Observó el último kilómetro de la
Nostalgia por el Infinito
salir limpiamente de entre el vapor mientras se protegía los ojos del resplandor con la mano. La nave estaba casi limpia de biomasa malabarista. Apenas podía ver unas hebras verdes aún adheridas al casco. Ahora salía el siguiente kilómetro. Viscosos restos de biomasa, más gruesos que una casa, se deslizaban por su superficie, perdiendo adherencia con la aeronave en aceleración.
El resplandor se hacía ya insoportable. El casco de la lanzadera se oscureció, protegiendo a sus ocupantes. Toda la nave había surgido ya del océano. A través del casi opaco fuselaje de la lanzadera, Vasko solo pudo ver dos refulgentes puntos elevándose lentamente.
—Ya no hay vuelta atrás —comentó. Escorpio se volvió hacia Khouri.
—Vamos a seguirlos, a menos que no estés de acuerdo. Khouri miró a su hija.
—No capto nada de Aura, Escorp, pero estoy segura de que Remontoire está detrás de esto. Siempre me decía que recibiría un mensaje. Creo que no nos queda más remedio que confiar en él.
—Esperemos que sea Remontoire —dijo Escorpio.
Pero estaba claro que ya había tomado una decisión. Les pidió a todos que se hiciesen su propio asiento y se preparasen para lo que fuera que se encontrasen en la órbita de Ararat. Vasko se fue a la parte de atrás para prepararse su asiento, pero antes de acomodarse observó que el suelo de la lanzadera era de nuevo transparente. Allá abajo, iluminado por el fulgor de la nave, vio Primer Campamento trazado con alucinante detalle: la cuadrícula de las calles y edificios se distinguía con monocroma claridad. Vio las pequeñas sombras de personas corriendo entre los edificios. Entonces miró hacia la bahía. La pared de agua se había estrellado contra la barrera del cabo, disipando gran parte de su fuerza, pero no había sido completamente bloqueada. Con un agonizante sentido de impasibilidad observó cómo el resto de la ola atravesaba la bahía, ralentizando su marcha y aumentando su altura al golpear la elevada pendiente de las aguas poco profundas. Después se tragó la orilla, redefiniéndola en un instante, invadiendo calles y edificios. La inundación se detuvo y luego retrocedió, arrastrando los escombros con ella. A su paso dejó cascotes y huecos rectangulares donde antes había edificios enteros que simplemente habían desaparecido. Grandes estructuras de conchas inadecuadamente ancladas o lastradas habían sido arrastradas por la superficie, reclamadas por el mar.
En la bahía, la ola sísmica se repitió a sí misma, creando varias oleadas menores que no provocaron tantos daños como la primera. Después de un minuto más o menos, todo volvió a la tranquilidad. Pero Vasko estimó que al menos un cuarto de Primer Campamento simplemente había dejado de existir. Lo único que esperaba era que la mayoría de los ciudadanos de la zona costera más vulnerable hubiesen sido los primeros en ser evacuados.
El resplandor iba perdiendo intensidad. La nave ya estaba sobre sus cabezas, ganando velocidad, abriéndose camino hacia una atmósfera enrarecida y finalmente hacia el espacio. La bahía, privada de su hito singular, no parecía la misma. Vasko había vivido allí toda su vida, pero ahora era un territorio extraño, un lugar apenas reconocible. Estaba seguro de que nunca volvería a sentir que era su hogar. Pero era muy fácil para él sentirse así, ¿verdad? Estaba en una posición privilegiada, no tenía que regresar para reconstruir su vida entre las ruinas. Él ya estaba partiendo, despidiéndose de Ararat: ¡adiós al mundo que lo había hecho tal y como era!
Se acomodó en su recientemente creado asiento, dejando que el casco se ajustase a la perfección a su contorno. Casi inmediatamente después de haberse acomodado, notó que la lanzadera comenzaba su propio ascenso empinado.
No tardaron mucho en alcanzar a la
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. Recordaba lo que Antoinette Bax le había dicho cuando le había preguntado si el Capitán era realmente capaz de abandonar Ararat. Ella había contestado que era posible, pero que no sería un despegue rápido. Como la mayoría de las naves de su clase, la gran abrazadora lumínica estaba diseñada para soportar una gravedad de propulsión hasta alcanzar la velocidad de la luz. Pero a nivel del mar, la propia gravedad de Ararat ya estaba cerca de un g normal. Con una propulsión de crucero normal la nave tenía justo la capacidad para mantener el equilibrio frente a esa fuerza, planeando a una altitud fija. Por lo tanto, aterrizar no fue un problema: simplemente fue cuestión de dejar que ganase la gravedad, aunque de forma lenta y controlada. Despegar era una cuestión diferente: ahora la nave tenía que vencer tanto la fuerza de la gravedad como la resistencia del aire. Tenía algo de potencia reservada para maniobras de emergencia (de hasta diez ges o más), pero esa capacidad de reserva estaba diseñada solo para unos segundos de uso, no para los muchos minutos que se requerían para alcanzar la órbita o la velocidad de escape interplanetaria. Para abandonar Ararat, por lo tanto, los motores tenían que impulsar la nave simplemente más allá del límite normal de un g, aportando un ligero exceso de propulsión. La
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podía mantener esa propulsión durante años y años.
