Devorador de almas (29 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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El tercer lord era joven, llevaba una armadura negra grabada con hermosas volutas doradas y tenía la altanería propia de la aristocracia. Sus ojos oscuros rebosaban rabia. Cuando Nagaira lo señaló, echó a Malus una mirada despectiva y casi acusadora.

—Lord Tennucyr es un caballero de gran fortuna y un buen jinete que ha librado muchas batallas contra los hombres de Hag Graef —dijo Nagaira. Su voz sonaba levemente divertida, pero Malus no sabía si se estaba burlando de él o de Tennucyr—. Y Cuando oyó que entrabas al servicio del Señor Brujo fue el primero en ofrecerse para colaborar contigo.

Malus estudió a los hombres. «Un joven necio, un viejo tonto y un caballero de mirada asesina», pensó con desánimo.

La bruja se volvió e hizo una señal a las figuras encapuchadas, que se acercaron a Malus con pasos silenciosos.

—Confieso que hace días que conozco las intenciones del Señor Brujo —le dijo a su hermano—, y sabía que tendrías que mandar a los exploradores del ejército. Fue por eso por lo que busqué por todas partes con la esperanza de encontrar hombres que pudieran facilitarte el trabajo con los espectros y que pudieran traducir su escurridiza lengua. La suerte quiso que estos autarii acabaran de llegar al arca para enrolarse en el ejército y se sintieran honrados de aceptar un puesto entre tus hombres.

Las dos figuras echaron atrás sus capuchas. Uno era un autarii joven con algunos tatuajes que tenía la cara llena de magullones que empezaban a amarillear y un corte a medio curar encima de un ojo. Hizo una profunda reverencia a Malus, pero su cuerpo parecía tenso y expectante.

La otra figura era una autarii muy joven, pero sus ojos violetas trasuntaban el conocimiento de hechos terribles. Llevaba el pelo negro echado hacia atrás y peinado en pequeñas trenzas muy tirantes, y el tatuaje de un dragón en espiral subía desde su fino cuello por un lado de su aristocrático rostro.

Malus tuvo otro atisbo de recuerdo y se estremeció de los pies a la cabeza.

—¿Nos hemos visto antes? —le preguntó a la chica.

Cuando la autarii habló, su voz tenía un timbre musical, pero no reflejaba ni sombra de calidez.

—No hemos compartido ni la carne ni la sal —le dijo con gesto adusto.

—No, supongo que no —dijo Malus—. Sin duda, tendremos pronto ocasión de hacerlo.

Un esbozo de sonrisa apuntó en la cara del espectro.

—¿Quién sabe lo que nos depara el destino?

15. El portador de la sangre sagrada

Malus llevaba ya tres horas en su montura cuando llegó el amanecer. Había estado recorriendo barracón tras barracón por toda el Arca Negra y había preparado al ejército para la guerra. Había sido toda una larga noche en vela, con una agitada sucesión de presentaciones, evaluaciones y órdenes, muchas de las cuales había que transmitir personal y perentoriamente para conseguir que las compañías se movieran en la dirección correcta. El tiempo para que la noticia de los nombramientos de Calamidad se difundiesen al resto de las filas había sido escaso, y pocos capitanes estaban dispuestos a creer que él, y precisamente él, detentara la autoridad que pretendía. En especial, un necio había llegado a llamarlo embustero y a reírsele en la cara. Por suerte, su lugarteniente se mostró mucho más circunspecto y sensato después de que Malus le permitiera a
Rencor
saciar su apetito con el capitán.

El amanecer apuntaba en el cielo y todo parecía anunciar un día frío y despejado cuando Malus ocupó su lugar junto a los caballeros pretorianos en la extensa plaza de la Gran Puerta. De todas las divisiones del ejército, los caballeros habían sido los más fáciles de organizar y los más difíciles de mandar. Con sus pequeños cuerpos de partidarios, los caballeros eran capaces de hacer el equipaje y prepararse en un momento para trasladarse, pero convencerlos de la necesidad de hacerlo era un asunto peliagudo.

Después de casi una hora de discutir sobre las precesiones de rango en las filas, Malus perdió la paciencia y simplemente delegó esa tarea en lord Tennucyr, que estaba mucho más ducho que él en esto de los tiquismiquis de la nobleza del arca. No había visto a Tennucyr durante el resto de la noche, pero poco antes de que apuntara el amanecer, los primeros caballeros empezaron a llegar con cuentagotas a la plaza y, al cabo de media hora, toda la división estaba formada en columnas ante la puerta con los pendones ondeando al viento en el extremo de las relucientes lanzas.

La primera división de infantería los siguió poco después; entró por compañías en la plaza y se detuvo en columnas a distancia segura de los indolentes y huraños nauglirs. El resto del ejército se perdía en la distancia, extendido a lo largo de más de tres kilómetros de la calzada que subía serpenteando entre las torres del arca. Malus había recorrido las filas de un extremo al otro, montado en su nauglir, consultando con los demás capitanes para asegurarse de que las divisiones estaban formadas y listas para pasar revista según las órdenes de Fuerlan, y comprobó que, por algún milagro, lo habían conseguido.

