba bien... estaba cerca... ¿Encontraría la verdadera relación? Habría de dejarle continuar... —¿Crees que está relacionado? —Rexor le miró directamente a los ojos.

—Sé que conoces la obra —le dijo —¿Lo pondrías tú en duda? —Ishmant aguardó unos segundos antes de manifestar una convencida negación con su cabeza—. Cometimos el primer error: el error de creer la apariencia. Hace más milenios de los que podemos recordar alguien escribe unos textos visionarios augurando un futuro con Dioses del Mal, un Mesías exterminador enviado por la Luz y el mítico Filo de Jade. Lo carga a cada paso de metáforas insondables, de jugosa leyenda y de miles de misterios e interrogantes. Es una pieza lo suficientemente sugestiva como para alcanzar directamente uno de los lugares reservados a los hitos de nuestra literatura y quizá de nuestra mitología. Y probablemente sus augurios fueran lo bastante acertados como para propiciar el oscuro final del autor y la malinterpretación su obra, ya incluso en tan distante época. ¿Quién habría de tomarlo en serio en el distorsionado avance del tiempo? Tenemos de él la visión de loco ingenuo, visionario extravagante y demente. Incomprendido en su grandeza y profundidad por sus propios coetáneos y sobredimensionado por las culturas que lo sucedieron. En el Culto de Kallah, aún hoy, le siguen llamando el profeta maldito... y eso me preocupa. ¿Por qué «Profeta» si sólo era un loco? Tal vez no sólo decía la verdad, sino que nos la mostraba clara a nuestros ojos. Quizá no sólo nos avisaba de lo que podía ocurrir. Quizá, y he aquí lo que preocupaba a la Sombra, nos decía cómo podíamos combatirla.

—Tú lo crees, ¿verdad —aseguró Ishmant mirándole con gravedad—. Crees que ha llegado el Vhärs-Aleha, el Advenido de los Dioses que nombra Arckannoreth en sus Enigmas.

Las llamas del hogar hacían bailar las sombras empequeñeciéndolas o haciéndolas crecer a su antojo, llenando la sala de un fugaz baile de negras siluetas sobre las paredes.

—¿Y cuál es nuestro papel en esta historia? Si fuese cierto. Si hemos de creer al filósofo, Él nacería con la fuerza, no nos necesita.

Esa era otra lanza. Otra prueba para testar si el Guardián del Conocimiento realmente tenía control sobre la información. Rexor volvió a la silla con calma.

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