El camino de los reyes (79 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El camino de los reyes
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—¿El Movimiento Asegurado? —preguntó Shallan, cogiendo otro de sus libros—. Supongo que podría ir detrás de ellos.

—¿Sí?

—Sí. Sería mucho más fácil apuñalarlos por la espalda en esa posición.

Eso solo provocó que Jasnah alzara una ceja. Así, más en serio, Shallan continuó:

—Supongo que puedo entender ese recurso, brillante, pero estos libros que me has dado sobre la muerte del rey Gavilar se vuelven cada vez más y más irracionales al defender sus argumentos. Lo que empezó como un engreimiento retórico parece haberse convertido en peleas e insultos.

—Intentan provocar la discusión. ¿Preferirías que los sabios ocultaran la verdad, como hacen tantos? ¿Que los hombres prefirieran la ignorancia?

—Cuando leo esos libros, la sabiduría y la ignorancia me parecen muy similares —dijo Shallan—. La ignorancia puede residir en un hombre que se esconde de la inteligencia, pero la sabiduría puede ser ignorancia escondida detrás de la inteligencia.

—¿Y qué hay de la inteligencia sin ignorancia? ¿De buscar la verdad sin rechazar la posibilidad de estar equivocado?

—Un tesoro mitológico, brillante, como las Esquirlas del Amanecer o las Espadas de Honor. Merece la pena buscarlos, pero solo con gran cautela.

—¿Cautela? —dijo Jasnah, frunciendo el ceño.

—Encontrarlos te haría famosa, pero nos destruiría a todos. ¿Prueba de que se puede ser a la vez inteligente y aceptar la inteligencia de aquellos que están en desacuerdo contigo? Bueno, yo creo que eso minaría por completo al mundo erudito.

Jasnah hizo una mueca.

—Vas demasiado lejos, niña. Si cogieras la mitad de las energías que dedicas a ser ingeniosa y la canalizaras en tu trabajo, me atrevo a decir que podrías ser una de las eruditas más grandes de nuestro tiempo.

—Lo siento, brillante. Yo…, bueno, estoy confundida. Considerando las lagunas en mi educación, di por hecho que me harías estudiar cosas más profundas que el pasado reciente de unos pocos años.

Jasnah abrió uno de sus libros.

—He descubierto que las jóvenes como tú tienen una relativa falta de aprecio por el pasado lejano. Por tanto, seleccioné un área de estudio que fuera a la vez reciente y sensacionalista, para suavizarte el camino hacia la plena sabiduría. ¿No te interesa el asesinato de un rey?

—Sí, brillante —dijo Shallan—. A los niños nos encantan las cosas que son resplandecientes y ruidosas.

—Tienes la lengua larga en ocasiones.

—¿En ocasiones? ¿Es que no está aquí, en mi boca siempre? Tendré que… —Shallan se calló y se mordió los labios, advirtiendo que había ido demasiado lejos—. Lo siento.

—Nunca te disculpes por ser lista, Shallan. Sienta un mal precedente. Sin embargo, hay que aplicar el ingenio con cuidado. A menudo dices lo primero que te pasa por la cabeza.

—Lo sé —dijo Shallan—. Es un defecto de hace tiempo, brillante. Mis ayas y tutoras intentaron con fuerza desaconsejarlo.

—Probablemente con castigos rigurosos.

—Sí. El método favorito era hacerme permanecer sentada en un rincón sujetando libros con la cabeza.

—Lo que, a su vez —dijo Jasnah con un suspiro—, solo sirvió para que tus ocurrencias fueran más rápidas, pues sabías que tenías que decirlas antes de que pudieras considerarlas y reprimirlas —ladeó la cabeza—. Los castigos fueron inútiles. Usados con alguien como tú, solo sirvieron para animarte. Un juego. ¿Cuánto tendrías que decir para ganarte un castigo? ¿Podrías decir algo tan astuto que tus tutoras no entendieran el chiste? Estar sentada en un rincón te daba más tiempo para barruntar réplicas.

