El cantar de los Nibelungos (6 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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—Bien podéis darle las gracias —dijo Ludegero—. Jamás un rey logró hacer cautivos de tanta importancia: os haremos ricos presentes por que nos traten bien y para que obréis con magnanimidad con vuestros enemigos.

—Os dejaré ir libremente a los dos —respondió el rey—, pero es menester que en gajes queden aquí mis enemigos, los cuales no abandonarán el país sin mi consentimiento.

Ludegero le estrechó la mano.

Lleváronlos a que reposaran y les proporcionaron todo género de comodidades. Dieron a los heridos cuanto les era necesario y a los sanos hidromel y vino. Nunca hubo huéspedes que vivieran con tanta alegría.

Recogieron los escudos rotos y muchas monturas ensangrentadas quitándolas de la vista, para que las mujeres no lloraran. Muchos caballeros volvían sumamente fatigados.

El rey recibió a los huéspedes bondadosamente; de amigos y extranjeros estaba lleno el país. Hizo curar con esmero a los que tenían graves heridas; habían domeñado mucho su altiva arrogancia.

Ofrecieron ricas recompensas a los sabios en el arte de curar, plata sin pesar y brillante oro para que vendaran a los heridos en el peligro del combate. Además el rey ofreció a sus huéspedes magníficos regalos.

A los que las fatigas del viaje impedían volver a sus casas, los invitaban a descansar como se hace con los amigos. El rey pidió consejo acerca de la mejor manera de recompensar a los que con tan grande honor lo habían servido. Entonces dijo Gernot:

—Que los dejen marchar, pero haciéndoles saber que dentro de seis semanas tiene que venir para una gran fiesta: muchos de los que ahora sufren por sus heridas estarán curados.

También deseaba marchar Sigfrido el del Niderland. Cuando el rey Gunter lo supo, le suplicó muy cariñosamente que permaneciera aún a su lado: sino hubiera sido por la hermana del rey, nunca lo habría hecho.

Era muy rico para aceptar una recompensa; pero ¡bien lo había merecido! El rey le estaba muy agradecido y sus parientes también, pues ellos habían visto lo que el brazo de Sigfrido realizara en el combate.

Decidió quedarse por lograr ver a la hermosa joven: esto sucedió ¿ algo más tarde. Para felicidad suya consiguió conocer a la virgen, después de lo cual marchó contento al país de su padre.

El rey en tanto recomendaba de continuo los ejercicios de la caballería; a ellos se dedicaban con ardor muchos jóvenes héroes. Con este fin hizo levantar no pocos asientos en la campiña de Worms, para todos los que quisieran venir al país de Borgoña. i Por los días en que habían de llegar supo la hermosa Crimilda que se iba a dar una suntuosa fiesta a los que habían sido fieles. Muchas mujeres hermosas desplegaron una gran actividad. Para preparar los trajes y adornos que debían lucir. La rica Uta oyó la relación de todos los bravos guerreros que vendrían e hizo sacar de los cofres muchos magníficos vestidos.

Por cariño a sus hijos hizo preparar joyas y trajes, siendo así adornadas muchas mujeres y doncellas y no pocos guerreros Borgoñones. También hizo disponer para los extranjeros magníficos equipos.

CANTO V De cómo Sigfrido vio a Crimilda por primera vez

Continuamente se veían marchar hacia el Rhin a los que deseaban concurrir a la fiesta. A cuantos llegaban atraídos por el cariño hacia el rey, se les ofrecían caballos y vestidos.

Mesas y bancos estaba preparados para los más ilustres y los más bravos, como ya se ha dicho; treinta y dos príncipes vinieron a la fiesta. Las mujeres se adornaban a porfía para recibirlos.

No se permitió un momento de reposo el joven Geiselher. Los que ya eran conocidos y los extraños fueron recibidos cordialmente por él, por Gernot y sus hombres. Saludaban a los héroes en la forma que les correspondía según su clase.

Éstos traían al país muchas monturas de oro rojo; llevaban al Rhin cincelados escudos y magníficos vestidos. Muchos aun no gozando de buena salud, experimentaron grandísima alegría.

Los que tenían que permanecer en el lecho a causa de sus heridas, se olvidaban de cuán amarga es la muerte. Los tullidos y los enfermos dejaban de quejarse: la noticia de la fiesta de aquellos días les alegraba mucho.

¡Iban a vivir en la dicha! Placeres sin cuento y alegrías superiores a sus fuerzas tenían que experimentar todos los que allí vivían. Grande era el contento que reinaba en todo el país de Gunter.

En la mañana del día de Pascua se acercaron hacia el lugar de la fiesta, brillantemente vestidos, muchos héroes valerosos, cinco mil o más. En más de un sitio comenzaron ya las diversiones.

El jefe sabía demás cuánto y cuán noblemente el héroe del Niderland amaba a su hermana, a la que todavía no había visto; pero en la que más que en ninguna otra joven se debía amar a la belleza. Así dijo al rey Ortewein, señor de Metz:

—Si queréis conseguir gran honor con esta fiesta, dejad que sean admiradas las más hermosas jóvenes que son el orgullo de Borgoña.