La resistencia del aire disminuía conforme la nave ascendía. Comenzó a acelerar un poco más, pero por ahora la lanzadera no tenía problemas para mantener el ritmo. La huía se le antojaba relajada y como de ensueño. Vasko sabía que era una impresión equivocada. Cuando se convenció de que el viaje probablemente fuese tranquilo y sin problemas, al menos durante los próximos minutos, abandonó su asiento y se acercó a la parte delantera. Escorpio y el piloto estaban en los asientos de mando.
—¿Alguna transmisión de la
Infinito
? —preguntó Vasko.
—Nada —respondió el piloto.
—Espero que Antoinette esté bien —dijo. Entonces se acordó también del resto de la gente que había sido llevada a bordo, catorce mil, según el último recuento.
—Se las arreglará —dijo Escorpio.
—Imagino que en unos minutos averiguaremos si el mensaje era realmente de Remontoire. ¿Estás preocupado?
—No —dijo Escorpio—, ¿y sabes por qué? Porque no hay nada que ni tú, ni yo ni nadie más podamos hacer. No podíamos evitar que esa nave partiese y no podemos hacer nada con respecto a lo que la espera allí arriba.
—Podemos elegir si la seguimos o no —dijo Vasko.
El cerdo lo miró con los ojos entornados por el cansancio o por desdén.
—No, ahí te equivocas —dijo—. Nosotros sí podemos elegir, me refiero a Khouri y a mí, tú no. Tú solo nos acompañas en este viaje.
Vasko pensó retirarse a su asiento, pero decidió quedarse. Aunque era de noche, podía ver claramente la curva del horizonte de Ararat. Iba a salir al espacio. Era algo que siempre había deseado, durante casi toda su vida; pero nunca pensó que sería así, ni que el propio destino incluyese tantos peligros e incertidumbres. En lugar de la emoción de la huida, sintió un nudo de tensión en el estómago.
—Me he ganado el derecho a estar aquí —dijo en voz baja aunque lo suficientemente alto para que el cerdo lo oyese—. Tengo algo que decir en el futuro de Aura.
—Eres muy entusiasta, Malinin, pero estas completamente fuera de tu terreno.
—Pero yo también estoy involucrado en esto.
—Te has visto enredado en esto, que no es lo mismo. Vasko comenzó a decir algo, pero hubo una interferencia en las pantallas de los dispositivos que flotaban frente al piloto.
Notó que la lanzadera dio un bandazo.
—Estamos captando muchas interferencias en todas las frecuencias de comunicaciones —informó el piloto—. Hemos perdido el contacto con todos los transponedores de superficie y todos los enlaces con Primer campamento. Hay mucho ruido electromagnético ahí fuera —dijo—. Más que de costumbre. Hay cosas que los sensores no pueden ni interceptar. La aviónica responde muy lenta. Creo que estamos entrando en una especie de zona de perturbaciones.
—¿Puedes mantenerte junto a la
Infinito
? —pidió Escorpio.
—Prácticamente estoy pilotando manualmente. Supongo que si sigo teniendo la nave como referencia, no podemos perdernos. Pero no puedo prometer nada.
—¿Altitud?
—Ciento veinte kilómetros. Debemos de estar entrando en la esfera más baja de la batalla en estos momentos.
Encima de ellos, la vista no había variado sustancialmente desde el despegue de la nave. Las líneas de luz habían desaparecido, quizás porque Remontoire sabía que su mensaje había sido recibido y habían actuado en consecuencia. Seguía habiendo destellos de luz, esferas expansivas y arcos, y ocasionalmente la abrasadora estela de un objeto que entraba en la atmósfera, pero aparte de la oscuridad que cada vez adquiría un tono de negro más intenso, no había ninguna diferencia, comparado con la visión desde la superficie.
Khouri se unió a ellos.
—Oigo a Aura —dijo—, está despierta.
—Bien… —empezó a decir Escorpio.
—Hay más. Veo cosas, y Aura también. Creo que debe de ser lo mismo que Clavain y yo vimos antes de que las cosas se pusieran serias: fugas de la guerra que vuelven a llegar hasta nosotros.
—Debemos de estar muy cerca —dijo Vasko—. Imagino que los lobos bloquearon esas señales cuando podían para evitar que Remontoire enviase un mensaje con facilidad. Ahora que nos acercamos, no pueden detenerlas todas. —Vasko oyó un ruido que no supo identificar. Era un chirrido desgarrado. Sonaba ahogado por algún plástico. Entonces cayó en la cuenta de que era Aura, llorando.
—No le gusta —dijo Khouri—. Es doloroso.
—Contactos —anunció el piloto—. Llegan retornos de radar. A cincuenta kilómetros y acercándose. No estaban ahí hace un momento.
La lanzadera viró violentamente, lanzando a Vasko y a Khouri a un lado. Las paredes se deformaron para amortiguar el golpe, pero Vasko sintió que se le cortaba la respiración.
