El enigma de Ana (35 page)

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Authors: María Teresa Álvarez

Tags: #Narrativa

BOOK: El enigma de Ana
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Muchas horas pensando en lo mismo la llevaron a concluir que la razón de la huida de su marido tenía que estar relacionada con la carta, ya que constituía la única anormalidad en sus vidas.

Le había costado mucho organizar su existencia al lado del hombre que amaba y no iba a consentir que nadie estropeara su labor.

Elsa, siempre Elsa… Ni después de muerta les podía dejar vivir tranquilos. Volvió a tomar el sobre en sus manos y se dio cuenta de algo que hasta entonces le había pasado desapercibido. ¡Almagro, 36! Entonces supo que Luis había visto la carta antes que ella. Sin pensarlo ni un minuto más, Inés Mancebo se puso a preparar una maleta. Saldría para Madrid lo antes posible. Esperaba que no fuese demasiado tarde.

Paseaban por el Retiro y Ana tenía que hacer auténticos esfuerzos para no hablarle a Bruno de Elsa. Le daba lo mismo que para todos siguiera siendo Luis Pérez hasta que se demostrara lo contrario; ella estaba segura de que aquel hombre que caminaba a su lado era el bibliotecario Ruscello, pero el doctor le había pedido que no le diera datos a Luis sobre quién era Bruno, porque tenía que ser él quien recuperara su pasado. Ana no podía evitar pensar en cómo sería la reacción de Bruno al recobrar su vida anterior: ¿amaría tanto a Elsa como ella lo amaba a él?

Había convencido a su tía Elvira para que convidara a Gálvez a almorzar en casa, con el propósito de comprobar si identificaba a Luis, pero el resultado no fue definitivo: Gálvez reconoció que no guardaba una imagen nítida del bibliotecario y mirando a Luis con intención de descubrir en él los rasgos de Bruno Ruscello, podía decir que sí, aunque también era verdad que si nadie le hubiese dicho nada, al verlo jamás habría pensado en la persona que trataban de localizar.

A pesar de estar viviendo una situación complicada, Luis Pérez se sentía bien. Tal vez aquella joven tuviera razón; la evidencia de algunas mentiras de su mujer había quedado demostrada. No por el conocimiento del italiano —Inés podría ignorar que él hablara—:, sino en lo referido a Madrid. Luis descubrió que había vivido en aquella ciudad. Tuvo plena consciencia de ello al pasar al lado del Teatro Real. La impresión que le produjo su presencia le hizo recuperar imágenes en las que él entraba en el edificio. Siempre había sido consciente de que poseía un pasado olvidado a causa de un traumatismo, pero lo que ahora se revelaba, cada minuto con mayor intensidad, era que su mujer le había mentido en lo que se refería a su vida anterior al accidente.

Además, Luis no entendía por qué aquella mujer tan joven se interesaba por él. Decía estar segura de que su identidad era otra, aunque no había querido decirle quién era Bruno y a qué se dedicaba, y también se negaba a comentarle nada sobre la carta que había escrito a su esposa.

Paseaban los dos solos.

—No estoy seguro de quién era antes del accidente, y a pesar de ello me atrevo a afirmar que me gustaban los árboles tanto como ahora —comentó el hombre al pasar junto a un castaño.

Ana pensó de inmediato en la casa del tilo. Aquel era el lugar ideal para que recobrase su pasado, se lo comentaría al doctor.

—¿Cuál es su árbol preferido?

—Me gustan los que tienen flores.

—Eso es porque no ha visto los cipreses en la Toscana.

—Italia, ¿verdad?

—Sí.

—¿Se da cuenta de lo terrible que es para mí pensar que tal vez conozco ese lugar, si como usted dice soy de origen italiano, y no tengo ni idea?

—No se preocupe, estoy segura de que recuperará todo su pasado.

—Dios lo quiera.

—Estoy pensando en llevarle a un lugar que le va a gustar —dijo Ana.

