Read El ciclo de Tschai Online

Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (30 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
11.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Gracias por su ayuda. —Reith y sus compañeros volvieron al muelle y se encaminaron al
Vargaz:
un barco de forma redondeada con alta popa y un largo bauprés, ostensiblemente torcido. Sus dos mástiles sostenían un par de velas latinas que colgaban flaccidas mientras los marineros las remendaban con trozos de lona nueva.

Reith inspeccionó dubitativo la nave, luego se alzó de hombros y subió a bordo. A la sombra del castillo de popa había dos hombres sentados ante una mesa llena de papeles, plumas, sellos, cintas y una jarra de vino. El más imponente de los dos era un hombre fornido, desnudo hasta la cintura, que exhibía un pecho repleto de recio vello negro. Tenía la piel oscura y unos rasgos pequeños y duros en un rostro redondo e impasible. El otro hombre era delgado, casi frágil, y llevaba una chilaba blanca suelta y una chaqueta del mismo color amarillo que su piel. Un largo bigote caía tristemente de las comisuras de su boca; llevaba una cimitarra al cinto. Un par de ostensibles rufianes, pensó Reith.

—¿Qué desea, señor? —preguntó el hombre fornido.

—Transporte hasta Cath con el máximo de comodidades posibles —dijo Reith.

—Lo que pide es bastante poco. —El hombre se puso en pie—. Le mostraré lo que tengo disponible.

Finalmente Reith pagó un depósito por dos cabinas pequeñas para Anacho e Ylin Ylan, y un camarote más grande que él podía compartir con Traz. No eran muy aireados, ni espaciosos, ni demasiado limpios, pero Reith pensó que podían haber sido peores.

—¿Cuándo parte el barco? —preguntó al fornido capitán.

—Mañana al mediodía, con la marea. Es preferible que estén a bordo a media mañana; mi barco es puntual.

Los tres regresaron por las atestadas calles de Coad hasta el hotel. Ni la Flor ni Dordolio estaban allí. A última hora de la tarde regresaron en un palanquín, seguidos por tres porteadores cargados de paquetes. Dordolio bajó, ayudó a Ylin Ylan a hacer lo mismo, y entraron en el hotel seguidos por los porteadores y el jefe de varas del palanquín.

Ylin Ylan llevaba una graciosa túnica de seda verde oscuro, con un corpiño azul oscuro. Un encantador gorri-to de redecilla de aspecto cristalino sujetaba su pelo. Vaciló al ver a Reith, se volvió a Dordolio y le dijo unas palabras. Dordolio tironeó su extraordinario bigote dorado y se dirigió hacia donde estaba Reith con Anacho y Traz.

—Todo está arreglado —dijo Dordolio—. He reservado pasajes para todos a bordo del
Yazilissa,
un barco de excelente reputación.

—Me temo que has incurrido en gastos innecesarios —dijo Reith educadamente—. Yo he tomado otras disposiciones.

Dordolio dio un paso atrás, perplejo.

—¡Pero tendrías que haberme consultado!

—No puedo imaginar por qué —dijo Reith.

—¿Qué barco has elegido? —preguntó Dordolio.

—El
Vargaz.

—¿El
Vargaz?
¡Bah! Una cochiquera flotante. Jamás viajaría en el
Vargaz.

—No necesitas hacerlo: tú viajas en el
Yazilissa.
Dordolio tironeó de su bigote.

—La Princesa del Jade Azul también prefiere viajar a bordo del
Yazilissa,
en el mejor camarote disponible.

—Eres un hombre extremadamente generoso —dijo Reith—, reservando pasaje de lujo para un grupo tan grande.

—De hecho, hice todo lo que pude —admitió Dordolio—. Puesto que tú estás a cargo de los fondos del grupo, el sobrecargo te pasará la cuenta.

—En absoluto —dijo Reith—. Te recuerdo que ya he reservado pasaje a bordo del
Vargaz.

Dordolio silbó malhumorado entre dientes.

