—Aquel libre de pecado, que arroje la primera piedra —apuntó la criatura.
La caravana remontó el acceso oriental del puente. A un kilómetro del contrafuerte oriental, la carretera volvía a girar hasta llegar al borde del precipicio, ascendiendo un desfiladero mediante curvas imposibles, traicioneras pendientes y breves intervalos de túneles y cornisas, hasta llegar al nivel de la entrada del puente. Tras ellos, el paisaje era un caos de peñascos de hielo aparentemente infranqueable. Por delante, atravesando el puente, la carretera se estrechaba como un ejemplo de perspectiva en un libro de texto, recta como el cañón de un rifle, sin vallas a los lados, ligeramente arqueada hacia la mitad y con el brillo de un diamante iluminado por las estrellas.
La caravana ganó en velocidad ahora que estaba a nivel de la superficie sin obstáculos u obstrucciones inmediatos, acercándose al punto en el que el suelo desaparecía a ambos lados. La carretera bajo la procesión se hizo más lisa y ancha, ya no tenía surcos ni se veía interrumpida por desprendimientos de rocas o fisuras del tamaño de una persona. Y finalmente aquí había pocos peregrinos a los que sortear. La mayoría no cruzaban el puente, por lo que había un riesgo menor de que algún desgraciado muriera atropellado por las pesadas máquinas.
La apreciación que Rashmika había hecho de la escala de la estructura experimentó varias revisiones. Recordaba que desde más lejos la plataforma del puente formaba un leve arco. Desde donde estaba ahora, sin embargo, parecía plano y recto, como si estuviera alineado con un láser hasta el punto de convergencia en el que desaparecía en la distancia. Intentaba resolver esta paradoja cuando se dio cuenta de que en ese momento tan solo veía una pequeña fracción de la mareante distancia de la plataforma. Era como escalar una colina con forma de cúpula: la cima siempre parecía angustiosamente fuera de su alcance.
Se acercó hasta otra de las ventanas panorámicas y miró hacia atrás. La primera media docena de vehículos de esta fila de la caravana estaba ahora en el puente propiamente dicho y las escarpadas paredes del acantilado caían por detrás ofreciéndole la primera oportunidad real de juzgar la profundidad de la falla, que caía con indecente rapidez. Las paredes del acantilado tenían surcos y hendiduras como gigantescos zarpazos geológicos, en unos sitios verticalmente, en otros horizontalmente, y más allá en diagonal o doblados y rizados sobre sí mismos en un alarde de obscena fluidez. Las paredes brillaban y chispeaban por el hielo gris azulado y las vetas más oscuras de los sedimentos. La cornisa que la caravana acababa de atravesar, visible ahora a la izquierda, parecía demasiado estrecha y vacilante como para ser usada como carretera, y mucho menos con algo que pesaba cincuenta mil toneladas. Bajo la cornisa, Rashmika podía ver ahora que el acantilado a veces se curvaba en un grado preocupante. Nunca se había sentido muy segura durante la travesía, pero al menos estaba convencida de que el suelo bajo sus pies continuaba hacia abajo más de una docena de metros.
No volvió a ver al cuestor durante el resto de la travesía. Al cabo de una hora apreció que la pared opuesta de la falla parecía tan solo un poco más lejos que la que acababan de dejar atrás. Debían de estar acercándose a la mitad del puente. Rápidamente, pero con el mínimo alboroto, Rashmika se puso su traje de vacío y se escabulló por la caravana hasta el tejado.
Desde lo alto del vehículo las cosas parecían muy diferentes a la escena aséptica y ligeramente irreal que había observado desde el compartimento presurizado. Ahora disfrutaba de una vista panorámica de toda la falla y era mucho más fácil ver el suelo, que estaba a más de una docena de kilómetros más abajo. Desde esta perspectiva, el fondo de la falla casi parecía reptar hacia delante mientras la cinta lisa de la plataforma del puente retrocedía bajo la caravana. Esta contradicción la mareó inmediatamente, y sintió un imperioso deseo de tumbarse sobre el tejado de la caravana, aplanarse en el suelo de forma que no pudiera caerse por el borde. Pero a pesar de doblar las rodillas bajando así su centro de gravedad, Rashmika logró reunir el valor para permanecer de pie.
La plataforma parecía apenas más ancha que la caravana. Avanzaban por la mitad de la carretera, virando ocasionalmente hacia un lado para evitar un montón de hielo o algún otro obstáculo. Había rocas en la helada superficie de la carretera, depositadas allí por los volcanes de Hela. Algunas eran tan altas como las ruedas de la caravana. El hecho de que se hubieran estrellado en la plataforma del puente sin hacerlo añicos le ofreció un pequeño rayo de confianza. La plataforma era justo lo bastante ancha como para albergar a las dos filas que formaban la caravana, por lo que era obviamente absurdo pensar que una catedral hiciese el mismo recorrido.
