—Y no me digas —añadió Landen—, tienes que lavarte el pelo.
—Muy gracioso.
—De todas formas, ¿en qué trabajas en Swindon? —preguntó Landen.
—Limpio en SmileyBurger.
—Claro que sí. ¿OpEspec?
Asentí.
—Me he unido a la unidad de detectives literarios de Swindon.
—¿Permanentemente? —preguntó—. Es decir, ¿has vuelto a Swindon para siempre?
—No lo sé.
Le cogí la mano. Quería abrazarle, llorar y decirle que le amaba y
siempre
le amaría como una niña tonta del todo, pero el momento no era del todo apropiado, como diría mi padre. Así que en su lugar decidí pasar al interrogatorio ofensivo. Pregunté:
—¿
Tú
estás casado?
—No.
—¿Nunca te lo has planteado?
—Me lo he planteado muchas veces.
Los dos nos quedamos en silencio. Había tantas cosas que decir que a ninguno de los dos se le ocurría la mejor forma de empezar. Landen abrió un segundo frente:
—¿Quieres ver
Ricardo III
?
—¿Todavía la representan?
—Claro que sí.
—Estoy tentada, pero sigue siendo cierto que no sé cuándo estaré libre. En estos momentos las cosas están… volátiles.
Me di cuenta de que no me creía. No podía decir que en realidad perseguía a un genio criminal que podía robar pensamientos y proyectar imágenes a voluntad; que era invisible en las grabaciones y que podía asesinar y reír mientras lo hacía. Landen suspiró, pescó una tarjeta de visita y la colocó sobre la barra.
—Llámame. Cuando estés libre. ¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Me besó en la mejilla, se acabó la copa, me volvió a mirar y salió cojeando del bar. Me quedé mirando su tarjeta de visita. No la cogí. No me hacía falta. El número era el que recordaba.
La habitación era exactamente igual que todas las otras habitaciones del hotel. Los cuadros estaban atornillados a las paredes y en el minibar, representantes demasiado tacaños para pagar por las bebidas habían abierto las botellas, se las habían bebido y luego las habían vuelto a cerrar llenas de agua o té frío. La habitación miraba al norte; podía ver el campo aéreo. Una nave enorme de cuarenta pasajeros estaba anclada al mástil, con sus flancos plateados iluminados en la noche oscura. El pequeño dirigible que me había traído a mí había seguido hasta Salisbury; consideré brevemente volver a subir cuando pasase de regreso pasado mañana. Encendí la tele justo a tiempo para pillar
Hoy en el Parlamento
. El debate sobre Crimea había llevado todo el día y todavía no había terminado. Me vacié el cambio de los bolsillos, saqué la automática de la funda y abrí el cajón junto a la cama. Estaba lleno. Además de la Biblia, estaban las enseñanzas de Buda y una copia en inglés del Corán. También había un volumen de oraciones DEG y un panfleto wesleyano, dos amuletos de la Sociedad de Consciencia Cristiana, los pensamientos de San Zvlkx y las ahora obligatorias
Obras completas de William Shakespeare
. Saqué todos los libros, los guardé en el armario y metí la automática en el cajón. Abrí la bolsa y empecé a organizar la habitación. No había alquilado mi apartamento en Londres; no sabía si me quedaría aquí o no. Curiosamente, la ciudad me había empezado a resultar agradable, y no sabía si esa sensación me gustaba o no. Lo coloqué todo sobre la cama y luego lo guardé cuidadosamente. Coloqué algunos libros sobre la mesa y el ejemplar de
Jane Eyre
que me había salvado la vida en la mesita de noche. Cogí la foto de Landen y fui hasta el escritorio, pensé un momento y luego la coloqué boca abajo en el cajón de mi ropa interior. Ahora que el verdadero andaba cerca, la foto no me hacía falta. La televisión seguía con lo suyo:
—…a pesar de la intervención de los franceses y las garantías rusas de ocupación segura para los colonos ingleses, parece que el gobierno inglés no volverá a ocupar su puesto en la mesa de Budapest. Con Inglaterra todavía decidida a una ofensiva empleando el nuevo rifle de plasma llamado Stonk, la paz
no
descenderá en la península del mar Negro…
El presentador movió algunos papeles.
—Ahora las noticias nacionales. La violencia volvió a desatarse en Chichester cuando un grupo de neo-surrealistas se reunió para celebrar el cuarto aniversario de la legalización del surrealismo. En el lugar de los hechos para Toad News Network se encuentra Henry Grubb. Henry, ¿cómo están las cosas por ahí?
Una imagen en directo algo temblorosa apareció en pantalla, y me detuve un momento para mirar. Detrás de Grubb se veía un coche volcado e incendiado, y había varios agentes vestidos con equipo antidisturbios. Henry Grubb, quien se preparaba para el trabajo de corresponsal en Crimea y secretamente esperaba que la guerra no terminase hasta que él tuviese la oportunidad de ir allí, vestía un chaleco antibalas azul marino y hablaba con la voz apresurada y entrecortada de un corresponsal en zona de guerra.
