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Authors: Anónimo
»Tu herencia y la mía serán una apuesta igual; al que triunfe del otro, le quedará sometido todo, las tierras y los habitantes.
En aquel instante, respondieron Hagen y Gernot:
—No sentimos deseos —dijo Gernot de conquistar nuevas tierras—, y dar lugar a que por este motivo mueran muchos a manos de los guerreros: poseemos en justicia ricos dominios que nos obedecen y que no se someterán más que a nosotros.
Allí se encontraban todos los amigos inflamados por la cólera. Entre ellos estaba Ortewein, señor de Metz, que dijo así:
—La reconciliación sería para mí un dolor terrible: sin motivo ninguno, os ha provocado el fuerte Sigfrido.
»Si vosotros y vuestros hermanos no tenéis valor, aun cuando trajera en su compañía un real ejército, me atrevería a combatir con él de tal modo que en adelante el atrevido héroe renuncie por razones poderosas a su impertinencia.
Tales frases despertaron la cólera del héroe del Niderland:
—Tú brazo no puede medirse con el mío: yo soy un rey poderoso, tú no eres más que un vasallo de rey; doce como tú no podrían resistirme en el combate.
—¡A las espadas! —gritó inmediatamente Ortewein, señor de Metz, que ciertamente era digno de ser hijo de la hermana de Hagen de Troneja. Que éste permaneciera callado tanto tiempo atormentaba al rey. Entonces habló Gernot, el bravo y respetado caballero.
—Calmad vuestra cólera —dijo a Ortewein—. Nada ha dicho aún el noble Sigfrido para que sea imposible terminarlo todo cortésmente. Así pienso yo; tengámosle por amigo y será honroso para nosotros.
—Nos causa gran pesar —dijo entonces el fuerte Hagen— que para venir a combatir haya atravesado el Rhin con sus guerreros: jamás debió hacer semejante cosa, pues de mis hombres no recibió ofensa parecida.
—¿Os ofende lo que he dicho señor Hagen? —respondió Sigfrido, el héroe valeroso—. Si así fuera a vos toca escoger si queréis que mi valor sea terrible para los Borgoñones.
—Solo yo me basto para impedirlo —replicó Gernot. Prohibió a todos sus guerreros que hablaran con desacato porque aquello le disgustaba. Sigfrido pensaba en la hermosa joven—. ¿Por qué nos ha de ser necesario combatir contra vosotros? —preguntó—. Si en la lucha murieran muchos héroes, para nosotros no sería honra ninguna y vos no conseguiríais provecho.
Al escuchar estas palabras, Sigfrido, el hijo del rey Sigemundo, respondió:
—¿Por qué Hagen y también Ortewein desean afrontar el combate en compañía de sus amigos cuando tienen tantos entre los Borgoñones?
Todo quedó terminado; el consejo de Gernot prevaleció.
—Para nosotros seréis bienvenido tú y los que te acompañan —dijo el joven Geiselher—: yo y todos mis amigos queremos serviros.
Y escanciaron a los extranjeros vino del rey Gunter.
El soberano del país añadió:
—Todo lo que aquí hay es vuestro, según prescriben las reglas del honor; cuerpos y bienes serán divididos con vosotros.
Al escuchar esto la cólera de Sigfrido se aplacó un tanto.
Hicieron cuidar sus equipajes y se buscaron para los acompañantes de Sigfrido los mejores alojamientos que había. Desde entonces todos vieron con gusto al extranjero en el país de los Borgoñones.
Grandes honores le hicieron durante muchos días; cien veces más que todos los que yo podría decir. Puede creerse que su valor los merecía, y no ocurrió que nadie al verlos, sintiera odio en contra suya.
En todas las diversiones del rey y de sus hambres, se mostró siempre superior. Cualquier cosa que se intentara, era tan grande su fuerza, que nadie podía igualarlo, fuera en arrojar la piedra o en lanzar la flecha.
Como siempre estos juegos se hicieron por cortesía delante de las mujeres, que veían con sumo gusto al héroe del Niderland. Él tenía fijos sus sentidos en un elevado amor.
Las hermosas mujeres de la corte ¿querían saber noticias. «¿De dónde es? Es hermosa su presencia, es muy rico su equipaje?» Muchos contestaban: «Ese es el héroe del Niderland.»
Para cualquier ejercicio estaba siempre dispuesto; llevaba en su mente una amorosa y bella virgen a la que todavía no había visto y ella también lo sentía en su corazón.
Cuando caballeros y escuderos celebraban justas en el patio, Crimilda, la respetada hermana del rey, los miraba desde la ventana; ningún otro divertimiento le agradaba tanto.
Si hubiera sabido que lo estaba mirando aquélla de quien sentía lleno su corazón, hubiera sido para él grande alegría. Si sus ojos hubieran podido verla, lo afirmo, nada le habría parecido tan dulce en la tierra.
Cuando se hallaba en la corte entre los demás caballeros, como ocurre en los juegos, parecía tan digno de ser amado el hijo de Sigelinda que más de una mujer sentía enternecido el corazón.