»¿Qué alegría ni que felicidad podría experimentar el hombre, sino existieran hermosas vírgenes y encantadoras mujeres? Dejad que vuestra hermana aparezca a la vista de vuestros huéspedes.

El consejo no podía ser más halagüeño para muchos héroes.

—Lo haré con mucho gusto —respondió el rey. Todos los que lo escucharon no pudieron menos que manifestarse muy contentos. Suplicó luego a la reina Uta y a su hermana que vinieran a la fiesta con las jóvenes de su acompañamiento.

Sacáronse de las arcas hermosos trajes y se prepararon ricos adornos que desde hacia tiempo permanecían guardados cuidadosamente. Más de una mujer enamorada se atavió con vistosos colores.

Muchos jóvenes guerreros pienso que serían felices en aquel día viendo hermosísimas mujeres y que no hubieran aceptado en cambio, los ricos dominios de un rey. Verían con sumo gusto a las que no conocían.

El poderoso rey mandó que en compañía de su hermana fueran para servirla cien guerreros de su familia con las espadas desnudas y lo mismo para su madre. Tal era el aparato de la corte en el país de los Borgoñones.

Uta la rica venía con ellos; había escogido un grupo de mujeres hermosas, compuesto de ciento o más, llevando todas magníficos vestidos. También Crimilda venía rodeada de muchas jóvenes bellas.

Salían de un grandioso salón y muchos héroes distinguidos se atropellaban para conseguir ver bien a la noble virgen.

Avanzaba en aquel momento amorosa, como la rosada aurora saliendo de entre las negras nubes. Un gran pesar quitó su vista al que hacía mucho tiempo la llevaba en su corazón. Pudo ver a la hermosa en todo el esplendor de su belleza.

En su traje deslumhraban muchas piedras preciosas; sus bellísimos colores eran de los que suspiran amor. Por grande que fuera el despecho, nadie hubiera podido decir que había visto una más hermosa.

De la misma manera que la brillante luna oscurece la luz de las estrellas, así la hermosa eclipsaba a todas las demás mujeres; a su vista se ensanchó el alma de muchos héroes.

Ricas camareras marchaban delante de ella; los valientes guerreros se aglomeraban para ver a la virgen encantadora. El valiente Sigfrido sentía al mismo tiempo amor
y
pena.

Pensaba en su interior: «¿Cómo ha sido que me he visto obligado a amarla? esta es una ilusión de niño; sin embargo, de tener que alejarme, preferiría ser herido de muerte.» Y batallado por estos pensamientos tornóse muchas veces rojo y pálido.

El hijo de Sigelinda, permanecía allí digno de ser amado, como retratado en pergamino por habilísimo pintor. Todos confesaban no haber visto nunca a un héroe tan bello.

Los que acompañaban a Crimilda pidieron que cada cual fuera por su lado; los guerreros obedecieron. La vista de aquellas mujeres de corazón elevado, alegraba a los bravos: se veía avanzar con riquísimos trajes a muchas jóvenes hermosas. Así dijo el rey Gernot de Borgoña:

—Al héroe que generosamente os ha ofrecido sus servicios, Gunter hermano querido, hazle honores ante toda esta gente; jamás me avergonzaré de haberte dado este consejo.

»Haz que Sigfrido se aproxime a mi hermana, para que lo salude y seremos felices: que la que nunca saludó a un guerrero haga homenaje a Sigfrido, pues así nos captaremos la voluntad de héroe tan arrogante.

Los amigos del jefe fueron a buscarle y hablaron de este modo al héroe del Niderland.

—El rey desea que os aproximéis a su corte, para que su hermana os pueda saludar, honrándoos de este modo.

El jefe de héroes, sintió que su alma rebosaba de alegría; sentía en su corazón ternura sin aflicción, pues iba a ver a la hermosa hija de Uta. La tan digna de amor, saludó al hermoso Sigfrido con decoro y gracia.

Cuando ella vio ante sí al hombre de tan esforzado ánimo, se encendieron sus bellos colores.

—Bienvenido, señor Sigfrido, noble y buen caballero —le dijo la bella.

Este saludo lo alegró y elevó su alma. Se inclinó ante la amorosa y le dio las gracias. El mutuo amor atraía al uno hacia el otro; y amorosas las miradas se contemplaban con cariño al héroe y la joven, pero esto lo hacía recatadamente.

Si en aquel momento la blanca mano fue oprimida amorosamente, yo lo ignoro. Pero no puede creerse que dejaran de hacerlo: aquellos dos corazones enamorados, hubieran sido torpes de otro modo.

Ni en el estío ni en las hermosas mañanas de mayo, experimentó él una alegría tan grande en su corazón, como la que le hizo sentir el tacto de la mano de aquélla a quien deseaba como esposa.

Así pensaban muchos guerreros. «¡Ah! quien pudiera caminar a su lado y reposar junto a ella, como veo que él lo hace; todo mi odio se acabaría.» Nunca guerrero alguno había servido a tan hermosa princesa.