—Ésta es una situación insufrible. Los porteadores y el jefe de varas del palanquín se acercaron e hicieron a Reith una inclinación de cabeza.

—Aquí están nuestras cuentas —dijeron.

Reith alzó las cejas. ¿Acaso la ligereza de Dordolio no tenía límites?

—Por supuesto, tenéis derecho a cobrarlas. Al que contrató vuestros servicios. —Se puso en pie. Se dirigió a la habitación de Ylin Ylan, llamó a la puerta. Oyó un sonido de movimiento dentro; la muchacha atisbo por la mirilla. La parte superior de la puerta se abrió una rendija.

—¿Puedo entrar? —preguntó Reith.

—Estoy vistiéndome.

—Esto no representó ninguna diferencia antes.

La puerta se abrió; Ylyn Ylan se echó a un lado, un tanto mustia. Reith entró. Había paquetes por todas partes, algunos abiertos y revelando ropas y pieles, zapatillas, corpiños bordados, tocados de filigrana. Reith miró sorprendido a su alrededor.

—Tu amigo es extravagantemente generoso.

La Flor fue a decir algo, luego se mordió los labios.

—Estas pocas cosas son necesidades para el viaje a casa. No tengo intención de llegar a Vervodei como una fregona. —Lo dijo con una altivez que Reith no había oído nunca antes—. Todo esto será considerado como gastos de viaje. Por favor, presenta la cuenta a mi padre, y él te reembolsará satisfactoriamente.

—Me pones en una difícil situación —dijo Reith—, en la que inevitablemente voy a perder mi dignidad. Si pago, soy un patán y un imbécil; si no lo hago, soy un tacaño sin corazón. Creo que hubieras podido manejar la situación con un poco más de tacto.

—La cuestión del tacto no apareció en ningún momento —dijo la Flor—. Yo deseaba esos artículos. Los encargué y dije que los trajeran aquí.

Reith hizo una mueca.

—No voy a discutir el tema. He subido solamente para decirte esto: he reservado pasaje a Cath a bordo del
Vargaz,
que parte mañana. Es un barco sencillo y sin lujos; necesitarás ropas sencillas y sin lujos.

La Flor se lo quedó mirando desconcertada.

—¡Pero si el Noble Oro y Cornalina ya reservó pasaje a bordo del
Yazilissa!

—Si él quiere viajar a bordo del
Yazilissa,
es completamente libre de hacerlo, si es que puede pagar su pasaje, por supuesto. Precisamente acabo de notificarle que no voy a pagar ni sus paseos en palanquín, ni su pasaje a Cath, ni —Reith hizo un gesto hacia los paquetes— esas espléndidas prendas que a todas luces te animó a seleccionar.

Ylin Ylan enrojeció furiosamente.

—Nunca imaginé llegar a descubrir toda tu mezquindad.

—La alternativa es peor. Dordolio...

—Ése es su nombre de amigo —dijo Ylin Ylan con una voz llena de sobreentendidos—. Será mejor que utilices su nombre de campaña, o su nombre formal: Noble Oro y Cornalina.

—Sea como sea, el
Vargaz
parte mañana. Puedes subir a bordo o quedarte en Coad, como desees.

Reith regresó al salón de abajo. Los porteadores y el jefe de varas del palanquín se habían ido. Dordolio estaba de pie en el porche delantero. Los enjoyados adornos que realzaban sus pantalones a la altura de las rodillas habían desaparecido.

3

El
Vargaz,
ancho de manga, con su alta y afilada proa, hundida parte central y elevado castillo de popa, se balanceaba tranquilamente sujeto por sus amarras junto al muelle. Como todas las cosas en Tschai, su aspecto era exagerado, con cada una de sus características espectacularmente realzada. La curva del casco era excesiva, el bauprés parecía querer horadar el cielo, las velas no eran más que un puro remiendo.

