El enviado (29 page)

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Authors: Jesús B. Vilches

Tags: #Fantástica

BOOK: El enviado
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De entre sus cabellos, una pequeña luz surgió atravesando la maraña de dorados hilos, delatando el lugar donde debería situarse el lóbulo de su oreja. Su brillo aumentó, haciendo inevitable desviar la atención hacia él. Sentimos algo extraño en el cuerpo. Como si un halo invisible creciera desde el pecho y se extendiera como ondas en un lago al que se ha lanzado una piedra. Crecía por todo mi cuerpo. Incluso lo sobrepasaba. Se le unía a un calor extraño y onírico, más parecido al que se tiene en sueños mientras se lucha contra la pesadilla. Se parecía al singular tacto gélido que lacera la espalda en un escalofrío. Recorría una a una las vértebras de mi columna, tan lentamente que me hizo estremecer. El resplandor de su oreja empezó a debilitarse y con él las sensaciones que afectaban a mi cuerpo, también su canto. Con una mirada supe enseguida que todos habíamos sufrido aquellas mismas alteraciones. Los ojos, las expresiones del resto de mis compañeros así lo manifestaban. Todo volvió a la calma después de los escasos segundos en los que el proceso se sostuvo. Entonces fui consciente de que mis músculos habían estado rígidos soportando una terrible presión y ahora notaba como si me hubiesen quitado un descomunal peso de encima. No tardamos en comprobar las consecuencias inmediatas de lo qué había ocurrido.

—¡¿De qué olvidado rincón de este mundo habéis salido que ni siquiera habláis la
lengua común
?! —nos preguntaba el joven de cabellos rubios con la insólita suavidad de su voz. Esta vez el golpe nos dejó sin sentido. No sólo hablaba nuestro idioma, ni siquiera poseía el más mínimo atisbo de acento. Se expresaba con una escrupulosidad exquisita. Describir esta sensación es algo muy complicado. Resultaba un efecto mental, algo que entraba en conflicto con la parte racional del cerebro. Entendíamos perfectamente lo que decía. Es como si le escucháramos pronunciar nuestro idioma con una corrección irreal. Sin embargo, éramos conscientes de que realmente no lo hablaba, que seguía expresándose en aquel mismo idioma que hacía unos instantes nos resultaba incomprensible. Era algo que se operaba en nuestras cabezas. Le entendíamos, eso era todo.

—Yo... no... no entiendo... nada —balbuceó Alexis totalmente desorientado.

—Te juro, tío, que no eres el único —añadió, en estado similar, el enorme Odín. El efecto era muy extraño. Todos teníamos aquella inexplicable sensación. Falo parpadeaba con la boca tan abierta que podría haberse tragado al muchacho. Claudia que había mantenido su mirada encadenada a los brillantes ojos azules del chico nos miró con estupor comprobando que todos nos cruzábamos miradas en ese momento. La razón de aquel cruce de miradas no era otro que el comprobar que aquello no solo les permitía entender a aquel misterioso muchacho, sino que también había operado un curioso cambio en nosotros. Ahora nos escuchábamos entre nosotros con un acento neutro al hablar. Claudia y Alex se habían vuelto hacia su amigo con estupor. Odín también había perdido por completo característica musicalidad en su acento.

—Repite eso, Odín —le dijo Alex asombrado, ignorando la pregunta de aquel desconocido. Aquella reacción sorprendió al batería.

—¿Que repita…? —preguntó sorprendido el noruego. A Alex se le escapó una carcajada de asombro.

—¡No tienes acento! —Claudia parecía fascinada. El sucio joven nos miraba divertido.

—¿Que no tengo acento? —Odín parecía no poder creerlo—. Vosotros… tampoco.

—Magia Arkana elfa —dijo aquel desconocido—. «Las mil lenguas». Los emisarios elfos la solían utilizar en la antigüedad—. Su explicación nos obligó a prestarle la atención—. Es magia potente. Durará unos meses, aunque no sé si viviremos tanto tiempo. Y nos permitirá entendernos hoy sin importar el idioma que habléis. Es de lo mejor de mi repertorio.