—Pero es indecoroso que una joven hable tanto como yo.

—Lo único «indecoroso» es no canalizar tu inteligencia de manera útil. Piénsalo. Te has entrenado a ti misma para hacer algo muy similar a lo que te molesta de los eruditos: astucia sin pensamiento detrás. Inteligencia, podríamos decir, sin una base de consideración adecuada —Jasnah pasó una página—. Errorgante ¿no dirías?

Shallan se ruborizó.

—Prefiero que mis pupilas sean listas —dijo Jasnah—. Me da algo más con lo que trabajar. Debería llevarte conmigo a la corte. Sospecho que Sagaz, al menos, te encontraría divertida…, aunque solo sea porque tu aparente timidez natural y tu lengua astuta hacen una combinación intrigante.

—Sí, brillante.

—Por favor, recuerda que la mente de una mujer es su arma más preciada. No debe emplearse con torpeza ni prematuramente. Igual que el mencionado cuchillo en la espalda, una pulla astuta es más efectiva cuando no se espera.

—Lo siento, brillante.

—No era una advertencia —dijo Jasnah, pasando una página—. Solo una observación. Las hago de vez en cuando: estos libros están llenos de polvo. El cielo es azul hoy. Mi pupila es una réproba lenguaraz.

Shallan sonrió.

—Ahora cuéntame qué has descubierto.

Shallan hizo una mueca.

—No mucho, brillante. ¿O debo decir demasiado? Cada escritor tiene sus propias teorías sobre por qué los parshendi mataron a tu padre. Algunos dicen que debió de insultarlos en la fiesta aquella noche. Otros dicen que todo el tratado fue una artimaña para acercarse a él. Pero eso tiene poco sentido, ya que habían tenido oportunidades mejores antes.

—¿Y el Asesino de Blanco? —preguntó Jasnah.

—Una auténtica anomalía. Las notas a pie de página están llenas de comentarios sobre él. ¿Por qué contrataron los parshendi a un asesino de fuera? ¿Temían no poder hacerlo ellos mismos? O tal vez no lo hicieron ellos y fueron inculpados. Muchos piensan que es improbable, considerando que los parshendi reivindicaron el asesinato.

—¿Y lo que tú piensas?

—Me considero inadecuada para extraer ninguna conclusión, brillante.

—¿Qué sentido tiene no extraer conclusiones?

—Mis tutoras me dijeron que las suposiciones eran solo para los muy experimentados —explicó Shallan.

Jasnah bufó.

—Tus tutoras eran idiotas. La inmadurez juvenil es uno de los grandes catalizadores del cambio del cosmero, Shallan. ¿Te das cuenta de que el Hacedor de Soles solo tenía diecisiete años cuando comenzó sus conquistas? Gavarah no había llegado a su vigésimo Llanto cuando propuso la teoría de los tres reinos.

—¿Pero por cada Hacedor de Soles o cada Gavarah no hay cien Gregorh?

Gregorh fue un joven rey famoso por iniciar una guerra sin sentido contra reinos que eran aliados de su padre.

—Solo hubo un Gregorh —dijo Jasnah con una mueca—, afortunadamente. Tu argumento es válido. De ahí el propósito de la educación. Ser joven se basa en la acción. Ser sabio en la acción informada.

—O estar sentada en un rincón leyendo sobre un asesinato de hace cinco años.

—No te tendría aquí estudiando eso si no hubiera algún sentido —dijo Jasnah, abriendo otro de sus libros—. Demasiados eruditos piensan que la investigación es solo una búsqueda cerebral. Si no hacemos nada con el conocimiento que obtenemos, entonces hemos desperdiciado nuestros estudios. Los libros pueden almacenar información mejor que nosotros…, lo que nosotros hacemos, y los libros no pueden, es interpretar. Así que si no se van a extraer conclusiones, bien puedes dejar la información en los textos.

