Read El ciclo de Tschai Online
Authors: Jack Vance
Traz Onmale, desplegando de nuevo una decisión sorprendente en un muchacho tan joven, lo interrumpió con brusquedad.
—Ya basta. Estás diciendo tonterías. El Piluna es conocido como un emblema de oscuras acciones. Jad, el portador, tiene que rendir cuentas, y el Piluna debe ser refrenado.
—Proclamo mi inocencia —dijo Jad Piluna, indiferente—. Me someto a la justicia de las lunas. Traz Onmale frunció los ojos, colérico.
—No importa la justicia de las lunas. Yo haré justicia. Jad Piluna lo miró sin mostrar preocupación.
—Al Onmale no le está permitido luchar. Traz Onmale miró hacia el grupo.
—¿No hay aquí ningún noble emblema que dome al asesino Piluna?
Ninguno de los guerreros respondió. Jad Piluna asintió con satisfacción.
—Los emblemas permanecen al margen. Tu llamada no ha tenido efecto. Pero has calumniado a Piluna; has empleado la palabra «asesino». Exijo la reivindicación de las lunas.
Con voz controlada, Traz Onmale dijo:
—Traed el disco.
El Mago Jefe partió, y regresó con una caja tallada en un único y enorme hueso. Se volvió hacia Jad Piluna.
—¿A qué luna apelas en busca de justicia?
—Pido reivindicación a Az, la luna de la virtud y de la paz. Pido que Az demuestre mi derecho.
—Muy bien —dijo Traz Onmale—. Insto a Braz, la luna del Infierno, a que te reclame para sí.
El Mago Jefe rebuscó en la caja, extrajo un disco, rosa por un lado, azul por el otro.
—¡Apartaos, todos! —Lanzó el disco al aire. Giró, volteó, pareció flotar y deslizarse, y aterrizó con el lado rosa arriba.
—¡Az, luna de la virtud, ha decidido inocencia! —proclamó el mago—. Braz no ha visto causa para intervenir.
Reith lanzó un gruñido de hosca burla. Se volvió hacia Traz Onmale.
—Apelo al juicio de las lunas.
—¿Juicio acerca de qué? —preguntó el Mago Jefe—. ¡Por supuesto no tu herejía! ¡Eso es demostrable!
—Pido que la luna Az me conceda el emblema Vaduz, a fin de que yo pueda castigar al asesino Jad.
Traz Onmale lanzó a Reith una sorprendida mirada.
—Imposible —exclamó indignado el Mago Jefe—; ¿cómo puede un esclavo llevar un emblema?
Traz Onmale bajó la vista hacia el patético cuerpo de la muchacha, e hizo un seco gesto al mago.
—Lo libero de su esclavitud. Lanza el disco a las lunas.
El Jefe Mago se inmovilizó, curiosamente envarado y reluctante.
—¿Es eso juicioso? El emblema Vaduz...
—...está muy lejos de ser el más noble de los emblemas. Lanza.
El mago miró a Jad Piluna, como pidiendo su opinión.
—Lanza —dijo Jad Piluna—. Si las lunas le conceden el emblema, será para que yo pueda cortarlo a pedazos. Siempre he despreciado los rasgos de Vaduz.
El mago dudó, estudiando primero la alta y musculosa figura de Jad Piluna, luego a Reith, igualmente alto pero más delgado y menos robusto, y aún no en posesión de todo su vigor.
El Mago Jefe, hombre cauteloso, pensó en contemporizar.
—El disco está descargado de su fuerza; no podemos obtener de él más juicios.
—Tonterías —dijo Reith—. El disco está controlado, o al menos eso es lo que tú dices, por la fuerza de las lunas. ¿Cómo puede estar descargado el disco? ¡Lánzalo!
—¡Lanza el disco! —ordenó Traz Onmale.
—Entonces debes elegir Braz, puesto que eres malvado y hereje.
—He apelado a Az, que puede rechazarme si así lo quiere.
El mago se alzó de hombros.
—Como desees. Usaré un nuevo disco.