—¡¡Magia!! —repetí en mi interior. Una súbita emoción embargó mi espíritu—. ¡Es magia! Magia de verdad—. Sabía, estaba seguro de que se trataba de un hechizo mágico, un conjuro. Siempre había tenido el presentimiento de que serían así. El cruce de miradas no tardó en volver a producirse.

—¿Magia? —repitió Claudia totalmente desconcertada—. No entiendo nada.

—¡Dioses! ¡Que Sogna me lleve si yo entiendo algo! —Confesó con estupor el andrajoso joven. La voz del otro ocupante de la celda se aproximó hasta nosotros.

—Esos estúpidos orcos no distinguirían a un gorp de su propia madre, pero es extraño que no le hayan atravesado las piernas a vuestro amigo, el gigante. Suelen cortar los tendones a quien les sobrepasa en estatura—. Odín tragó saliva ante la noticia.

—Un goblin. ¡Un solo y escuálido goblin y ahora mismo estaríais desangrándoos ahí fuera! —reveló el primer joven señalando con su encadenado brazo al exterior y obligando al otro a seguirle.

Como los fuegos fatuos de la noche dos brillantes esferas verdes se dejaron ver por entre el traicionero velo negro de la oscuridad. No pudimos evitar la fascinación de presenciar otra vez aquel prodigioso don de la Naturaleza: el resplandor iridiscente de unos ojos atravesando las sombras.

Avanzó rápido, seguido del ya habitual roce de las cadenas. La vaga e informe mancha en movimiento comenzó a adquirir unas leves formas y siluetas. Perfilaba el contorno difuso de un cuerpo, en apariencia humano también. De los luminosos anillos verdes de sus iris, la visión se fue ampliando según incidía sobre él la débil luz de la luna. El haz plateado nos reveló un rostro que presentaba los mismos castigos que los de su compañero. Cabellos sucios y despeinados, dientes manchados, ropas de elegante diseño pero enjironadas eran tónica general en ambos prisioneros. Sin embargo, éste, poseía unos rasgos mucho más marcados. Tenía la piel bronceada y curtida pese a la suciedad. Eso le separaba de los pálidos tonos del joven rubio. Una cascada de cabellos tan negra como el velo que nos acogía en su seno se despeñaba desde sus sienes hasta perderse en el abrazo sombrío de la anfitriona noche. Lucía también los crecientes y recios filamentos de una gruesa barba de varios días. Sin embargo, su mirada poseía algo inexplicable y misterioso. Algo que no se encontraba en los ojos del otro joven. Ya se sabe, tal vez fuera la intensa tonalidad verde de sus pupilas. Ese color exótico y traicionero...

—Habéis tenido demasiada suerte, humanos—. Las primeras palabras que surgieron de su garganta una vez revelado su rostro tenían ese tono grave y sonoro que antes parecía inundar la estancia sin dueño. Había enfatizado de forma evidente la última palabra. Odín fue el primero en percatarse o en todo caso el más rápido en responder.

—¿Humanos? —exclamó extrañado. El nuevo personaje volvió la vista hacia él, despacio, con un aura de misticismo. Clavó sus iris verdes en el rostro del músico.

—¿Es que acaso no lo sois? —Odín se detuvo un instante reafirmando lo absurda que le había parecido aquella respuesta. Otra persona robó las palabras que se habían formado en su mente al escucharle.

—¿Y es que vosotros no? —A Alex le parecía una pregunta estúpida. Aquellos ojos intensos se posaron esta vez en Alexis. Se detuvo unos momentos como observándole. Con un gesto distante de emociones empezó a dibujarse en la línea de sus labios una sonrisa mordaz. Miró hacia el suelo y carcajeó con suavidad antes de elevar la vista, aún con la mueca recortándose en su boca. Contestó con su cadenciosa voz.

