Read El ciclo de Tschai Online
Authors: Jack Vance
Saltó a la plataforma. El bruto había entrado en la jaula y estaba haciendo jirones la túnica de gasa de la muchacha. Reith apuntó su pistola, lanzó una aguja explosiva a la enorme espalda. Se oyó un apagado
¡thump!...
el bruto se estremeció, pareció deshincharse. Se alzó de puntillas, giró sobre sí mismo y cayó muerto. Ylin Ylan, la Flor de Cath, miró con ojos desorbitados a su alrededor y vio a Reith. Éste le hizo un gesto; la muchacha salió torpemente de la jaula y cruzó el estrado.
Las sacerdotisas lanzaron gritos de furia, luego de temor, porque alguno de los hombres liberados, llevando el fusil, empezó a disparar una y otra vez contra las espectadoras. Otros soltaron a los cantantes. El joven más recientemente enjaulado cargó contra la sacerdotisa en el panel de control. La agarró, la arrastró hasta la vacía jaula, la encerró dentro; luego, regresando a la consola, pulsó el mando de la válvula del fuego, y la sacerdotisa empezó a ulular con voz de contralto. Otro de los ex cautivos tomó una antorcha y prendió fuego a uno de los cobertizos; otros agarraron palos y se lanzaron contra las enloquecidas concelebrantes.
Reith condujo a la sollozante muchacha alejándola del tumulto, agarrando de pasada una capa, que echó sobre sus hombros.
Las sacerdotisas intentaban huir... colina arriba, bajando hacia el camino del este. Algunas intentaban ocultar sus semidesnudos cuerpos bajo los cobertizos, solamente para ser arrastradas de nuevo fuera por los pies y eliminadas a golpes.
Reith condujo a la muchacha hacia el camino principal que avanzaba al este. Un carromato apareció procedente de los establos, conducido frenéticamente por cuatro sacerdotisas. Entre ellas, alta y dominante, destacaba la Gran Madre. Mientras Reith observaba, un hombre saltó
a
la parte trasera del carromato, agarró a la Gran Madre, e intentó estrangularla con sus manos desnudas. Ella alzó sus enormes brazos, lo arrojó contra el piso, y empezó a patear su cabeza. Reith saltó tras ella y le dio un tremendo empujón; la mujer cayó del carromato. Reith se volvió hacia las otras sacerdotisas: las tres habían viajado con la caravana.
—¡Fuera! ¡Al suelo!
—¡Seremos asesinadas! ¡Los hombres son seres locos! ¡Están matando a la Gran Madre!
Reith se volvió para mirar: cuatro hombres habían rodeado a la Gran Madre, que se debatía impotente, rugiendo como un oso. Una de las sacerdotisas, aprovechando la distracción de Reith, intentó acuchillarle. Reith la arrojó al suelo, y las otras dos no tardaron en seguir su mismo camino. Hizo subir a la muchacha a su lado y condujo el carromato al camino del este, hacia el cruce de Fasm.
Ylin-Ylan la Flor de Cath se acurrucó contra él, exhausta, incapaz de reaccionar. Reith, golpeado, arañado, más allá de las emociones, permanecía envarado en su asiento. El cielo tras ellos empezó a enrojecer; las llamas ascendieron hacia el negro cielo.
Una hora después del amanecer alcanzaron el cruce de Fasm: tres lúgubres estructuras de ladrillos de tierra cocida al borde de la estepa, con sus altas paredes puntuadas por oscuras ventanas de lo más pequeño y estrecho que Reith hubiera visto nunca, y rodeadas por una empalizada de maderos. La puerta estaba cerrada; Reith detuvo el carromato, golpeó y llamó, sin ningún efecto. La pareja, agotada por el cansancio y el torpor subsiguiente a la extrema emoción, decidió aguardar hasta que la gente de la encrucijada estuviera dispuesta a abrir las puertas.
