El Desfiladero de la Absolucion (73 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Más tarde, cuando la caravana volvió a ponerse en marcha, intentó averiguar qué había pasado. Pensó que quizás Pietr lo supiera, pero no lo encontraba por ningún sitio. Cuando se encontró con el cuestor Jones, este tachó el asunto de insignificante, pero seguía sin decirle lo que ella quería saber.

—Esa no era una caravana como la nuestra —dijo Rashmika.

—Sus poderes de observación la honran.

—Entonces, ¿puedo preguntar hacia dónde iba?

—Creía que era obvio, especialmente teniendo en cuenta su decisión de trabajar en el Camino Permanente. Es bastante evidente que esas máquinas forman parte de un importante grupo de trabajo del Camino. Seguramente van a despejar una obstrucción o a reparar algún desperfecto de la infraestructura.

—El cuestor Rutland Jones cruzó los brazos como si el asunto estuviese zanjado.

—Entonces están afiliadas a una Iglesia, ¿no es así? Puede que no sepa muchas cosas, pero sé que cada cuadrilla pertenece a una Iglesia específica.

—Desde luego que sí. —Tamborileó con los dedos en el escritorio frente a él.

—En ese caso, ¿qué Iglesia era? Me he fijado en todas las máquinas que pasaban y no he visto ni un símbolo clerical en ninguna de ellas.

El cuestor se encogió de hombros, con demasiado énfasis para el gusto de Rashmika.

—Es un trabajo sucio, como pronto descubrirá. Cuando el reloj corre en contra de un equipo, dudo mucho que retocar una insignia pintada sea una de sus prioridades.

Rashmika recordó que las máquinas excavadoras estaban cubiertas de polvo y descoloridas. Lo que el cuestor decía era sin duda cierto en general, pero en opinión de Rashmika, ninguna de esas máquinas había llevado nunca un símbolo clerical, al menos no desde que las pintaron por última vez.

—Una cosa más, cuestor.

—¿Sí? —dijo con tono cansado.

—Descendemos hacia el Camino porque tomamos el atajo sobre el desfiladero de la absolución. Nosotros venimos del norte. Creo que si esas máquinas realmente fueran a despejar una obstrucción no tomarían la misma ruta que nosotros, ni en dirección contraria.

—¿Qué está sugiriendo, señorita Els?

—Se me ocurre que es mucho más probable que se dirijan a otro sitio completamente diferente, con nada que ver con el Camino.

—¿Y esa es su meditada opinión? Basada, claro está, en sus numerosos años de experiencia en cuestiones relacionadas con el Camino y la complejidad operativa de su mantenimiento.

—No hay necesidad de utilizar el sarcasmo, cuestor.

Negó con la cabeza y alargó la mano para coger un compad, encontrando con gesto exagerado el punto de su trabajo en el que había sido interrumpido por su llegada.

—Basándome en mi propia y limitada experiencia, usted está destinada a una de estas dos cosas, señorita Els. O bien llega muy lejos, o muy pronto encontrará un desgraciado final en lo que a primera vista parecerá un lamentable accidente ahí fuera, en el hielo. Aunque de una cosa sí estoy seguro: mientras logra uno de esos dos resultados se las arreglará para irritar a una gran cantidad de gente.

—Al menos no habré pasado desapercibida —dijo, con mucha más bravuconería de la que realmente sentía. Después se giró para marcharse.

—Señorita Els.

—¿Cuestor?

—Si en algún momento decide regresar a las tierras baldías… ¿me haría un favor especial?

—¿Qué? —preguntó.

—Búsquese otro medio de transporte para llevarla de vuelta —dijo el cuestor, antes de devolver la atención a su trabajo.

31

Cerca de Ararat, 2675

Escorpio se introdujo en la esclusa de aire en cuanto la lanzadera se hubo acoplado a su plataforma de amarre, anclándose de forma segura en la bodega de recepción. La otra nave que los había acompañado, mucho más pequeña y elegante, era una cuña de oscuridad aparcada junto a ella. Lo único que se distinguía era su silueta, como un borrón de tinta con forma de pedernal, como una de esas manchas que se usan en las consultas del psicólogo. Simplemente estaba allí, silbando, con un acre olor antiséptico, como un botiquín. Parecía completamente bidimensional, como si estuviese hecha de una fina plancha de metal negro, como si uno pudiera cortarse con ella.

Agentes de la División de Seguridad ya habían acordonado ambas naves. Reconocieron la lanzadera, pero recelaban de la otra recién llegada. Escorpio asumió que había recibido la misma invitación que ellos, pero los guardias no querían arriesgarse. Ordenó a la mayoría que se retirasen, manteniendo a un par de ellos en sus puestos por si acaso la nave verdaderamente contenía alguna sorpresa desagradable. Levantó el brazo y habló a través de su comunicador.

—¿Antoinette? ¿Estás ahí?

—Voy de camino, Escorp. Estaré ahí en un minuto más o menos. ¿Está nuestro invitado contigo?

—No estoy seguro —respondió.