—Chico, creo que te han dado un buen golpe.

Alex, al recuerdo de su accidente, llevó por impulso su mano a la nariz. El dolor regresó como las nieves en invierno—. «Mierda. Tiene que estar rota» pensó; pero la conversación había proseguido a espaldas suyas.

—¿Quiénes sois? —Les había preguntado hacía unos instantes.

—¿Quién quiere saberlo? —Debo confesar que me sobresalté. Aquellos endiablados ojos brillantes me intimidaban. A duras penas logré decirles mi nombre. El muchacho del cabello negro suspiró profundamente antes de contestar.

—Mi nombre es Allwënn. Él es Gharin —añadió, señalando con un dedo la figura de su rubio compañero—. Supongo que el resto de vosotros también tendrá un nombre—. Mis compañeros se sintieron aludidos.

—Yo soy... Hansi. Pero todos me conocen por «Odín» —desveló el primero de los músicos.

—Odín, pues —cabeceó el de ojos brillantes.

—Alexis —indicó el segundo. Cuando ambos posaron sus resplandecientes orbes sobre la muchacha, ella se sintió ruborizada.

—Mi nombre es Clau... Claudia —dijo casi con un hilo de voz. De nuevo sobrevino el silencio. Sin pretenderlo todos centramos las miradas en Falo.

—¡¡Eh, eh, eh!! ¿Qué demonios es esto? ¿Un maldito interrogatorio? —exclamó molesto ante la lluvia de miradas.

Alexis quedó un tanto perplejo por la desabrida respuesta del chico.

—Sólo quieren saber tu nombre.

—¿Y quiénes son estos dos para que tenga que decirlo? —Falo volvió la vista desafiante hacia nuestros misteriosos acompañantes.

—¿No crees que ya nos has metido en suficientes líos por hoy, chaval?- le acusó Odín con tono recio.

—Vete a la mierda, calvo —le respondió aquél intuyendo la crítica—. Cada uno que se busque la vida.

Allwënn no dejaba de mirarle con sus facciones fruncidas en un gesto sobrio, seco. Falo le batalló con soberbia

—¿Es que tanto te importa, amigo?

El personaje de largos cabellos negros tardó un instante en responderle. Tiempo durante el cual no bajó la intensidad de su penetrante mirada. La espera no sólo desconcertó a Falo.

—No, en absoluto. Siento haberte hecho creer que realmente me importaba conocer tu nombre—. Hubo un instante de silencio, pero aquellos ojos penetrantes no vacilaron. Falo sabía que una mirada así era un eminente y explícito aviso—. Además, chico, si vuelves a hablarme en ese tono te tragarás tu propia lengua—. Lo anunció con tal dureza que incluso Falo, que ya tenía su respuesta preparada, se la guardó. La pesadez de la situación fue aliviada por un elemento ajeno a ella. Una penetrante ráfaga de viento nos trajo el hedor característico de nuestros captores. Con él vinieron ruidos y voces que les pertenecían.

—¿Qué hacen? —preguntó Alexis acercándose a los barrotes. No pudo apreciar nada pues el ángulo en el que se situaba la carreta impedía observar sus movimientos. Sólo podíamos escuchar sus gruñidos y golpes.

—Están acampando —contestó Gharin, el más rubio de los dos —Comerán y luego dormirán como marmotas durante algunas horas. Proseguiremos el camino al amanecer.

—No han cazado nada en los últimos dos días —apuntó Allwënn, que se había apoyado entre los barrotes cerrando los ojos—. Las provisiones se agotan. Espero que no se les ocurra empezar con nosotros.

—¡¡Allwënn!! —le increpó Gharin llamándole la atención.

—¡Dios, ¿Pueden hacer eso?! —La expresión de Claudia era de vivo terror y no fue la única.

