—Jodidos demarquistas —dijo el Capitán—. Nos han dejado tener toda esa mierda de elaborada biotecnología justo hasta que de verdad la necesitábamos. Ahora que de verdad estábamos dándoles una paliza a esas arañas van y nos retiran las licencias. Dicen que hemos violado los términos de uso justo. Todos esos bonitos cacharros simplemente se han derretido de un día para otro: bioarmas, trajes, todo ha desaparecido. Ahora mira con lo que tenemos que trabajar.
—Estoy segura de que os irá bien —dijo Antoinette—. Capitán, escúchame. Los malabaristas de formas están moviendo la nave hasta un lugar seguro. Tienes que darles más tiempo.
—Ya han tenido tiempo —dijo, en un alentador momento de lucidez, una conexión con el presente.
—No el suficiente —replicó ella.
El puño de acero de su nuevo brazo se apretó con rabia.
—No lo entiendes. Tenemos que abandonar Ararat. Hay ventanas abiertas encima de nosotros.
A Antoinette se le erizó el pelo de la nuca.
—¿Ventanas, John?
—Las noto. Noto muchas cosas. ¡Joder, es que soy una nave!
De pronto se quedaron los dos solos, el Capitán y Antoinette. En el liso reflejo de su armadura vio cómo un pájaro atravesaba el cielo.
—Sí, eres una nave, así que deja de quejarte y empieza a comportarte como tal. Empezando por demostrar sentido de la responsabilidad para con tu tripulación. Eso me incluye a mí.
¿Qué son esas ventanas?
Esperó un rato antes de contestar. ¿Había conectado con él finalmente, o lo había perdido en un laberinto de regresión aún más profundo?
—Oportunidades de escape —dijo finalmente—. Canales despejados. Se abren y luego se cierran.
—Podrías estar equivocado. Sería un desastre si te equivocases.
—No creo que esté equivocado.
—Hemos estado esperando, deseando, que apareciese una señal —dijo Antoinette—. Algún mensaje de Remontoire, pero no hemos recibido nada.
—Quizás no pueda hacéroslo llegar. Quizás lo ha intentado y esto es lo único que vais a obtener.
—Danos unas pocas horas más —dijo—. Es lo único que te pedimos. Solo lo suficiente para llevar a la nave a una distancia segura. Por favor, John.
—Háblame de la niña, cuéntame algo de Aura.
Antoinette frunció el ceño. Recordaba haber mencionado a la niña, pero no creía haberle dicho al Capitán su nombre.
—Aura está bien —dijo con cautela—. ¿Por qué?
—¿Qué ha dicho ella sobre este asunto?
—Cree que debemos confiar en los malabaristas de formas —dijo Antoinette.
—¿Algo más?
—Sigue hablando de un lugar, un sitio llamado Hela, que tiene algo que ver con un hombre llamado Quaiche.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo. Quizás no signifique nada. Ni siquiera es Aura la que nos habla directamente; lo hace a través de su madre. No creo que Escorpio la tome muy en serio. Para ser sincera yo tampoco estoy muy segura. Todos desean desesperadamente que Aura sea algo valioso, por el precio que les ha costado. Pero ¿qué pasa si no lo es? ¿Qué pasa si es solo una niña? ¿Qué pasa si sabe algunas cosas, pero nada comparado con lo que todo el mundo espera de ella?
—¿Qué piensa Malinin?
Ahora sí que estaba sorprendida.
—¿Por qué Malinin?
—Hablan de él. Los oigo. Oigo hablar de Aura también. Todos esos miles de personas dentro de mí, todos susurran sus secretos. Necesitan un nuevo líder. Podría ser Malinin, podría ser Aura.
—No ha habido ningún comunicado oficial acerca de la existencia de Aura —dijo Antoinette.
—¿De verdad piensas que eso tienen alguna importancia? Lo saben, todos. No puedes guardar un secreto como ese, Antoinette.
—Ya tienen un líder.
—Quieren a alguien nuevo y brillante, y que provoque algo de miedo. Alguien que oiga voces, alguien al que permitirán que los lidere en tiempos de incertidumbre. Escorpio no es un líder. —El Capitán hizo una pausa, se acarició su mano falsa con los dedos llenos de cicatrices de la otra—. Las ventanas siguen abriéndose y cerrándose. Percibo una urgencia cada vez mayor. Si Remontoire está detrás de esto, puede que no sea capaz de ofrecernos más oportunidades de escape. Pronto, muy pronto, voy a tener que despegar.
Sabía que había desperdiciado su tiempo. Al principio pensaba que al mostrarle este lugar estaba invitándola a un nivel más cercano de intimidad, pero su postura no había cambiando en nada. Le había presentado el caso y él lo único que había hecho era escuchar.
—No tenía que haberme molestado en venir —dijo.
—Antoinette, escúchame tú ahora. Me gustas más de lo que crees. Siempre me has tratado con amabilidad y compasión. Por eso me importas y me preocupa tu supervivencia.
Antoinette lo miró a los ojos.