—¿Qué pasa? —preguntó sin aliento.
—La
Infinito
está haciendo maniobras evasivas. Ha visto los mismos ecos de radar. Yo solo intento seguirla. —El piloto echó otro vistazo a la pantalla—. Treinta kilómetros, veinte y aminorando. Las interferencias van a más. Esto no pinta nada bien, compañeros.
—Hazlo lo mejor que puedas —dijo Escorpio—. Todo el mundo: sujetaos bien, se va a poner movidito.
Vasko y Khouri regresaron junto a Valensin y sus máquinas, que continuaban vigilando a Aura. Seguía moviéndose, pero al menos ahora había dejado de llorar. Vasko deseaba que hubiese algo que pudiera hacer para ayudarla, algo que suavizase las voces que gritaban en su cabeza. No podía imaginarse lo que sería para ella. En justicia no debería haber nacido todavía, apenas tendría que tener sentido de su propia individualidad o del mundo exterior en el que existía. Aura no era un bebé normal, eso estaba claro, y poseía las habilidades lingüísticas de un niño de dos o tres años (según sus cálculos), pero era improbable que todas las partes de su cerebro estuviesen desarrollándose al mismo acelerado ritmo. En esa diminuta cabecita arrugada solo podía haber sitio para una cierta cantidad de información compleja y todavía debía tener una visión infantil de muchas otras cosas. Cuando él mismo era dos años mayor que Aura, su percepción del mundo apenas alcanzaba al puñado de habitaciones que formaban su hogar. Todo lo demás era algo difuso, sin importancia y sujeto a cómicos malentendidos.
La
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se había alejado de la lanzadera varias decenas de kilómetros. El casco de la lanzadera no se había vuelto completamente transparente todavía, pero gracias a la luz de los motores, Vasko captó el reflejo de unas cosas que se acercaban. No era un movimiento simple: revoloteaban, se arremolinaban, se dividían y se volvían a juntar, retrocediendo y avanzando en oleadas palpitantes.
Se acercaban cada vez más. Ahora el resplandor de los motores revelaba indicios de una estructura escalonada: gradas, contornos, bordes en zigzag. Era la misma maquinaria que habían encontrado en la nave de Skade, la misma cosa que había caído del cielo y había despedazado la corbeta, pero en esta ocasión la escala era considerablemente mayor. Estos cubos eran casi tan grandes como casas y formaban estructuras de cientos de metros de ancho. Los cubos de los lobos estaban en constante movimiento deslizante, reptando los unos por encima de los otros, hinchándose y contrayéndose para formar estructuras mayores que luego se disipaban con hipnótica fluidez. Filamentos de cubos abarcaban las estructuras más grandes. Grupos de ellos se desplazaban de un punto a otro como mensajeros. La escala era aún difícil de estimar, pero los cubos estaban por todas partes y a Vasko le pareció que ya habían rodeado casi por completo tanto a la lanzadera como a la
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. Lo que sí tenía claro era que el cerco se estrechaba y los huecos eran cada vez más pequeños.
—¿Ana? —preguntó Vasko—. Ya habías visto esto antes, ¿verdad? Atacaron tu nave. ¿Es así como empiezan?
—Sí, estamos en un apuro —confirmó.
—¿Qué pasa después, si no podemos escapar?
—Se meten dentro. —Su voz era apagada, como una campara agrietada—. Invaden tu nave y luego invaden tu cabeza. Vasko, confía en mí, desearás que ese momento no llegue nunca.
—¿Cuánto tiempo tendremos si llegan a la nave?
—Segundos, si tenemos suerte. Quizás ni eso. —Entonces sufrió una convulsión, un latigazo que la lanzó contra la superficie de sujeción que la lanzadera había creado a su alrededor. Sus ojos se cerraron para volver a abrirse con las pupilas fijas en el techo, mostrando la parte blanca brillante y espeluznante.
—Mátame. Ahora.
—¿Ana?
—Aura —dijo—. Mátame. Mátanos a las dos. Ahora.
—No —dijo. Miró a Valensin buscando alguna explicación. El médico simplemente negó con la cabeza.
—No puedo hacerlo —dijo—. Me da igual lo que diga, no segaré una vida.
—Escuchadme —insistió—. Lo que sé… demasiado importante. No pueden enterarse. Leerán nuestras mentes. No podemos dejar que eso pase. Matadnos ahora.
—No, Aura, no lo haré. Ni ahora ni nunca —dijo Vasko.
Los sirvientes de Valensin se acercaron más a la incubadora. Sus brazos articulados se retorcían, chocando con sus cuerpos verdosos. Una de las máquinas extendió un manipulador hacia la incubadora, agarrándola. El sirviente retrocedió entonces, intentando arrancar a la incubadora de su nicho. Vasko dio un salto y apartó de un empujón a la máquina del bebé. La máquina era más ligera de lo que parecía, pero más fuerte de lo que había imaginado. Sus numerosos miembros lo golpearon y el duro metal articulado hería su piel.