—¿Aquí en Madrid?

—No, en las afueras.

Esta vez los cuatro hicieron el viaje de un tirón. A Ana y a Luis los acompañaban Elvira y el doctor Martínez Escudero, que insistió en no parar en la venta: si eran ciertas las sospechas de la joven, la ventera podría reconocer a Luis y el galeno prefería evitar posibles complicaciones… Y es que Ana tenía la fuerte sospecha de que entre Bruno y la ventera algo había pasado, ya que ahora que conocía a Bruno, podría jurar que Carmen —la hija— se parecía a él.

A la entrada de la casa los esperaba el criado al que tía y sobrina ya conocían de la vez anterior, en la primera visita que les habían hecho. Ana le aseguró que serían unos minutos, pero que necesitaban pasar al patio interior para que el señor que las acompañaba conociera el lugar. Le insistió en que era muy importante para ellos.

El criado miró entonces a Luis y dijo sorprendido:

—Pero usted ¿no es el antiguo propietario de la casa?

—¿Yo? —preguntó sorprendido Luis.

—Sí, ¿no es usted el señor Ruscello?

Era el mismo nombre y le decía que él había sido el dueño de aquella casa. ¿Lo sabría Inés? Luis pensó que si era cierto lo que aquel hombre acababa de apuntar, quizá la hubiera vendido mucho antes del accidente. Aunque poco importaba, cada vez se afianzaba más en la incertidumbre. ¿Por qué su mujer quiso hacer de él una persona nueva aprovechando la amnesia? ¿Dónde estaban los amigos de su vida anterior, su familia? Ella le había asegurado que no llevaba ni un año viviendo en Guadalajara cuando se produjo el accidente y que allí le conocían muy superficialmente, como ella, que nada sabía de su vida anterior. Empezaba a darse cuenta de que había sido manipulado por su mujer: si no sabía nada de su vida anterior, ¿por qué le aseguró que nunca había estado en Madrid? La respuesta resultaba sencilla: trataba de evitarle los lugares que podrían resultarle familiares. ¿Deseaba Inés aislarle por completo de su pasado? «Dios mío —se dijo—. Llevo más de veinte años viviendo a su lado, fiándome de ella. Jamás hubiera podido imaginar que me engañaba».

Al ver que aquel señor no seguía la conversación, el criado se dirigió a las dos mujeres del grupo:

—Ustedes estuvieron aquí hace unos meses con doña Teresa, ¿verdad?

—Sí, por eso conozco el patio que nos gustaría volver a ver. Le aseguro que tardaremos muy poco —insistió Ana.

—Está bien, pasen.

Mientras caminaban por la casa, ella no dejaba de observar a Bruno, que a su vez hacía lo mismo con cuanto le rodeaba. El criado, que era quien los iba guiando, abrió la puerta y dejó que Ana pasara la primera. El tilo aparecía hermoso, aunque no fuera época de floración y por lo tanto el ambiente tampoco estuviera perfumado como la otra vez. Aun así el lugar seguía siendo muy especial.

Ana se giró para observar la reacción de Bruno y vio cómo el doctor Martínez Escudero, que estaba a su lado y muy pendiente de él, impedía que cayera al suelo. Con la ayuda del criado, lo colocaron en un amplio diván y abrieron la otra puerta para que entrara un poco de aire.

Martínez Escudero miró a Elvira y a Ana, encendió su pipa y como hablando consigo mismo musitó:

—No cabe ninguna duda. Es Bruno Ruscello.

Gracias a Ana, el doctor estaba al tanto de toda la historia y conocía la importancia de aquel lugar en la vida de Bruno y Elsa, de ahí que cuando Ana le contó la idea, le pareciese oportuna y decidiese acompañarlos; presentía lo que acababa de suceder. Aquella había sido la casa de Bruno —en la que permanecía mucho más tiempo que en la de Madrid— y parecía lógico que los recuerdos acumulados allí surtieran efecto.