—¿Y ahora qué, John?
—Puedes irte. Aún tienes tiempo, aunque no demasiado.
—Gracias —dijo—, pero si te parece bien creo que me quedo para el viaje.
—¿Por algún motivo en particular?
—Sí —dijo mirando a su alrededor—. Esta es la única nave decente en toda la ciudad.
Escorpio se movía por toda la lanzadera. Había vuelto transparente casi todo el fuselaje, excepto una franja que delimitaba el suelo y el trozo donde Valensin esperaba junto a Khouri y su hija. Con todas las luces no esenciales apagadas, podía ver el mundo exterior casi como si estuviese flotando en la brisa de la tarde.
Al anochecer se hizo más que evidente que la batalla espacial estaba ya muy cerca de Ararat. Las nubes se habían quedado congeladas, quizás por el exceso de energía que estaba siendo arrojada a la atmósfera superior de Ararat. Los informes de objetos que caían al planeta eran tantos que no daba tiempo a procesarlos. Ráfagas de fuego cruzaban el horizonte cada pocos minutos cada vez que objetos sin identificar (naves, misiles, o quizás cosas para las que los colonos no tenían nombre) acuchillaban el espacio aéreo de Ararat. A veces había toda una descarga, a veces había objetos que se desplazaban al unísono en formación. Las trayectorias estaban sujetas a giros y cambios de rumbo imposibles. Estaba claro que los protagonistas de la batalla estaban desplegando maquinaria supresora de la inercia con una temeridad que dejó helado a Escorpio. Aura ya se lo había dicho, por boca de su madre. Obviamente la tecnología alienígena de la que habían hecho acopio era un poco más controlable que cuando Clavain y Skade se habían puesto a prueba con ella en la larga persecución desde Yellowstone al espacio de Resurgam. Pero aún quedaba gente que contaba historias terroríficas de la época en la que esa tecnología fracasaba. Forzada hasta el límite, la maquinaria supresora de la inercia ocasionaba terribles daños a la mente y el cuerpo. Si la estaban usando ahora como una herramienta militar rutinaria, como otro juguete más, temía pensar qué se consideraba ahora como peligroso y novedoso.
Se acordó de Antoinette durante un momento, esperando que lograra algo del Capitán. No tenía muchas esperanzas de que tuviera éxito en hacer que el Capitán cambiase de idea una vez hubiese tomado una decisión. Pero aun así, no tenía absolutamente claro si pretendía o no despegar con la nave. Quizás la aceleración de los motores combinados era simplemente su forma de asegurarse de que estaban en buenas condiciones en caso de necesitarlos en el futuro. No tenía por qué significar que la nave fuese a partir en las próximas horas.
Esa clase de optimismo desesperado y ansioso era nuevo en Escorpio, incluso en estas circunstancias, y habría sido completamente impropio en sus años en Ciudad Abismo. En el fondo era un pesimista. Quizás por eso nunca se le había dado bien planificar a largo plazo, pensar con más de unos pocos días de antelación. Si uno tiende a creer de forma innata que las cosas siempre van a ir de mal en peor, ¿para qué molestarse en intervenir? Lo único que podía hacer era apañárselas con la situación actual.
Pero tenía esperanzas, a pesar de las abundantes pruebas que señalaban lo contrario, de que la nave se quedase en Ararat. Algo no debía de funcionar bien cuando él empezaba a pensar así. Algo debía de estar manipulando su mente y no tenía que buscar muy lejos para saber qué era. Hace unas pocas horas había roto una disciplina autoimpuesta durante veintitrés años. En presencia de Clavain había hecho todo lo posible por cumplir con los valores del anciano. Durante años había odiado a los humanos de base por lo que le hicieron durante sus años de esclavitud. Y si eso no fuese suficiente para espolear su resentimiento, le bastaba con pensar en lo que él mismo era: una balanceante, cómica mezcla entre hombre y cerdo. Un arreglo intermedio con los defectos de ambos y sin las virtudes de ninguno. Conocía bien la letanía de sus desventajas. No podía andar tan bien como los humanos, no podía sujetar las cosas como ellos; no podía ver ni oír tan bien como ellos. Había colores que nunca distinguiría. No podía pensar con su misma fluidez y carecía de la capacidad de visualización abstracta. Cuando escuchaba música lo único que oía era una secuencia compleja de sonidos, sin ningún componente emocional. Su esperanza de vida, siendo optimistas, era de unos dos tercios de la de un humano que no hubiese recibido terapia de longevidad o modificaciones de la línea germinal. Y, según afirmaban algunos humanos cuando creían que ningún cerdo les oía, los de su clase ni siquiera sabían como la naturaleza pretendía. Joder, eso sí que dolía de verdad.
