Devorador de almas (39 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Devorador de almas
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—Los nauglirs no pueden más —dijo—. Muchos están heridos y hace horas que no se los alimenta. Si les exigimos mucho más morirán antes de que empiece la batalla.

Malus respiró hondo y se enjugó el agua de la cara. Odiaba la idea de parar cuando faltaba tan poco para su destino, pero no veía otra alternativa.

—Tenéis razón —concedió de mala gana—. No tiene sentido seguir adelante en nuestro estado. —Estudió el mapa y consultó las notas de referencia del Señor Brujo para detallar la marcha—. Según el plan, debemos acampar aquí —dijo señalando un punto dentro del valle a menos de tres kilómetros de la ciudad—, pero el lugar es peligroso. No queda sitio para maniobrar en caso de que la ciudad envíe tropas contra nosotros. Estaríamos atrapados entre los bosques y las paredes del valle, y aunque sólo fuera por lo estrecho del espacio, nos harían picadillo.

A regañadientes llegó a una decisión y señaló otro punto en el mapa, más al norte y no muy lejos de donde se encontraban.

—Lord Esrahel, montad aquí las tiendas —dijo—. Es una zona de granjas abandonadas, con buenos campos y mucho sitio donde moverse. Pasaremos ahí la noche mientras consulto con mi hermana cuál debe ser nuestro próximo movimiento. Estad preparados para marchar en cuanto salga el sol. Si no hemos partido para entonces, será demasiado tarde.

—Ya es demasiado tarde —susurró una voz fría, espectral.

Malus se quedó paralizado, pensando por un momento que el caballero le estaba hablando al oído..., hasta que se dio cuenta de que los demás también habían oído la voz. Se volvió y vio la esbelta silueta de la chica autarii de pie a la sombra de los pinos, a su espalda.

El noble sintió un estremecimiento al encontrarse con los ojos oscuros y vacíos de la joven.

—¿Qué noticias traes? —preguntó secamente.

—El vaulkhar ha salido de la ciudad —dijo llanamente—. La bandera de las cadenas espera fuera de la ciudad con muchas lanzas y parientes de los dragones.

—¡Por la Sangre de la Madre Oscura! —exclamó—. Llévame. Quiero verlo con mis propios ojos.

Avanzaron agazapados bajo la lluvia mientras se iba haciendo de noche, protegidos por las sombras de un bosque de pinos a menos de un kilómetro de la ciudad. La joven autarii estaba tensa y empuñaba una espada en cada mano mientras escrutaba la oscuridad debajo de los árboles con mirada penetrante. El resto de los exploradores del ejército estaban por ahí fuera, Malus lo sabía; formaban un cordón defensivo para él. También había exploradores enemigos recorriendo el valle, se lo había dicho la chica, y por su andar cauteloso se dio cuenta de que esa vez no eran desventuradas víboras de las rocas.

Malus estaba echado sobre la tierra empapada por la lluvia, mirando con desmayo a las fuerzas reunidas en los campos delante de la ciudad. Podía ver con claridad la bandera del vaulkhar, con su círculo de cadenas de plata enlazadas sobre campo rojo. Ocho banderas de lanceros —dieciséis mil hombres— aguardaban en vastos campamentos que llenaban los prados baldíos casi a rebosar. Y lo que era peor, el noble contó tres banderas de caballeros acampados cerca de las murallas de la ciudad, con sus nauglirs próximos a las oscuras tiendas y listos para entrar en acción en cualquier momento.

—¡Madre Bendita! —musitó el noble, señalando otra bandera roja y negra empapada cerca de la del vaulkhar—. Incluso ha convocado a los ejecutores del templo. —Ni siquiera podía hacer un cálculo aproximado del número de guerreros del templo de Khaine que podía haber en la ciudad. ¿Mil? ¿Diez mil? ¿Cómo saberlo?—. Isilvar ha reunido a la milicia de la ciudad y no sé cómo ha convocado a toda la nobleza menor en el Hag. ¿Cómo consiguió tal influencia con tanta rapidez?

—Vos se la disteis — dijo la chica.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Malus, mirándola con dureza.

—Hemos estado siguiendo sus patrullas casi toda la tarde — dijo la autarii—. No hablan más que de vos. Unos cuantos supervivientes llegaron a la ciudad antes que nosotros y contaron cosas increíbles sobre vuestras proezas. Sois como un demonio, y con el viejo vaulkhar muerto y tantos poderosos señores en campaña, la ciudad tiembla ante vuestra llegada.

—Parece que por fin me he ganado una reputación — dijo Malus amargamente. La frustración le atravesaba el corazón—. Y ha resultado ser nuestra perdición. —Apretó los puños—. Debieron mandar un mensajero al Hag el día en que destruí al grupo de avanzada en las ruinas. Si no hubiéramos acampado aquel día podríamos haber tomado al enemigo por sorpresa en el vado y habríamos llegado aquí antes de que Isilvar pudiera reunir a su ejército.

—¿Y ahora?