Shallan reflexionó. Visto de esa forma, le impulsaba a volver a sumergirse en sus estudios. ¿Qué era lo que Jasnah quería que hiciese con su información? Una vez más, sintió el aguijón de la culpa. Jasnah se estaba tomando grandes molestias en instruirla, y ella iba a recompensarla robándole su posesión más valiosa y dejando una piedra rota. Se sintió asqueada.

Esperaba que estudiar a las órdenes de Jasnah implicara papeleo y memorizaciones absurdas, acompañados de castigos por no ser lo bastante lista. Así era como sus tutoras habían abordado su instrucción. Jasnah era diferente. Le daba un tema y libertad para tratarlo como quisiera. Jasnah le ofrecía ánimos y especulaciones, pero casi todas sus conversaciones volvían a temas como la verdadera naturaleza de la sabiduría, el propósito del estudio, la belleza del conocimiento y su aplicación.

Jasnah Kholin amaba de verdad aprender, y quería que las demás lo hicieran también. Bajo su severa mirada, sus intensos ojos y aquellos labios que rara vez sonreían, Jasnah Kholin creía verdaderamente en lo que hacía. Fuera lo que fuese.

Shallan recogió uno de sus libros, pero miró con disimulo los lomos del fajo de Jasnah. Más historias sobre las Épocas Heráldicas. Mitologías, comentarios, libros de eruditas que solo eran especulaciones descabelladas. El volumen que ahora mismo tenía Jasnah se llamaba
Sombras recordadas
. Shallan memorizó el título. Intentaría buscar un ejemplar y examinarlo.

¿Qué pretendía Jasnah? ¿Qué secretos esperaba desentrañar de esos volúmenes, la mayoría copias de copias de hacía siglos? Aunque Shallan había descubierto algunos secretos referidos a la animista, la naturaleza de la misión de Jasnah (el motivo por el que la princesa había venido a Kharbranth), seguía siendo un misterio. Enloquecedor, y a la vez atrayente. A Jasnah le gustaba hablar de las grandes mujeres del pasado, mujeres que no solo habían registrado la historia, sino que también le habían dado forma. Fuera lo que fuese aquello que estaba estudiando, consideraba que era importante. Y que podía cambiar el mundo.

«No debes dejarte atraer —se dijo Shallan, volviendo a su libro y sus notas—. Tu objetivo no es cambiar el mundo. Tu objetivo es proteger a tus hermanos y tu casa.»

De todas formas, necesitaba hacer una buena exhibición de su trabajo. Y eso le dio motivos para sumergirse en él durante dos horas hasta que la interrumpieron unos pasos en el pasillo. Probablemente los sirvientes que traían la comida del mediodía. Jasnah y Shallan comían a menudo en su reservado.

El estómago de Shallan gruñó cuando olió la comida, y alegremente hizo a un lado su libro. Normalmente dibujaba en el almuerzo, una actividad que Jasnah animaba, a pesar de su desprecio a las artes visuales. Decía que los hombres de alta cuna a menudo pensaban que dibujar y pintar eran «apetecibles» en una mujer, y que por eso Shallan debía conservar sus habilidades, aunque solo fuera para atraer pretendientes.

Shallan no sabía si considerar eso un insulto o no. ¿Y qué decía de las intenciones de la propia Jasnah hacia el matrimonio que nunca se molestara con las artes femeninas más atrayentes como la música o el dibujo?

—Majestad —dijo Jasnah, levantándose rápidamente.

Shallan dio un respingo y miró apurada por encima del hombro. El anciano rey de Kharbranth estaba de pie en la puerta, vestido con una magnífica túnica naranja y blanca con detallados bordados. Shallan se puso en pie.

—Brillante Jasnah —dijo el rey—. ¿Interrumpo?

—Tu compañía no es nunca una interrupción, majestad —respondió Jasnah. Debía de estar tan sorprendida como la propia Shallan, pero no mostró ni un signo de incomodidad o ansiedad—. Íbamos a almorzar pronto, de todas formas.