—¡No! —exclamó Reith—. El mismo disco. Traz Onmale se irguió en su asiento y se inclinó hacia delante, sintiendo despertada nuevamente su atención.
—Utiliza el mismo disco. ¡Lanza!
Con un gesto furioso, el Mago Jefe recogió el disco y lo lanzó alto y girante en el aire. Como antes, osciló, pareció flotar, planeó, y cayó con la cara rosa arriba.
—¡Az señala su favor al extranjero! —declaró Traz Onmale—. ¡Traed el emblema Vaduz!
El Mago Jefe fue a su choza y regresó con él. Traz Onmale se lo tendió a Reith.
—Ahora llevas el Vaduz: eres un Hombre Emblema. ¿Desafías a Jad Piluna?
—Lo desafío.
Traz Onmale se volvió a Jad Piluna.
—¿Estás preparado para defender tu emblema?
—Ahora mismo. —Jad Piluna extrajo con un gesto rápido su espadín, e hizo un floreo por encima de su cabeza.
—Una espada y un escudo para el nuevo Vaduz —dijo Traz Onmale.
Reith tomó el espadín que se le tendía. Lo sopesó, hizo silbar la hoja hacia uno y otro lado. Nunca había manejado una espada tan flexible, y había manejado muchas, puesto que la esgrima era un elemento más de su entrenamiento. Un arma sorprendente en ciertos aspectos, inútil para la lucha a corta distancia. Los guerreros que luchaban con ella lo hacían manteniendo la distancia de su oponente, agitando la espada, cortando, pinchando, alzando y bajando la hoja, pero utilizando relativamente poco los pies. La afilado escudo triangular para el brazo izquierdo también era extraño. Agitó la hoja hacia delante y hacia atrás, observando con el rabillo del ojo a Jad Piluna, que permanecía indolentemente a un lado.
Intentar luchar con el hombre a su propio estilo equivalía a un suicidio, pensó Reith.
—¡Atención! —exclamó Traz Onmale—. Vaduz desafía a Piluna. Cuarenta y uno de tales encuentros se han producido ya anteriormente. Piluna ha humillado a Vaduz en treinta y cuatro ocasiones. Ahora vuelve a producirse la confrontación. Emblemas, saludaos.
Jad Piluna saltó inmediatamente; Reith paró sin ninguna dificultad, y lanzó un tajo con su propia hoja: un golpe que Jad Piluna desvió con su cuchillo-escudo. Mientras hacía esto Reith saltó hacia delante y golpeó con la punta de su escudo, alcanzando en el pecho a Jad Piluna: una herida insignificante, pero suficiente para destruir la confianza de Piluna. Con los ojos desorbitados por la ira, el rojo de su rostro casi febril, Jad retrocedió de un salto, luego se lanzó a un furioso ataque, abrumando a Reith con su superior fuerza y habilidad técnica. Reith se vio obligado a limitarse a la defensa, evitando ser alcanzado por la rápida hoja, sin pensar en un contraataque. Su hombro le lanzó un ominoso aviso y empezó a arder; jadeaba falto de aliento. La hoja contraria trazó un surco en su muslo, luego en su bíceps izquierdo; más confiado, exultante. Jad Piluna presionó en su ataque, esperando que Reith cayera de espaldas y entonces hacerlo pedazos. Pero Reith se lanzó hacia delante, apartó con un golpe de su escudo la hoja contraria, lanzó un tajo contra la cabeza de Jad Piluna, y le torció el sombrero, estando a punto de arrebatárselo. Jad Piluna retrocedió unos pasos para volver a colocarlo bien, pero Reith saltó de nuevo hacia delante, dentro de una confortable distancia de lucha con el espadín. Golpeó con el escudo, apuntó de nuevo al sombrero de Jad Piluna, se lo arrebató de la cabeza, y con él el emblema Piluna. Reith dejó caer el escudo y recogió el sombrero. Jad, despojado de su Piluna, retrocedió desconcertado, su rostro enmarcado por rizos castaños. Saltó; Reith lanzó el sombrero, atrapando el espadín contrario con las partes laterales del ala que cubrían las orejas.