Con frecuencia pensaba: «¿De qué modo llegarán mis ojos a ver a esta noble joven a la que desde hace mucho tiempo amo con todo mi corazón? Aún no la conozco; no debo sentir aflicción.»
Cuando los poderosos reyes viajaban por su país, los guerreros tenían que acompañarlos y Sigfrido también; esto era un dolor para las mujeres; por esto muchas veces a causa de su amor sentía gran pena.
De este modo permaneció con los guerreros, esta es la verdad; en el país del rey Gunter vivió un año sin haber visto en este tiempo a la mujer amada, por la que poco después experimentó gran felicidad y grandes aflicciones.
Al reino de Gunter llegaron extrañas noticias: guerreros desconocidos de país lejano, le enviaron mensajes en los que rebosaba el odio. Al escuchar la narración aquella, todos experimentaron verdadero espanto.
Os diré los nombre de aquellos guerreros: eran Ludegero, rey de los Sahsen, jefe poderoso y respetado, y su compañero el rey Ludegasto de Dinamarca, a los que en su expedición acompañaban muchos valerosos capitanes.
Llegaron ante Gunter los emisarios que enviaban sus enemigos: preguntáronle qué noticias traían, e inmediatamente fueron conducidos a la corte, a la presencia del rey. Después de saludarlos atentamente, les dijo:
—Sed bienvenidos: Yo no conozco a los que os envían, vosotros me diréis quiénes son.
Así dijo el buen rey. Temían grandemente el furor de Gunter.
—Ya que nos autorizáis para manifestar el mensaje de que estamos encargados, no os lo ocultaremos. Sabréis los nombres de los héroes que nos envían: Ludegasto y Ludegero quieren recorrer vuestro país.
»Habéis incurrido en la cólera de ambos; nosotros sabemos que dichos héroes os odian profundamente, quieren venir con un ejército a Worms sobre el Rhin; muchos guerreros los siguen y debéis estar prevenidos.
»Dentro de doce semanas debe llevarse a cabo la expedición. Si contáis con buenos amigos, hacedlos venir al momento para que protejan la tranquilidad de vuestros campos y ciudades; aquí quedarán hechos pedazos muchos yelmos y muchos escudos.
»Pero si queréis enrrar en tratos con nuestros jefes, hacedles proposiciones; de este modo dejarán de avanzar las huestes de vuestros poderosos enemigos, que se aproximan para causar profundo sentimiento en vuestro corazón, pues a sus manos deben morir gran número de caballeros afamados.
—Esperad algún tiempo y os haré conocer mi voluntad cuando haya reflexionado lo más justo. —Así dijo el buen rey—. No ocultaré nada a mis notables: me quejaré a mis fieles amigos de este mensaje de guerra.
Con aquello tuvo un gran pesar el rico Gunter; constantemente pesaban sobre su corazón aquellas noticias. Hizo llamar a Hagen y a otros muchos de sus leales, mandando al propio tiempo dar aviso a la corte del rey Gernot.
Los mejores guerreros que podían hallarse entonces acudieron inmediatamente. El rey les dijo:
—Los enemigos vienen para atacarnos con fuerte ejército; hay que tener cuidado.
—Nos defenderemos con las espadas —dijo Gernot—. Sólo mueren los que están destinados a morir; los muertos quedan en la tumba, mas no por esa causa me puedo yo olvidar de mi honor: no serán bienvenidos nuestros enemigos.
Después dijo Hagen deTroneja:
—Esto me parece bien; Ludegasto y Ludegero se muestran demasiado impertinentes. Nosotros no podemos reunir en tan poco tiempo a toda nuestra gente —así habló el atrevido guerrero—. Es menester hacérselo saber a Sigfrido.
Dieron aposento en la ciudad a los mensajeros. Gunter el rico mandó que los trataran bien, y así se hizo hasta que se aseguró de quiénes eran los leales que querían apoyarlo.
El rey en gran cuidado sentía vivo dolor en su corazón. Un caballero muy valiente que aún ignoraba lo que había sucedido, al verlo tan pesaroso rogó a Gunter le dijera la causa de ello.
—Me llama la atención extraordinariamente —le dijo Sigfrido— de que hayáis cambiado las alegres diversiones a que desde hace mucho tiempo nos teníais acostumbrados.
Gunter el afamado guerrero le respondió:
—No puedo comunicar a todos los grandes pesares que me atormentan y que llevo secretos en el fondo de mi corazón. Sólo a los amigos deben comunicarse las penas que nos oprimen el alma.
El rostro de Sigfrido tornóse pálido y rojo. Le dijo al rey de este modo:
—¿Os he negado yo alguna cosa? Yo os ayudaré en todos vuestros pesares. Buscáis amigos, yo quiero ser uno de ellos y os seré fiel con honor hasta mi muerte.
—Que Dios os lo premie, señor Sigfrido, vuestras palabras me hacen bien; y aun cuando nadie me quisiera ayudar, me alegraría la noticia ya que tan fiel me sois. Aunque yo viva mucho tiempo, siempre lo tendré presente.
»Ahora os diré las causas que me tienen tan afligido. Me han hecho saber unos mensajeros de mis enemigos que quieren perseguirme hasta aquí con su ejército; nadie hasta ahora se atrevió a inferirnos en nuestro país injuria semejante.