—Las cosas están un poco calientes por aquí, Brian. Me encuentro a cien metros de la zona de disturbios y puedo ver varios coches volcados e incendiados. La policía lleva todo el día intentando mantener separadas a las facciones, pero se ha enfrentado al peso de los números. Esta noche varios cientos de rafaelistas rodearon el bar N’est pas une pipe donde se habían atrincherado un centenar de neo-surrealistas. Los manifestantes del exterior corearon eslóganes italianos del renacimiento y luego lanzaron piedras y otros proyectiles. Los neo-surrealistas respondieron atacando esas líneas de batalla protegidos por enormes relojes flácidos y parecían ir ganando hasta la intervención de la policía. Espera, puedo ver a un hombre arrestado por la policía. Intentaré entrevistarle.
Agité la cabeza con tristeza y guardé algunos zapatos en el fondo del armario. Había violencia cuando el surrealismo estaba prohibido y había violencia cuando se retiraba esa misma prohibición. Grubb siguió con la emisión mientras interceptaba a un policía que se alejaba con un joven vestido con ropas del siglo XVI y una reproducción perfecta de la Mano de Dios de la Capilla Sixtina tatuada en la cara.
—Discúlpeme, señor, ¿cómo respondería a las críticas de que son ustedes un grupo intolerante que no respeta el valor del cambio y la experimentación en todos los aspectos del arte?
El renacentista miró a la cámara con un gesto de furia.
—La gente dice que sólo los renacentistas causamos problemas, pero aquí, esta noche, he visto chicos barrocos, rafaelistas, románticos y manieristas. Es una demostración clásica de unidad artística contra esos cabrones frívolos que se refugian bajo la seguridad de la palabra progreso. No es justo…
El agente de policía intervino y se lo llevó. Grubb esquivó un ladrillo volador y luego concluyó su informe.
—Les ha hablado Henry Grubb, informando para la Toad News Network, en directo desde Chichester.
Apagué la tele usando un mando a distancia encadenado a la mesita de noche. Me senté en la cama y me tiré con fuerza del pelo, dejé que cayese y me di un masaje en la cabeza. Olisqueé dubitativamente el pelo y me decidí en contra de una ducha. Con Landen había sido más dura de lo que había pretendido. Incluso con nuestras diferencias, teníamos lo suficiente en común para ser buenos amigos.
Polly cae en el ojo interior
«Creo que Wordsworth se sorprendió tanto de verme como yo de verle a él. No debe de ser normal ir a tu recuerdo favorito y encontrar a alguien allí, admirando la vista antes que tú.»
P
OLLY
N
EXT
En una entrevista en exclusiva para
The Owl on Sunday
Mientras yo lidiaba de forma tan torpe con Landen, mi tío y mi tía trabajaban duramente en el taller de Mycroft. Como descubriría más tarde, las cosas parecían ir bastante bien. Al menos, para empezar.
Mycroft daba de comer a los gusalibros en el taller cuando entró Polly; ella acababa de completar algunos cálculos matemáticos de una complejidad que para él resultaba casi incomprensible.
—Tengo la respuesta que querías, Crofty, amor —dijo ella, chupando el extremo de un lápiz muy gastado.
—¿Y es? —preguntó Mycroft, atareado vertiendo preposiciones encima de los gusalibros, que devoraban con fruición el alimento abstracto.
—Nueve.
Mycroft murmuró algo y apuntó la cifra en un libro de notas. Abrió el enorme libro reforzado con metal al que no me habían acabado de presentar la noche antes para dejar al descubierto una cavidad en la que colocó una copia en letra grande del poema de Wordsworth «Vagué solitario como una nube». Luego añadió los gusalibros que se pusieron a trabajar atareados. Se deslizaron sobre el texto, sus pequeños cuerpecitos y su insondable personalidad colectiva examinando inconscientemente cada frase, cada palabra, cada vocal y sílaba. Examinaron en profundidad sus alusiones históricas, biográficas y geográficas, para luego explorar los sentidos internos ocultos en el metro y el ritmo, y jugar ingeniosamente con subtexto, contenido e inflexión. Tras lo cual, crearon algunos versos propios y convirtieron el resultado en binario.
¡Lagos! ¡Narcisos! ¡Soledad! ¡Memoria!,
susurraron emocionados los gusanos mientras Mycroft cerraba cuidadosamente el libro y lo atrancaba. Conectó la corriente principal a la parte posterior del libro y le dio al botón de encendido; a continuación comenzó a ocuparse de la miríada de botones y diales que cubrían la parte frontal del pesado volumen. A pesar de que el Portal de Prosa era esencialmente un bio-mecanismo, seguía habiendo muchos procedimientos delicados a completar antes de que el dispositivo pudiese operar; y dado que el portal tenía una complejidad absurda, Mycroft se había visto obligado a apuntar la secuencia exacta de procedimientos y combinaciones de arranque en una libreta de ejercicios para niños de la que —siempre temiendo a los espías extranjeros— él tenía la única copia. Examinó la libreta durante varios momentos antes de girar diales, dar a interruptores e incrementar lentamente la corriente, todo eso mientras murmuraba para sí y para Polly:
—Binamétricas, esféricas, numéricas. Estoy…
—¿Activado?