Pero se había atrevido a creer que había dejado todo ese resentimiento atrás. O si no era así, al menos lo había confinado a un compartimento mental cerrado con llave que solo abría en tiempos de crisis. E incluso entonces, mantenía su rencor bajo control. Lo usaba para sacar fuerzas y solucionar el problema. La parte positiva era que lo había obligado a intentar ser mejor de lo que se esperaba de él. Lo había empujado a buscar en su interior cualidades de liderazgo y una compasión que nunca pensó que poseyera. Les demostraría de lo que un cerdo era capaz. Les demostraría que un cerdo podía ser un hombre de estado como Clavain, tan previsor y juicioso, tan cruel o tan benévolo como correspondiese a las circunstancias. Y durante veintitrés años le había funcionado. El resentimiento lo había hecho mejor. Pero ahora se daba cuenta de que durante todo ese tiempo siempre había estado bajo la sombra de Clavain. Incluso cuando se fue a su isla, el anciano no había abdicado de su poder en realidad.
Pero ahora Clavain no estaba y tan solo unas pocas horas después de empezar su régimen, tan solo una docena de horas tras aparecer bajo el duro escrutinio de un verdadero liderazgo, Escorpio había fracasado. Había arremetido contra Hallatt, contra un hombre que en ese instante de rabia había personalizado a toda la humanidad. Sabía que había sido Blood el que había lanzado el cuchillo, pero él había dado la orden.
Blood simplemente había sido una extensión de la voluntad de Escorpio.
Reconocía que nunca le había caído bien Hallatt y eso no había cambiado. Había estado involucrado en el gobierno totalitario de Resurgam. No se podía demostrar nada, pero era más que probable que Hallatt estuviera al menos al corriente de las palizas, las sesiones de interrogatorios y las ejecuciones aprobadas por el estado. Sin embargo los evacuados de Resurgam tenían que estar representados de alguna forma y Hallatt había realizado una gran labor durante los últimos días del éxodo. Gente a la que Escorpio consideraba bastante razonable y de confianza estaba dispuesta a testificar a su favor. Estaba bajo sospecha, pero no fue incriminado y si se revisaban los datos con atención, había algo inconveniente en el historial personal de casi todos los evacuados de Resurgam.
¿Dónde debían fijar los límites? Habían llegado a Ararat ciento sesenta mil refugiados del viejo mundo y muy pocos carecían de algún tipo de asociación con el gobierno. En un estado como aquel, la maquinaria gubernamental alcanzaba a más vidas de las que dejaba al margen. No se podía comer, dormir ni respirar sin ser de alguna forma cómplice del funcionamiento de la máquina.
Así que no le caía bien Hallatt. Pero Hallatt no era ni un monstruo ni un fugitivo, y por eso en aquel instante de rabia incandescente había arremetido contra un hombre básicamente decente que simplemente no le caía bien. Hallatt lo había empujado hasta el límite con su comprensible escepticismo acerca de Aura y Escorpio había permitido que esa provocación le afectase donde más le dolía. Había atacado a Hallatt, pero podría haber sido cualquiera. Incluso, si la provocación hubiese sido lo suficientemente grave, a alguien que le gustase, como Antoinette, Xavier Liu o alguno de los otros notables humanos.
Lo que casi empeoraba las cosas era la forma en la que el resto del grupo había reaccionado. Cuando su rabia desapareció, cuando comenzó a asimilar la enormidad de lo que acababa de hacer, habría esperado un motín. Al menos habría esperado que se cuestionase su aptitud para el liderazgo. Pero no pasó nada. Era casi como si todos hicieran la vista gorda, lamentando lo que había hecho pero aceptando que este arrebato de locura formaba parte del paquete. Era un cerdo y con los cerdos cabía esperar ese tipo de comportamiento. Estaba seguro de que eso era lo que todos pensaban. Incluso quizás también Blood.
Hallatt había sobrevivido. El cuchillo no había dañado órganos vitales. Escorpio no sabía si atribuirlo a una espectacular precisión de Blood, o por el contrario a una espectacular imprecisión por su parte. Prefería no saberlo.
Al final resultaba que en el fondo a nadie le gustaba Hallatt. Los días del hombre como notable de la colonia habían terminado y su confesa desconfianza en Khouri no jugó a su favor. Pero teniendo en cuenta que los refugiados de Resurgam ya habían superado un ciclo, la destitución forzosa de Hallatt no fue tan dramática como podría haber sido. Las circunstancias de su dimisión se mantendrían en secreto, pero siempre algo acabaría por filtrarse inevitablemente. Habría rumores de actos violentos y el nombre de Escorpio surgiría seguramente en ellos. No le importaba, podía vivir con ello sin problema. Ya habían tenido episodios violentos en el pasado y los rumores habían sido convenientemente exagerados conforme pasaban de boca en boca. A largo plazo no le habían causado ningún perjuicio real. Pero aquellos episodios de violencia habían estado justificados. No habían sido provocados por el odio, no eran un intento de compensar el daño provocado por los pecados cometidos contra Escorpio y su raza por sus antepasados humanos. Esos habían sido gestos necesarios, pero lo que le había hecho a Hallatt había sido personal, nada que ver con la seguridad de planeta. Se había fallado a sí mismo y en ese sentido también a Ararat.