—«Antes de que te precipites a ninguna conclusión —leyó Danlan—, no estoy dando a entender que los Vaciadores y los abismoides sean lo mismo. Creo que la antigua artista no sabía lo que era un Vaciador, así que decidió dibujar el ser más horrible que conocía.»
«¿Pero cómo sabía la artista original qué aspecto tenía un abismoide? —se preguntó Dalinar—, acabamos de descubrir las Llanuras Quebradas…»
Pero, naturalmente. Aunque las Montañas Irreclamadas estaban ahora vacías, una vez fueron un reino habitado. Alguien en el pasado supo de los abismoides, y los conoció lo bastante bien como para dibujar uno y etiquetarlo como Vaciador.
—«Tengo que irme —dijo Jasnah a través de Danlan—. Cuida de mi hermano en mi ausencia, tío.»
—Jasnah —envió Dalinar, escogiendo con cuidado sus palabras—. Las cosas son difíciles aquí. La tormenta empieza a soplar a sus anchas, y el edificio tiembla y gime. Puede que pronto oigas noticias que te sorprendan. Estaría bien que pudieras regresar y prestarnos tu ayuda.
Esperó en silencio la respuesta, mientras la caña iba rascando.
—«Me gustaría prometer una fecha para mi regreso —Dalinar casi podía oír la tranquila y fría voz de Jasnah—. Pero no puedo calcular cuándo terminaré mi investigación.»
—Esto es muy importante, Jasnah. Por favor, reconsidéralo.
—«Ten la seguridad de que volveré, tío. Tarde o temprano. Pero no puedo decir cuándo.»
Dalinar suspiró.
—«Advierte —escribió Jasnah— que estoy ansiosa por ver un abismoide en persona.»
—Un abismoide muerto —dijo Dalinar—. No tengo ninguna intención de permitir que repitas la experiencia de hace unas semanas de tu hermano.
—«Ah, el querido y superprotector Dalinar —envió Jasnah—. Un año de estos tendrás que admitir que tus sobrinos favoritos han crecido.»
—Os trataré como adultos mientras actuéis como adultos. Ven rápido y te conseguiremos un abismoide muerto. Cuídate.
Esperaron a ver si llegaba una nueva respuesta, pero la gema dejó de parpadear, indicando que la transmisión de Jasnah había terminado. Danlan retiró la abarcaña y el tablero, y Dalinar le dio las gracias a todas las escribanas por su ayuda. Se retiraron. Adolin pareció querer quedarse, pero Dalinar le indicó que se marchara también.
Dalinar contempló de nuevo el dibujo del abismoide, insatisfecho. ¿Qué había ganado con la conversación? ¿Más vagas insinuaciones? ¿Qué podía ser tan importante en la investigación de Jasnah para que ignorara las amenazas al reino?
Tendría que enviarle una carta más clara cuando hiciera su anuncio, explicando por qué había decidido retirarse. Tal vez eso la haría regresar.
Y, en un momento de sorpresa, Dalinar advirtió que ya había tomado su decisión. En algún momento tras dejar la zanja, y ahora, había dejado de tratar su abdicación como una posibilidad y había empezado a considerarla una certeza. Era la decisión adecuada. Se sentía mareado, pero seguro. Un hombre a veces tenía que hacer cosas que eran desagradables.
«Fue la discusión con Jasnah, comprendió. La charla sobre su padre.» Estaba actuando como su hermano al final. Aquello casi había socavado al reino. Bueno, tenía que detenerse antes de llegar tan lejos. Tal vez lo que le estaba sucediendo era una especie de enfermedad de la mente, heredada de sus padres. Y…
—Aprecias mucho a Jasnah —dijo Navani.
Dalinar se sobresaltó y dejó de mirar el dibujo del abismoide. Había dado por hecho que ella se había marchado tras Adolin. Pero todavía estaba aquí, mirándolo.
—¿Por qué la animas tanto para que regrese?
Él se volvió a mirarla y advirtió que Navani había despedido a sus dos jóvenes ayudantes. Estaban solos.
—Navani —dijo—. Esto es inapropiado.
—Bah. Somos familia, y tengo preguntas que hacerte.
Dalinar vaciló y luego se dirigió al centro de la habitación. Navani permaneció cerca de la puerta. Afortunadamente sus ayudantes habían dejado abierta la puerta al fondo de la antecámara, y más allá había dos guardias en el pasillo exterior. No era una situación ideal, pero mientras Dalinar pudiera ver a los guardias y ellos verlo a él, su conversación con Navani era adecuada, aunque por los pelos.
—¿Dalinar? —preguntó ella—. ¿Vas a responderme? ¿Por qué confías tanto en mi hija cuando casi todo el mundo la repudia?
—Para mí el desdén hacia ella es una recomendación.
—Es una hereje.
