El Desfiladero de la Absolucion (93 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
10.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Llega tarde, señorita Els —remarcó el deán.

—Me han entretenido —dijo, oyendo el temblor en su voz. Grelier le había dejado claro que no debía mencionar su visita a la Oficina de Transfusiones, pero necesitaba alguna excusa.

—Siéntese, sírvase un té. Estaba manteniendo una conversación con el señor Malinin y la señorita Khouri.

Esos nombres, inexplicablemente, le sonaban. Miró a los dos visitantes y notó un escalofrío de reconocimiento. Ninguno de los dos parecía un ultra. Eran demasiado normales, no tenían nada obviamente artificial, ni les faltaban partes, ni tenían otras aumentadas. Tampoco había signos de transformaciones genéticas o fusiones quiméricas. Él era un hombre alto y delgado de pelo oscuro, unos diez años mayor que ella. Era incluso atractivo, ligeramente orgulloso. Vestía un rígido uniforme rojo y permanecía de pie con las manos a la espalda, con compostura militar. La observó mientras se sentaba y se servía el té, interesándose por ella más de lo que lo había hecho cualquier otro ultra. Para ellos, Rashmika no era más que parte del decorado, pero podía notar la curiosidad de Malinin. La otra, la mujer llamada Khouri, la miraba con parecida curiosidad. Khouri era una mujer algo mayor, de pequeña envergadura y unos ojos tristes que dominaban su rostro, como si le hubiesen arrebatado demasiado y nunca le hubieran devuelto lo suficiente. Rashmika creía haberlos visto antes a ambos, especialmente a la mujer.

—No hemos sido presentados —dijo el hombre, señalando con la cabeza a Rashmika.

—Esta es Rashmika Els, mi consejera —dijo el deán, indicando con el tono de su voz que eso era lo único que pensaba decir sobre ella—. Ahora, señor Malinin…

—Sigue sin habernos presentado debidamente —insistió. El deán ajustó uno de sus espejos.

—Este es Vasko Malinin y ella es Ana Khouri —dijo, con un gesto hacia cada uno—, los representantes humanos de la
Nostalgia por el Infinito
, una nave ultra recién llegada a nuestro sistema.

El hombre la volvió a mirar.

—No había mencionado que habría una consejera presente en las negociaciones.

—¿Le plantea eso algún problema, señor Malinin? Si es así, puedo pedirle que se vaya.

—No —dijo el ultra, tras considerarlo durante un momento—. No importa.

El deán invitó a los dos visitantes a que se sentaran. Tomaron asiento frente a Rashmika, al otro lado de la mesita donde esta servía el té.

—¿Qué les trae a nuestro sistema? —preguntó el deán dirigiéndose al hombre.

—Lo habitual. Tenemos la bodega llena de evacuados de los sistemas interiores. Muchos de ellos querían específicamente ser traídos hasta aquí antes de que las desapariciones lleguen a su culminación. No cuestionamos sus motivos, siempre que paguen. Los demás quieren ser llevados más allá, tan lejos de los lobos como sea posible. Nosotros, por supuesto, tenemos nuestras propias necesidades técnicas. Pero no planeamos quedarnos mucho tiempo.

—¿Les interesan las reliquias scuttlers?

—Tenemos un interés diferente —dijo el hombre, alisándose una arruga en su traje—. Resulta que estamos más interesados en Haldora.

Quaiche levantó una mano y se quitó las gafas de sol.

—¿Y no lo estamos todos?

—No en sentido religioso —respondió el ultra, aparentemente impasible frente a la imagen de Quaiche, allí tumbado con los párpados abiertos de par en par—, aunque no es nuestra intención socavar las creencias de nadie. Sin embargo, desde que se descubrió este sistema, no ha habido casi ninguna investigación científica del fenómeno de Haldora. No es que nadie quisiera examinarlo, sino que las autoridades locales, incluyendo la iglesia adventista, nunca han permitido un examen de cerca.