Entonces fue cuando advirtió algo en el fondo de la falla. Era un enorme corrimiento de tierra de varios kilómetros. Era oscuro y con forma de estrella y por lo que podía apreciar, el epicentro del corrimiento estaba directamente bajo el puente. Casi en el centro de la estrella parecía haber una estructura destrozada. Rashmika vio lo que parecía ser la parte superior de una aguja, inclinada hacia un lado. Adivinó indicios poco precisos de maquinaria estrellada, cubierta de polvo y escombros. O sea, que alguien sí había intentado cruzar el puente con una catedral.
Se desplazó entre los vehículos, concentrándose en el frente mientras hacía su propia travesía. Los observadores seguían en sus plataformas, inclinados hacia la enorme esfera de Haldora. Sus viseras de espejo le recordaron a docenas de huevos de titanio ordenadamente empaquetados.
Entonces vio a otra figura con traje de vacío que esperaba en el siguiente vehículo, apoyada en una barandilla del tejado. Advirtió su presencia casi al mismo tiempo que ella, ya que se giró y le hizo un gesto para que se acercase.
Rashmika dejó atrás a los observadores y luego cruzó otra tambaleante conexión. La caravana viró de forma inquietante haciendo eses para sortear dos rocas, para luego rebotar y aplastar una serie de obstáculos más pequeños.
La otra figura llevaba un traje de vacío de diseño muy corriente. No tenía ni idea de si era el mismo que llevaban los observadores, ya que nunca había visto lo que había bajo sus hábitos. La visera plateada no dejaba ver nada.
—¿Pietr? —preguntó por el canal general.
No hubo respuesta, pero la figura seguía haciéndole gestos con mayor apremio. ¿Y si era algún tipo de trampa? El cuestor sabía que había hablado con el joven. Era muy probable que también supiera lo de su cita en el tejado. Rashmika no había dudado ni por un momento que se granjearía enemigos en el transcurso de sus investigaciones, pero no pensaba que tuviera ninguno todavía, a menos que contara al propio cuestor. Aunque teniendo en cuenta que le acababa de buscar un trabajo en la cuadrilla de despeje, imaginaba que ahora tendría un interés personal en que llegara sana y salva al Camino Permanente.
Rashmika se acercó a la figura, sopesando varias posibilidades por el camino. El traje de la otra persona era un modelo rígido, ajustado a la anatomía de quien lo llevaba puesto. El casco y las partes que cubrían los miembros eran de color verde oliva, las articulaciones de acordeón de brillante color plata. Al contrario que los demás trajes que había visto en los peregrinos que iban a pie, este carecía completamente de cualquier ornamentación religiosa.
Se giró hacia ella y pudo ver atisbos de un rostro tras el cristal, apenas unas sombras tras unos pómulos muy definidos. Pietr extendió un brazo y con la otra mano abrió una solapa en la muñeca. Desenrolló un delgado cable de fibra óptica y le ofreció un extremo a Rashmika. Por supuesto: comunicación segura. Rashmika tomó el cable y lo conectó a su correspondiente toma en su traje. Estos cables estaban diseñados para permitir la comunicación entre trajes en caso de fallo generalizado de las comunicaciones por radio, pero también eran perfectos para garantizar la privacidad.
—Me alegro de que hayas venido —dijo Pietr.
—Ojalá hubiese entendido antes el motivo de tanto misterio.
—Más vale prevenir que curar. En realidad no debería haberte hablado de las desapariciones, al menos dentro de la caravana. ¿Crees que alguien pudo oírnos?
—El cuestor se me acercó para soltarme un discursito cuando te fuiste.
—No me sorprende en absoluto —dijo Pietr—. No es un hombre religioso en el fondo, pero sabe quién es la mano que le da de comer. Las iglesias pagan su sueldo, así que no quiere que nadie remueva las aguas con rumores poco ortodoxos.
—Ni que estuvieses pidiendo la abolición de las iglesias —replicó Rashmika—. Por lo que recuerdo, de lo único que hablamos fue de las desapariciones.
—Bueno, eso ya es bastante peligroso, a ojos de algunos. Hablando de ojos, ¿no es esto algo digno de ver? —Pietr giró sobre sí mismo, ilustrando su comentario con un amplio movimiento de la mano.
Rashmika sonrió frente a su entusiasmo.
—No estoy muy segura. No me gustan demasiado las alturas.
—Oh, venga. Olvida todo eso de las desapariciones, olvídate de tu misión sea lo que sea, al menos por ahora. Admira el paisaje. Millones de personas nunca podrán ver lo que tú ahora.
—Tengo la sensación de que estamos entrando sin autorización en propiedad privada —dijo Rashmika—, como si los scuttlers hubieran construido este puente para ser admirado pero no utilizado.
—No sé mucho de ellos, pero diría que no tenemos ni idea de lo que pensaron cuando construyeron este puente. Pero aquí esta, ¿no? Sería una pena que no lo usásemos, aunque solo sea de vez encunado.
Rashmika miró hacia abajo, al desprendimiento con forma de estrella.