La Flor de Cath acompañó en silencio a Reith, Traz y Anacho el Hombre-Dirdir a bordo del
Vargaz,
con un porteador tras ellos llevando su equipaje en un carretón de mano.

Media hora más tarde Dordolio apareció en el muelle. Estudió el
Vargaz
durante uno o dos minutos, luego subió la pasarela. Habló brevemente con el capitán, arrojó una bolsa sobre la mesa. El capitán frunció el ceño, mirando de soslayo bajo sus densas cejas negras, meditando. Abrió la bolsa, contó los sequins y los consideró insuficientes, y lo dijo. Dordolio llevó reluctante la mano a su bolsillo, encontró la suma requerida, y el capitán señaló con el pulgar hacia el castillo de popa.

Dordolio dio un tirón a su bigote, alzó los ojos hacia el cielo. Fue a la pasarela e hizo una seña a un par de porteadores, que subieron su equipaje a bordo. Luego, con una formal inclinación de cabeza hacia la Flor de Cath, fue a apoyarse en la barandilla en la parte más alejada del barco, contemplando sombríamente al otro lado del Dwan Zher.

Otros cinco pasajeros subieron a bordo: un mercader bajito y gordo con un caftán gris oscuro y un sombrero alto y cilíndrico; un hombre de las Islas de las Nubes, con su esposa y dos hijas: unas muchachitas vivaces y frágiles, de pálida piel y pelo anaranjado.

Una hora antes del mediodía el
Vargaz
desplegó las velas, recogió las amarras y empezó a apartarse del muelle. Los tejados de Coad se convirtieron en oscuros prismas amarronados esparcidos a lo largo de la colina. La tripulación tensó las velas, recogió las cuerdas, luego puso al descubierto un rudimentario cañón, que fue arrastrado hasta la proa.

—¿Qué es lo que temen? ¿Piratas? —preguntó Reith a Anacho.

—Una precaución. Mientras vean un cañón, los piratas se mantendrán a distancia. No tenemos nada que temer: raras veces son vistos en el Draschade. Un problema más importante es el reavituallamiento. Pero el capitán parece un hombre acostumbrado a vivir bien, lo cual es un signo optimista.

El barco avanzó a buena marcha durante toda la brumosa tarde. El Dwan Zher estaba tranquilo y mostraba un resplandor perlino. La línea de la costa desapareció al norte; no se veían otras embarcaciones por ninguna parte. Llegó el ocaso: un lánguido despliegue de ocres y marrones oscuros, y con él una fría brisa que hizo que el agua se agitara en pequeñas olitas en torno a la alta y afilada proa.

La comida de la noche fue sencilla pero apetitosa: lonchas de carne seca muy especiada, una ensalada de verduras crudas, paté de insectos, escabeche, suave vino blanco servido en garrafones de cristal verde. Los pasajeros comieron en medio de un prudente silencio; en Tschai los desconocidos eran objeto de instintiva sospecha. El capitán no tenía tales inhibiciones. Comió y bebió abundantemente, y regaló a sus compañeros de mesa con bromas, reminiscencias de anteriores viajes, divertidas suposiciones acerca de los propósitos del viaje de cada pasajero: una actuación que gradualmente descongeló la atmósfera. Ylin Ylan comió poco. No dejaba de mirar a las dos muchachas de pelo naranja, cada vez más consciente del enorme atractivo de su fragilidad. Dordolio permanecía sentado algo apartado de los demás, prestando poca atención a la conversación del capitán, pero mirando de tanto en tanto de soslayo a las dos muchachas y atusándose el bigote. Después de la cena llevó a Ylin Ylan hacia proa, donde contemplaron las fosforescentes anguilas marinas que se apartaban como saetas ante la aproximación de la nave. Los otros se sentaron en bancos a lo largo de la alta popa, manteniendo circunspectas conversaciones mientras la rosa Az y la azul Braz surgían del horizonte, la una inmediatamente después de la otra para enviar un par de reflejos al agua.