—Las naves en el enjambre de estacionamiento son libres de usar sus sensores para estudiar las desapariciones —dijo Quaiche—. Muchas lo han hecho y han distribuido sus hallazgos al resto de la comunidad.

—Cierto —dijo el ultra—, pero esas observaciones desde tanta distancia no han sido tomadas muy en serio fuera de este sistema. Lo que en realidad se necesita es un estudio en detalle, usando sondas físicas, paquetes con instrumentación lanzados a la superficie del planeta y cosas así.

—Y ya puestos, también podríais escupirle a Dios a la cara.

—¿Por qué? Si es un verdadero milagro, superará las investigaciones. ¿Qué tiene que temer?

—La ira de Dios, eso temo.

El ultra se examinó los dedos. Rashmika leyó su tensión como un libro abierto. Había mentido una vez, cuando le dijo al deán que la nave estaba llena de evacuados que querían ser testigos de las desapariciones. Podía haber un montón de razones banales para ello. Aparte de eso, había dicho la verdad, por lo que era capaz de juzgar. Rashmika miró fugazmente a la mujer, quien no había dicho nada todavía, y notó otro escalofrío eléctrico de reconocimiento. Durante un momento sus miradas se cruzaron y la mujer la sostuvo durante un segundo más de lo que Rashmika consideró cómodo, así que fue ella la que apartó los ojos, sintiendo que le ardían las mejillas.

—Las desapariciones están llegando a su punto culminante —dijo el ultra—. Nadie lo discute, pero eso significa que no nos queda mucho tiempo para estudiar a Haldora tal y como es ahora.

—No puedo permitirlo.

—Pero ya se ha hecho antes, ¿verdad?

La luz se reflejó en el marco de su separador de párpados cuando se volvió hacia el hombre.

—¿El qué?

—Enviar una sonda a Haldora —dijo el ultra—. En Hela, según hemos oído, existen rumores de una desaparición no registrada que sucedió hace unos veinte años. Una desaparición que duró más que las demás, pero que ha sido eliminada de los registros públicos.

—Hay rumores de todo tipo —dijo Quaiche con tono malhumorado.

—Se dice que el evento se prolongó como resultado del envío de un paquete de instrumentación lanzado a la superficie de Haldora en el momento de una desaparición ordinaria. De alguna forma retrasó la vuelta de la imagen normal en tres dimensiones del planeta. Quizás forzó el sistema o lo sobrecargó.

—¿El sistema?

—El mecanismo —dijo el ultra—, lo que proyecta la imagen del gigante gaseoso.

—El mecanismo, amigo mío, es Dios.

—Esa es una interpretación. —El ultra suspiró—. Mire, no he venido aquí para irritarle, solo para exponer con claridad nuestra posición. Creemos que ya se ha enviado un paquete con instrumentación a Haldora y que probablemente fue con las bendiciones de la Iglesia adventista. —Rashmika se acordó entonces de los símbolos que Pietr le había enseñado y lo que le habían dicho las sombras. Entonces todo era verdad: realmente había existido una desaparición omitida y en ese momento las sombras habían enviado a su emisario incorpóreo, a su agente de negociación, hasta el sarcófago ornamentado, el mismo que querían que ella sacase de la catedral antes de que se hiciese añicos en el fondo de la falla de Ginnungagap.

Hizo un esfuerzo por volver a concentrarse en el ultra, temiendo perderse alguna información crucial.

—También creemos que no puede derivarse ningún mal de un segundo intento —dijo el hombre—. Es lo único que pedimos, permiso para repetir el experimento.

—Ese experimento nunca existió —dijo Quaiche.

—Si es así, entonces seremos los primeros. —El ultra se inclinó hacia delante en su asiento—. Le daremos la protección que requiere gratis. No necesita ofrecernos incentivos comerciales. Puede seguir negociando con otros ultras como ha hecho siempre. A cambio, lo único que pedimos es el permiso para hacer un pequeño estudio de Haldora.