—¿Es verdad lo que me dijo el cuestor? ¿Que una vez intentaron cruzar el puente con una catedral?
—Eso dicen. Pero no encontrarás ninguna prueba de ello en los archivos ecuménicos.
Se aferró con más fuerza a la barandilla, aún hipnotizada por la lejanía del suelo, allí al fondo.
—Pero sí que sucedió, ¿verdad?
—Fue una secta disidente —dijo Pietr—. Una Iglesia aislada con una pequeña catedral. Se hacían llamar numericistas. No estaban afiliados a ninguna de las organizaciones ecuménicas y tenían muy pocos acuerdos de comercio con las demás iglesias. Su sistema de creencias era… extraño. No era solo una cuestión de conflicto doctrinal con todas las demás iglesias. Pera empezar, eran politeístas. La mayoría de las iglesias son estrictamente monoteístas, con una fuerte raíz en las antiguas religiones abrahámicas. Religiones del fuego del infierno y del azufre, las llamo yo. Un dios, un paraíso, un infierno. Pero los que acabaron estrellados ahí abajo… eran mucho más extraños. No eran los únicos politeístas, pero su visión del mundo, su cosmología, era tan irremediablemente heterodoxa que no cabía posibilidad alguna de diálogo interecuménico. Los numericistas eran devotos matemáticos. Contemplaban el estudio de los números como la vocación más elevada, el único camino hacia la espiritualidad. Creían que había un Dios para cada clase de número: un Dios de los números enteros, un Dios de los números reales, un Dios del cero. Tenían dioses menores para los números irracionales, para los primos diofánticos. Las otras iglesias no podían tragar esas rarezas. Así que los numericistas fueron excluidos y con el tiempo se volvieron estrechos de miras y paranoicos.
—No me sorprende, en esas circunstancias.
—Pero hay algo más. Estaban interesados en las interpretaciones estadísticas de las desapariciones, usando algunas teorías de probabilidad bastante arcaicas. Era complicado. En aquel entonces no había tantas desapariciones, así que los datos eran más escasos, pero sus métodos, según afirmaban, eran lo suficientemente fuertes como para validarlos. Y lo que averiguaron fue devastador.
—Sigue —dijo Rashmika, entendiendo por qué Pietr le había pedido que subieran al tejado a mitad del puente.
—Fueron los primeros en afirmar que las desapariciones estaban aumentando su frecuencia, pero era estadísticamente difícil de demostrar. Con los casos de los que se tenía evidencia, las desapariciones sucedían en series con poca separación en el tiempo, pero ahora, o eso es al menos lo que los numericistas afirmaban, los tiempos de separación eran menores. También afirmaban que las propias desapariciones estaban aumentando su duración, aunque admitían que las pruebas eran mucho menos «significativas» en sentido estadístico.
—Pero tenían razón, ¿verdad?
Pietr asintió, reflejando el paisaje inclinado en su casco.
—Al menos en la primera afirmación. Ahora, incluso con rudimentarios métodos estadísticos se llega al mismo resultado. Las desapariciones han aumentado sin duda su frecuencia.
—¿Y la segunda afirmación?
—No se ha podido demostrar. Pero los nuevos datos tampoco la han descartado.
De nuevo Rashmika se arriesgó a mirar hacia el desprendimiento.
—Pero ¿qué les sucedió? ¿Por qué acabaron ahí abajo?
—Nadie lo sabe con seguridad. Como te he dicho antes, las iglesias ni siquiera admiten que alguna catedral haya intentado cruzar el puente. Si ahondas un poco más, te encontrarás la reciente aceptación de la existencia de los numericistas; poco más que papeleo de algún intercambio comercial, por ejemplo, pero no encontrarás nada referente a su travesía por el desfiladero de la absolución.
—Sin embargo, sucedió.
—Lo intentaron, sí, y creo que nadie sabrá nunca por qué. Quizás era un desesperado intento de arrebatarles prestigio a las iglesias que los habían excluido. Quizás habían descubierto un atajo que los llevaría a la cabeza de la procesión general sin perder nunca de vista a Haldora. En realidad no importa. Tenían sus motivos, intentaron cruzar y fracasaron. Por qué fracasaron es otro asunto.
—El puente no se vino abajo —dijo Rashmika.
—No, no parece que lo hiciese. Su catedral era pequeña comparada con las principales. Por la posición del impacto sabemos que avanzaron bastante por el puente antes de despeñarse, así que no fue por que el puente se combara. En mi opinión, fue cuestión de un delicado equilibrio: la catedral ocuparía todo el ancho de la plataforma y una vez atravesada la mitad del puente, perdieron el control de la dirección lo suficiente como para volcar, ¿quién sabe?
—Pero crees que pudo haber otra posibilidad.
—No se hicieron querer mucho con todo ese rollo estadístico de las desapariciones. ¿Recuerdas que te conté que las otras iglesias no querían saber nada sobre el aumento en su frecuencia?