Se acercó a la nave negra. No era mucho mayor que la cápsula en la que Khouri había llegado a Ararat. Como mucho, había espacio para una o dos personas, calculó. Dio unos golpecitos con los nudillos contra la negra superficie. Estaba fría al tacto. Los pelos de la nuca se le erizaron por la impresión. Una línea de luz rosa dividió a la máquina por la mitad y una parte del casco se deslizó hacia un lado, revelando el interior en penumbra. Un hombre se liberaba de la prisión de un asiento de aceleración y de los mandos abatibles. Era Remontoire, como ya había sospechado Escorpio. Estaba un poco más viejo de lo que lo recordaba, pero seguía siendo básicamente el mismo: un hombre muy alto, delgado y calvo, completamente vestido con ropas negras ajustadas que únicamente servían para enfatizar su aspecto arácnido. Su cráneo tenía una forma peculiar; era alargado como una lágrima.

Escorpio se inclinó hacia la cavidad para ayudarlo a salir.

—El señor Rosa, supongo —dijo Remontoire.

Escorpio dudó un momento. El nombre le decía algo, pero la asociación estaba enterrada décadas atrás. Tiró de los hilos de su memoria hasta que encontró una pista. Recordó la época en que Remontoire y él habían viajado de incógnito por el Cinturón Oxidado y Ciudad Abismo, persiguiendo a Clavain cuando desertó por primera vez del bando combinado. El señor Rosa era el nombre bajo el cual había viajado Escorpio. ¿Cómo se hacía llamar Remontoire? Escorpio intentó recordarlo.

—Señor Reloj —dijo finalmente, justo en el momento en el que la pausa empezaba a ser incómoda.

Por aquel entonces se odiaban mutuamente. Era inevitable, en realidad. A Remontoire no le gustaban los cerdos (por algo desagradable de su pasado, un incidente en el que había sido torturado por uno de ellos), pero se había visto obligado a trabajar con Escorpio por sus útiles conocimientos locales. A Escorpio no le gustaban los combinados (a nadie le caían bien, a menos que fuesen uno de ellos) y Remontoire en particular. Pero le habían chantajeado para que les ayudase, prometiéndole la libertad si lo hacía. Negarse habría supuesto su entrega a las autoridades, quienes tenían preparado un juicio-espectáculo amañado especialmente para él.

No, no empezaron como buenos amigos, la verdad, pero el odio se fue evaporando gradualmente, ayudado por su mutuo respeto hacia Clavain. Ahora Escorpio se alegraba de ver de nuevo a aquel hombre, una reacción que habría dejado atónito y horrorizado a su yo más joven.

—Menudo par de reliquias estamos hechos tú y yo —dijo Remontoire. Se levantó, estirando las piernas y brazos, moviéndolos en todas direcciones como si quisiera asegurarse de que no se había dislocado nada.

—Me temo que tango malas noticias —dijo Escorpio.

—¿Clavain?

—Lo siento.

—Lo había imaginado, claro. En el momento en el que te vi, supe que debía de estar muerto. ¿Cuándo sucedió?

—Hace un par de días.

—¿Y cómo ha sido?

—De la peor forma. Pero murió por Ararat. Fue un héroe hasta el final, Rem. Durante un momento Remontoire dejó de estar presente, vagando por un paisaje de reflexión mental accesible únicamente a los combinados. Cerró los ojos y permaneció así quizás durante diez segundos; luego los volvió a abrir. Ahora brillaban con una chispa vivaz, sin rastro visible de pena.

—Bueno, le he dedicado unos segundos de duelo —dijo. Escorpio lo conocía lo suficiente como para no dudar de la palabra de Remontoire. Esa era exactamente la forma de proceder de los combinados. Para empezar, ya era un indicativo del respeto de Remontoire por su viejo amigo y aliado que considerase oportuno un período de duelo. Habría sido más sencillo para él inducir su mente hacia un estado de serena aceptación. Con el hecho de atravesar las etapas del dolor, le había rendido un gran tributo mediante esta lección de humildad, sin importar que hubiese durado solo diez o doce segundos.

—¿Estamos a salvo? —preguntó Escorpio.

—Por ahora. Habíamos planeado vuestra huida cuidadosamente, creando una estratagema de distracción usando los recursos que nos quedaban. Sabíamos que los lobos serían capaces de redistribuir parte de sus medios para derribaros, pero nuestro pronóstico decía que seríamos capaces de manejarlos, siempre que partierais a tiempo.

—¿Podéis vencer a los lobos?

—No, vencerlos no, Escorpio. —Remontoire hablaba como un profesor, con un ligero tono de reproche—. Podemos intimidar a un pequeño grupo de máquinas en un emplazamiento específico, hacerlas retroceder, obligarlas a reagruparse. Pero en realidad es como tirar piedrecitas a una jauría de perros. Contra un agrupamiento mayor, no hay nada que podamos hacer, y a la larga, según nuestros pronósticos, perderemos.

—Pero tú has logrado sobrevivir hasta ahora.