Con sus largos cabellos negros ocultando gran parte de su rostro, el aludido no se dignó a abrir los ojos. Se limitó a sonreír sonoramente, divertido con su broma.

—¿Pueden hacerlo? —reiteró Claudia.

—Esperemos que no lo intenten—. La chica arrugó la cara ante la ambigüedad de Gharin.

—¡Oh, Dios mío! —Una ambigüedad que no presagiaba nada bueno.

Durante unos segundos nadie hizo ningún otro comentario y todo quedó sumido en la tranquilidad de la noche. Alex notó la presión de unos dedos golpeando con insistencia en la espalda, cerca de su hombro. Al girarse comprobó que Odín le hacía señas para que se acercara hasta él. Se arrastró lo suficiente como para poner su oído a pocos centímetros de la boca de su amigo. Aquél dejó escapar en un susurro las palabras.

—Tal vez nos pudieran ayudar.

—¿Ellos? —intentó confirmar Alexis. Sin poder controlarlo, sus ojos buscaron a los insólitos ocupantes de la celda rodante. Allwënn parecía haber quedado dormido en aquella posición, recostada su espalda sobre los barrotes, cruzados sus brazos sobre el pecho. Gharin se hallaba en el lado opuesto al de su compañero también con la espalda apoyada sobre el frío metal que impedía nuestra libertad. Sin embargo, sus ojos brillantes y azules como el cielo seguían estudiándonos con interés.

—¿Tenemos otra opción? —Odín llamó al resto. Claudia, y yo nos acercamos a la pareja que formaban Alex y él en un extremo alejado de la jaula. Dejamos a Falo a un lado. Su hostil actitud lo apartaba de nuestros intereses. Había dejado claro que le importábamos muy poco delatándonos ante los orcos. Y con su última intervención demostraba también que podía ser una vez un serio obstáculo en una posible relación con aquellos personajes. En el fondo se aislaba solo y tal vez, de momento, fuera mejor así. Cuando todos estuvimos en disposición de escuchar, Odín comenzó a explicar en voz baja.

—Deberíamos contarle lo sucedido a estos tipos. Tal vez puedan ayudarnos.

—Están tan atrapados como nosotros —afirmó Alex mostrando sus grilletes—. ¿Cómo podrían ayudarnos?

—Al menos nos podrían decir dónde diablos estamos —aseguró el primero. Claudia esquivó nuestras figuras con la vista y divisó a los dos prisioneros. Allwënn no se había movido. Gharin seguía observándonos como un ave de presa.

—No nos creerán —manifestó Alex tajante mientras batía la cabeza en una negativa.

—¿Y por qué no? —Preguntó Claudia. Alex dirigió su mirada hacia la chica, ahora ahogado entre las sombras que la luna proyectaba sobre el carruaje.

—Porque no lo harán —repitió. Al torcer el gesto hacia los demás contempló las caras poco convencidas del resto de nosotros—. Eh, no es tan difícil. Tratad de verlo desde el otro lado. Volved a la ciudad contando que habéis estado en un lugar con un segundo sol en el cielo, bestias de piel verde empuñando lanzas y tipos que le brillan los ojos. Os tomarían por locos ¿o no? Pues francamente, no creo que nuestra historia les resulte más creíble a ellos.

Al verles por primera vez no adiviné la influencia y respeto que Alex infundía en su grupo de amigos. No sólo era así conforme a la música. No sólo era el alma de Insomnium, escribiendo las letras, llevando un rumbo en el estilo de música que les diferenciaba. No, también ejercía un liderazgo involuntario. Sorprende un tanto. Odín es uno de esos tipos que sobrecogen con solo mirarles, asimismo es el más adulto del grupo, el mayor; y con diferencia. Por eso era fácil atribuirle a él ese papel principal en la camarilla. Sin embargo, cuánto aún me quedaba por ver...

—Alguna vez tendremos que confesarlo —indiqué después de unos segundos de silencio. Odín me miró y luego se dirigió a Alex.

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