Por su parte, Ana pensaba en todas sus experiencias y se sentía reconfortada. Había hecho todo por solucionar aquella tristísima situación, aunque no podía evitar preguntarse si para Bruno no hubiese sido mejor permanecer en la ignorancia. Inmediatamente cambió de opinión al pensar en Elsa. Ella sí había sufrido su ausencia y tenía derecho a que el hombre al que había amado conociera la grandeza de su sentimiento. Como un fogonazo, pasó por su mente el dibujo que le había llamado la atención la primera vez que estuvieron allí, porque la mujer que aparecía de escorzo le recordaba a aquella que en ocasiones veía en sueños. En el diario, Elsa aludía a los dibujos realizados por Bruno y decía que firmaba con el nombre de un hermano desaparecido. Sin pensárselo dos veces, se levantó y fue en busca del criado para que le dejara descolgar el cuadro y enseñárselo a Bruno.

—Doctor, ¿esperaba que se comportara así? —preguntó Elvira.

—Más o menos. Debido a la fuerte emoción se ha roto la barrera del olvido. Es probable que ahora, cuando se encuentre mejor, sepa quién es. Después irá recordándolo todo poco a poco.

—Pero doctor, lleva más de veinte años con amnesia. ¿Cómo es posible que recupere ahora la memoria? —quiso saber Ana, que volvía en ese momento.

—Las amnesias traumáticas, como os dije el primer día, pueden ser irreversibles debido al estado en que haya quedado la zona afectada por el golpe. Por contra, otras pueden resolverse a base de recuperaciones parciales, siempre estimuladas por algo.

—Entonces, ¿es posible que Bruno hubiese recuperado la memoria hace mucho, de haber tenido a su lado a alguien capaz de ayudarlo?

—Puede ser.

El doctor miró a Bruno y al ver que parpadeaba se acercó a él.

—¿Cuál es su nombre? —le preguntó.

—Bruno Ruscello —contestó sin titubear.

—¿Es usted italiano?

—No, español. Mis padres eran italianos, pero yo nací en Zaragoza.

—¿No tiene hermanos?

—No. Uno que tenía, mellizo, murió antes de cumplir los once.

Ana no pudo contenerse y le preguntó:

—¿Se llamaba Giovanni?

—Dios mío, ¿cómo lo sabe?

—Es el nombre con el que usted firmaba sus cuadros.

Todos se quedaron en silencio. Elvira miraba emocionada a Ana, que se había aproximado a Bruno. Este, tomándola de las manos, dijo:

—Gracias, muchas gracias, señorita Sandoval, por haberme devuelto una parte importante de mi vida. De no ser por usted, nunca la habría recuperado.

—No me dé las gracias a mí. Todo se lo debe a Elsa —dijo Ana a la vez que le mostraba el cuadro—. ¿Esta mujer es Elsa?

—Sí, sí. ¡Elsa! ¿Dónde está?, ¿qué ha sido de ella?, ¿por qué ha dejado que me casara con Inés?, ¿qué le ha pasado? Ella jamás me abandonaría. Habíamos quedado aquella tarde a mi regreso de Guadalajara.

Bruno se había levantado y recorría la habitación nervioso y con lágrimas en los ojos.

—Por favor, hábleme de Elsa. ¿Desde cuándo la conoce? ¿Dónde vive? ¿Está bien? ¿Se acuerda de mí? ¿Por qué no está conmigo?

Elvira miró al doctor y le hizo un gesto sobre la conveniencia de marcharse de la casa. Se estaban entreteniendo demasiado y podían ocasionarle problemas a los criados. Martínez Escudero lo entendió de inmediato.

—Creo que deberíamos irnos —apuntó—. En el coche tendremos tiempo para que Ana le explique todo.

Nunca había visto llorar a un hombre y menos con aquel sentimiento. Ana lloró con él, sentía que el corazón se le partía y abrazaba a Bruno en un intento de infundirle tranquilidad a su espíritu.