El noble se inclinó en su montura y examinó el cielo. Según sus cálculos más aproximados, Fuerlan llevaba una hora de retraso.

El ruido de algo pesado que se arrastraba por los adoquines de la plaza hizo que Malus volviera la cabeza. Lord Gaelthen se acercaba al trote a lomos de un enorme gélido, tan viejo y lleno de cicatrices como él.
Rencor
gruñó a modo de advertencia al nauglir gigante, y Malus le tiró de las riendas como advertencia propia. Gaelthen se detuvo a una respetuosa distancia y alzó una mano a modo de saludo.

—Lord Esrahel os envía sus respetos, mi señor, y dice que no es posible que el tren de equipaje esté listo para emprender la marcha antes de media tarde.

—Bendita Madre de la Noche —bramó Malus con desánimo.

Tal como estaban las cosas, las divisiones de combate no saldrían de la ciudad hasta media mañana, pero eso significaría que la artillería y las provisiones irían con seis horas de retraso por detrás del ejército.

—¿Cuál es el problema?

El viejo caballero se inclinó y escupió en el empedrado.

—Los jefes del gremio de los portadores decidieron plantarse para conseguir más dinero. Dijeron que no podían proporcionar carretas y bueyes suficientes con tan poco tiempo.

—¿Y no aplicó un castigo ejemplar a esos malditos ladrones? — preguntó Malus con desdén.

—Por supuesto, pero lleva tiempo crucificar a veinte hombres. Cuando Esrahel lo tuvo todo solucionado ya era bien entrada la noche. Ahora están tratando de ponerse al día.

—¡Maldita sea! —gruñó Malus, cerrando el puño sobre la espada—. ¿Creéis que Esrahel realmente tiene las cosas controladas, o es necesario reemplazarlo?

Gaelthen le dirigió a Malus una mirada de soslayo con su único ojo bueno.

—No es prudente reemplazar a uno de los caballeros nombrados por el Señor Brujo, especialmente antes de que el ejército se haya puesto en marcha siquiera.

—La política me importa un bledo —le espetó Malus—. Lo que me interesa es la victoria. Os lo preguntaré otra vez: ¿sabe Esrahel lo que se trae entre manos?

Gaelthen tanteó al noble con la mirada, y luego sonrió abiertamente.

—Sí, mi señor, lo sabe. Ha tenido mala suerte y está tratando de sacar a las cosas el mejor partido; pero saldrá adelante.

Malus suspiró estentóreamente.

—Que sea media tarde, pues — dijo—. No creo que vayamos a acampar antes de tres días. —De pronto se le ocurrió que no había comprobado que cada una de las compañías llevara víveres y agua suficientes en sus mochilas para la marcha—. Gaelthen, tengo un trabajo para vos —dijo con una mueca.

Antes de poder continuar, Malus oyó que alguien lo llamaba desde el otro lado de la plaza. Al volverse a mirar, vio que lord Eluthir cabalgaba hacia él con un bulto envuelto en un trapo sobre sus rodillas. Malus tiró de las riendas y se volvió hacia el viejo caballero.

—Comprobad con los capitanes de compañía que los hombres tengan raciones suficientes para los tres próximos días. Que lleven lo que vayan a comer o pasarán sin ello. ¿Entendido?

En la cara del caballero despuntó una mirada de cansancio, pero respondió sin vacilación.

—Entendido, mi señor —dijo, e hizo dar la vuelta a su montura para realizar un nuevo recado para su señor.

Eluthir llegó cuando Gaelthen se retiraba. El nauglir del joven era más pequeño que el del más viejo, pero de todos modos superaba en un tercio a
Rencor
. Éste trató de apartarse del recién llegado, pero Malus contuvo su impulso clavándole las espuelas.

—¿Qué tenéis para mí? —preguntó el noble.

—Pan caliente, queso y un poco de salchichón — dijo Eluthir con aire triunfal, y entregó el envoltorio a su señor. A continuación, sacó de una alforja una vasija de barro y la destapó con cuidado. Cuando lo hizo, una nube de vapor salió del líquido oscuro que había dentro—. E hice que uno de mis hombres cociera una olla de ythrum —dijo, orgulloso.

—¿Ythrum?

—Es una bebida hecha con raíz de courva —explicó Eluthir—. ¿No se toma en Hag Graef?

Malus frunció el entrecejo.

—Por supuesto que no. No parece muy incitante.

—¡Oh!, sabe muy mal, os lo aseguro —dijo Eluthir con una ancha sonrisa—, pero quita el sueño y lo mantiene a uno bien despierto durante horas. —Le pasó la jarra a Malus—. Pensé que os vendría bien.

El noble miró la jarra con desconfianza.

—Por lo que parece, bien podría ser veneno.

La risa de Eluthir lo sorprendió.

—Vaya, claro que es veneno — dijo Eluthir—. Un veneno necesario, pero veneno al fin.