Investigando la parte posterior del carromato, Reith encontró, entre otros efectos, dos pequeños saquitos conteniendo sequins, en un número que no pudo ni siquiera estimar.
—Así que ahora somos poseedores de las riquezas de las sacerdotisas —le dijo a la Flor de Cath—. Suficiente, me atrevería a pensar, para pagar tu camino de vuelta a casa.
La voz de la muchacha sonó desconcertada.
—¿Vas a entregarme los sequins y a enviarme a casa sin pedir nada a cambio?
—Nada —dijo Reith con un suspiro.
—La broma del Hombre-Dirdir parece real —dijo la muchacha severamente—. Actúas como si procedieras realmente de un lejano mundo —y se apartó a medias de él.
Reith miró a través de la estepa, sonriendo algo tristemente. Suponiendo lo improbable, es decir que fuera capaz de regresar a la Tierra, ¿se contentaría con quedarse en ella, con vivir su vida allí sin regresar nunca a Tschai? No, probablemente no, meditó. Era imposible predecir cuál iba a ser la política de la Tierra, pero él mismo no se sentiría jamás contento mientras los Dirdir, los Chasch y los Wankh explotaban a los hombres y los utilizaban como despreciables subordinados. La situación era como una afrenta personal. Con voz medio ausente, preguntó a Ylin-Ylan:
—¿Qué es lo que piensa tu gente de los Hombres-Dirdir, los Hombres-Chasch y los otros?
Ella frunció el ceño, perpleja, y por alguna razón oscura para Reith pareció irritada.
—¿Qué es lo que hay que pensar? Existen. Cuando no nos molestan, los ignoramos. ¿Por qué hablas de los Hombres-Didir? ¡Estábamos hablando de ti y de mí!
Reith la miró. Ella lo contempló con una pasiva expectación. Reith inspiró profundamente, se acercó más a ella, y entonces la puerta del recinto se abrió y un hombre miró desde allá. Era bajo y rechoncho, con gruesas piernas y largos brazos; su rostro exhibía una nariz larga y torcida, con piel y pelo color plomo: evidentemente un Gris.
—¿Quiénes sois? Este es un carromato del Seminario. La noche pasada las llamas iluminaron el cielo. ¿Se trataba del Rito? Las sacerdotisas son de lo más extraño durante el Rito.
Reith dio una respuesta evasiva y condujo el carromato al interior del recinto.
Desayunaron té, infusión de hierbas y pan duro, y volvieron al carromato para esperar la llegada de la caravana. El humor de primera hora de la mañana había pasado; ambos se sentían laxos y poco comunicativos. Reith dejó el asiento delantero a Ylin-Ylan y se tendió en el fondo del carromato. Ambos se quedaron adormecidos a la cálida luz del sol.
Al mediodía la caravana ya estaba a la vista: una larga línea de grises y negros. El explorador Ilanth superviviente y un joven de redondo y ceñudo rostro promovido a este puesto desde artillero fueron los primeros en llegar al cruce, tras lo cual, haciendo dar media vuelta a sus caballos saltadores, regresaron a la caravana. Los altos carromatos tirados por animales de almohadilladas patas llegaron finalmente, con los conductores envueltos en voluminosas capas y sus delgados rostros cubiertos por sombreros de anchas alas. Luego llegaron los carromatos-vivienda con los pasajeros sentados a la entrada de sus cubículos. Traz saludó a Reith con evidente placer; Anacho, el Hombre-Dirdir, hizo un alado gesto con los dedos que posiblemente no significara nada.
—Estábamos seguros de que habías sido secuestrado o muerto —dijo Traz a Reith—Buscamos por las colinas, salimos a la estepa, pero no hallamos nada. Hoy estábamos dispuestos a ir a buscarte al Seminario.
—¿«Estábamos»? —inquirió Reith.
—El Hombre-Dirdir y yo. No es un tipo tan malo como puede parecer a primera vista.
—El Seminario ya no existe —dijo Reith.