—¡Desactivado! —respondió Mycroft con tristeza—. No, espera…
¡Ahí está!
Sonrió feliz cuando se apagaron las últimas luces de advertencia. Tomó la mano de su esposa y la apretó con afecto.
—¿Te gustaría tener el honor? —preguntó—. ¿El primer ser humano en entrar en un poema de Wordsworth?
Polly le miró inquieta.
—¿Estás seguro de que no es peligroso?
—Tan seguro como las casas —le aseguró él—. Hace una hora entré en «El naufragio del Héspero».
—¿En serio? ¿Cómo era?
—Húmedo… Y creo que me olvidé la chaqueta.
—¿La que te regalé por Navidad?
—No; la otra. La azul de grandes cuadros.
—Ésa es la que te
regalé
por Navidad —le reprendió—. Me gustaría que tuvieses más cuidado. ¿Qué querías que hiciese?
—Simplemente quédate ahí de pie. Si todo va bien, tan pronto como presione este gran botón verde los gusanos abrirán una puerta a los narcisos que William Wordsworth conocía y amaba.
—¿Y si
no
va bien? —preguntó Polly algo nerviosa. La muerte de Owens en el interior de un merengue gigante siempre le venía a la mente cuando hacía de conejillo de indias para una de las máquinas de su marido, pero aparte de algún ligero chamuscado cuando probaba un disfraz unipersonal de caballo a butano, ninguno de los dispositivos de Mycroft le había hecho daño.
—Sí… —dijo Mycroft pensativo—, es
posible
, aunque muy improbable, que yo pudiese dar lugar a una reacción en cadena que fusionase la materia y aniquilase el universo conocido.
—¿En serio?
—No, la verdad es que no. No es más que una broma. ¿Estás lista?
Polly sonrió.
—Lista.
Mycroft presionó el gran botón verde y el libro emitió un zumbido bajo. Las farolas de la calle parpadearon y perdieron intensidad a medida que la máquina consumía grandes cantidades de energía para convertir la información binamétrica de los gusalibros. Mientras miraban, una delgada columna de luz apareció en el taller, como si se estuviese abriendo una puerta al verano desde un día de invierno. El polvo relucía en el rayo de luz, que gradualmente se fue ensanchando hasta que tuvo tamaño suficiente para poder pasar.
—¡No tienes más que entrar! —le gritó Mycroft por encima del ruido de la máquina—. Abrir la puerta exige mucha potencia; ¡tienes que darte prisa!
El alto voltaje estaba cargando el aire; los objetos metálicos cercanos empezaban a bailar y a crepitar por la estática.
Polly se acercó a la puerta y sonrió nerviosa en dirección a su marido. La rielante extensión de luz blanca se agitó cuando alargó la mano y la tocó. Respiró profundamente y atravesó el portal. Se produjo un destello brillante y una pesada descarga eléctrica; dos pequeñas bolas de plasma muy cargado se formaron espontáneamente cerca de la máquina y salieron disparadas en direcciones opuestas; Mycroft tuvo que agacharse cuando una pasó junto a él y chocó sin causar daño contra el Rolls-Royce; la otra explotó en el Olfatógrafo e inició un pequeño fuego. Con igual rapidez, la luz y el ruido desaparecieron, la puerta se cerró y las farolas parpadearon para recuperar su brillo normal.
¡Nubes! ¡Compañía jocunda! ¡Baile vivaz!,
parlotearon los gusanos satisfechos mientras las agujas se agitaban y movían sobre la portada del libro, avanzando ya la cuenta atrás de dos minutos para la reapertura del portal. Mycroft sonrió feliz y buscó en los bolsillos en busca de la pipa hasta comprender con consternación que también estaba dentro del
Héspero
, así que en su lugar se sentó en el prototipo de un dispositivo de advertencia temprana de sarcasmos y esperó. Todo, hasta ahora, iba
extremadamente
bien.
Al otro lado del Portal de Prosa, Polly se encontraba sobre la orilla cubierta de hierba de un enorme lago cuyas aguas daban suavemente contra la orilla. El sol brillaba con fuerza y nubes esponjosas flotaban ociosas sobre el cielo azul celeste. Siguiendo los bordes de la bahía podía ver miles y miles de narcisos de un amarillo intenso, todos creciendo bajo la sombra moteada de un bosquecillo de abedules. Una brisa, que traía el dulce aroma de la primavera, hacía que las flores aleteasen y bailasen. Alrededor de Polly todo era paz y tranquilidad. El mundo en el que se encontraba no estaba manchado por la maldad o la malicia del hombre. Era, efectivamente, el paraíso.