En ese preciso momento Malus sintió que lo asaltaba un bostezo monumental y echó mano de la jarra. La aproximó a los labios y la apartó de golpe cuando el líquido ardiente amenazó con quemarlo.

—¡Por todos los dioses! —dijo con expresión mortificada—. Tan amarga como el corazón de una doncella del templo.

Después de un momento, dio un sorbo de verdad. El sabor era igualmente abominable, pero agradeció el calor que le llenó el estómago. A continuación, abrió el hatillo y empezó a devorar la comida, dándose cuenta de que no había probado bocado en todo el día.

—¿Alguna noticia de Fuerlan? —preguntó entre dos bocados.

Eluthir bebió un buen trago de la jarra. Malus no sabía con certeza si la mueca del hombre se debía al sabor de la bebida o a su opinión sobre el comandante del ejército.

—Ha corrido la voz de que anoche hizo un recorrido por las casas de placer y acabó tirado en los escalones del templo local allá por la medianoche. Desde entonces, ha estado dentro.

Malus acabó su rápida comida y se sacudió las migas de la pechera del kheitan... En ese momento su mente cansada cayó en la cuenta de que no llevaba armadura. Ni siquiera tenía una espada a la que pudiera considerar suya.

—¡Que la Oscuridad Exterior se apodere de mí! —gruñó—. ¡Todos están preparados para la guerra menos yo! —Se volvió hacia Eluthir—. ¿Tenéis alguna idea de dónde está lady Nagaira?

—¿Vuestra hermana?

—¡Por supuesto, mi hermana! ¿Qué otra podría ser?

Eluthir parpadeó.

—¿No es aquella que está allí? —preguntó, señalando a un grupo de jinetes que entraba por el otro extremo de la plaza.

Malus siguió el gesto de la mano del hombre y vio una figura encapuchada a lomos de un poderoso caballo de guerra negro, acompañada por un par de soldados de caballería y lo que parecía una pequeña guardia de sirvientes montados. No sabía si aquella figura era o no Nagaira, pero no tenía la menor idea de quién más podría ser. Espoleó a
Rencor
y se dispuso a interceptar a la partida.

Los caballos del grupo se inquietaron cuando captaron el olor de los gélidos allí reunidos..., todos menos el corcel negro que iba a la cabeza. Sus ojos negros como el carbón miraron, desafiantes, a Malus y a
Rencor
, que se aproximaban, y el noble no pudo por menos que notar el aire de magia que rodeaba al animal. De cerca, era evidente que la figura encapuchada era una mujer, y cuando volvió la cabeza para mirarlo, Malus vio el destello de argentado acero en el fondo de la voluminosa capucha.

—Bien hallado, hermano —dijo Nagaira con la voz levemente ensordecida detrás de una máscara muy adornada que representaba la forma de un demonio de sonrisa lasciva—. El ejército está formado y tiene un aspecto temible. Has hecho un buen trabajo.

—Sin embargo, parezco el escudero de un caballero pobre la víspera de la batalla —dijo con amargura—. ¿Dónde están mis espadas y mi armadura? Dijiste que se estaban ocupando de ellas.

Nagaira alzó una mano y dos miembros de su guardia se dejaron caer de sus monturas sin una palabra y empezaron a bajar cajas de madera del lomo de sus caballos.

—No me había olvidado —dijo la mujer con aire divertido—. El armero dijo que la placa era de calidad mediocre, de modo que le pedí que le colocara otros arneses y la adecuara. Por suerte, conozco perfectamente tus medidas ¿verdad?

Malus no sabía si debía sentirse agradecido —una idea mortificante en sí misma— o ultrajado.

—¡Qué presentes tan generosos, hermana! —dijo—. ¿No se pondrá celoso tu prometido?

—¡Oh!, esto no lo he pagado, hermano —respondió—. Le dije al armero que habías sido designado capitán de los caballeros del ejército y se mostró muy complacido de ampliar tu crédito.

—¡Crédito! —gritó Malus—. Ahora me has metido en deudas...

—¡Tranquilo! —le espetó Nagaira—. Bájate de esa bestia apestosa y ponte la armadura. Fuerlan llegará de un momento a otro.

El cerebro falto de sueño de Malus no había terminado de registrar las palabras de su hermanastra y ya se estaba bajando de la silla. Vio que los guardaespaldas de la bruja intercambiaban una mirada de sorpresa ante su reacción de sometimiento, y reprimió un airado reproche. Un enfrentamiento con Nagaira en esas circunstancias no hubiera hecho más que empeorar las cosas y si Fuerlan estaba realmente de camino, no tenía mucho tiempo. Se apartó de su montura y los dos sirvientes colocaron las cajas que contenían su armadura en el suelo junto a él. La pareja trabajó coordinada y hábilmente, sujetando y atando con rapidez las piezas superpuestas sobre su kheitan. Malus miró a su hermana con enfado.

—Te has vuelto presuntuosa desde que dejaste el Hag — dijo con frialdad—; algo que sin duda copiaste de tu prometido.

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