El ultra se reclinó. Miró a Rashmika y luego por una de las ventanas. Desde la buhardilla se veía con claridad el Camino, que se alejaba hasta veinte kilómetros. Muy pronto verían las señales de transición geológica que indicaban la cercanía de la falla. El puente no podía estar muy lejos. Menos de tres días, según sus cálculos. Entonces se subirían a él, pero no lo cruzarían rápidamente. Al ritmo habitual de la catedral, tardarían un día y medio en cruzarlo.

—Necesito protección —dijo Quaiche, tras un largo silencio—, y supongo que estoy dispuesto a ser flexible. Tenéis una buena nave, por lo que parece. Con bastante armamento y un sólido sistema de propulsión. Os sorprendería saber lo difícil que ha sido encontrar una nave que cumpla con mis requisitos. Para cuando llegan aquí, la mayoría de las naves están en las últimas. No están en condiciones de actuar como guardaespaldas.

—Nuestra nave tiene sus idiosincrasias —dijo el ultra—, pero sí, está en buenas condiciones. Dudo que haya una nave mejor armada en todo el enjambre de estacionamiento.

—El experimento —dijo Quaiche—, ¿sería solo el lanzamiento de un paquete con instrumentación?

—Uno o dos. Nada muy elaborado.

—¿Coincidiendo con una desaparición?

—No necesariamente. Podemos aprender mucho en cualquier momento. Por supuesto, si resulta que hay una desaparición… nos aseguraremos de tener un vehículo autómata a una distancia de reacción.

—No me gusta cómo suena nada de esto —dijo Quaiche—, pero me gusta cómo suena vuestra protección. Supongo que habéis estudiado el resto de mis condiciones, ¿verdad?

—Parecen razonables.

—¿Aceptáis la presencia de una pequeña delegación adventista en vuestra nave?

—En realidad, no creemos que eso sea necesario.

—Bueno, pues lo es. No entendéis la política de este sistema. No es ninguna crítica, tras tan solo unas pocas semanas aquí es normal, pero ¿cómo ibais a diferenciar entre una verdadera amenaza y una inocente trasgresión? No quisiera que fueseis disparando a todo lo que se acerque a Hela, eso no estaría nada bien.

—¿Sus delegados tomarían esas decisiones?

—Estarán allí con carácter consultivo —dijo Quaiche—, nada más. No tendréis que preocuparos por cada nave que se acerque a Hela, y yo no tendré que preocuparme de que vuestras armas estén listas cuando las necesite.

—¿Cuántos delegados?

—Treinta —dijo Quaiche.

—Son demasiados. Aceptaríamos diez, quizás doce.

—Que sean veinte y no se hable más.

El ultra volvió a mirar a Rashmika, como si buscase su consejo.

—Tendré que discutirlo con mi tripulación —dijo.

—Pero en principio no os oponéis frontalmente.

—No nos gusta la idea —dijo Malinin. Se levantó y se alisó el uniforme—. Pero si así obtenemos su permiso, no habrá más remedio que aceptarlo.

Quaiche asintió enfáticamente, enviando una ola solidaria entre sus espejos.

—Me alegro mucho —dijo—. En el momento en el que entró por la puerta, señor Malinin, supe que haría negocios con usted.

39

Superficie de Hela, 2727

Cuando la lanzadera de los ultras hubo partido, Quaiche se volvió hacia Rashmika.

—¿Y bien? ¿Son los elegidos?

—Creo que sí —contestó ella.

—La nave parece muy apropiada desde un punto de vista técnico, y sin duda están deseosos por aceptar el trato. La mujer no ha dicho nada. ¿Qué hay del hombre? ¿Te parece que Malinin esté ocultando algo?