—No os preocupéis por nada de eso —contestó Sigfrido—. Calmad vuestro espíritu y concededme lo que os pido. Dejadme defender vuestro honor y vuestros intereses y rogad a vuestros amigos que vengan a ayudaros.
»Aun siendo treinta mil hombres que traigan vuestros fuertes enemigos, los podré combatir aunque lleguen sólo a mil aquéllos de que yo pueda disponer: dejad esto a mi cuidado.
—Siempre os estaré agradecido —le respondió el rey Gunter.
—Haced que se pongan a mis órdenes mil de vuestros hombres porque de los míos sólo tengo aquí doce; yo defenderé vuestro país: Sigfrido os servirá siempre fielmente con todo su poder.
«También nos ayudarán Hagen y Ortewein y vuestros queridos guerreros Dankwart y Sindold; el audaz Volker vendrá con nosotros llevando el estandarte; a ninguno mejor que a él se le puede confiar.
»Dejad que regresen los mensajeros al país de sus señores; que les hagan saber que muy pronto nos veremos para que nuestras ciudades permanezcan en paz.
El rey dio cuenta de todo esto a sus amigos y sus parientes.
Comparecieron ante la corte los emisarios de Ludegero: estaban sumamente contentos porque sabían que iban a volver a su patria.
Gunter, el buen rey, les hizo ofrecer ricos presentes y les concedió una escolta, de todo lo cual se mostraron ellos muy satisfechos.
—Haced saber a mis fuerte enemigos —les dijo Gunter— que harían bien en renunciar a su expedición: pero que si quieren venir a hostilizarme a mi país, y mis fieles no me abandonan, tendrán mucho que hacer.
Dio magníficos regalos a los mensajeros: Gunter podía hacer muchos. No se atrevieron a rehusarlos los enviados de Ludegero y tan pronto como se despidieron marcharon inmediatamente.
Cuando los mensajeros llegaron a Dinamarca y el rey Ludegasto tuvo conocimiento del modo como venían del Rhin y de la arrogancia de los Borgoñones se irritó mucho.
Le manifestaron que había allí muchos hombres atrevidos. «Además hemos visto uno al lado del rey Gunter que se llama Sigfrido, un héroe del Niderland.» Al saber esto Ludegasto se puso en gran cuidado.
Enterados de esto los de Dinamarca se apresuraron sin descanso a reunir aliados hasta que el rey Ludegasto contó para realizar su expedición con veinte mil guerreros escogidos entre los hombres más esforzados.
El valeroso Ludegero jefe de los Sahsenos los llamó, logrando reunir además unos cuarenta mil o más con los que se proponía invadir el país de los Borgoñones. También había mandado reclutar el rey Gunter.
Entre sus amigos y entre los del señor su hermano los que quisieran tomar parte en aquella guerra, y lo mismo había hecho Hagen entre sus guerreros: estos héroes debían marchar al peligro. Muchos murieron en él.
Se dispusieron a partir precipitadamente: cuando salieron, Volker el audaz llevaba el estandarte y cuando abandonaron a Worms sobre el Rhin, Hagen de Troneja era el jefe de las huestes.
Con ellos iban también Sindold el atrevido y Hunold capaces de merecer todo el oro del rico rey. Dankwart el hermano de Hagen y también Ortewein, que seguramente podían formar parte con honor de aquel ejército.
—Señor rey —dijo Sigfrido—. Permaneced en vuestra casa, ya que vuestros guerreros quieren seguirme. Quedaos al lado de las mujeres y estad siempre tranquilo de espíritu. Tengo gran confianza en que sabré defender vuestro honor y vuestros bienes.
»Los que quieren atacarnos en Worms sobre el Rhin, a los que yo detendré, podían quedarse donde están: nosotros avanzaremos tanto que su arrogancia se convertirá en aflicción.
Después de abandonar el Rhin atravesaron el Hesse con sus guerreros, dirigiéndose al país de los Sahsen; pronto entraron en combate. Con el saqueo y el incendio hicieron tan grandes destrozos en el país, que los dos príncipes experimentaron gran pena al saberlo.
Llegaron a la Marca; los soldados apresuraban el paso. El fuerte Sigfrido comenzó a preguntar:
—¿Quién se encargará de proteger nuestra retirada? Nunca han tenido los Sahsen una campaña tan destructora.
—Qué los más jóvenes queden guardando los caminos —le contestaron— con el atrevido Dankwart, que es un guerrero rápido: nosotros perdemos menor número a manos de la gente de Ludegero; que en esta ocasión quede él con Ortewein formando la retaguardia.
—Yo mismo avanzaré —dijo Sigfrido el esforzado— y perseguiré a los enemigos hasta lograr encontrar a esos guerreros.
Bien pronto estuvo armado el hijo de la hermosa Sigelinda. Como sus deseos eran de avanzar, confió el cuidado del ejército a Hagen y Gernot, hombres muy valientes. Él solo se adelantó hacia el país de los Sahsen y aquel día quedó su valor muy alto.