Uno a uno, los pasajeros fueron retirándose a sus cabinas, y finalmente el barco quedó al cuidado del timonel y del vigía.

Los días fueron pasando lentamente: frías mañanas de nacarada bruma pegada al mar; mediodías con Carina 4269 ardiendo en el cielo; tardes cobrizas; noches tranquilas.

El
Vargaz
tocó brevemente dos pequeños puertos en la costa de Horasin: poblados sumergidos en el follaje de gigantescos árboles gris verdosos. El
Vargaz
descargó pieles y utensilios de metal, cargó a bordo fardos de nueces, tarros de frutas en conserva, tablones de hermosa madera rosada y negra.

El
Vargaz
se alejó de Horasin y enfiló hacia el océano Draschade, poniendo rumbo al este a lo largo del ecuador, tanto para aprovechar la contracorriente como para evitar las desfavorables condiciones atmosféricas al norte y al sur.

Los vientos eran inconstantes; el
Vargaz
se bamboleaba perezosamente en un mar apenas ondulado.

Los pasajeros se distraían de las formas más diversas. Las muchachas del pelo naranja, Heizari y Edwe, jugaban a los tejos, e incordiaron a Traz hasta que éste se les unió finalmente.

Reith enseñó al grupo una variante del juego, el tejo de cubierta, especial para ser jugado en la cubierta de un barco, y la idea fue acogida con entusiasmo. Palo Barba, el padre de las muchachas, se presentó como maestro de esgrima, y él y Dordolio practicaban la espada durante una hora o así cada día, Dordolio desnudo hasta la cintura y con una cinta negra sujetando su pelo. Dordolio manejaba la espada dando fuertes golpes en cubierta con los pies y lanzando sincopadas exclamaciones. Palo Barba era menos espectacular en su exhibición, pero ponía un gran énfasis en las posturas tradicionales. Reith observaba ocasionalmente sus confrontaciones, y en una ocasión aceptó la invitación de Palo Barba de cruzar sus espadas. Reith encontró las hojas algo largas y demasiado flexibles, pero se comportó honorablemente. Observó que Dordolio efectuaba observaciones críticas a Ylin Ylan, y más tarde Traz, que había oído lo que decían, le informó de que Dordolio había calificado su técnica como «ingenua y excéntrica».

Reith se limitó a alzarse de hombros y sonrió. Dordolio era un hombre al que Reith había juzgado ya imposible de poder tomar en serio.

En dos ocasiones fueron avistadas otras velas en la distancia; en una ocasión, un largo barco negro a motor cambió de rumbo de una forma siniestra.

Reith inspeccionó la embarcación con su sondascopio. Una docena de hombres altos de piel amarilla llevando complicados turbantes negros estaban de pie en cubierta observando el
Vargaz.
Reith informó de todo ello al capitán, que se limitó a hacer un gesto casual con la cabeza.

—Piratas. No nos molestarán: demasiado riesgo.

El barco pasó a más de un kilómetro al sur, luego viró y desapareció hacia el sudoeste.

Dos días más tarde apareció una isla al frente: un promontorio montañoso cuya parte delantera estaba tapizada de altos árboles.

—Gozed —dijo el capitán, en respuesta a la pregunta de Reith—. Nos quedaremos aproximadamente un día. ¿No ha estado nunca en Gozed?

—Nunca.

—Pues le espera una sorpresa. O quizá, por otra parte... —aquí el capitán inspeccionó atentamente a Reith— ...puede que no. No puedo decirlo, puesto que las costumbres de su tierra natal me son desconocidas. ¿Y desconocidas tal vez para usted mismo? Tengo entendido que es amnésico.

BOOK: El ciclo de Tschai
11.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Married in Haste by Cathy Maxwell
Power Systems by Noam Chomsky
In the Dead of the Night by Spear, Terry
Promise Me A Rainbow by Cheryl Reavi
Anything but Ordinary by Lara Avery
Murder in the Collective by Barbara Wilson
Fire in the Lake by Frances FitzGerald