—Se negó a unirse a ninguno de los devotarios porque no creía en sus enseñanzas. En vez de comprometerse por el bien de las apariencias, ha sido honrada y se ha negado a profesar lo que no cree. Para mí es un signo de honor.
Navani hizo una mueca.
—Los dos sois una pareja de clavos en la misma puerta. Recios, duros y molestos de arrancar.
—Deberías marcharte ya —dijo Dalinar, indicando el pasillo. De pronto se sintió muy cansado—. La gente hablará.
—Que hablen. Tenemos que hacer planes, Dalinar. Eres el alto príncipe más importante de…
—Navani —cortó él—. Voy a abdicar a favor de Adolin. —Ella parpadeó sorprendida—. Voy a retirarme en cuanto pueda hacer los arreglos necesarios. Será como mucho cuestión de días.
Pronunciar las palabras le pareció extraño, como si decirlas hiciera real su decisión.
Navani parecía dolorida.
—Oh, Dalinar —susurró—. Es un terrible error.
—La decisión es mía. Y debo repetir mi petición. Tengo muchas cosas en las que pensar, Navani, y no puedo tratar contigo ahora mismo —señaló la puerta.
Navani hizo un gesto de desesperación, pero se marchó tal como se le pedía. Cerró la puerta tras ella.
«Ya está —pensó Dalinar, dejando escapar un largo suspiro—. He tomado la decisión.»
Demasiado cansado para quitarse la armadura sin ayuda, se sentó en el suelo y apoyó la cabeza contra la pared. Le contaría a Adolin su decisión por la mañana, y luego lo anunciaría en el festín de la próxima semana. A partir de entonces, regresaría a Alezkar y sus tierras.
Se había terminado.
FIN DE LA SEGUNTA PARTE
Rysn * Axies * Szeth
Rysn bajó vacilante de la primera carreta de la caravana. Sus pies cayeron sobre el suave terreno irregular, que cedió un poco bajo su peso. Eso la hizo estremecerse, sobre todo porque la hierba, demasiado alta, no se movía como debiera. Rysn golpeó con el pie varias veces. La hierba ni siquiera tembló.
—No se va a mover —dijo Vstim—. Aquí la hierba no se comporta como en los demás sitios. Sin duda lo habrás oído.
El hombre ya maduro estaba sentado bajo el brillante toldo amarillo de la primera carreta. Apoyaba un brazo en el raíl lateral, sujetando un puñado de libros con la otra mano. Una de sus largas cejas blancas estaba recogida detrás de su oreja y dejaba la otra caer a un lado de su cara. Vestía una tiesa túnica almidonada, roja y azul, y un sombrero cónico de punta achatada. Era la ropa clásica de los mercaderes de Thaylen: varias décadas pasada de moda, pero todavía distinguida.
—He oído hablar de la hierba —le dijo Rysn—. Pero sigue siendo muy extraña.
Echó a andar en círculos alrededor de la carreta. Sí, había oído hablar de la hierba aquí en Shinovar, pero daba por hecho que solo estaría en letargo, que la gente decía que no desaparecía porque se movía muy despacio.
Pero no, no era eso. No se movía en absoluto. ¿Cómo sobrevivía? ¿No deberían de habérsela comido los animales? Sacudió asombrada la cabeza y contempló la llanura. La hierba la cubría por completo. Las hojas estaban todas unidas y no se podía ver el suelo. Qué feo era.
—El terreno es esponjoso —dijo, volviendo al punto de partida de su caminata—. No solo por la hierba.
—Hmm —dijo Vstim, todavía trabajando en sus libros—. Sí. Se llama suelo.
—Parece como si fuera a hundirme hasta las rodillas. ¿Cómo soportan los shin vivir aquí?
—Son un pueblo interesante. ¿No deberías estar emplazando el aparato?
Rysn suspiró, pero se dirigió a la parte trasera de la carreta. Las otras carretas de la caravana, seis en total, se detenían y formaban un círculo suelto. Bajó la portezuela y sacó a duras penas un trípode casi tan alto como ella. Se lo cargó a un hombro y marchó hasta el centro del círculo de hierba.
Iba mejor vestida que su babsk: llevaba las ropas más modernas para una joven de su edad: un chaleco de seda azul oscuro sobre una camisa de manga larga verde claro con puños recios. Su falda hasta los tobillos, también verde, era recta y formal, utilitaria en el corte pero bordada a la moda.
Llevaba un guante verde en la mano izquierda. Cubrirse la mano segura era una tradición tonta, solo el resultado del dominio cultural vorin. Pero era mejor guardar las apariencias. Muchos de los thayleños más tradicionales (incluyendo, por desgracia, a su babsk) seguían considerando escandaloso que una mujer fuera por ahí con su mano segura descubierta.