—No se angustie, Bruno. Ella nunca dudó de usted —le aseguró.

—Eso no me consuela. No puedo recuperar solo su recuerdo, la necesito a ella. Elsa era lo más importante de mi vida.

Bruno veía desfilar ante sus ojos escenas de su vida con Elsa y no lograba dejar de llorar. Escuchaba su música. «¡Dios! Quítame la vida, pero permíteme besarla una sola vez». La sentía a su lado, apretando su mano, percibía su energía… El doctor le había dado unos tranquilizantes que comenzaban a hacer efecto. Antes de quedarse dormido, Bruno le preguntó:

—¿Cómo se puede vivir más de veinte años sin acordarse de la persona a la que quieres más que a tu propia vida?

—Ni de ella ni de nada de su existencia anterior —le dijo el doctor.

—Es como si en estos veinte años hubiera estado muerto —dijo Bruno con la voz entrecortada.

—En cierta forma así ha sido —le respondió el doctor.

La mano de Bruno se relajó entre las suyas y Ana, sin necesidad de mirarlo, supo que se había dormido.

—Doctor —llamó—, ¿cómo cree que se comportará a partir de ahora?

—Irá recuperando todos sus recuerdos y deberá enfrentarse a su realidad actual. Tendrá que poner orden entre el pasado y el presente y en ese sentido hemos de apoyarle. Sobre todo usted, Ana. Ya sé que sus deseos son que la acompañe a Pienza, pero no se precipite.

—¿Y qué pasará con su mujer? —preguntó ella con rabia.

—Dependerá de él —respondió pensativo el doctor Martínez Escudero.

Mientras se acercaba al número 36 de la calle Almagro, Inés Mancebo apretaba su bolso con auténtica furia. Los recuerdos a estaban martirizando: cuántas veces se escondía en los portales para verle llegar. En alguna ocasión le acompañaba ella, famas sintió odio por nadie, solo por aquella mosquita muerta. ¡Qué tendría Elsa Bravo para que Bruno se enamorara olvidándose de todas sus conquistas?

Desde el día que Bruno Ruscello llegó al Conservatorio, Inés Mancebo se enamoró locamente. Era una joven guapísima y con mucho éxito entre el sexo masculino, pero se encaprichó de aquel hombre mucho mayor que ella y no vivía más que para él. Conocía la fama que Bruno tenía con las mujeres, cada día con una, pero no le importaba: ya llegaría el momento en que la descubriera a ella. Sin embargo, el tiempo pasaba
y
sucedió lo inevitable: el guapísimo bibliotecario se enamoró como un colegial de su compañera, Elsa Bravo, una violinista maravillosa, pero a los ojos de Inés, una joven muy corriente, una especie de niña buena y un poco mística en la que los hombres no se fijaban. Por
eso
no entendía el motivo de aquel amor.

«Qué coincidencias tiene la vida —se dijo Inés—. Esta Sandoval, mal rayo la parta, tiene que vivir en la misma casa que lo hizo Bruno».

Al entrar en el portal comprobó que no había cambiado mucho, y pensó en la reacción que habría tenido su marido al llegar allí. Aun así confiaba en que su amnesia fuera total, como le informaron, y esta visita no le hubiera despertado ningún recuerdo.

—Señorita Ana, una señora, Inés Mancebo, pregunta por usted —dijo Ignacia.

—Hazla pasar al salón. Ahora bajo. Ignacia, cuando sientas que llego, sin que yo te llame, vienes a ofrecernos alguna bebida.

Inés no tenía humor ni ganas de fijarse en nada de cuanto la rodeaba. Sus preocupaciones la llenaban por completo. Tal vez debería haber cambiado también ella de identidad; así nadie los identificaría nunca. De hecho, lo había pensado, pero su primo la hizo desistir de la idea. De lo que sí se preocuparon fue de no dejar rastro. Sin embargo, esta señorita pesada como ella sola lo consiguió a través de la iglesia donde se casaron.

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