—Lo sé, brillante —dijo Taravangian—. Espero que no importe si os acompaño.

Un grupo de sirvientes empezó a traer comida y una mesa.

—En absoluto —dijo Jasnah.

Los sirvientes colocaron rápidamente las cosas, poniendo dos manteles distintos en la mesa redonda para separar a los sexos durante la comida. Aseguraron las medias lunas de tela (roja para el rey, azul para las mujeres) con pesos en el centro. Trajeron platos cubiertos llenos de pitanza: un guiso claro y frío en el centro con verduras dulces para las mujeres, un caldo picante para el rey. Los khabranthianos preferían sopa para almorzar.

Shallan se sorprendió de tener un lugar en la mesa. Su padre nunca había comido en la misma mesa que sus hijos; incluso ella, la favorita, se veía relegada a su propia mesa. Cuando Jasnah se sentó, ella hizo lo mismo. Su estómago volvió a gruñir, y el rey les indicó que comenzaran. Sus movimientos parecían torpes comparados con la elegancia de Jasnah.

Shallan pronto estuvo comiendo con satisfacción y gracia, como debía hacer una mujer, la mano segura en el regazo, usando la mano libre y una brocheta para pinchar los trozos de verdura o fruta. El rey eructó, pero no fue tan ruidoso como otros hombres. ¿Por qué se había dignado a visitarlas? ¿No habría sido más adecuado una invitación formal a cenar? Naturalmente, había descubierto que Taravangian no era célebre por su dominio del protocolo. Era un rey popular, al que los ojos oscuros amaban por los hospitales que había mandado construir. Sin embargo, los ojos claros lo consideraban poco inteligente.

Pero no era ningún idiota. A la luz de la política de los ojos claros, por desgracia, ser solo de inteligencia media era una desventaja. Mientras comían, el silencio se extendió y se volvió embarazoso. Varias veces pareció como si el rey estuviera a punto de decir algo, pero siempre tornó a su sopa. Parecía intimidado por Jasnah.

—¿Y cómo está tu nieta, majestad? —acabó por preguntar Jasnah—. ¿Se está recuperando bien?

—Bastante bien, gracias —dijo Taravangian, como aliviado por empezar a conversar—. Ahora que evita los pasillos más estrechos del Cónclave. Te agradezco tu ayuda.

—Siempre es un placer servir de ayuda, majestad.

—Si me perdonas que así lo diga, los fervorosos no agradecen mucho tu servicio —dijo Taravangian—. Comprendo que es un tema sensible. Quizá no debería mencionarlo, pero…

—No, adelante —dijo Jasnah, comiendo un pequeño rábano verde del extremo de su brocheta—. No me avergüenzo de mis decisiones.

—¿Entonces perdonarás la curiosidad de un viejo?

—Siempre perdono la curiosidad, majestad. La considero una de las emociones más auténticas.

—¿Entonces cómo la encontraste? —preguntó Taravangian, señalando con la cabeza la animista, que Jasnah llevaba cubierta por un guante negro—. ¿Cómo la sacaste de los devotarios?

—Esas preguntas podrían ser peligrosas, majestad.

—Ya he adquirido algunos enemigos nuevos al recibirte.

—Te perdonarán —dijo Jasnah—. Dependiendo del devotario que hayas elegido.

—¿Perdonarme? ¿A mí? —El anciano pareció considerarlo divertido, y durante un momento Shallan pensó que veía en su expresión un profundo pesar—. No es muy probable. Pero eso es otro asunto. Por favor. Insisto en mi pregunta.

—Y yo insisto en ser evasiva, majestad. Lo siento. Perdono tu curiosidad, pero no puedo satisfacerla. Estos secretos son míos.

—Naturalmente, naturalmente. —El rey se echó para atrás en su asiento, como avergonzando—. Ahora pensarás que he venido simplemente a acosarte por el fabrial.

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