Todos los que habían llegado de los dominios de otros reyes admiraban en el salón a uno y otro. Permitieron a la joven que abrazara al hombre esforzado; en toda la vida le había sucedido nada más dulce.

El rey de Dinamarca habló así en aquel momento:

—Por tan elevadas salutaciones muchos han recibido grandes heridas, yo también he experimentado el poder de la mano de Sigfrido. Que Dios quiera que jamás se le ocurra ir a Dinamarca.

Por todos lados hicieron abrir paso a la hermosa Crimilda; muchos guerreros valientes magníficamente vestidos la acompañaron hasta la iglesia. El valeroso héroe se vio pronto alejado de ella.

Hela aquí que se dirige hacia la catedral, seguida de muchas mujeres. Va tan bien vestida la princesa, que muchos murmullos se elevaban alrededor de ella; había nacido para recrear las miradas de más de un héroe.

Grande era la impaciencia de Sigfrido por que acabaran los cantos. Podía felicitarse, pues sabía que era favorecido por aquélla a quien llevaba en su corazón. Él también acariciaba en su alma a la hermosa.

Cuando después de la misa salió de la catedral, se invitó al héroe que fuera junto a ella, y la joven digna de amor comenzó a darle las gracias por lo que ante aquellos guerreros había realizado.

—Que Dios os pague, señor Sigfrido —le dijo la hermosa joven—, lo que habéis hecho para que los guerreros os estén tan agradecidos y os profesen tan buena amistad.

El comenzó a mirar con ternura a la virgen Crimilda.

—Siempre os serviré lo mismo —respondió el héroe Sigfrido—; y jamás reposará mi cabeza, hasta que haya conquistado vuestro favor si conservo la vida. Así debe hacerse por vuestro amor, hermosa Crimilda.

Durante doce días se vio cerca del héroe a la joven digna de elogios, cuando caminaba hacia su corte seguida de sus amigos. Todos servían al héroe con gran afección.

Todos los días había delante del palacio del rey Gunter alegría, placer y gran ruido; dentro y fuera se veían muchos hombres valientes. Ortewein y Hagen realizaron prodigios.

Todo lo que puede intentarse, lo realizaban inmediatamente aquellos héroes fuertes en el combate. Aquellos guerreros se hicieron notar por todos los huéspedes. Aquel fue un gran honor para todo el país de Gunter.

Se adelantaron luego los que se habían visto retenidos por sus heridas; querían participar de la alegría de muchos de los convidados y luchar con el escudo y la lanza. Muchos combatieron con ellos, pues sus fuerzas eran grandes.

Mientras duró la fiesta, el rey hizo servir los más delicados manjares. No quería que escaseara nada de aquello porque un príncipe puede ser reprochado: se le veían atender amistosamente a todos los convidados. Dijo así:

—Mis buenos guerreros, antes que os marchéis de aquí, aceptad mis regalos; mi intención es la de seros siempre agradable; no desdeñéis mi fortuna; quiero compartirla con vosotros, tal es mi firme voluntad.

Los de Dinamarca dijeron a su vez:

—Antes de encaminarnos nuevamente a nuestro país, queremos una paz perpetua; así es menester que sea para nuestros guerreros. A los golpes de los vuestros hemos perdido un buen número de amigos.

Ludegasto estaba curado ya de sus heridas. El jefe del país de los Sahsen, pudo escapar a las resultas del combate, pero en aquel país quedaron muchos muertos. El rey Gunter se dirigió en busca de Sigfrido. Así le dijo al guerrero:

—Aconséjame lo que debo hacer; nuestros prisioneros quieren marchar mañana temprano y ofrecen una paz durable a mí y a los míos. Dime, héroe valeroso, lo que debo hacer.

»Te daré cuenta de lo que esos héroes me ofrecen: si los dejo partir libremente me enviarán la cantidad de oro que pueden conducir quinientos caballos.

—Esto sería obrar mal —le respondió el señor Sigfrido—. Dejadlos que partan libremente, y que tan nobles guerreros desistan en adelante de hacer excursiones hostiles por vuestro país. Que un apretón de manos de los jefes sea la única garantía.

—Seguiré vuestro consejo; pueden partir cuando quieran.

Se comunicó luego a los enemigos que no se aceptaba nada del oro que habían ofrecido. Los que los amaban en su patria, lamentaban la derrota de aquellos guerreros.

Trajéronse muchos escudos llenos de joyas y el rey sin pesarlas las distribuyó entre sus amigos. Puede calcularse que valdrían quinientos marcos o más. El atrevido Gernot había dado este consejo a Gunter.

Se despidieron en seguida, pues deseaban marchar cuanto antes. Los huéspedes se dirigieron al encuentro de Crimilda y de la noble Uta, la reina. Nunca hasta entonces habían sido los guerreros tratados con tanta cortesía.

Muchos alejamientos quedaron vacíos cuando partieron hacia su patria. El rey de tan suntuosas costumbres, permaneció con los suyos y gran número de nobles: todos los días se les veía ir a las habitaciones de Crimilda.

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