—Ahora sólo podemos retirarnos. Aunque no tuviéramos mermadas nuestras fuerzas, no podríamos hacer frente a un ejército de estas proporciones. —El noble trató de calcular las fuerzas de que disponía el enemigo—. Si como dices, tienen exploradores en los bosques, entonces es probable que el vaulkhar esté esperando a saber que hemos entrado en el valle, donde nos cercarán como si fuéramos ganado. De esa manera puede ir enviándonos tropas hasta que estemos demasiado exhaustos para seguir combatiendo, y entonces mandará a los caballeros para que acaben con nosotros. —Lentamente y con todo cuidado, Malus se puso en cuclillas—. El plan era azaroso desde el principio y ha fracasado. Ahora debemos tratar de sobrevivir a las consecuencias —dijo—. ¡Me temo que no encontrarás al noble al que estás buscando.

—Puede ser — dijo la joven—. ¿Os enterasteis de algo en la tienda de Nagaira?

Malus hizo una mueca.

—No sé cómo, pero estoy sometido a sus designios —dijo no muy seguro.

—¿Designios? ¿Para qué?

—No lo sé — dijo con voz ronca—. Ella y Fuerlan tienen algo pensado para mí. También había algunos mapas de una especie de laberinto...

Malus se quedó de piedra y con los ojos desorbitados. Lentamente, se volvió y contempló las murallas oscuras de la ciudad.

—Madre de la Noche — dijo entre dientes—. Soy un perfecto idiota. El plan estaba allí, delante de mis ojos, y no fui capaz de verlo. —Se volvió hacia la chica—. Tenemos que volver al campamento. ¡Esta campaña ha sido un engaño desde el principio!

Malus estaba dispuesto a hacer corriendo todo el camino desde el valle al nuevo campamento. Resultó que cuando la chica autarii y él habían recorrido menos de cuatro kilómetros, oyó los golpes de los martillos y las órdenes cruzadas de un ejército montando el campamento en el interior del Valle de las Sombras.

El noble se paró en seco.

—En nombre de la Madre Oscura, ¿qué es esto?

La chica se detuvo con expresión preocupada y empezó a avanzar hacia la linde del bosque en el lugar donde bordeaba el Camino de la Lanza, pero Malus la adelantó y corrió directo hacia la fuente del ruido. No necesitaba el mapa de piel encerada para saber en qué punto del valle estaban. Esrahel y los demás habían desobedecido sus órdenes y estaban levantando el campamento en el lugar determinado por el Señor Brujo, lo cual los ponía exactamente en el camino de las fuerzas de Isilvar.

El camino estaba oscuro. Los hombres del tren de equipajes estaban trabajando duro, levantando tiendas y distribuyendo raciones para la cena. Los soldados del ejército naggorita deambulaban como borrachos entre tanto trajín; muchos guerreros se habían limitado a echarse al suelo y se habían quedado dormidos de inmediato. Malus observó el amotinamiento que tenía ante sus ojos y se estremeció de frustración y de ira. ¿Qué estaban pensando?

—Busca a Eluthir — le dijo a la joven—. ¡Dile que se reúna conmigo en la carreta de lord Esrahel de inmediato!

La chica se desvaneció como una sombra alada, y Malus entró a grandes zancadas en el campamento con ansias asesinas.

No tardó en orientarse. Todos los campamentos del ejército seguían un plan preestablecido. Los nobles y los caballeros en el centro, bien protegidos por las compañías de lanceros distribuidas en círculos, mientras que la caballería acampaba en dos grupos al este y al oeste, donde podían poner a sus caballos en los corrales e ir y venir patrullando con un mínimo de dificultades. El tren de equipaje y de artillería acampaba un poco al norte del centro, lo suficientemente alejado del perímetro como para proteger los valiosos suministros del ejército y las armas de asedio, y lo bastante cerca como para ofrecer a los nobles todo lo que desearan.

Malus atajó por los estrechos caminos abiertos entre las tiendas de los nobles y se encontró una auténtica ciudad de carretas cerradas que pertenecían al tren de equipaje. Al cabo de unos minutos de camino entre las carretas y el agitado trabajo de sus ocupantes llegó al enorme transporte de Esrahel. Por las estrechas ventanas de la carreta salía luz bruja y el noble pudo oír a Esrahel dentro, soltando órdenes a sus subordinados.

Malus desenvainó la espada y rodeó la parte trasera de la carreta.

—¿Qué significa esto? —dijo con voz tan cortante como la espada que llevaba en la mano.

El noble se paró en seco al ver en el fondo de la carreta abierta a ocho caballeros con sus armaduras y las espadas en mano. Al principio, no los reconoció, pero vio que intercambiaban sonrisas lobunas y luego miraban a una figura que estaba de pie en la entrada de la carreta abierta. Malus siguió la mirada hasta el noble de aspecto aristocrático, que lo observaba con furia y altanería desde la estrecha entrada. Lo reconoció de inmediato.

—¿Tennucyr? —dijo, frunciendo el entrecejo—. ¿Qué estáis haciendo?

—Restableciendo el orden —le soltó el noble—. El orden legítimo de las cosas, bastardo asesino.