Baojian apareció, se detuvo en seco al ver a Reith y a Ylin-Ylan, pero no hizo ninguna pregunta. Reith, que sospechaba a medias que Baojian había facilitado la marcha de las sacerdotisas del depósito de Zadno, no ofreció ninguna información. Baojian les asignó dos compartimientos, y aceptó el carromato de las sacerdotisas como pago del pasaje hasta Pera.
Fueron descargados algunos bultos, otros fueron cargados en los carromatos, y la caravana prosiguió hacia el nordeste.
Pasaron los días: días tranquilos y monótonos de avanzar traqueteante por la estepa. Durante un período de tiempo rodearon un enorme y poco profundo lago de lodosas aguas, luego cruzaron con grandes precauciones unas marismas llenas de enormes juncos blancos y articulados. El explorador descubrió una emboscada tendida por una tribu de hombres enanos de las marismas, que huyeron inmediatamente entre los juncos antes de que la artillería de la caravana llegara a tiro.
En tres ocasiones un aparato Dirdir sobrevoló la caravana a baja altura, y Anacho se ocultó en su compartimiento. En otra ocasión una plataforma de los Chasch Azules hizo lo mismo.
Reith hubiera gozado del viaje si no se hubiera sentido tan ansioso respecto a su lanzadera. Estaba también el problema de Ylin-Ylan, la Flor de Cath. Una vez alcanzara Pera, la caravana regresaría a Coad sobre el Dwan Zher, donde la muchacha podría tomar pasaje a bordo de un barco hacia Cath. Reith supuso que ése sería el plan de la muchacha, aunque ella no hablaba en absoluto del asunto y de hecho su actitud era un tanto fría, ante el desconcierto de Reith.
Así fueron transcurriendo los días, y la caravana siguió avanzando hacia el norte, bajo los cielos pizarrosos de Tschai. En dos ocasiones el atardecer se vio quebrado por sendas tormentas, pero en su mayor parte el tiempo fue bueno. Cruzaron un oscuro bosque, y al día siguiente siguieron un antiguo camino que cruzaba una enorme y negra ciénaga cubierta de plantas burbuja e insectos burbuja que adoptaban la forma de las plantas burbuja. La ciénaga era el hábitat de numerosas y fascinantes criaturas: cosas sin alas del tamaño de sapos que se propulsaban cruzando el aire mediante la vibración de colas parecidas a abanicos; criaturas más grandes, mitad arañas, mitad murciélagos, que merodeaban anclándose mediante los hilos que exudaban y cabalgaban en la brisa extendiendo unas alas parecidas a una cometa.
En el depósito de la Montaña de los Vientos se encontraron con una caravana que se dirigía a Magalash, al sur, más allá de las colinas, en el golfo de Hedajha. En dos ocasiones fueron avistados pequeños grupos de Chasch Verdes, pero en ninguna atacaron. El jefe de la caravana afirmó que eran grupos de apareamiento camino de una zona de procreación al norte de la Estepa Muerta. En otra ocasión un grupo de nómadas se detuvo para observarles pasar: hombres y mujeres altos con los rostros pintados de azul. Traz los identificó como caníbales y afirmó que las mujeres luchaban en la batalla al mismo nivel que los hombres. Dos veces pasaron cerca de ciudades en ruinas; en una ocasión se desviaron hacia el sur para entregar sustancias aromáticas, esencias y madera de ánfir a una ciudad de Viejos Chasch que Reith encontró particularmente fascinante. Había miríadas de bajos domos blancos medio ocultos bajo el follaje, con jardines por todas partes. El aire tenía un frescor peculiar, exudado por altos árboles amarillos verdosos, no muy distintos de los álamos, conocidos como adaraks. Reith supo que eran cultivados a la vez por los Viejos Chasch y por los Chasch Azules por la limpidez que daban al aire.
La caravana hizo un alto en una zona oval cubierta por una densa y corta hierba, y Biojan llamó inmediatamente a todo el personal de la caravana a su alrededor.