Emplazó el trípode. Habían pasado cinco meses desde que Vstim se convirtió en su babsk y Rysn en su aprendiz. Había sido bueno con ella. No todos los babsk lo eran: por tradición, era más que solo su maestro. Era su padre, legalmente, hasta que la declarara preparada para convertirse en mercader por su cuenta.
Rysn deseaba no tener que pasarse tanto tiempo viajando a sitios tan extraños. Él tenía reputación de ser un gran mercader, y ella había asumido que los grandes mercaderes eran los que visitaban ciudades y puertos exóticos. No los que viajaban a prados vacíos en países perdidos.
Emplazado el trípode, regresó al carromato para recoger el fabrial. La parte trasera del carromato formaba un espacio con gruesos lados y techo para ofrecer protección contra las altas tormentas. Incluso las más débiles podían ser peligrosas en el oeste, al menos hasta que se atravesaban los pasos y se llegaba a Shinovar.
Corrió de vuelta al trípode con la caja del fabrial. Deslizó la tapa de madera y sacó el gran berilio del interior. La gema amarillo claro, de al menos tres centímetros de diámetro, estaba sujeta por un armazón de metal. Brillaba suavemente, no tanto como cabría esperar de una gema tan grande.
La colocó en el trípode, y luego hizo girar algunos de los diales que tenía debajo, situando el fabrial de cara a la gente de la caravana. Luego sacó un taburete del carro y se sentó a mirar. Le sorprendía lo que había pagado Vstim por el aparato, uno del nuevo tipo recién inventado, que advertía si se acercaba alguien. ¿Era de verdad tan importante?
Se acomodó, mirando la gema, para ver si se hacía más brillante. La extraña hierba de las tierras shin se ondulaba con el viento, negándose obstinadamente a retirarse, ni siquiera con las ráfagas más fuertes. A lo lejos se alzaban los picos blancos de las Montañas Brumosas que protegían Shinovar. Esas montañas hacían que las altas tormentas se rompieran y dispersaran, haciendo de Shinovar el único sitio de todo Roshar donde las altas tormentas no reinaban.
La llanura que la rodeaba estaba salpicada de extraños árboles de tronco recto con ramas recias y esqueléticas llenas de hojas que no se iban con el viento. Todo el paisaje causaba una extraña impresión, como si estuviera muerto. Nada se movía. Con un sobresalto, Rysn advirtió que no podía ver ningún spren. Ni uno solo. Ningún vientospren, ni vidaspren, nada.
Era como si toda la tierra fuera corta de entendederas. Como un hombre que nace con el cerebro incompleto y no sabe cuándo protegerse y se queda mirando a la pared, babeando. Excavó en el terreno con un dedo, y luego lo alzó para inspeccionar el «suelo», como lo había llamado Vstim. Era materia sucia. Una ráfaga fuerte podía desenraizar todo ese campo y llevarse volando la hierba.
Cerca de las carretas, los sirvientes y guardias descargaban cajas y montaban el campamento. De repente, el berilio empezó a latir con una luz amarilla más brillante.
—¡Maestro! —exclamó Rysn, poniéndose en pie—. Alguien se acerca.
Vstim, que rebuscaba entre las cajas, alzó bruscamente la cabeza. Llamó a Kylrm, jefe de los guardias, y sus seis hombres sacaron sus arcos.
—Allí —señaló uno.
Un grupo de jinetes se acercaba en la distancia. No cabalgaban muy rápido, y conducían varios animales grandes, como gruesas casas, que tiraban de carretas. La gema del fabrial latió con más fuerza a medida que se fueron acercando.
—Sí —dijo Vstim, mirando el fabrial—. Esto nos va a venir muy bien. Tiene buen alcance.
—Pero sabíamos que iban a venir —dijo Rysn, levantándose de su taburete y acercándose a él.
—Esta vez. Pero si nos advierte de bandidos en la oscuridad, compensará una docena de veces su precio. Kylrm, bajad los arcos. Ya sabes cómo se sienten con estas cosas.
Los guardias obedecieron, y el grupo de thayleños esperó. Rysn no paraba de echarse las cejas hacia atrás, nerviosa, aunque no sabía por qué se molestaba. Los recién llegados eran solo shin. Naturalmente, Vstim insistía en que no debía considerarlos salvajes. Parecía sentir gran respeto hacia ellos.
Mientras se acercaban, se sorprendió por la variedad de su aspecto. Otros shin que había visto llevaban simples túnicas marrones u otras ropas de obreros. Sin embargo, al frente de este grupo venía un hombre vestido con lo que debían de ser los mejores ropajes shin: una brillante capa multicolor que lo envolvía por completo, cerrada por delante. Caía a ambos lados de su caballo, hasta casi llegar al suelo. Solo su cabeza quedaba al descubierto.
Cuatro hombres cabalgaban a su alrededor, vestidos con ropas más discretas. Seguían siendo brillantes, pero no tanto. Llevaban camisas, pantalones y capas pintorescas.