Se lanzó a fondo con su propio espadín, traspasando el hombro de Jad.
Jad liberó frenéticamente su espadín, retrocedió un paso más, ansioso por obtener más espacio, pero Reith, jadeando y sudando, siguió presionando.
—Te he arrebatado el emblema Piluna, que te ha rechazado con disgusto. Tú, el asesino, vas a morir.
Jad lanzó un grito inarticulado y se lanzó de nuevo al ataque. Reith agitó otra vez el sombrero para atrapar el espadín en las alas. Se lanzó a fondo y ensartó a Jad, el hasta entonces portador del Piluna, en el abdomen. Jad golpeó hacia abajo con su escudo, haciendo soltar a Reith el espadín. Por un grotesco momento permaneció mirando a Reith con horror y acusación, la hoja asomando de su cuerpo. Se la arrancó, la echó a un lado, avanzó hacia Reith, que se inclinó para recoger el escudo que había tirado antes al suelo. Mientras Jad cargaba, Reith recuperó el escudo y lo lanzó contra su rostro. La punta del arma protectora golpeó la boca de Jad y se clavó, como una fantástica lengua de metal. Las rodillas de Jad cedieron; se derrumbó al suelo, agitando y retorciendo los dedos de sus manos.
Reith, jadeando intensamente, dejó caer el sombrero con el emblema Piluna en el polvo y se apoyó en el poste sustentador de una de las chozas.
No se oía el menor sonido en todo el campamento.
Finalmente, Traz Onmale dijo:
—Vaduz ha vencido a Piluna. El emblema recupera su lustre. ¿Dónde están los Juzgadores? Que vengan a juzgar a Jad Piluna.
Los tres magos avanzaron, mirando primero intensamente al reciente cadáver, luego a Traz Onmale, y al fin, de soslayo, a Reith.
—Juzgad —ordenó Traz Onmale con su dura voz de viejo—. ¡Y aseguraos de que juzgáis correctamente!
Los magos consultaron en voz baja entre sí; luego el Mago Jefe tomó la palabra:
—El juicio es difícil. Jad vivió una vida de héroe. Sirvió al Piluna con distinción.
—Mató a una muchacha.
—Por una buena causa: ¡Estaba manchada por la herejía, por el comercio de su cuerpo con un híbrido impuro! ¿Qué otro hombre religioso no hubiera hecho lo mismo?
—Actuó más allá de su competencia. Os invito a que lo juzguéis malvado. Ponedlo en la pira. Cuando aparezca Braz, arrojad las cenizas del malvado al infierno.
—Así sea —murmuró el Mago Jefe.
Traz Onmale entró en su choza.
Reith se quedó solo en medio del campamento. Los guerreros hablaban intranquilos en pequeños grupos, mirando con desagrado hacia él. Era última hora de la tarde; un banco de pesadas nubes oscureció el sol. Hubo el relampagueo de purpúreos rayos, el ronco retumbar de los truenos. Las mujeres corrieron apresuradamente aquí y allá, cubriendo los montones de forraje y las vasijas de cereales. Los guerreros se apresuraron a tensar las cuerdas que sujetaban las lonas encima de los grandes carromatos.
Reith bajó la vista al cuerpo de la muchacha, que nadie parecía interesado en retirar. Permitir que el cadáver yaciera toda la noche allí fuera en medio de la lluvia y el viento era impensable. La pira estaba ya prendida, lista para recibir el cuerpo de Jad. Reith alzó el cuerpo de la muchacha, lo llevó hasta la pira e, ignorando las quejas de las viejas mujeres que atendían al fuego, introdujo el cuerpo en el horno con tanta gracia y compostura como le fue posible.
Con las primeras gotas de lluvia, Reith se dirigió al cobertizo de almacenamiento que había sido dejado para su uso.
Fuera, la lluvia se había convertido en un auténtico diluvio. Empapadas mujeres erigieron un tosco refugio sobre la pira y siguieron alimentando las llamas con madera.
Alguien penetró en el cobertizo. Reith retrocedió a las sombras, luego la luz del fuego brilló en el rostro de Traz Onmale. Parecía sombrío, deprimido.