—Con las armas y las técnicas que Aura nos proporcionó, sí. Pero ese pozo ya está casi seco. Y los lobos han demostrado una extraordinaria capacidad para igualarnos. —Los ojos de Remontoire brillaron de admiración—. Son muy eficaces, estas máquinas.

Escorpio se rió. Después de todo por lo que había pasado, ¿este era el resultado que Remontoire les anunciaba?

—Entonces estamos jodidos, ¿no?

—A largo plazo, al menos según los pronósticos actuales, los auspicios no son buenos.

Detrás de Remontoire la nave negra se volvió a cerrar, convirtiéndose de nuevo en un afilado fragmento de sombra.

—Entonces, ¿por qué no nos rendimos de una vez?

—Porque existe una posibilidad, por muy pequeña que sea, de que los pronósticos se equivoquen completamente.

—Creo que necesitamos hablar —dijo Escorpio.

—Pues conozco el sitio perfecto —dijo Antoinette Bax, entrando en la bodega. Hizo una leve inclinación de la cabeza hacia Remontoire, como si se hubiesen visto hace unos minutos.

—Vosotros dos, seguidme. Creo que esto os va a encantar.

Hela, 2727

Rashmika vio las catedrales. No eran como se las había imaginado, cuando había concebido en su mente su llegada al Camino. En su cabeza, ella simplemente estaba allí, sin la aproximación previa, sin oportunidad de ver las catedrales pequeñitas en la distancia, engarzadas como joyas en el horizonte. Sin embargo allí estaban, a una docena de kilómetros o más, pero aun así perfectamente visibles. Era como mirar a los barcos navegando en los viejos tiempos, cuando sus mástiles se divisaban en el horizonte mucho antes de que sus cascos fuesen visibles. Podría alargar al mano, abrirla, y atrapar cualquiera de las catedrales entre la pinza de su pulgar e índice. Podía cerrar un ojo para que la falta de perspectiva hiciese parecer a las catedrales pequeños y adorables juguetes, mágicos objetos de delicada orfebrería. Del mismo modo, podía fácilmente imaginarse aplastándolas con el puño.

Había demasiadas para contarlas. Treinta o cuarenta al menos. Algunas estaban agrupadas en apretadas aglomeraciones, como galeones intercambiando cañonazos a quemarropa. Cuando estaban tan cerca, no era fácil distinguir entre la confusión de torres y agujas las estructuras individuales. Algunas catedrales tenían una sola aguja o torre, otras parecían parroquias enteras de una ciudad reunidas y lanzadas a la deriva. Tenían torres en ángulo y lujosos minaretes. Tenían agujas terminadas en puntas, con rebordes y contrafuertes. Había vidrieras de colores de cientos de metros de altura. Había rosetones lo suficientemente anchos como para que pudiese atravesarlos una nave. Brillaban con raros metales, hectáreas de fabulosas aleaciones. Había cosas como moluscos escalando por la fachada de algunas catedrales, cosas cuya escala no pudo calcular correctamente hasta que estuvo lo suficientemente cerca para darse cuenta de que en realidad eran edificios, apilados al tuntún unos encima de otros. De nuevo le recordó a Brueghel.

Conforme la caravana continuaba su acercamiento al Camino, se iban haciendo visibles partes mayores de cada una de las caravanas. Seguían apareciendo más por el horizonte, en la parte de atrás, pero Rashmika sabía que las de la cabeza de la procesión formaban el grupo principal. Sobre ellos Haldora descansaba exactamente en su cénit, en la cima de su cúpula celestial. Ya casi había llegado.

Cerca de Ararat, 2675

Escorpio se sentó en la mesa de madera en el claro del bosque. Miró a su alrededor, ansioso por absorber cada detalle, pero al mismo tiempo intentando no parecer demasiado abrumado. No se parecía a ningún otro sitio en el que hubiera estado jamás. El cielo era de un azul mucho más rico y profundo que cualquier otra cosa que recordara de Ararat. Los árboles eran asombrosamente retorcidos, con relucientes detalles. Respiraban. Solo los había visto en fotos, pero esas imágenes no lograban transmitir la enorme y mareante complejidad de las cosas. Era como la primera vez que vio el océano; el abismo entre lo que esperaba y la realidad fue enorme y mareante. No valía simplemente con aumentar la escala de cosas conocidas como un vaso de agua. Estaba toda esa esencia de lo marino para la que no estaba preparado. Francamente, los árboles le dieron miedo. Eran tan enormes, tan vivos. ¿Qué pasaría si decidían que él no les gustaba?

—Escorp —dijo Antoinette—, póntelas, ¿quieres? Miró las gafas con el ceño arrugado.

—¿Por algún motivo en particular?

—Para que puedas hablar con John. Los que no tenemos máquinas en el cerebro no podemos verle la mayoría del tiempo. No te preocupes, no vas a ser el único que haga el ridículo.

Se colocó las gafas. Estaban diseñadas para humanos, no para cerdos, pero no eran demasiado incómodas cuando logró ajustarías a la forma de su cara. No pasó nada cuando miró a través de ellas.

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