La mano de Malus se tensó sobre la empuñadura de su espada y dio un paso hacia Tennucyr, con toda la intención de matar al hombre allí mismo, pero los guardias avanzaron como un solo hombre y se encararon con él en silencio. Malus logró emitir un único grito airado antes de que un puño con guantelete lo golpeara en la nuca y lo sumiera en la oscuridad.

Malus se despertó con un grito cuando la punta de un cuchillo trazó una línea rasgada en su mejilla.

Estaba desnudo y colgado por las manos del grueso poste de una tienda y con la cara lasciva de Fuerlan a escasos centímetros de la suya. La tienda estaba iluminada por un par de grandes braseros que daban a la desfigurada cara del general un aspecto demoníaco. Hasta Malus llegó el olor acre a vino barato del aliento de Fuerlan y vio el fuego de la locura bailando en sus ojos oscuros.

El general rió entre dientes como un niño malévolo.

—¿Lo veis? Ya sabía que podía hacerlo volver en sí.

La sangre corría por el lado de la cara de Malus mientras él echaba una mirada a la tienda. Allí estaba Tennucyr, reclinado en una silla de campaña y bebiendo vino a sorbos con expresión de odioso desdén. Los guardias y aduladores de Fuerlan llenaban la sala principal de la tienda, silenciosos como si estuvieran asistiendo a una ejecución. El noble se preguntó si no se trataría precisamente de eso.

No reconoció la tienda, pero dedujo que sería la de Tennucyr. Era evidente que había sido él quien había recogido a Fuerlan en el vado y lo había mantenido oculto toda la tarde hasta que el general recuperó parte de sus fuerzas. El noble sacudió la cabeza.

—He sido un necio —siseó.

—¿Por haberme golpeado? —preguntó Fuerlan.

—No, por no haberos rematado cuando tuve ocasión.

A Malus le pareció que le estallaba la cabeza cuando Fuerlan dio un grito furioso y lo golpeó en la frente con el revés de su cuchillo. El noble gruñó y echó la cabeza hacia atrás, tratando de evitar que la sangre le cayera sobre los ojos.

Fuerlan se acercó más a él.

—Es un error que pronto lamentaréis, os lo garantizo. Ya le he dado a lord Tennucyr el mando de los caballeros pretorianos como premio por su lealtad y coraje. Vos ya no tenéis cabida en este ejército. Por amotinaros podríais ser ejecutado sumariamente, pero voy a pasar la noche desollándoos vivo. — El general alzó el cuchillo contemplando cómo se reflejaba el fuego en su filo manchado de sangre—. Lo único que lamento es tener tan poco tiempo para dedicaros. No sabéis cuánto he deseado esta oportunidad, Malus. He soñado con pasar días haciéndoos una lenta vivisección. He gastado una fortuna en construir una habitación especial en mi torre donde podría haberos cortado en trozos, volver a reconstruiros y destrozaros de nuevo día tras día. Habría sido algo glorioso.

Fuerlan cogió a Malus por la barbilla e insertó la punta de su cuchillo por encima del ojo derecho de Malus. De forma lenta y deliberada, empezó a hacer un corte en la piel, trazando casi un círculo completo en torno a la cuenca del ojo. El noble apretó los dientes y el dolor hizo que se estremeciera, mientras una sonrisa nerviosa iluminaba la cara del general.

—¿Alguna vez habéis bebido vino en el cráneo de un noble, primo? Él líquido impregna los huesos y altera sutilmente el sabor. Mañana por la mañana me sentaré en el trono del drachau de Hag Graef y beberé vino tinto y dulce en el cuenco de vuestro cerebro, y ya tengo ganas de saborearlo.

El dolor hizo que a Malus le faltara el aliento, mientras pestañeaba tratando de mantener la sangre fuera del ojo. Un dolor sordo provocaba una palpitación dentro de su cráneo. Entonces, oyó una voz.

—Tú eres la flecha, Malus —oyó que le decía el caballero al oído.

El noble rompió a reír. Primero, fue un estremecimiento de sus hombros que fue cobrando fuerza y volumen al ver brillar el miedo en los ojos de Fuerlan.

—Si me matáis, necio, ¿quién hará el trabajo de tu asesino?

El general retrocedió.

—¿De qué estáis hablando?

—Ahora ya conozco vuestro plan, primo —le espetó Malus—. Toda esta campaña ha sido una diversión para hacer que los ejércitos salieran del Hag. He estado pensando en todas las estratagemas y las tácticas que conozco para tomar la ciudad con las fuerzas de que disponéis, pero no he conseguido encontrar una sola manera de lograrlo, y eso es porque nunca tuvisteis intención de apoderaros de la ciudad. Se supone que yo debo introducirme en la ciudad a través de las madrigueras y asesinar al drachau por vos, para que a continuación salgáis vos de las sombras y reclaméis la corona. Ese es el designio que introdujo Nagaira en mi cerebro distorsionando mis recuerdos para hacer que me olvidara, ¿no es así?

Fuerlan dio un paso atrás y abrió mucho los ojos, sorprendido.

—Ella..., ella dijo que no lo recordaríais.

Malus vio una figura moviéndose en las sombras de la tienda. Sólo se veía el contorno del alto caballero, mientras que sus facciones quedaban ocultas.

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