—Reith Vaduz, ¿dónde estás?
Reith avanzó. Traz Onmale le miró, agitó lúgubremente la cabeza.
—Desde que llegaste a la tribu, todo ha ido mal. Discusiones, iras, muertes. Los exploradores regresan solamente con noticias de una estepa vacía. Piluna ha resultado manchado. Los magos discuten contra Onmale. ¿Quién eres, para traernos tales maldiciones?
—Soy lo que te he dicho que soy —respondió Reith—: un hombre de la Tierra.
—Herejía —dijo Traz Onmale, sin calor—. Los Hombres Emblema son la lluvia caída de Az. Eso al menos es lo que dicen los magos.
Reith meditó unos instantes, luego dijo:
—Cuando las ideas se hallan en contradicción, como aquí, normalmente las ideas más poderosas son las que vencen. A veces esto es malo, a veces bueno. La sociedad de los Emblemas me parece mala para mí. Un cambio sería para mejor. Sois gobernados por sacerdotes que...
—No —dijo con decisión el joven—. Onmale gobierna la tribu. Yo llevo ese emblema; habla a través de mi boca.
—Hasta cierto punto. Los sacerdotes son lo bastante listos como para hacer que las cosas vayan a su manera.
—¿Qué es lo que pretendes? ¿Deseas destruirnos?
—Por supuesto que no. No deseo destruir a nadie... a menos que resulte necesario para mi propia supervivencia. El joven dejó escapar un profundo suspiro.
—Me siento confuso. Estás equivocado... o los que están equivocados son los magos.
—Los magos son los que están equivocados. La historia humana en la Tierra posee un pasado de diez mil años.
Traz Onmale se echó a reír.
—En una ocasión, antes de que yo llevara el Onmale, la tribu penetró en las ruinas de la antigua Carcegus y allí capturó a un Pnumekin. Los magos lo torturaron para conseguir sus conocimientos, pero habló solamente para maldecir cada minuto de los cincuenta y dos mil años que los hombres llevaban viviendo en Tschai... Cincuenta y dos mil años contra tus diez mil. Todo es muy extraño.
—Muy extraño, realmente.
Traz Onmale se puso en pie, alzó la vista hacia el cielo, donde el viento nocturno arrastraba las nubes como si fueran un rebaño.
—He estado observando las lunas —dijo con un hilo de voz—. Los magos también las observan. Los portentos son desfavorables; creo que está a punto de producirse una conjunción. Si Az cubre a Braz, todo irá bien. Pero si es Braz quien cubre a Az, entonces alguien nuevo llevará el Onmale.
—¿Y tú?
—Debo actuar de acuerdo con la sabiduría del Onmale, y dejar que las cosas se produzcan como deben producirse. —Y Traz Onmale abandonó el cobertizo.
La tormenta rugió por toda la estepa: una noche, un día, una segunda noche. Por la mañana del segundo día, el sol se alzó en un límpido y ventoso cielo. Los exploradores salieron como de costumbre, para regresar excitados al mediodía. Hubo una explosión instantánea de actividad. Las lonas fueron dobladas, las chozas desmontadas y empaquetadas en fardos. Las mujeres cargaron los carros; los guerreros frotaron sus caballos saltadores con aceite, los ensillaron, aseguraron las riendas en sus sensitivos palpos frontales. Reith se acercó a Traz Onmale.
—¿Qué ocurre?
—Ha sido avistada por fin una caravana procedente del este. Vamos a atacarla a lo largo del río Ioba. Como Vaduz, tienes que cabalgar con nosotros y compartir el botín.
Ordenó que le fuera entregado un caballo saltador; Reith montó excitado el hediondo animal. Saltó ante el peso no familiar, agitando el muñón que era su cola. Reith tiró de las riendas; el caballo saltador se tensó y partió al galope hacia la estepa, mientras Reith se aferraba desesperadamente para no ser arrojado. Desde atrás le llegó un rugir de risas: era la burla de los expertos ante las tribulaciones de un pie tierno.