Este era el momento crucial, pensó. Sabía desde el momento en el que oyó su nombre que Vasko Malinin significaba algo importante. Era como si por fin su mano encajase en el guante tras probar muchos de la talla equivocada: uno a uno, todos los dedos se ajustaban a la perfección. Sintió lo mismo cuando oyó el nombre de la mujer.
Yo conozco a esta gente
, pensó. Eran mayores de lo que ella recordaba, pero sus caras y gestos le resultaban tan familiares como la palma de su mano.

También había notado algo en la actitud de Malinin: él la conocía igual que ella lo conocía a él. El reconocimiento era mutuo. También había notado que ocultaba algo. Había mentido descaradamente acerca del motivo de su viaje a Hela, pero había algo más. Quería algo más que la inocente oportunidad de estudiar Haldora. Había llegado el momento crucial.

—Parecía bastante sincero —dijo Rashmika.

—¿De verdad? —preguntó el deán.

—Estaba nervioso —replicó ella—, y deseaba que no le hiciese muchas preguntas, pero únicamente porque quiere que su nave logre este acuerdo.

—Es raro que muestren tanto interés por Haldora. Rashmika bebió de su té, intentando ocultar su propia expresión. No era tan buena mintiendo como detectando las mentiras de los demás.

—No tiene mayor importancia, ¿no? Podrá tener a sus representantes a bordo de su nave. No podrán hacer nada sospechoso con un puñado de adventistas pegados a su nuca.

—Pero hay algo más —dijo Quaiche. Al no tener a ninguna visita que intimidar, se había vuelto a poner las gafas de sol, sujetándolas al marco de sus ojos—. Hay algo que se me escapa… Ya sé: ¿se ha fijado en que no paraban de mirarla? Y la mujer también. Extraño, ¿no? Los demás apenas si la vieron.

—No me he dado cuenta —dijo ella.

Órbita de Hela, 2727

Vasko notó que su peso aumentaba conforme la lanzadera los devolvía hasta la órbita. Al girar, vio de nuevo a la
Lady Morwenna
, que parecía un juguete diminuto comparado con su aspecto durante el acercamiento. La gran catedral avanzaba en solitario por su desvío del camino Permanente, tan lejos de las demás que parecía haber sido arrojada al desierto helado por alguna herejía incalificable, excomulgada de la familia principal de catedrales. Sabía que se movía, pero desde esta distancia parecía estar anclada al paisaje, girando con Hela. No en vano tardaba diez minutos en recorrer su propia distancia.

Miró a Khouri, sentada junto a el. No había dicho nada desde que salieron de la catedral. Un pensamiento extraño surgió en su mente de la nada. Las catedrales pasaban por todos estos problemas al circunnavegar el ecuador de Hela para que Haldora estuviese siempre directamente sobre sus cabezas y así poder observarlo ininterrumpidamente. Y eso era debido a que Hela no había sincronizado su rotación alrededor del planeta más grande. Habría sido mucho más simple si Hela alcanzase ese estado, de forma que siempre diera la misma cara hacia Haldora. Entonces las catedrales podrían reunirse en el mismo punto y echar raíces. No tendrían la necesidad de moverse, no haría falta el Camino Permanente, no sería necesaria la poco manejable cultura de las comunidades de apoyo de las que dependían las catedrales y que a la vez sustentaban. Y lo único que hacía falta era un pequeñísimo ajuste en la rotación de Hela. El planeta era como un reloj casi puntual. Solo necesitaba un empujoncito para estar en absoluta y perfecta sincronía. ¿Pero cuánto? Vasko hizo números en su cabeza, sin creerse totalmente lo que le habían dicho. La duración de un día de Hela tendría que ser modificada en una parte entre doscientos. Solo doce minutos de sus cuarenta horas.

Other books

Cathedral by Nelson Demille
Behind Blue Eyes by Jordan Abbott
Henry and Beezus by Beverly Cleary
The Heirloom Brides Collection by Tracey V. Bateman
A Love Least Expected by C. W. Nightly
The Heiresses by Allison Rushby