—Esto es Golsse, un ciudad de los Viejos Chasch. No abandonéis las inmediaciones, o podéis veros sometidos a los trucos de los Viejos Chasch. Puede que sean simples travesuras, como atraparos en un laberinto o administraros una esencia que haga que exudéis un terrible hedor durante semanas. Pero si se excitan, o se sienten particularmente graciosos, los trucos pueden llegar a ser crueles e incluso fatales. En una ocasión atontaron a uno de mis conductores con una esencia y le injertaron nuevos rasgos a su rostro, así como una enorme barba gris. Recordadlo: bajo ninguna circunstancia salgáis de este óvalo, ni siquiera aunque los Chasch os animen a hacerlo u os tienten de alguna forma. Son una raza vieja y decadente; no tienen piedad y piensan solamente en sus olores y esencias y en sus bromas. De modo que estáis advertidos: manteneos dentro del óvalo, no paseéis por los jardines, no importa cómo os seduzcan, y si valoráis en algo vuestras vidas y vuestra cordura no entréis en los domos de los Viejos Chasch.
No dijo nada más.
Los artículos fueron cargados en las bajas carretillas a motor Chasch, manejadas por unos cuantos Hombres-Chasch de aspecto decaído: más pequeños y quizá no tan evolucionados como los Hombres-Chasch Azules que Reith había visto antes. Eran delgados y de hombros hundidos, con arrugados rostros grises, frentes abultadas, bocas fruncidas en forma de pequeños botones sobre casi inexistentes barbillas. Como los Hombres-Chasch azules, llevaban un falso cráneo de sobresalía sobre sus ojos y se alzaba formando una punta. Su comportamiento era furtivo y apresurado, no hablaban con nadie de la caravana, y tenían ojos solamente para su trabajo. Finalmente aparecieron cuatro Viejos Chasch. Caminaron directamente hacia el carromato-vivienda; Reith pudo verles de cerca, y le recordaron grandes lepismas grotescamente dotados de piernas y brazos semihumanos. Su piel era como satinado marfil, casi imperceptiblemente escamosa; parecían frágiles, casi disecados; tenían ojos como pequeñas cuentas plateadas, que se movían independientemente y no dejaban de mirar a uno y otro lado. Reith los observó con gran interés; ellos captaron su mirada y se detuvieron para devolvérsela. Asintieron suavemente y le dedicaron afables gestos, a los que Reith respondió educadamente. Le inspeccionaron un momento más con sus brillantes ojos plateados, luego prosiguieron su camino.
Baojian no perdió tiempo en Golsse. Tan pronto como hubo recargado sus carromatos con cajas de productos químicos y tintes, balas de telas de encaje, frutos secos en tarros y pasteles, dispuso la caravana en orden de marcha y partieron de nuevo hacia el norte, prefiriendo pasar la noche al abierto en la estepa que arriesgarse a los caprichos de los Viejos Chasch.
La estepa era una extensión herbosa y vacía, llana como el sobre de una mesa. De pie en el carromato-vivienda, Reith podía contemplar una treintena de kilómetros con ayuda de su sondascopio, y así pudo descubrir un gran grupo de Chasch Verdes antes incluso que los exploradores. Se lo notificó a Baojian, el cual ordenó inmediatamente la caravana en un anillo defensivo con la artillería dominando toda el área circundante. Los Chasch Verdes cabalgaban en sus enormes animales, exhibiendo estandartes amarillos y negros al extremo de sus lanzas, lo cual indicaba truculencia y belicosidad.
—Acaban de bajar del norte —le dijo Traz a Reith—. Eso es lo que significan los estandartes. Se atiborran de platijas y de angbut; su sangre se espesa, y eso los vuelve irritables. Cuando ostentan estandartes amarillos y negros incluso los Emblemas se retiran antes que enfrentarse a ellos en la batalla.